Birmania ejemplifica actualmente -quizá mejor que cualquier otro país- la pugna entre Estados Unidos y China por erigirse como potencia de la región Asia-Pacífico. Una situación que nadie habría imaginado hace tan sólo un año, cuando en noviembre de 2010 la Junta Militar birmana ponía fin a la detención residencial que ha marcado los últimos 20 años de vida de la opositora, Premio Nobel de la Paz 1991 y figura emblemática, Aung San Suu Kyi.
Muchas cosas han sucedido desde entonces: elecciones que han dado paso a un gobierno civil (pero dominado por la vieja guardia militar), liberación de presos políticos y la suspensión de uno de los proyectos más ambiciosos de China en el país (la controvertida presa de Myitsone, que amenazaba con crear un daño medioambiental y social de gran magnitud para los birmanos).
Estos gestos se han interpretado en algunos sectores como una apertura, lo que ha suscitado el interés de Estados Unidos. Rápidos, los estadounidenses enviaron a principios de mes a Hillary Clinton para pulsar el interés del régimen por progresar hacia la democracia. Era la primera vez que un secretario de Estado norteamericano pisaba el país en más de medio siglo.
Clinton y Aung San Suu Kyi en la reciente visita de la secretaria de Estado - AP Photo/Saul Loeb
Todo ello ha puesto muy nervioso a China, un gigante que –en medio del embargo occidental contra Birmania- hizo de escudero de la Junta Militar a cambio de grandes privilegios en el acceso a las fuentes de recursos: jade, madera, oro, petróleo y gas. De esta forma ha logrado convertirse en el primer inversor extranjero en el país, con unos 14.000 millones de dólares en 2010.
Pekín teme ahora que Washington esté maniobrando para que el mayor aliado que tiene en la región caiga en la esfera de influencia occidental. Sobre todo en momentos en que el conflicto del Mar de la China Meridional ha enfrentado a Pekín con buena parte de sus vecinos.
El presidente birmano, Thein Sein, y su homólogo chino, Hu Jintao
Lo que nadie imaginaba es que China, en un claro giro de su política de “no interferencia en los asuntos internos”, iba a reaccionar reuniéndose con la que ha sido la “bestia negra” del régimen militar birmano durante años. “Aung San Suu Kyi manifestó varias veces su deseo de contactar con la parte china, y el embajador de China en Birmania respondió a su petición reuniéndose con ella y escuchando lo que tenía que decir”, ha revelado este jueves el portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores chino, Liu Weimin.
Toda una sorpresa que Pekín haya establecido contacto –y lo haya hecho público- con una de las figuras asiáticas más importantes en la lucha por la democracia y los derechos humanos. El objetivo es, sin duda, estrechar lazos con la candidata más sólida en unas eventuales elecciones libres y multipartidistas, ante la posibilidad de que un cambio de régimen eche por tierra los intereses estratégicos de China en el país (como analizábamos en un post anterior, pero en el caso africano).
Nada nuevo bajo el sol, pura realpolitik, se dirán ustedes. Pero quizá haya que ir un poco más allá. ¿Qué se habrá dicho para sí mismo el embajador Li Junhua cuando Suu Kyi le hablaba de su lucha por las libertades civiles o le describía en primera persona las penurias infligidas por los militares a los opositores? ¿Qué habrán entendido en el Ministerio de Relaciones Exteriores chinos al recibir el verbatim del encuentro? Seguro que algún funcionario avispado se habrá dicho para sus adentros que el mejor situado para interpretar -y explicar a sus señorías- la importancia de ese combate por la igualdad y la justicia cumple actualmente 11 años de condena por expresar ideas similares a las de Suu Kyi. Se llama Liu Xiaobo y fue Premio Nobel de la Paz 2010 por lo mismo por lo que se lo dieron a la Dama birmana: “lucha no violenta por los derechos humanos fundamentales”.
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