Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

Archivo

junio 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
            1
2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22
23 24 25 26 27 28 29
30            

¡Y Estados Unidos qué!

Por: | 23 de enero de 2012

Los zarpazos de la crisis actual, que han puesto al descubierto las debilidades, excesos y falta de respuestas del sistema occidental además de las carencias de su clase política, coincide con el renacer de China como potencia mundial. Ello dispensa una munición preciosa a quienes ensalzan las bondades del sistema chino, al conjugar los logros del llamado ‘milagro chino’ con la supuesta decadencia occidental para presentarlos como prueba del algodón de la infalibilidad y eficacia del modelo chino.

Quizá habría que empezar diciendo que sólo hay ‘milagro’ porque en la ecuación no se incluyen los efectos secundarios. Las deslumbrantes estadísticas, de hecho, no incluyen a los cientos de millones de chinos que no salen nunca en la foto; ni capturan tantas variables no cuantificables económicamente que también contribuyen de forma decisiva al bienestar. Ello sin mencionar otros factores como la explotación laboral o la represión financiera que sufren los ahorradores chinos, cuestión ésta a la que nos referiremos próximamente desde este mismo blog.

Milagro Crema de 'milagro chino', ideal para la piel.

Por tanto, que el modelo chino sea –por su naturaleza- indiscutiblemente efectivo, no implica que sea necesariamente mejor. De ahí que, ahora que China está desplegando por todo el planeta los tentáculos de sus -legítimos- intereses, se hace imprescindible saber qué y quién hay detrás de semejante expansión. Hay poderosas razones para ello: la opacidad que rodea al régimen chino, la apariencia de normalidad de éste ahora que emerge como tabla de salvación de nuestros desaguisados y la ausencia en el sistema chino de los contrapesos que son habituales en las democracias.

Es por ello que, ahora, en una época en la que los gobiernos de medio mundo rinden inusitada pleitesía a sus homólogos mandarines, la prensa y las ONG quedan como último recurso para afearle la conducta a China cuando ésta sea responsable -o cómplice- de los excesos y abusos. Lo vimos en muchos países durante nuestra investigación: desde el saqueo de recursos y sus nefastas consecuencias en el estado de Kachín, al norte de Birmania, a la pasividad del gobierno peruano para frenar los excesos en el proyecto minero chino en San Juan de Marcona.

Peru pintadas ok
Pintada en una calle de San Juan de Marcona, Perú. (Marco Garro).

En Kachín y en Marcona nadie ampara a las víctimas, que sufren en silencio. En Birmania, denunciar los tejemanejes de los militares birmanos con los empresarios chinos conlleva la cárcel. En Perú, en medio del vital oxígeno económico que brinda China en estos tiempos de crisis, nadie osa poner coto a los desmanes laborales y medioambientales de la minera estatal china Shougang. Y ya que en China es del todo improbable que un medio de comunicación o una ONG denuncie la actuación impropia de sus empresas estatales, la fiscalización de la expansión internacional del gigante es ahora más necesaria que nunca.

Y no porque las empresas chinas sean necesariamente peores que las occidentales, sino porque el sistema chino carece de los contrapesos (imperio de la ley, sociedad civil, pluralidad política, prensa libre, instituciones fuertes, participación, separación de poderes) que sí tiene el occidental; contrapesos que, ciertamente, marcan la diferencia en el sentido de que hacen que la irresponsabilidad de las empresas occidentales esté mucho más vigilada.

En este contexto, no deja de sorprenderme la ferocidad de las críticas y descalificaciones personales que suelen -solemos- recibir quienes osen censurar o denunciar los excesos y abusos que China comete dentro y fuera de sus fronteras. Muchas de estas críticas usan la coartada de la comparación histórica en la colonización para relativizar los atropellos que China hace hoy, medio siglo después, en el mundo en desarrollo. La pregunta es obligada: ¿acaso el negro historial de Occidente en África y otros lugares concede a los chinos derecho para hacer lo mismo? ¿Les legitima lo más mínimo?

Otras críticas defienden a ultranza a la dictadura china directamente desde la trinchera del antiamericanismo. Arrinconados por la evidencia de los hechos, asestan un último embate casi a la desesperada, apoderándose en el fragor de la batalla del estilete que guardan escondido en el calcetín: ¡¿Y Estados Unidos qué?!, exclaman de forma recurrente.

Ante lo cual, qué quieren que les diga. Juzgar y, en su caso, criticar a China, realmente, no tiene nada que ver con Estados Unidos. Tiene que ver -únicamente- con cómo ve uno el mundo y la vida.

Prohibido criticar a China

Por: | 10 de enero de 2012

A finales del año pasado la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) publicó un informe en el que denunciaba los abusos laborales de las compañías mineras chinas en Zambia. El país africano cobija, con la vecina República Democrática del Congo, una de las mayores reservas de cobre y cobalto del mundo en el llamado cinturón del cobre del continente africano. Por tanto, por su imperiosa necesidad de hacer acopio de materias primas, China es el principal inversor en el sector minero de la región.

El informe de HRW denuncia el incumplimiento sistemático de la legislación laboral por parte de las compañías mineras chinas: desde jornadas interminables con salarios míseros a la ausencia de unas mínimas condiciones de seguridad, desde un trato denigrante a los trabajadores a una actitud corporativa abiertamente hostil contra los sindicatos. Las conclusiones de HRW coinciden, mayormente, con lo que nosotros vimos -meses antes- en ese mismo país durante nuestra investigación allí, la cual también abordaba las condiciones laborales en las minas chinas.

Zambia riots
Disturbios en las minas chinas en Zambia.

Y claro, en cuanto el informe vio la luz, ardió Troya. Dos académicos de Hong Kong de reconocida trayectoria en el seguimiento de las relaciones entre China y África, desautorizaron por escrito y públicamente el informe y acusaron a HRW y al autor de la investigación de faltar a la verdad: por su inadecuada metodología, por seguir la corriente mediática dominante (occidental, se entiende), por llegar a conclusiones tendenciosas y por tratar a China con distinto rasero, entre otras. Insinuaron incluso que el informe tiene tintes racistas.

O sea, que una organización seria y de prestigio, la cual me consta que tiene un estricto sistema de filtros y aprobaciones antes de que uno de sus informes vea la luz, y el trabajo de un investigador que viajó tres veces a Zambia, invirtió un año y entrevistó a 170 personas, lo tiran abajo dos teóricos sentados en su poltrona universitaria con argumentos más que discutibles. Suele ser habitual un lenguaje vitriólico -cuando no ofensivo- entre los que defienden a China a capa y espada, pero con ello no logran necesariamente argumentar mejor.

Durante nuestra presencia en Zambia comprobamos que, pese a que el coloso asiático es el principal inversor, crea puestos de trabajo y construye infraestructuras, no terminan de ser aceptados por las comunidades locales. ¿Raro no? Pero claro, hay una explicación: las condiciones laborales de sus empresas allí son claramente “las peores”, como nos dijeron a nosotros los afectados y tal cual reza el informe de HRW. Hay huelgas salvajes, violencia y accidentes con frecuencia, e incluso ha habido tiroteos, heridos y muertos. O lo que es lo mismo: la conflictividad es muy superior a la de su competencia zambiana, india o canadiense.

ZambiaMining shooting 2010
Huelga salvaje. Uno de los 11 mineros zambianos heridos por los disparos con arma de fuego de los patronos chinos en una mina china en Zambia, octubre de 2010.

Llama asimismo la atención que el nuevo presidente, Michael Sata, ganara las elecciones el pasado otoño con un discurso antichino y que, precisamente, su granero de votos estuviera en ese cinturón del cobre donde se encuentra buena parte de la inversión china en el país africano. El informe Chinese Investments in Africa: A Labour Perspective, realizado por sindicatos en 10 países africanos, incluido Zambia, llegó también a conclusiones arrolladoras: “tendencias que son comunes en los negocios chinos en África incluyen unas tensas relaciones laborales, actitudes hostiles hacia los sindicatos, violaciones varias de los derechos de los trabajadores, unas pobres condiciones de trabajo y casos de discriminación y de prácticas laborales injustas”. ¿Ecos de un colonialismo con características chinas?

Lo hemos visto en otros lugares: en Perú, en Birmania, en la República Democrática del Congo, en Mozambique... Conflictos laborales a largo plazo, la forma despótica en que las empresas estatales chinas administran su posición de fuerza y un desprecio habitual por los individuos: todo ello explica que nada erosione más la imagen de China en el exterior que sus formas y lógica laborales. Si hay imperio de la ley, sociedad civil e instituciones fuertes, China respeta la legalidad; si no hay todos esos contrapesos, como ocurre en tantos países del mundo en desarrollo, ocurre exactamente lo que se denuncia en el informe de HRW.

Finalmente, al aproximarnos a cómo China aborda la cuestión laboral a nivel doméstico, quizá sea conveniente saber que Pekín no fijó un salario mínimo hasta el año 2004. También vemos que mientras la curva del PIB de los 30 últimos años ha crecido exponencialmente, la curva de salarios se ha mantenido prácticamente plana, con la excepción de varias subidas desde 2008 para aliviar las tensiones sociales que provocan las desigualdades. ¿La brecha entre una curva y la otra no es lo que los economistas llaman “explotación laboral”? Aunque, realmente, no hace falta ponerse tan teórico: no hay más que ver cómo son hoy las condiciones en la fábrica del mundo para entender la sensibilidad laboral del régimen chino.

Por tanto, los profesores de Hong Kong, y tantos otros a los que les salta el automático cuando leen una crítica contra China, pueden ver la cuestión desde distintos ángulos y con todos los matices que quieran, minimizando o incluso ignorando lo obvio. También pueden decir, si quieren, que China es una democracia de referencia y que las condiciones laborales que las mineras estatales chinas ofrecen en sus proyectos en Zambia son un ejemplo para todos. Pero para un periodista digno de tal nombre, más si ha comprobado sobre el terreno y con sus propios ojos lo que acontece, no puede conformarse con poner la linterna debajo del foco. Su obligación es alumbrar los rincones oscuros.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal