Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

Archivo

junio 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
            1
2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22
23 24 25 26 27 28 29
30            

Perros del imperialismo

Por: | 23 de febrero de 2012

La primera vez que puse el pie en Hong Kong fue en 2003, apenas seis años después de que China recuperara la soberanía sobre la ex colonia británica. Por entonces, en las calles se oían, sobre todo, dos lenguas: cantonés e inglés. Ahora, en la ciudad donde hoy resido, el mandarín ha irrumpido en los últimos años con fuerza, consecuencia de un proceso de reunificación que -al menos jurídica y políticamente- concluirá en 2047, fecha en la que vencen los 50 años de autonomía bajo el lema un país, dos sistemas que pactaron en su día Deng Xiaoping y Margaret Thatcher.

Deng y thatcher
Septiembre de 1982.

Los casi 15 años transcurridos desde que volviera a ondear la bandera roja en la ex colonia no han supuesto el Apocalipsis que muchos preveían. Hong Kong sigue siendo una vibrante plaza financiera y comercial, un crisol de culturas y un lugar jurídicamente seguro. Sin embargo, el proceso de integración se intuye ya hoy imparable: en la docilidad con Pekín del Ejecutivo hongkonés, en la cercenada pluralidad y libertad en los medios de comunicación, en las promesas incumplidas de sufragio universal o en una creciente presencia de chinos provenientes de la llamada China comunista, que explica la propagación del mandarín.

Sin embargo, dicha integración entre dos comunidades -la china y la hongkonesa- que son étnicamente iguales no será fácil. Ello es así porque, en cierto modo, sus mundos están en las antípodas filosóficas. No podemos olvidar que gran parte de la población actual de Hong Kong huyó –décadas atrás- de la represión y pobreza de la China de Mao. Y que la mayoría de ellos se criaron en unos valores democráticos sobre los que no están dispuestos a transigir. A ello hay que añadir una actitud negativa hacia el sistema político de Pekín y, también, hacia ciertos hábitos culturales de sus primos continentales, vistos con irritación en la isla.

Hace días una trifulca grabada en un vagón del metro de Hong Kong certificó la creciente tensión entre unos y otros. Un pasajero hongkonés, que recibió el apoyo solidario de otra viajera, se enzarzó en una discusión subida de tono con una mujer de China continental, a propósito de los ‘noodles’ (fideos chinos) que engullía su hijo mientras el personal iba a trabajar. El metro de Hong Kong, como el de Singapur, es tan clínico que podría practicarse ahí una operación a corazón abierto. No está ahí permitido comer ni beber, y se habla por teléfono móvil con discreción, por aquello de la buena educación colectiva. Nadie discute los usos y costumbres. De ahí la trifulca.

 

El caso corrió como la pólvora y no sólo incendió Internet. Kong Qingdong, un académico de la Universidad de Pekín, cuyo linaje –asegura- le entronca con el mismísimo Confucio, saltó a la yugular de los hongkoneses: “perros del imperialismo” occidental, les llamó. También bastardos y ladrones. Semanas antes, se habían desatado otras polémicas. Desde manifestaciones para protestar por la inminente autorización a que los vehículos de Cantón puedan cruzar a Hong Kong, lo que según los isleños provocará atascos y contaminación y amenazará la seguridad del tráfico, hasta una publicidad insertada en un periódico hongkonés que se refería a los chinos del continente como “langostas”, en alusión a ser una plaga.

Con todo, quizá el asunto que más alarma provoca entre los residentes de la ex colonia es la llegada masiva de mujeres chinas para dar a luz en Hong Kong, para con ello beneficiarse del sistema sanitario local, conseguir la residencia o la nacionalidad, o saltarse la política de un solo hijo, entre otras razones. El año pasado en torno a 40.000 mujeres chinas dieron a luz en Hong Kong, lo que supone casi la mitad de los nacimientos anuales, lo que ha puesto en pie de guerra a la población local. Pese a que Hong Kong se ha enriquecido gracias a su vecindad con China –así ha sido históricamente, así sigue siendo en la actualidad-, únicamente el 17 por ciento de los hongkoneses se sienten chinos, según un reciente estudio de una universidad local.

Periodico HK
Publicidad en un periódico de Hong Kong en el que se acusa a los chinos de ser una plaga.

Viene esto a colación de lo siguiente: si este rechazo acontece en un lugar –Hong Kong- donde conocen a los chinos tan bien, imagínense a lo que se enfrentan éstos cuando deciden emigrar a lugares inhóspitos por medio mundo. A lugares donde son completos desconocidos, donde su cultura es casi antagónica, donde desbancan a sus competidores locales y son vistos como una amenaza. Pudimos comprobarlo a lo largo y ancho de nuestra investigación por 25 países: la comunidad china, que ante todo es sacrificada, silenciosa y mejor pagadora, sufre sin embargo el rechazo, la inseguridad y la xenofobia. Una indudable injusticia, sobre todo cuando la sufre ese ejército de pequeños emprendedores o emigrantes que prosperan compitiendo en buena lid.

Ahora bien, otras veces la animadversión se explica por la indiferencia y el desprecio que la China oficial (empresas estatales y la diplomacia) demuestra por las poblaciones locales. Por ejemplo, al imponer sus bajos estándares laborales, sociales o medioambientales, o cuando administran su poder de forma innecesariamente despótica. Cuando optan por implicarse de forma opaca únicamente con las élites y no con la población local, o cuando se enrocan en una situación de conflicto a largo plazo sin apenas inmutarse. Entonces estallan los problemas y el resentimiento.

En este sentido, resulta inaudita la escasa habilidad del país asiático para gestionar su imagen. Ciertamente, Pekín ganaría muchos adeptos si prestara un poco más de atención a las relaciones públicas, si apostara por la intangibilidad del poder blando, si no desaprovechara -incomprensiblemente- la oportunidad de explicar urbi et orbi todo lo bueno que está haciendo en el mundo en desarrollo.

Ese ejercicio de transparencia, que se intuye de obligada observancia para un país que aspira a ser una potencia del siglo XXI, chocaría de plano sin embargo con la propia naturaleza del régimen. Pero si China quiere ser aceptada, el músculo no basta; también hay que tener corazón.

El chino como objeto de deseo

Por: | 03 de febrero de 2012

El secuestro esta semana de medio centenar de trabajadores chinos en África ha puesto en alerta a Pekín. En dos incidentes de distinta gravedad en Egipto y Sudán, ingenieros, operarios y peones chinos han sido raptados por rebeldes para ser utilizados como moneda de cambio para sus reivindicaciones políticas.

 

Sudan trabajadores obra 

                                                        Obreros en Jartum, capital de Sudán del Norte - Foto de Luís de las Alas

 

El menos grave se produjo en el inflamado Egipto, donde la violencia no sólo se extiende por los campos de fútbol, sino también en la Península del Sinaí y El Cairo. Veinticinco trabajadores chinos de una fábrica de cemento fueron retenidos el martes durante más de 15 horas por beduinos armados que reclaman a la autoridad egipcia la liberación de varios de los suyos. El incidente fue solventado rápidamente y sin incidentes, pero refleja el empeoramiento de la seguridad para los chinos en el Egipto revolucionario. “En este marco general de inseguridad, los chinos nos llevamos la peor parte. Gente que lleva viviendo años en El Cairo [como las trabajadoreas de la foto] y jamás había sido atracada, ha sufrido varios ataques en apenas unos meses”, me explicaba un amigo chino residente en la ciudad.

 

Egipto                           Comerciantes chinas que venden sus productos por las calles de El Cairo - Luis de las Alas

 

El segundo caso se produjo el pasado fin de semana (28 de enero) y está aún sin resolver. Un grupo rebelde fiel al Gobierno de Sudán del Sur (el MPLS-N, para más señas) atacó un campamento de la empresa constructora estatal china Sinohydro en Korofán del Sur y trató de secuestrar a 47 trabajadores chinos, aunque sólo logró retener a 29. Los estrechos lazos de China con la dictadura de Sudán del Norte, que controla militarmente esta región rica en petróleo pero muy insegura, y el envío de una delegación por parte de Pekín no han servido por el momento para que los obreros que construían una carretera en la región fueran liberados.

Desgraciadamente, parece que el secuestro de los peones chinos –cuyo trabajo en el África más peligrosa y asilada es simplemente heroico- está siendo utilizado para reprender a Pekín por su disposición a financiar y construir una carretera de 63 millones de dólares cuyo objetivo sería permitir el transporte de las tropas norteñas de Omar al Bashir a la región.

Lo preocupante de la situación para Pekín es que el país tiene 5.5 millones de obreros desplegados por todo el planeta, buena parte de ellos en lugares peligrosos como Angola, República Democrática del Congo o el propio Sudán, donde construyen de todo, desde oleoductos a presas o refinerías. Pero este tipo de incidentes no parece ser exclusivo de los países más conflictivos de África. También en Mozambique, un país relativamente estable, los comerciantes chinos como los de la fotografía son víctima de los ataques, según nos explicaron en nuestro viaje al país hace algo más de un año.

 

Mozambique                                                 Propietarios chinos de un colmado en Maputo, Mozambique - Luis de las Alas

Incluso en Venezuela, país al que China ha prestado más de 32.000 millones de dólares, la violencia y el crimen organizado se ha cebado con la próspera comunidad china. En un marco de inseguridad total y absoluta en el que los crímenes se han multiplicado por cuatro en el país tras la llegada de Chávez en 1998 (123.091 homicidios en 12 años, el 81 % impunes, récord histórico de violencia en 2011), los chinos residentes en el país están siendo uno de los objetivos predilectos del hampa. Son el nuevo objeto de deseo: ricos, débiles y de un valor geopolítico suficiente como para obtener contrapartidas de los gobiernos locales.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal