Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

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China en YPF

Por: | 17 de abril de 2012

Esta tarde llevaba un buen rato preguntándome, como se hacen desde algunos medios argentinos, de dónde saldrá no sólo el dinero que pagará la nacionalización de YPF, sino sobre todo de dónde sacarán los miles de millones de euros en inversión (supuestamente, 25.000 millones) que son imprescindibles para que la petrolera -que en breve pasará a control del Gobierno argentino- pueda aumentar la producción de petróleo y gas. En las arcas del Estado argentino abundan las telarañas, dicho sea de paso.

El nombre de China se me ha pasado inmediatamente por la cabeza, porque claro, en los tiempos que corren, cuando de necesidades de financiación se trata el nuevo banquero del mundo está siempre presto al quite. Sobre todo, como es el caso, cuando tiene a tiro adquirir activos petroleros, los cuales son de importancia estratégica para Pekín. Además, el interés chino por la petrolera española no es nuevo y, de hecho, ya le compró en 2010 un 40 por ciento de su negocio en Brasil.

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Ha sido entonces cuando la revista económica Caixin ha publicado en su edición digital que Repsol estaría negociando la venta de su 57 por ciento en YPF a la petrolera china Sinopec, por 15.000 millones de dólares. La noticia alude a fuentes de la propia petrolera china, lo que tiene un indudable valor teniendo en cuenta que Caixin es uno de los escasísimos medios de comunicación chinos que ha demostrado una y otra vez su solvencia periodística, atrevimiento y cierta independencia. La operación no es en absoluto descabellada.

Se trataría de una salida airosa -al menos económicamente- para Repsol, mientras que a China le permitiría adquirir unos valiosísimos activos que encajarían cabalmente en su estrategia nacional, al tiempo que sus inacabables recursos financieros servirían para afrontar las inversiones millonarias que exige el Gobierno de Cristina Fernández. Si la operación no fructifica, alternativamente los chinos podrían entrar en un acuerdo a posteriori con el Gobierno argentino (a saber con qué formato), porque los chinos parece que son los únicos que tienen la financiación que se requiere y el estómago para invertir en un país con tanto riesgo como Argentina.

Los chinos son maestros en el arte de pescar en río revuelto. Fuimos testigo de ello durante la investigación de nuestro libro La Silenciosa Conquista China, principalmente en Venezuela e Irán, segunda y tercera potencia petrolera del mundo en términos de reservas y producción. En lo político, les dan cobertura hasta el límite de la cólera estadounidense, por ejemplo dando una de cal y dos de arena en Naciones Unidas a propósito de las sanciones contra el régimen de Ahmadineyad, o haciéndole el juego a Hugo Chávez. Como nos dijo Héctor Ciavaldini, ex presidente de la petrolera venezolana PDVSA, “a los chinos tú les dices que eres fascista-leninista, y te lo compran a su favor”.

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Realmente, China es demasiado avispada y lúcida como para involucrarse en la cruzada contra el Imperio –haciendo uso de la retórica chavista- que le proponen los Chávez, Evo Morales, Correa, Castro y compañía. Tampoco participaría –se supone- en la deriva populista de la señora Fernández de Kirchner. Pero lo que sí hace es aprovechar las turbulencias para conseguir sus objetivos comerciales y estratégicos, de ahí que es perfectamente factible que la expropiación de YPF haya levantado las orejas a más de uno en Pekín. Así se escribe la historia de la expansión china del mundo: con inteligencia y cálculo, pero también de forma camaleónica y sin escrúpulos.

Lo que, indudablemente, tiene su mérito, porque es capaz de implicarse en proyectos a largo plazo y muchísimo riesgo en países en los que casi nadie en su sano juicio se atrevería a invertir ni un duro. Quizá el mejor ejemplo es su inversión de ‘minerales por infraestructuras’ por valor de 6.000 millones de dólares en la República Democrática del Congo, uno de los países más problemáticos y jurídicamente inseguros del mundo. O en la propia Argentina, donde una empresa estatal china va a desembolsar –pese a su riesgo-país- 1.400 millones de dólares en la provincia de Río Negro para habilitar 320.000 hectáreas de tierra yerma al objeto de fertilizarlas y exportar la producción a China. Todo ello impulsado por otra necesidad estratégica del gigante: su seguridad alimentaria.

Si China se mete en un proyecto así, con la inseguridad jurídica de Argentina, sus históricos cuellos de botella logísticos y un sector agrario conflictivo y politizado, ¿cómo no va a meterse en una operación que le permita entrar en el pastel de YPF?

La larga memoria de China

Por: | 10 de abril de 2012

Analistas extranjeros y chinos suelen coincidir en una premisa que, como periodista residente en Pekín desde 2007, he podido comprobar en numerosas ocasiones: China tiene una larga memoria y jamás olvida quiénes son sus enemigos y sus aliados. El tema ha vuelto a aparecer hoy en Pekín, durante una entrevista con Yang Zhimin, uno de los investigadores principales del Instituto de América Latina de la Academia China de Ciencias Sociales.

Conversábamos sobre México, un país que los últimos años ha tratado de estrechar lazos con China, pese que a nivel comercial no le puede ir peor con el gigante: China es su segundo mayor socio, después de Estados Unidos, pero el ratio de déficit comercial es de 1 a 9 a favor de Pekín (52.000 millones de dólares de importaciones chinas, 6.000 de exportaciones mexicanas) y la inversión acumulada (apenas 200 millones de dólares) revela el poco apetito del gigante por lugares donde hay mucha competencia internacional en la extracción de recursos.

En un momento de la conversación, Yang –vestido con la clásica chaqueta sport y corte de pelo del Partido- ha lanzado una advertencia al próximo presidente de México, que será elegido en julio. “Que no se reúna con el Dalái Lama, como hizo Felipe Calderón, lo que provocó que 2011 fuera el peor año de los 40 años de relaciones bilaterales”.

 

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Calderón se entrevistó en septiembre de 2011 con el Dalái Lama y, lejos de ser el primero en verse con el líder espiritual budista (“separatista que quiere dividir el país”, según la definición de Yang), se sumó a una larga lista de dignatarios, desde Barack Obama a Nicolás Sarkozy o Angela Merkel. Pero China no perdona, porque “tiene una larga memoria”.

Le he preguntado, entonces, si China recuerda también que su país tiene como principio la “no intervención en los asuntos internos de otro países” (lo que incluye no presionar para determinar la agenda personal de un presidente extranjero). O si Pekín recordaba que –como me explicó el ex canciller costarricense Bruno Stagno- gracias a la mediación de México el gigante asiático logró en 2007 uno de los mayores hitos diplomáticos recientes: establecer lazos con Costa Rica y romper la hegemonía taiwanesa en América Central. “China donó cinco millones de dólares a México para mitigar los efectos del virus H1N1”, ha contestado, con sonrisa maliciosa de quien jamás olvida lo que otros le deben.

Los que investigamos en China sabemos que es totalmente común este tipo de actitudes, en las que un analista, un académico supuestamente neutral o un simple ciudadano repite a pie juntillas las consignas del Partido. En ocasiones, sus argumentos sobrepasan lo ridículo, como cuando en una entrevista en 2008 un profesor de la Universidad de Pekín me aseguró que la contaminación de Pekín se debía exclusivamente al humo provocado por los vendedores callejeros de brochetas.

 

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La censura y el temor a decir la verdad son elementos comunes de las dictaduras. El estadounidense David Remnick lo explica con gran talento en su fascinante “La tumba de Lenin”, crónica de la caída del imperio soviético. Pero comparando mis experiencias y las de algunos colegas con las que relata el Premio Pulitzer en las más de 800 páginas que tiene la obra se percibe que China, pese a su pose de país abierto al mundo, sigue siendo pese a la reforma una nación mucho más secretista que la URSS del glasnost y la perestroika.

Remnick logra colarse en los 80’ en las insalubres minas siberianas de carbón, mantiene relaciones estrechas con militantes opositores como Sajarov o Yuri Afanasiev, entrevista a diputados y miembros del Politburó, y llega incluso a visitar el último campo de concentración soviético (Perm-35). Es decir, logra hacer pese a las dificultades periodismo del bueno. Una misión imposible en China, donde el cordón sanitario de la censura y el silencio sobrepasan el campo político y la propaganda tiene tanto empuje que está presente desde el campesino hasta el burócrata, del estudiante al profesor.

El País

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