Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

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Snowden apuntala la Ciberguerra mundial

Por: | 01 de julio de 2013

 

Las revelaciones del ex agente dinamitan las esperanzas de crear a corto plazo un marco para que China y el resto del planeta actúen en base a reglas en el ciberespacio

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En Hong Kong hay quien piensa que Edward Snowden es un agente secreto de Pekín. Es casi imposible saberlo con los datos que hasta la fecha son de conocimiento público. Si tuviera que apostar, diría que no. Puede que el ‘héroe’ Snowden tenga una agenda oculta y sea en realidad un ‘villano’, pero de lo que no cabe duda es que sus revelaciones –obtenidas por la vía del coraje individual o con ayuda de agentes- tienen una consecuencia a medio plazo que debería preocuparnos a todos: el apuntalamiento de un estado de guerra permanente y descontrolada en el ciberespacio.

Que Estados Unidos espiaba masivamente y lo hacía con los métodos más sofisticados no era un secreto para nadie en el sector de la seguridad en las telecomunicaciones. El ejemplo más claro quizá sea el programa Stuxnet, lanzado en 2010 y cuyo objetivo fue retrasar el programa nuclear iraní por medio de un virus –un simple archivo informático- que desbarató parte del sistema de centrifugado de uranio del complejo nuclear de Natanz. Para lograrlo, probablemente Estados Unidos tuvo primero que entrar en las redes de Siemens, pues era el que vendió el software necesario para la gestión de las centrifugadoras.

Lo que revela sobre todo el ‘caso Snowden’ son dos premisas que antes desconocíamos y que ahora deslegitiman a la Casa Blanca para liderar la lucha contra la anarquía en el ciberespacio. Primero: Estados Unidos no espía sólo con el objeto de garantizar su seguridad nacional (¿qué hay de “estratégico para la seguridad nacional” en las sedes de la UE en Bruselas o Nueva York, o en la Universidad Tsinghua?), y por lo tanto podría haber espiado también con el objetivo de robar secretos industriales o información política. Segundo, el sector “privado” (Microsoft, Facebook, Google, Amazon, Apple) y “público” en Estados Unidos no son completamente independientes el uno del otro, como aseguran, sino que se retroalimentan. No hablamos del mismo nivel que en China, donde los presidentes de las empresas públicas devienen de la noche a la mañana gobernadores provinciales, pero este caso refleja que la Casa Blanca aprovecha el tirón de Silicon Valley para espiar al planeta.
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Lo grave no es que de ello se pueda desprender que Estados Unidos haya podido superar a China como mayor cibercleptocracia mundial (algo todavía por ver), sino que Washington jugara con cartas marcadas en la baraja que quería imponer al resto. Porque Estados Unidos era el único país con la influencia suficiente para lograr que China –además de Rusia, Israel, Francia, entre otros- aceptara el establecimiento de normas consensuadas a nivel mundial para deshacer el actual estado de ciberguerra, en el que cualquiera puede espiar con cualquier objetivo sin consecuencias, puesto que no existe un marco legal internacional que penalice al agresor.

Esos son probablemente los argumentos que los diplomáticos chinos podrán encima de la mesa la próxima vez que la Administración del presidente Barack Obama acuse a Pekín de ser el mayor ciberespía industrial del planeta y se atreva a pedir cambios. Algo que probablemente dejaremos de escuchar en algunos meses (o años).

El País

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