La muerte de siete inmigrantes chinos en el incendio de una fábrica textil en Toscana saca a relucir los riesgos de la ilegalidad y de la cultura del pelotazo dentro de la comunidad
Era la crónica de una tragedia anunciada. El pasado 1 de diciembre ardía en Prato, la capital mundial de la moda rápida ‘Made in Italy by Chinese’, la fábrica Teresa Moda, de propiedad china y erigida en el corazón industrial de esta ciudad toscana situada a una veintena de kilómetros de Florencia. Siete personas morían –todos trabajadores chinos- y otras dos resultaban gravemente heridas por las llamas, probablemente provocadas por un hornillo que servía de cocina improvisada.
La fortuna quiso que un niño de cuatro años que se encontraba en el taller en el momento del incendio lograra escapar con su familia. Y es que, en numerosas ocasiones, la vida en los 2.600 talleres textiles chinos en Prato –que cosen para todas las marcas principales mundiales- es una vida que transcurre íntegramente entre cuatro paredes. Las paredes de la fábrica.
La comunidad china de Prato, que oscila entre los 15.000 residentes legales y otro tanto de indocumentados, ha reproducido en esta ciudad de menos de 200.000 habitantes unas condiciones laborales que el presidente de la Toscana, Enrico Rossi, ha comparado recientemente a las que se vivían en los campos de concentración nazis. “Aquí [en Prato] los trabajadores viven y trabajan en un ambiente que recuerda al de Auschwitz”, ha dicho. Algunos autores como los académicos Antonella Ceccagno y Renzo Rastrello han documentado con rigor las terribles condiciones de vida y trabajo en los talleres de la moda rápida, donde los abusos al trabajador indocumentado son a la vez la norma y, sobre todo, el origen de la riqueza de los veteranos de la comunidad que sacan pecho en sus coches de lujo y hacen gala de su estatus en los restaurantes de referencia. Cuanto más se explota y se ahorra en el aparato productivo, más aumenta la capacidad de ganar cuota de mercado y, por tanto, las posibilidades de lucro.
No se trata únicamente de que padres e hijos indocumentados trabajen, vivan y coman en el mismo espacio vital (la fábrica). O que las condiciones laborales y de higiene sean pésimas, como muestra la foto -tomada de un fotograma de este este vídeo de la Rai- en la que aparece un frigorífico dentro de una fábrica china en Prato que ha sido embadurnado con cola para que las moscas queden atrapadas con el objetivo de ahorrar tiempo en la limpieza.
El incendio de la fábrica Teresa Moda no es un incidente. Es un crimen. Un crimen que se ha cometido al calor de la inmigración ilegal, la explotación laboral, la evasión fiscal (hasta 1.400 millones de euros anuales, sólo en Prato, según las autoridades), el blanqueo de dinero y el contrabando. Un crimen que, como documentamos en el recién publicado El Imperio Invisible, se lleva a cabo de forma organizada, masiva, consciente y de forma transnacional por parte de algunos individuos y familias (repito: algunos, no todos) dentro de la comunidad.
Italia, España y Francia son los países que salen peor parados. Quizá porque, en el caso de los dos primeros, el PIB sumergido es en torno al 20 por ciento ello ha servido de terreno abonado para el delito económico masivo. Nuestras miserias, sin embargo, no justifican la lógica económica cortoplacista que impera en algunos sectores del colectivo chino.