Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

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Tiananmen nunca existió

Por: | 29 de mayo de 2014

Siempre me he preguntado para qué sirve Casa Asia y en qué se gastan el dinero del contribuyente. Así que me he ido a su página web para averiguarlo. Dice textualmente: “Casa Asia se creó con la voluntad de fortalecer el conocimiento y el diálogo sobre Asia en España, a través del análisis y la discusión de temas cívicos, políticos, sociales, culturales, económicos y ambientales, dando apoyo a actividades y proyectos que contribuyeran a un mejor conocimiento entre las sociedades asiáticas y la española, así como promover el desarrollo de las relaciones entre las mismas”.

Y continúa: “Se trata, pues, de construir entre todos los agentes interesados en Asia y el Pacífico, un proyecto basado en la colaboración, con vocación de servicio y la aspiración de ser un referente del conocimiento sobre esta parte del mundo. Con este objetivo se fundó Casa Asia en 2001 (…)”. Es lógico pensar, por tanto, que por ser la segunda potencia económica y el país más poblado del mundo, China es uno de los países regionales que mayor interés despierta entre quienes creen que Casa Asia es un referente intelectual.

En base a ello deduje que tendría prevista alguna conferencia o actividad en torno al 25 aniversario de Tiananmen, que ahora se cumple.

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Pekín, junio de 1989.

Deducción errónea. Casa Asia no tiene prevista ninguna actividad sobre –acaso– el más importante acontecimiento histórico acontecido en China desde la muerte de Mao. Lo que no está nada mal para quienes aspiran a ser “un referente del conocimiento sobre esta parte del mundo”, (incluida China, se entiende).

Cómo lo justifican es aún peor: “No podemos tomar partido”, apuntan desde Casa Asia. ¡Tomar partido, nada menos! Precisamente, ninguneando el aniversario y contribuyendo a la amnesia colectiva están tomando partido por el mismo régimen que, en vísperas del aniversario, ha intensificado la represión con una oleada de detenciones e interrogatorios: desde familiares de los fallecidos y activistas a académicos, periodistas e intelectuales.

“La respuesta de las autoridades chinas al 25 aniversario ha sido más dura que en años anteriores, pues insisten en tratar de borrar de la memoria lo sucedido el 4 de junio”, dijo ayer Amnistía Internacional. Hasta la habitualmente timorata Unión Europea hizo ayer una condena oficial. Pero mientras en medio mundo se recuerda cada año el trágico aniversario, en España contribuimos al apagón, con Casa Asia a la cabeza.

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Conmemoración en Hong Kong.

Puede que ésta sea un consorcio público “formado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación a través de su Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), la Generalitat de Cataluña y los Ayuntamiento de Barcelona y Madrid”, según se lee en la anteriormente citada web. Y puede que colaboren estrechamente con distintas embajadas, entre ellas la china. ¿Pero a quién se debe Casa Asia? ¿Está entre sus objetivos omitir todo aquello que irrita al gobierno chino?

La omisión de cualquier referencia al aniversario de Tiananmen no es un descuido patoso. Una búsqueda por palabras en su web da buena cuenta de cómo ha abordado los asuntos chinos políticamente sensibles en el pasado. Con cuatro palabras clave –“China”, “derechos humanos”, “Tiananmen” y “Tíbet”– busco qué actividades vinculadas a esos temas han organizado o promocionado. De los 154 resultados obtenidos, sólo una conferencia abordó los derechos humanos, pero fue en la Universidad Autónoma de Madrid y el ponente era un académico chino.

De las tres que abordaron la cuestión política en el Tíbet, sólo una se hizo en Casa Asia y sus ponentes dieron al acto un barniz de pluralidad y objetividad prodigiosas: todos eran funcionarios chinos del Tíbet o de la embajada china en Madrid. La más reciente de las conferencias es de 2008. Y respecto a las 150 actividades restantes, lo habitual: la magia del mandarín, la poesía china, el arte contemporáneo, las concubinas, la música tradicional china y un sinfín de charlas sobre la economía china y sus fabulosas oportunidades. Instituto Confucio en estado puro.

Al comprobar la bravura y arrojo casi suicida de Casa Asia para divulgar –desde 2001– la auténtica realidad de China, recordé a Ding Zilin, la promotora y portavoz de las ‘Madres de Tiananmen’ que, a sus 77 años, ha sido confinada una vez más a arresto domiciliario. La entrevista que le hice en la primavera de 2004 marcó mi llegada a China. En su domicilio, delante de una taza de té y junto a las cenizas de su hijo muerto, contó con todo detalle lo acontecido aquel 4 de junio trágico en el que su hijo adolescente murió en un callejón próximo a Tiananmen por las balas del Ejército chino. Mientras lo contaba, las lágrimas rodaban por sus mejillas.

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Ding Zilin junto a un retrato de su hijo.


Para Casa Asia, Tiananmen no existió. Tampoco para nuestra diplomacia, para nuestros gobernantes, para no pocos académicos y periodistas. Son los mismos que abogan por el fin del embargo de armas y los que se congratulan de que China nos considere su mejor amigo dentro de la UE. Los que se ponen de perfil con respecto a los derechos humanos en China o la represión en el Tíbet. Los que ceden a las presiones del gobierno chino y liquidan de un plumazo la justicia universal para desactivar con ello los dos querellas contra los líderes chinos en la Audiencia Nacional.

No somos el único país que actúa así con China, sobre todo ahora que es percibida como una potencia económica. Pero eso no es consuelo. Tenemos mucho de lo que avergonzarnos.

China, la ganadora de la globalización

Por: | 05 de mayo de 2014

Un informe del Banco Mundial asegura que China se convertirá en la primera potencia económica mundial antes de que acabe este año. Ya que hablamos del país más poblado del mundo, la noticia no sería tan extraordinaria si no fuera porque, hace menos de 40 años, China estaba metida de lleno en la locura de la Revolución Cultural y el maoísmo aún daba sus últimos coletazos. En cierto modo, el hito hay que relativizarlo, porque en PIB per cápita China sigue lejos de los países más prósperos; pero confirma la evidencia de que China es la gran ganadora de la globalización.

Una cifra arrolladora da buena cuenta de ello. El comercio de China con el resto de mundo se ha multiplicado por siete en los 12 años que siguieron a la entrada del gigante asiático en la Organización Mundial del Comercio (OMC): de 500.000 millones de dólares en 2001 a 3,87 billones en 2012. La adhesión de China a la OMC le permitió adquirir el estatus de ‘nación más favorecida’ que, en combinación con la ventaja comparativa de su mano de obra barata, tuvo máximo efecto. China se convirtió en la fábrica del mundo y muchas multinacionales optaron por deslocalizar parte de su producción.

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China se adhirió a la OMC a finales de 2001.

Pertenecer al club comercial obligó al país asiático a una profunda cirugía. Unas 2.300 leyes nacionales y 190.000 normativas locales fueron reformadas, poniendo con ello los cimientos de una economía más o menos próxima a una de mercado. Todo ello sirvió para atraer grandes inversiones foráneas y, con éstas, las multinacionales aportaron su tecnología. Un factor clave, porque permitió a China aprender y empezar a cambiar la estructura de su comercio, que ahora tiene un componente tecnológico mayor. Con todo, es justo admitir que el país asiático ha pagado un alto precio con la adopción de este modelo, sobre todo en términos medioambientales o en cuanto a las desigualdades de riqueza.

La paradójica consecuencia de todo ello es que las empresas occidentales han tenido un acceso al mercado chino menor del que preveían durante los 15 años que duraron las negociaciones con Pekín. Sí, se han reducido los aranceles y eliminado todas las barreras cuantificables, pero permanecen las no arancelarias. Por tanto, mientras las empresas chinas tienen libre y expedito su acceso a los mercados occidentales, para las empresas extranjeras el chino es un mercado minado de obstáculos. No sólo hay sectores completamente cerrados a la inversión extranjera y otros protegidos, sino que algunos de los que están teóricamente abiertos, en la práctica las barreras son casi insalvables.

La falta de reciprocidad no es la única asimetría. Cuando China entró en la OMC, Pekín fusionó empresas estatales para convertirlas en gigantes nacionales y les concedió el monopolio en los sectores estratégicos. Desde una lógica defensiva, parecía lo prudente teniendo en cuenta que en aquellos años China no tenía grandes empresas que pudieran hacer frente a una competencia extranjera mucho más sólida. Gracias a ello, las empresas estatales chinas han sido las que mejor han capitalizado la entrada en la OMC. Ahora, esas mismas empresas estatales tienen vía libre para competir en los mercados mundiales con las armas de su capitalismo de Estado.

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¿Competencia desleal china?/ The Economist.

El régimen de monopolio en China, los subsidios encubiertos y la financiación preferencial sirven decisivamente a esas empresas estatales chinas para competir deslealmente en otros mercados. No obstante, en medio de una alarmante falta de liderazgo en Occidente, los gobiernos occidentales no parece que estén priorizando esta cuestión más allá de los esfuerzos de Estados Unidos por llevar a buen puerto sendos acuerdos de comercio e inversiones con la UE y en la región del Pacífico.

En general, la prioridad ahora para los gobiernos occidentales es la recuperación económica. Y en ese propósito China tiene reservado, con sus inversiones que crean empleo a corto plazo, un papel fundamental. En el actual contexto, por tanto, la triste conclusión es que no se intuye que nuestros gobiernos vayan a tener la fuerza ni la influencia necesarias para exigir a China a que cumpla las reglas del juego.

El País

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