Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

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Un zambullido en la vida de los chinos en nuestro país

Por: | 20 de abril de 2013

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A finales de 2012 se publicó en España el primer libro que documenta, con un ángulo diáfano, la vida de la comunidad china en nuestro país: "¿Adónde van los chinos cuando mueren? Vida y negocios de la comunidad china en España" Lo ha escrito Ángel Villarino, corresponsal en Asia del diario mexicano Reforma y de La Razón, y le ha dedicado casi dos años de trabajo.

En sus diez capítulos, el libro trata de diseccionar los intríngulis del quehacer cotidiano de los 200.000 inmigrantes chinos que viven legalmente en España. Y también de los que residen ilegalmente. Para ello, Villarino ha hecho viajes por nuestra geografía y por China, sobre todo en el este del gigante, según me explicó en una entrevista en la que confesó que “el principal desafío ha sido la reticencia a hablar por parte de la comunidad china, sobre todo en Madrid (en Barcelona fue algo más sencillo)”. Nada exclusivo de los chinos, en su opinión. “Por otra parte, después de 10 años trabajando en el extranjero me ha sorprendido muy negativamente la opacidad que hay en España respecto a cifras, datos oficiales, acceso a funcionarios, etcétera. Países como México están más avanzados que España en este sentido”.

Los diez capítulos del libro avanzan sobre las cuestiones principales de la comunidad, desde el conocido método de inmigración clandestina por medio de las cabezas de serpiente, hasta cómo piensan los chinos de segunda o tercera generación que, según Villarino, demuestran menos voluntad de trabajo y sacrificio que sus padres. Y quizá ahí resida la clave de una integración total con nuestra sociedad: el fin de considerar España o Europa como un lugar donde el único objetivo es prosperar económicamente y, en ocasiones, a cualquier precio.

La obra fue escrita antes de que la Operación Emperador saltara a las portadas de los periódicos. Villarino trabajó a posteriori en una actualización que el lector agradecerá, porque de otra forma algunos de los entrevistados por el periodista español, como Gao Ping o el policía Miguel Ángel Gómez, imputados en la trama, habrían aparecido con un ángulo equivocado.

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El libro, basado en más de 300 entrevistas, no pretende ser una obra de periodismo de investigación sobre cómo prosperan realmente los chinos. No hay que buscar en ella una inmersión al estilo Gomorra. El suyo es más bien un relato pintoresco y poliédrico, cercano a veces a la antropología, como cuando cuenta la importancia de las bodas chinas en el entramado financiero-institucional, o cuando relata a través de los recién llegados el infortunio de vender cervezas en la Gran Vía de Madrid mientras se soportan insultos y xenofobia.

Ello no implica que Villarino no aborde durante un capítulo entero (“Importo cien mil bragas cada semana”, personalmente creo que el mejor) la cuestión de la ilegalidad e irregularidad que tiñe de forma frecuente los negocios chinos en nuestro país. Inspirado en obras similares publicadas en Italia (“Chi ha paura dei cinesi?”, 2008; “I Cinesi non muoiono mai. Lavorano, guadagnano, cambiano l’Italia”, 2008), Villarino se adentra en los puertos de la Comunidad Valenciana, donde explica de forma clara los múltiples sistemas que los importadores chinos –claves en el entramado de los bazares, pero también en el suministro de las grandes superficies- zigzaguean por las regulaciones españolas y europeas para evadir impuestos. No sin la “ayuda” de los agentes que despachan la mercancía, como explica en la entrevista para este blog.

“Los importadores chinos, seguramente no todos pero sí muchos, han hecho muchas trampas, a menudo asesorados por agentes españoles. Sucede además que importadores que en principio eran honestos se vieron obligados a hacer trampas también para poder competir con los que no lo estaban siendo. El problema, creo, no es sólo de la comunidad china, sino de unas autoridades que han estado permitiendo, por falta de controles, por corrupción o por lo que sea, que se introduzcan toneladas y toneladas de mercancía mal tasada. Existía, y esto me consta, una sensación de impunidad a la que los chinos reaccionaban como reaccionarían muchos españoles (recordemos que España tiene una de las economías sumergidas más voluminosas de la OCDE). ‘Si no nos van a hacer nada, si no hay peligro, ¿por qué pagar más?’. Creo que la mentalidad china a la hora de hacer negocios ha engranado perfectamente en España, un país con una economía sumergida gigantesca y con normas sociales y económicas "flexibles", por decirlo con un eufemismo”.

China tiene que reinventarse en África

Por: | 01 de abril de 2013

 

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 Xi Jinping a su llegada a Tanzania, un histórico aliado de Pekín

La reciente visita del nuevo presidente chino a África, el segundo destino elegido por Xi Jinping tras Rusia, refleja bien las prioridades de la nueva administración china: socios no alineados con Occidente, potencias en emergencia (o re-emergencia, en el caso ruso) y ricos en recursos naturales.

En África, la nota dominante de los discursos de Xi Jinping ha sido enfatizar, como ya hicieron sus antecesores, la “dignidad” del pueblo africano, la “independencia” de sus naciones y el compromiso de Pekín con el continente. Sus interlocutores han sido, como es habitual, jefes de Estado y primeros ministro, además de empresarios locales y chinos.

Quizá su mayor capacidad de comunicación no verbal respecto a Hu Jintao, además de la elegancia de su esposa, Peng Liyuan, cuya campaña de relaciones públicas se ha visto empañada por las fotos que revelan su pasado como cantante de las tropas que masacraron a la población en la Plaza de Tiananmen en 1989, hayan dado un cierto aire de renovación a la imagen de China en el continente. Pero los problemas persisten y nada en los discursos de Xi permiten pensar que van a cambiar. 

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Injerencia en asuntos internos

Por: | 30 de noviembre de 2012

Una delegación de altos diplomáticos chinos ha estado esta semana en España comprobando ‘in situ’ el estado de cosas después del mayor golpe policial contra la mafia china realizado en nuestro país. Los representantes de Pekín justificaron su viaje por la necesidad de “conocer de primera mano” el asunto y para “tener pruebas para convencer a los chinos que viven en China de que en España no existe sinofobia”.

Gao ping

Compruebo atónito que dicho viaje, y sobre todo el hecho de que los diplomáticos chinos fueran recibidos por altos cargos de Interior y Exteriores españoles, no haya levantado la más mínima polvareda. Como si los camaradas comunistas hubieran ido a España a tomar café.

La cuestión es estética y de fondo. ¿Qué hace el Gobierno español reuniéndose con el régimen chino a propósito de una investigación policial y judicial en curso en nuestro país? ¿Qué lleva al Ejecutivo español a tener que dar explicaciones a un gobierno extranjero a propósito de un caso que está en sede judicial? ¿Qué clase de pleitesía es esa? Que el régimen chino esté acostumbrado a trastear con sus jueces no significa que España deba prestarse a ese juego.

Mafia china

Porque claro, no estamos hablando de un caso de discriminación, o de una cuestión de Estado, o de una causa humanitaria. Estamos ante uno de los mayores golpes dados nunca en Europa contra la mafia china, lo que supuso prisión preventiva para varias decenas de ciudadanos chinos. Un golpe contra supuestos delincuentes acusados de blanqueo de capitales, falsificación documental, fraude masivo a Hacienda, explotación de trabajadores y otros delitos. Por tanto, ante la delincuencia organizada no debe haber más diálogo que la ley.

Y, realmente, el Gobierno español debería explicar de qué se habló en esas reuniones con sus amigos comunistas. ¿Qué clase de información se les dio a los chinos? ¿Se negoció alguna cosa? ¿Hubo presiones en algún sentido? ¿Qué tipo de explicaciones pidieron? ¿Se vieron con alguien del poder judicial?

Aparte de lo anterior, además está la actuación de Pekín. Sorprende, a bote pronto, semejante movilización; ya querrían ver tanta sensibilidad gubernamental muchos residentes de la propia China, empezando por los millones de peticionarios chinos que llevan años pidiendo justicia –sin éxito– por los atropellos de distinta índole sufridos durante los 30 años del mal llamado ‘milagro chino’.

Pero sobre todo, lo verdaderamente sorprendente es ver cómo en este caso la dictadura china no haya aludido a la “injerencia en los asuntos internos de terceros países”, uno de los bastiones que guían la política exterior del gigante asiático. Ya presionaron en su día a Madrid a propósito de la causa tibetana abierta en la Audiencia Nacional, una coerción no sabemos si amistosa u hostil pero, en cualquier caso, una intrusión en toda regla.

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Ahora, la visita de la misión diplomática china a nuestro país es exactamente eso, una intrusión en los asuntos internos de España. Un país serio con políticos y diplomáticos de altura habría sacado a la palestra ese argumento para frenar en seco la intromisión china. Pero, claro, llevamos toda una vida siendo “los mejores amigos de China en la UE”, y así nos luce el pelo. De hecho, nada simboliza mejor la naturaleza de nuestra relación con el país asiático que el hecho de que nuestra diplomacia aluda siempre a esa frase pomposa, vertida por un alto político de Pekín.

Nuestros políticos en Madrid y –sobre todo– nuestros diplomáticos en Pekín, que abogan desde hace años por complacer a la mayor dictadura del planeta, deberían saber a estas alturas que dicha estrategia no nos ha reportado ningún beneficio. Deberían haber aprendido ya, de hecho, que el régimen chino sólo respeta a los países que se mantienen firmes en sus principios. De haber sido así, no habrían osado traspasar los límites de lo institucionalmente inaceptable.

China, cada vez más democrática

Por: | 05 de septiembre de 2012

Escribo desde un avión que me saca de Oslo, donde llevamos varios días abordando la fascinante tormenta política que se desató hace dos años y medio, y que aún continúa, entre China y Noruega. El episodio que provocó la polémica fue la concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo, quien cumple condena de 11 años en una cárcel de Liaoning por un delito de opinión.

Para Pekín, que una institución como la del Nobel, que a lo largo de más de un siglo ha concedido el mismo galardón a personalidades tan relevantes mundialmente como Martin Luther King, Nelson Mandela, Andréi Sájarov, Carl von Ossietzky o el propio Dalai Lama, entre muchos otros, resultó una “intromisión inadmisible en sus asuntos internos”. Así que lleva dos años y medio castigando a Noruega en todos sus flancos, sobre todo en el político y diplomático.

Como decía, después de varios días en la capital noruega entrevistando a unos y a otros, metido de lleno en el debate de los principios versus los intereses económicos, leo en el mencionado avión una noticia estremecedora en un periódico estadounidense. Una noticia que describe el destino trágico de Li Wangyang, otro disidente chino que murió el pasado 6 de junio en un hospital de Hunan.

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Li Wangyang y su hermana.

Li Wangyang pasó 21 años en la cárcel por su participación en las protestas estudiantiles en la plaza de Tiananmen, en la primavera de 1989, siendo uno de los manifestantes que más tiempo tiempo cumplió entre rejas. Su tiempo en la cárcel fue un infierno: pasó buena parte de esas más de dos décadas en confinamiento solitario, y fue torturado de tal forma que cuando salió de prisión, en mayo de 2011, su salud era extremadamente precaria y se había quedado casi ciego y sordo.

Su determinación por seguir luchando por la democratización de China le llevó a conceder, días antes del 23 aniversario de la masacre estudiantil, una entrevista a una televisión de Hong Kong. Dijo que seguiría su cruzada por la democracia “incluso si me cortan la cabeza”. Días después fue encontrado muerto, colgado de los barrotes de la ventana de su habitación.

Las autoridades se apresuraron a asegurar que había sido un suicidio. Sin embargo la versión oficial tenía un boquete: los pies del cadáver colgado tocaban el suelo. ¿Cómo pudo suicidarse Li un año después de recobrar la libertad y no haberlo hecho durante los 21 años que estuvo encerrado? ¿Cómo pudo una persona ciega hacerse semejante nudo alrededor de su cuello? Además, jamás mencionó a su familia que el suicidio le rondara por la cabeza.

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¿Fue realmente un suicidio?

Aunque el cadáver fue inmediatamente incinerado, familiares y amigos de Li pudieron hacer fotos de la escena del suicidio (o del crimen) que circularon poco después por Internet y desataron una oleada de protestas en Hong Kong. La hermana, cuñado y varios amigos del disidente fallecido, fueron detenidos. Uno de ellos, que osó grabar y colgar en Internet un video del lugar donde murió, ha sido formalmente imputado con el delito de “incitar la subversión del poder del Estado”. Pueden caerle hasta 15 años de cárcel.

Ahora, un reconocido forense australiano, que tuvo acceso –a instancias de una organización de Hong Kong– a los distintos informes oficiales del caso, ha llegado a conclusiones que ponen en entredicho muy seriamente la versión oficial del suicidio y que, por tanto, alimentan con evidencias científicas la sospecha de que Li Wangyang fue asesinado.

El caso habla por sí solo acerca del trato inhumano que Pekín reserva a los pocos disidentes que, como Li Wangyang o el propio Liu Xiaobo, se atreven a enfrentarse al todopoderoso régimen comunista. En el caso del primero de ellos, no bastó con meterlo entre rejas durante 21 años por participar en las protestas callejeras que culminaron en la masacre de Tiananmen. Tampoco fue suficiente con torturarlo repetidamente en prisión, condenándole a una salud precaria. Tampoco bastó con destrozarle la vida. Tuvieron que acabar con él para callarlo para siempre.

En Noruega, el caso de la concesión del Nobel a Liu Xiaobo ha dividido a académicos, políticos, empresarios y periodistas. Unos creen que el galardón estuvo bien concedido. Aprueban el gesto de priorizar los principios sobre los intereses, y aplauden que mantengan el pulso que suponen las represalias chinas. Otros, por el contrario, califican de arrogante la postura noruega y critican la falta de cálculo en cuanto a las consecuencias por la concesión del galardón.

Pero nadie pone en tela de juicio que los derechos humanos son una cuestión ineludible en la relación con China. En muchos otros países, como el nuestro, los derechos humanos, por desgracia, simplemente no puntúan.

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Silla vacía el día de la concesión del Nobel de la Paz a Liu Xiaobo.

Podemos meternos en todos los circunloquios que ustedes quieran, incluso sacar a la palestra la habitual comparación –aunque ésta ofende bastante– con el “demonio” estadounidense para desdramatizar la situación de los derechos humanos y civiles en China.

Pero lo que no admite duda es lo que nos dijo hace unos días el secretario general del Comité del Nobel de la Paz, el historiador Geir Lundestad: “La reacción de China al Premio y la situación de los derechos humanos allí no hacen más que darnos la razón a diario, de ratificar que la decisión de darle el premio a Liu Xiaobo fue la correcta”.


UE-China: una relación asimétrica

Por: | 01 de junio de 2012

La asimetría en las relaciones económicas y comerciales entre China y la Unión Europea quedó convenientemente plasmada, hace pocos días, con la aprobación en la Eurocámara de un informe no vinculante que reclama a la Comisión Europea que tome medidas para corregir unos desequilibrios que juegan a favor de las empresas chinas y en contra de las europeas. Parece, por tanto, que Bruselas se ha decidido por fin a plantar cara a cuestiones como la competencia desleal china o la ausencia de reciprocidad que sufren las empresas europeas en el mercado chino.

El momento de la iniciativa no es casualidad, pues acontece en plena ofensiva china en territorio europeo. En los últimos meses, por ejemplo, ha adquirido activos estratégicos en países como Grecia (puertos) o Portugal (participaciones en compañías públicas lusas en el sector eléctrico), ha tomado participaciones de control en empresas europeas punteras en tecnología y ha comprado deuda soberana de países con dificultades financieras. Europa es ahora la cabeza de puente desde la que China quiere dar el salto adelante que le permita reducir su dependencia tecnológica de Occidente, al tiempo que ejerce una influencia creciente.

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Puerto de El Pireo, Atenas, gestionado por 35 años por la china Cosco.

Una Europa tambaleante y necesitada de inversiones ofrece a China gangas y oportunidades únicas, de ahí que con su iniciativa los parlamentarios europeos han pretendido lanzar un aviso a navegantes y alertar sobre los riesgos. Una de las recomendaciones de mayor calado es la de que la UE cree un organismo de control y supervisión de las inversiones extranjeras, que estaría inspirado en el que ya existe en Estados Unidos. En la práctica ha servido a EEUU para filtrar y bloquear proyectos de inversión chinos en sectores estratégicos, como las telecomunicaciones o el petroquímico.

Ello lleva directamente a un asunto que levanta ampollas en determinados ámbitos europeos: la competencia desleal de las compañías chinas, las cuales juegan con las cartas marcadas al contar con la ventaja comparativa que otorgan los subsidios gubernamentales o la financiación preferencial que conceden los bancos estatales chinos a sus empresas. La tecnológica Huawei, corporación puntera que simboliza como ninguna otra las fortalezas de la nueva China y los temores que despierta su emergencia, está desde hace tiempo en el punto de mira de Estados Unidos por sus vínculos con los servicios de inteligencia chinos, su falta de transparencia y los subsidios que supuestamente recibe de su Gobierno.

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Es por todo ello que, según se ha sabido esta semana, Bruselas estaría estudiando abrir una investigación formal contra Huawei y ZTE, la otra gran tecnológica china, por estar recibiendo supuestamente subvenciones ilegales de Pekín. Según las “evidencias sólidas” reunidas por los técnicos de la UE, según el Financial Times, ambas corporaciones chinas habrían vendido sus productos en Europa por debajo de su precio de coste, contribuyendo a su imparable expansión por todo el Viejo Continente. Si se prueba el dumping, lloverán las sanciones.

Por último, Bruselas trata también de corregir la falta de reciprocidad que sufren las empresas europeas en el mercado chino, mientras las del país asiático tienen vía libre (ahora más que nunca en medio del recrudecimiento de los efectos de la crisis) para desembarcar en Europa sin obstáculos. El asunto ha sido una queja tradicional de los empresarios europeos con intereses en China, quienes denuncian el trato de favor de Pekín a sus competidores chinos, las crecientes barreras de acceso al mercado y las dificultades para acceder a los contratos públicos chinos.

Por tanto, es sin duda una buena noticia que, pese a las urgencias de la crisis, Europa haya visto por fin las orejas al lobo y se plantee contrarrestar a China mientras no se restablezca la simetría en las relaciones bilaterales. La gran cuestión, con todo, es cómo va a poder ejercer Bruselas su influencia ante el coloso asiático.

El bolsillo y la vergüenza

Por: | 15 de mayo de 2012

En ocasiones, la diplomacia española se esfuerza por ideologizar la relación con China, pero esa no es la vía para triunfar comercialmente en el gigante.

Es apasionante leer en On China de Henry Kissinger la importancia del ritual para la diplomacia de la China del siglo XVIII. La corte imperial del Hijo del Cielo era un lugar elitista y minucioso en las formas cuando las primeras delegaciones británicas llegaron a Cantón para exigir que el país abriera las puertas al comercio internacional. Nada comparado con la vulgaridad que impuso siglo y medio después el maoísmo.

Rememora Kissinger el choque cultural acaecido cuando los mandarines quisieron imponer a los “bárbaros” británicos el kowtow como condición sine qua non para tener audiencia con el emperador. Los orgullosos anglosajones se negaban a conceder al Hijo del Cielo una reverencia mayor que a su rey, conscientes de que el gesto es el primer paso para dejarse dominar (algo que recuerda Chris Patten en sus memorias como último gobernador británico de Hong Kong). Los británicos del XVIII querían igualdad entre Estados. Los chinos, escandalizados, se negaban de plano: ¿cómo iba a ser el Imperio del Centro igual a otra nación? Zhongguo había sólo uno, y el resto eran Estados tributarios, sin importar el valor de sus artilugios de vapor o sus supuestos logros científicos. Por eso exigían a Lord George Macartney y a sus sucesores que se plegaran hasta acariciar el suelo con la cabeza cuando el emperador hacía acto de presencia.

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Los británicos han mantenido la dignidad en sus relaciones con China desde entonces. Eso no les impidió cometer tropelías, como las Guerras del Opio, o mostrarse deferentes en cuestiones como la devolución de Hong Kong en 1997, una concesión de la que extrajeron petróleo: trato preferencial para sus compañías y la aceptación de “un país, dos sistemas” por parte de Pekín. Está claro que siempre defienden sus intereses, y esa premisa destila algo de hipocresía cuando hablamos de relaciones entre naciones. Pero no es nada comparable a lo de nuestra diplomacia.

Durante mis cinco años y medio en Pekín he conocido a dos embajadores españoles, y les he escuchado declaraciones que, por el bien de España, espero que no trasciendan a los líderes chinos. Recuerdo decir al anterior representante -ahora en Camboya- que Zapatero no podía reunirse con el Dalai Lama porque “eso sería como si Hu Jintao recibe a miembros de ETA en Pekín”. El actual, más ducho en este arte de mediar entre países, no llega ya tan lejos en lo verbal, consciente quizá de que su expediente está cubierto tras decir en junio de 1989, cuando los tanques arrasaban Tiananmen, que se respiraba en la capital china la misma paz que en su natal Seu d’Urgell. La frase ha quedado para la historia en sus propias memorias chinas (La segunda revolución china, Destino, 2007), en las que flirtea con una teoría negacionista de la magnitud de la matanza.

 

 

El primer ministro británico, David Cameron, se reunió ayer con el Dalai Lama en Londres, y Pekín ha vuelto a poner el grito en el cielo. Londres aclaró desde el principio que se trató de una reunión “privada”, pero, pese a la crisis europea y los bolsillos hondos de Pekín, la cita deja claro que no habrá kowtow. Lo mismo hacen Francia, Alemania y Turquía, cuya talla en el mundo acaso sea similar a la nuestra, pero su dignidad en las relaciones con China es mucho mayor. Ankara no titubea en defender públicamente los derechos de los uigures, pese a ser otro de los temas tabúes para Pekín. Y todos siguen haciendo negocios, vendiendo trenes y centrales nucleares por valor de miles de millones de dólares, mientras a nosotros nos costó sangre, sudor y lágrimas que nos dejaran importar algo tan emblemático para España como el jamón. Y eso que prometimos apoyar el levantamiento del embargo de armas durante nuestro mandato en la UE

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Nuestra diplomacia debería aprender de la experiencia de otros países. No podemos ser pusilánimes y rebajarnos por voluntad propia. Hay que desideologizar las relaciones con China, porque esa estrategia no funciona. El gigante tiene, como todos, intereses. Nada más. Por eso no invertirá en nuestra deuda si somos insolventes y seguirá copiando la tecnología de nuestras empresas si no actuamos. ¿Por qué seguimos gritando a los cuatro vientos que somos “el mejor amigo de China en la UE”? ¿Por qué no ponemos el listón más alto? Postrarnos nos hace débiles de entrada. Y además atenta contra los valores de nuestra sociedad, donde la libertad –señor embajador- es un activo irrenunciable.

China en YPF

Por: | 17 de abril de 2012

Esta tarde llevaba un buen rato preguntándome, como se hacen desde algunos medios argentinos, de dónde saldrá no sólo el dinero que pagará la nacionalización de YPF, sino sobre todo de dónde sacarán los miles de millones de euros en inversión (supuestamente, 25.000 millones) que son imprescindibles para que la petrolera -que en breve pasará a control del Gobierno argentino- pueda aumentar la producción de petróleo y gas. En las arcas del Estado argentino abundan las telarañas, dicho sea de paso.

El nombre de China se me ha pasado inmediatamente por la cabeza, porque claro, en los tiempos que corren, cuando de necesidades de financiación se trata el nuevo banquero del mundo está siempre presto al quite. Sobre todo, como es el caso, cuando tiene a tiro adquirir activos petroleros, los cuales son de importancia estratégica para Pekín. Además, el interés chino por la petrolera española no es nuevo y, de hecho, ya le compró en 2010 un 40 por ciento de su negocio en Brasil.

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Ha sido entonces cuando la revista económica Caixin ha publicado en su edición digital que Repsol estaría negociando la venta de su 57 por ciento en YPF a la petrolera china Sinopec, por 15.000 millones de dólares. La noticia alude a fuentes de la propia petrolera china, lo que tiene un indudable valor teniendo en cuenta que Caixin es uno de los escasísimos medios de comunicación chinos que ha demostrado una y otra vez su solvencia periodística, atrevimiento y cierta independencia. La operación no es en absoluto descabellada.

Se trataría de una salida airosa -al menos económicamente- para Repsol, mientras que a China le permitiría adquirir unos valiosísimos activos que encajarían cabalmente en su estrategia nacional, al tiempo que sus inacabables recursos financieros servirían para afrontar las inversiones millonarias que exige el Gobierno de Cristina Fernández. Si la operación no fructifica, alternativamente los chinos podrían entrar en un acuerdo a posteriori con el Gobierno argentino (a saber con qué formato), porque los chinos parece que son los únicos que tienen la financiación que se requiere y el estómago para invertir en un país con tanto riesgo como Argentina.

Los chinos son maestros en el arte de pescar en río revuelto. Fuimos testigo de ello durante la investigación de nuestro libro La Silenciosa Conquista China, principalmente en Venezuela e Irán, segunda y tercera potencia petrolera del mundo en términos de reservas y producción. En lo político, les dan cobertura hasta el límite de la cólera estadounidense, por ejemplo dando una de cal y dos de arena en Naciones Unidas a propósito de las sanciones contra el régimen de Ahmadineyad, o haciéndole el juego a Hugo Chávez. Como nos dijo Héctor Ciavaldini, ex presidente de la petrolera venezolana PDVSA, “a los chinos tú les dices que eres fascista-leninista, y te lo compran a su favor”.

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Realmente, China es demasiado avispada y lúcida como para involucrarse en la cruzada contra el Imperio –haciendo uso de la retórica chavista- que le proponen los Chávez, Evo Morales, Correa, Castro y compañía. Tampoco participaría –se supone- en la deriva populista de la señora Fernández de Kirchner. Pero lo que sí hace es aprovechar las turbulencias para conseguir sus objetivos comerciales y estratégicos, de ahí que es perfectamente factible que la expropiación de YPF haya levantado las orejas a más de uno en Pekín. Así se escribe la historia de la expansión china del mundo: con inteligencia y cálculo, pero también de forma camaleónica y sin escrúpulos.

Lo que, indudablemente, tiene su mérito, porque es capaz de implicarse en proyectos a largo plazo y muchísimo riesgo en países en los que casi nadie en su sano juicio se atrevería a invertir ni un duro. Quizá el mejor ejemplo es su inversión de ‘minerales por infraestructuras’ por valor de 6.000 millones de dólares en la República Democrática del Congo, uno de los países más problemáticos y jurídicamente inseguros del mundo. O en la propia Argentina, donde una empresa estatal china va a desembolsar –pese a su riesgo-país- 1.400 millones de dólares en la provincia de Río Negro para habilitar 320.000 hectáreas de tierra yerma al objeto de fertilizarlas y exportar la producción a China. Todo ello impulsado por otra necesidad estratégica del gigante: su seguridad alimentaria.

Si China se mete en un proyecto así, con la inseguridad jurídica de Argentina, sus históricos cuellos de botella logísticos y un sector agrario conflictivo y politizado, ¿cómo no va a meterse en una operación que le permita entrar en el pastel de YPF?

La larga memoria de China

Por: | 10 de abril de 2012

Analistas extranjeros y chinos suelen coincidir en una premisa que, como periodista residente en Pekín desde 2007, he podido comprobar en numerosas ocasiones: China tiene una larga memoria y jamás olvida quiénes son sus enemigos y sus aliados. El tema ha vuelto a aparecer hoy en Pekín, durante una entrevista con Yang Zhimin, uno de los investigadores principales del Instituto de América Latina de la Academia China de Ciencias Sociales.

Conversábamos sobre México, un país que los últimos años ha tratado de estrechar lazos con China, pese que a nivel comercial no le puede ir peor con el gigante: China es su segundo mayor socio, después de Estados Unidos, pero el ratio de déficit comercial es de 1 a 9 a favor de Pekín (52.000 millones de dólares de importaciones chinas, 6.000 de exportaciones mexicanas) y la inversión acumulada (apenas 200 millones de dólares) revela el poco apetito del gigante por lugares donde hay mucha competencia internacional en la extracción de recursos.

En un momento de la conversación, Yang –vestido con la clásica chaqueta sport y corte de pelo del Partido- ha lanzado una advertencia al próximo presidente de México, que será elegido en julio. “Que no se reúna con el Dalái Lama, como hizo Felipe Calderón, lo que provocó que 2011 fuera el peor año de los 40 años de relaciones bilaterales”.

 

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Calderón se entrevistó en septiembre de 2011 con el Dalái Lama y, lejos de ser el primero en verse con el líder espiritual budista (“separatista que quiere dividir el país”, según la definición de Yang), se sumó a una larga lista de dignatarios, desde Barack Obama a Nicolás Sarkozy o Angela Merkel. Pero China no perdona, porque “tiene una larga memoria”.

Le he preguntado, entonces, si China recuerda también que su país tiene como principio la “no intervención en los asuntos internos de otro países” (lo que incluye no presionar para determinar la agenda personal de un presidente extranjero). O si Pekín recordaba que –como me explicó el ex canciller costarricense Bruno Stagno- gracias a la mediación de México el gigante asiático logró en 2007 uno de los mayores hitos diplomáticos recientes: establecer lazos con Costa Rica y romper la hegemonía taiwanesa en América Central. “China donó cinco millones de dólares a México para mitigar los efectos del virus H1N1”, ha contestado, con sonrisa maliciosa de quien jamás olvida lo que otros le deben.

Los que investigamos en China sabemos que es totalmente común este tipo de actitudes, en las que un analista, un académico supuestamente neutral o un simple ciudadano repite a pie juntillas las consignas del Partido. En ocasiones, sus argumentos sobrepasan lo ridículo, como cuando en una entrevista en 2008 un profesor de la Universidad de Pekín me aseguró que la contaminación de Pekín se debía exclusivamente al humo provocado por los vendedores callejeros de brochetas.

 

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La censura y el temor a decir la verdad son elementos comunes de las dictaduras. El estadounidense David Remnick lo explica con gran talento en su fascinante “La tumba de Lenin”, crónica de la caída del imperio soviético. Pero comparando mis experiencias y las de algunos colegas con las que relata el Premio Pulitzer en las más de 800 páginas que tiene la obra se percibe que China, pese a su pose de país abierto al mundo, sigue siendo pese a la reforma una nación mucho más secretista que la URSS del glasnost y la perestroika.

Remnick logra colarse en los 80’ en las insalubres minas siberianas de carbón, mantiene relaciones estrechas con militantes opositores como Sajarov o Yuri Afanasiev, entrevista a diputados y miembros del Politburó, y llega incluso a visitar el último campo de concentración soviético (Perm-35). Es decir, logra hacer pese a las dificultades periodismo del bueno. Una misión imposible en China, donde el cordón sanitario de la censura y el silencio sobrepasan el campo político y la propaganda tiene tanto empuje que está presente desde el campesino hasta el burócrata, del estudiante al profesor.

China, armas y reglas del juego

Por: | 20 de marzo de 2012

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El prestigioso Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés) publicaba ayer un informe acerca de la progresión de la venta de armas en el mundo. En lo que atañe a China, lo interesante es el cambio de rol del gigante asiático.

El país ha dejado de ser el mayor importador de armas (casi todas rusas, a causa del embargo de la UE y Estados Unidos por la matanza de Tiananmen en 1989) para pasar a ser un importante exportador; el sexto mayor del mundo, para ser concretos.

Quizá lo más interesante son los datos que aporta el SIPRI acerca de la importación de armas por parte de Asia (con India, Corea del Sur y China como líderes), una tendencia que se ha disparado en los últimos años, hasta sumar el 44 por ciento del total de armas que se importan en el mundo.

¿A qué se debe ese rearme? Algunos autores atribuyen esa carrera armamentística asiática a la emergencia de China en la región y a la necesidad de algunos países de hacer frente al crecimiento de dos dígitos del presupuesto militar chino en los últimos años. En 2012 el gasto militar chino alcanzará los 105.000 millones de dólares (+11.2 %).

Pero, ¿por qué se señala a China, cuando Estados Unidos sigue siendo la potencia militar hegemónica, con más de 700.000 millones de dólares al año?

En una reciente entrevista, el viceministro de Defensa de Taiwán, David Lin, nos lo explicó de la siguiente forma:

“China no tiene un rival militar regional, ni siquiera Japón y Corea del Sur. Sin embargo, China ha continuado su expansión militar durante décadas. En consecuencia, es difícil entender semejante mentalidad. Es por eso que China es todavía percibida como una amenaza potencial para la estabilidad regional. Estados Unidos está presente militarmente en la región, pero nadie lo percibe como una amenaza, porque no tiene ambiciones territoriales. Aunque en las declaraciones públicas todo el mundo se congratula de la emergencia de China, en privado, muchos países de Asia expresan la preocupación que suscita la expansión militar de China”.

 

Chinese-carrier

Otros países como Filipinas y Vietnam (nada sospechoso de ser pro-estadounidense) piensan de la misma forma respecto al gigante. Critican que Pekín hable de “ascensión pacífica”, pero en realidad el país multiplique su gasto en defensa, desarrolle capacidades ofensivas (caza de quinta generación J-20 y sobre todo el portaviones que pondrá en marcha este año) y ejerza de potencia hegemónica en las disputas territoriales que mantiene abiertas en el Mar de la China Meridional y el Mar del Este de China, negándose al diálogo multilateral y utilizando sus capacidades navales para repeler actividades como la pesca o la prospección de recursos.

La desconfianza, aunque de otro tipo, se ha instalado incluso en Moscú, donde las últimas semanas se debate si el país debe venderle o no a China un paquete de 48 cazas de última generación SU-35 por unos 4.000 millones de dólares. El debate no está, como en Asia, sobre si el jugoso contrato puede poner en riesgo la seguridad en la región, sino más bien si ello amenaza con minar la superioridad del armamento ruso respecto al chino. Sobre todo porque China rechaza firmar una cláusula que le impida jurídicamente copiar los aviones rusos para venderlos posteriormente a terceros países (lo que ya ha hecho con el Su-27, el Su-30 y el MiG-29).

 

Russian+PM+Vladimir+Putin+Visits+China+Talks+EhlJrirsSpdl

Una vez más, la cuestión no es si China tiene derecho o no a hacer lo que hace el resto. Sino más bien si China, en su deseo de disponer de los privilegios de potencia, acepta también asumir los compromisos. En definitiva, si China está dispuesta a jugar siguiendo las reglas o seguirá saltándoselas, por ejemplo, cuando permite que transite material (¿nuclear?) de Corea del Norte a Irán o cuando tolera que sus empresas estatales vendan armamento a un Sudán sobre el que pesa sanciones de la ONU.

Perros del imperialismo

Por: | 23 de febrero de 2012

La primera vez que puse el pie en Hong Kong fue en 2003, apenas seis años después de que China recuperara la soberanía sobre la ex colonia británica. Por entonces, en las calles se oían, sobre todo, dos lenguas: cantonés e inglés. Ahora, en la ciudad donde hoy resido, el mandarín ha irrumpido en los últimos años con fuerza, consecuencia de un proceso de reunificación que -al menos jurídica y políticamente- concluirá en 2047, fecha en la que vencen los 50 años de autonomía bajo el lema un país, dos sistemas que pactaron en su día Deng Xiaoping y Margaret Thatcher.

Deng y thatcher
Septiembre de 1982.

Los casi 15 años transcurridos desde que volviera a ondear la bandera roja en la ex colonia no han supuesto el Apocalipsis que muchos preveían. Hong Kong sigue siendo una vibrante plaza financiera y comercial, un crisol de culturas y un lugar jurídicamente seguro. Sin embargo, el proceso de integración se intuye ya hoy imparable: en la docilidad con Pekín del Ejecutivo hongkonés, en la cercenada pluralidad y libertad en los medios de comunicación, en las promesas incumplidas de sufragio universal o en una creciente presencia de chinos provenientes de la llamada China comunista, que explica la propagación del mandarín.

Sin embargo, dicha integración entre dos comunidades -la china y la hongkonesa- que son étnicamente iguales no será fácil. Ello es así porque, en cierto modo, sus mundos están en las antípodas filosóficas. No podemos olvidar que gran parte de la población actual de Hong Kong huyó –décadas atrás- de la represión y pobreza de la China de Mao. Y que la mayoría de ellos se criaron en unos valores democráticos sobre los que no están dispuestos a transigir. A ello hay que añadir una actitud negativa hacia el sistema político de Pekín y, también, hacia ciertos hábitos culturales de sus primos continentales, vistos con irritación en la isla.

Hace días una trifulca grabada en un vagón del metro de Hong Kong certificó la creciente tensión entre unos y otros. Un pasajero hongkonés, que recibió el apoyo solidario de otra viajera, se enzarzó en una discusión subida de tono con una mujer de China continental, a propósito de los ‘noodles’ (fideos chinos) que engullía su hijo mientras el personal iba a trabajar. El metro de Hong Kong, como el de Singapur, es tan clínico que podría practicarse ahí una operación a corazón abierto. No está ahí permitido comer ni beber, y se habla por teléfono móvil con discreción, por aquello de la buena educación colectiva. Nadie discute los usos y costumbres. De ahí la trifulca.

 

El caso corrió como la pólvora y no sólo incendió Internet. Kong Qingdong, un académico de la Universidad de Pekín, cuyo linaje –asegura- le entronca con el mismísimo Confucio, saltó a la yugular de los hongkoneses: “perros del imperialismo” occidental, les llamó. También bastardos y ladrones. Semanas antes, se habían desatado otras polémicas. Desde manifestaciones para protestar por la inminente autorización a que los vehículos de Cantón puedan cruzar a Hong Kong, lo que según los isleños provocará atascos y contaminación y amenazará la seguridad del tráfico, hasta una publicidad insertada en un periódico hongkonés que se refería a los chinos del continente como “langostas”, en alusión a ser una plaga.

Con todo, quizá el asunto que más alarma provoca entre los residentes de la ex colonia es la llegada masiva de mujeres chinas para dar a luz en Hong Kong, para con ello beneficiarse del sistema sanitario local, conseguir la residencia o la nacionalidad, o saltarse la política de un solo hijo, entre otras razones. El año pasado en torno a 40.000 mujeres chinas dieron a luz en Hong Kong, lo que supone casi la mitad de los nacimientos anuales, lo que ha puesto en pie de guerra a la población local. Pese a que Hong Kong se ha enriquecido gracias a su vecindad con China –así ha sido históricamente, así sigue siendo en la actualidad-, únicamente el 17 por ciento de los hongkoneses se sienten chinos, según un reciente estudio de una universidad local.

Periodico HK
Publicidad en un periódico de Hong Kong en el que se acusa a los chinos de ser una plaga.

Viene esto a colación de lo siguiente: si este rechazo acontece en un lugar –Hong Kong- donde conocen a los chinos tan bien, imagínense a lo que se enfrentan éstos cuando deciden emigrar a lugares inhóspitos por medio mundo. A lugares donde son completos desconocidos, donde su cultura es casi antagónica, donde desbancan a sus competidores locales y son vistos como una amenaza. Pudimos comprobarlo a lo largo y ancho de nuestra investigación por 25 países: la comunidad china, que ante todo es sacrificada, silenciosa y mejor pagadora, sufre sin embargo el rechazo, la inseguridad y la xenofobia. Una indudable injusticia, sobre todo cuando la sufre ese ejército de pequeños emprendedores o emigrantes que prosperan compitiendo en buena lid.

Ahora bien, otras veces la animadversión se explica por la indiferencia y el desprecio que la China oficial (empresas estatales y la diplomacia) demuestra por las poblaciones locales. Por ejemplo, al imponer sus bajos estándares laborales, sociales o medioambientales, o cuando administran su poder de forma innecesariamente despótica. Cuando optan por implicarse de forma opaca únicamente con las élites y no con la población local, o cuando se enrocan en una situación de conflicto a largo plazo sin apenas inmutarse. Entonces estallan los problemas y el resentimiento.

En este sentido, resulta inaudita la escasa habilidad del país asiático para gestionar su imagen. Ciertamente, Pekín ganaría muchos adeptos si prestara un poco más de atención a las relaciones públicas, si apostara por la intangibilidad del poder blando, si no desaprovechara -incomprensiblemente- la oportunidad de explicar urbi et orbi todo lo bueno que está haciendo en el mundo en desarrollo.

Ese ejercicio de transparencia, que se intuye de obligada observancia para un país que aspira a ser una potencia del siglo XXI, chocaría de plano sin embargo con la propia naturaleza del régimen. Pero si China quiere ser aceptada, el músculo no basta; también hay que tener corazón.

El País

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