El 12 de septiembre de 1973, un día después del golpe de Estado que asolaría al país por más de 16 años, Víctor Jara ingresó como prisionero clandestino al Estadio de Chile. Desde el comienzo, supo que pronto lo matarían. La brutal dictadura que se iniciaba bajo el mando del General Pinochet, no perdonaría su impertinencia de poeta popular, de juglar inmenso de la libertad, de la justicia social y de la igualdad. Víctor Jara, uno de los más grandes artistas latinoamericanos, sabía que sería asesinado en pocas horas, aunque su risa no se despegaba un segundo de su rostro de trovador mágico, de campesino humilde, de militante incansable. Ni bien ingresó al Estadio que años más tarde llevaría su nombre, Víctor fue golpeado ferozmente. A pesar que tenía sus manos destrozadas por los garrotazos de fusil, consiguió escribir un poema que entregó, en fragmentos, a sus compañeros de martirio. Quería que lo hicieran llegar a Joan, su mujer amada. Distribuirlo en pequeños pedazos de papel impediría que fuera interceptado por sus carceleros. El 15 de septiembre, Víctor Jara fue asesinado. Su poema, como su risa, consiguió transponer los muros grises y helados de ese estadio de muerte y espanto.
Augusto Pinochet, dictador chileno.