El niño que vendía palabras, bellísimo libro del escritor brasileño Ignacio de Loyola Brandão, narra la historia de un pequeño, orgulloso de su padre culto, inteligente y dueño de una vastísima biblioteca. Sus amigos recurren a él cuando quieren saber el significado de alguna palabra compleja: incompatible, epitelio, lunático, pantomima, aburrimiento. Pronto, el niño descubre que puede negociar el significado de las palabras, comenzando un animado comercio lexicográfico a espaldas de su padre. La narrativa de Loyola Brandão es una conmovedora declaración de amor a los libros y al descubrimiento de la lectura en la infancia. Encantarse con el mundo, inventar nuevas realidades, conocer el pasado, imaginar el futuro en un encuentro místico y revelador con la palabra y ese inmenso mundo de los relatos y las teorías, las fábulas y las conjeturas científicas que se amontonan en las bibliotecas. El niño que vendía palabras reafirma aquello que alguna vez dijera Umberto Eco, “una biblioteca es la mejor imitación posible de una mente divina, en la que todo el universo se ve y se comprende al mismo tiempo. Inventamos bibliotecas porque sabemos que carecemos de poderes divinos, pero hacemos todo lo posible para imitarlos”.
Leer libros para leer el mundo. Leer libros para leernos a nosotros mismos como parte de una comunidad que se inventa, día a día, gracias al extraordinario poder de la palabra.