El 12 de febrero, El País publicó una interesante entrevista con David Wright, director de la Organización Internacional de Comisiones de Valores. La conversación, mantenida con David Fernández Díaz, se centraba en los efectos de la crisis mundial en los mercados bursátiles, así como en la necesidad de promover un mayor control, regulación y transparencia en el sistema financiero internacional. Wright, un destacado experto con muchos años de experiencia en la materia, expuso allí su contundente opinión contra los “megalómanos” que administran o deben controlar las instituciones bancarias que acaban yendo a la quiebra o generando enormes pérdidas a los cofres públicos. Lo más peculiar de la nota, sin embargo, se resumía en el título escogido y en una de las propuestas realizadas por el entrevistado: “En la escuela se debe enseñar qué es el dinero”. Desde el punto de vista de Wright, “en la escuela se enseñan muchas cosas: gimnasia, manualidades, religión... También deberían explicar qué es el dinero y por qué es importante”.
No deja de ser curioso que, cada vez que se debe entablar una conversación sobre algún aspecto complejo o crítico en nuestras vidas, la educación se haga presente en una doble dimensión: como causa del problema y como su redentora solución. Esto suele ser así y no debería sorprendernos que ocurra. Lo interesante de la afirmación de Wright es que identifica el origen de la crisis financiera internacional y la megalomanía de los hombres de negocios, en una supuesta falta de conocimientos sobre el valor ético del uso y del control del dinero. Si la crisis es producto de la ignorancia, nace en la escuela, institución que no ha transmitido los saberes necesarios para actuar honesta, transparente y solidariamente con el patrimonio de las personas o de los estados. En la educación se pierde el tiempo con cosas como la “gimnasia”, las “manualidades” y la “religión”, dejándose de lado asuntos tan importantes como los son los relativos a la preservación del capital económico que los individuos y las sociedades disponen.
Más allá que los contenidos mencionados por Wright suelan tener poquísima o ninguna importancia en las escuelas reales, sirven a los efectos de ridiculizar lo que ocurre cotidianamente en los centros educativos y, de pasada, cargarse a los maestros que nada saben acerca de nada y, claro, mucho menos qué hacer con el dinero y cómo cuidarlo. Al interminable inventario de responsabilidades que se le atribuyen a la escuela, ahora se suma su incapacidad para prevenir las irregularidades e inmoralidades que han dado origen a las crisis económicas que hemos estado viviendo.