Ternura, Oswaldo Guayasamin, pintor ecuatoriano.
Cae la noche en Zavaleta, un barrio popular al borde de una Buenos Aires que pocos conocen y que a casi nadie le interesa. Allí, sobre el Río Matanza, ese al que llaman Riachuelo y que carga en sus aguas negras y nauseabundas, la indiferencia de una ciudad que siempre se ha querido librar de los pobres, ocultándolos, volviéndolos invisibles. Cae la noche en Zavaleta y el calor no da tregua.
La navidad se aproxima lenta. Los niños juegan en la calle mientras las brasas de los asados envuelven al barrio en el aroma místico de la amistad y la comunión, del brindis con cerveza y con fernet. Del festejo, hoy, a las doce, con sidra y con champán.
Cae la noche lenta en Zavaleta y yo me pregunto dónde estará el Jesús de los pobres, el de los desamparados. El Jesús de los que luchan por un mundo más justo. El de la liberación. El Jesús revolucionario, humilde y generoso, el de las causas casi siempre perdidas. El que se baña en el Riachuelo y patea penales para que esos mocositos dulces y milagrosos los atajen, tocando el cielo con las manos. Dónde estará el Jesús que va a nacer. El que siempre está por nacer, cada año, cada noche, en Zavaleta, donde Buenos Aires termina, sin que nadie se de cuenta.
A veces, Jesús parece más preocupado por las formas que los políticos locales. La navidad de los políticos son las elecciones y allí sí, ellos vienen, prometen y hasta traen regalos que la gente de Zavaleta agradece y dice que se los metan en el culo, porque en Zavaleta, como en tantos otros sitios, la dignidad no se regala, se conquista colectivamente.
Llega la navidad lenta. Quizás, esta noche Jesús nazca de una buena vez, el Jesús de los pobres y los desamparados, no el que ya nació y envejece insignificante, sin ganas, intrascendente, frívolo, inerte, sin fuerza siquiera para sufrir, escondido en las iglesias del otro lado de la ciudad.
Jesús no llegó aún a Zavaleta. Algunos, ya ni lo echan de menos.
El que sí visita Zavaleta todos los años es Papá Noel. Los niños y las niñas lo saben y pueden confirmarlo. Cada vez resulta más difícil creer que exista un Jesús de los desamparados, después de tanto uso abusivo que hicieron de él los que no lo merecen. El que sí parece sobrevivir a la extorsión de los ricos y nunca defrauda a los niños y a las niñas más pobres es Papá Noel. En Zavaleta, siempre lo esperan ansiosos. Nadie duda que llegará dispuesto a cumplir sus promesas, a responder a los pedidos, a escucharlos y, fundamentalmente, a regalarles felicidad. Papá Noel es de los “nuestros”: no miente, nos entiende, no nos abandona y nunca deja de venir.
Algunos días atrás, Tomi, un enano de sonrisa infinita, le escribió una carta a Papá Noel. Así le dijo lo que quería, lo que pensaba, lo que soñaba: