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Contrapuntos

La navidad de Tomi

Por: | 25 de diciembre de 2013

Ternura - O. Guayasamin

Ternura, Oswaldo Guayasamin, pintor ecuatoriano.

 

Cae la noche en Zavaleta, un barrio popular al borde de una Buenos Aires que pocos conocen y que a casi nadie le interesa. Allí, sobre el Río Matanza, ese al que llaman Riachuelo y que carga en sus aguas negras y nauseabundas, la indiferencia de una ciudad que siempre se ha querido librar de los pobres, ocultándolos, volviéndolos invisibles. Cae la noche en Zavaleta y el calor no da tregua.

La navidad se aproxima lenta. Los niños juegan en la calle mientras las brasas de los asados envuelven al barrio en el aroma místico de la amistad y la comunión, del brindis con cerveza y con fernet. Del festejo, hoy, a las doce, con sidra y con champán.

Cae la noche lenta en Zavaleta y yo me pregunto dónde estará el Jesús de los pobres, el de los desamparados. El Jesús de los que luchan por un mundo más justo. El de la liberación. El Jesús revolucionario, humilde y generoso, el de las causas casi siempre perdidas. El que se baña en el Riachuelo y patea penales para que esos mocositos dulces y milagrosos los atajen, tocando el cielo con las manos. Dónde estará el Jesús que va a nacer. El que siempre está por nacer, cada año, cada noche, en Zavaleta, donde Buenos Aires termina, sin que nadie se de cuenta.

A veces, Jesús parece más preocupado por las formas que los políticos locales. La navidad de los políticos son las elecciones y allí sí, ellos vienen, prometen y hasta traen regalos que la gente de Zavaleta agradece y dice que se los metan en el culo, porque en Zavaleta, como en tantos otros sitios, la dignidad no se regala, se conquista colectivamente.

Llega la navidad lenta. Quizás, esta noche Jesús nazca de una buena vez, el Jesús de los pobres y los desamparados, no el que ya nació y envejece insignificante, sin ganas, intrascendente, frívolo, inerte, sin fuerza siquiera para sufrir, escondido en las iglesias del otro lado de la ciudad.

Jesús no llegó aún a Zavaleta. Algunos, ya ni lo echan de menos.

El que sí visita Zavaleta todos los años es Papá Noel. Los niños y las niñas lo saben y pueden confirmarlo. Cada vez resulta más difícil creer que exista un Jesús de los desamparados, después de tanto uso abusivo que hicieron de él los que no lo merecen. El que sí parece sobrevivir a la extorsión de los ricos y nunca defrauda a los niños y a las niñas más pobres es Papá Noel. En Zavaleta, siempre lo esperan ansiosos. Nadie duda que llegará dispuesto a cumplir sus promesas, a responder a los pedidos, a escucharlos y, fundamentalmente, a regalarles felicidad. Papá Noel es de los “nuestros”: no miente, nos entiende, no nos abandona y nunca deja de venir.

Algunos días atrás, Tomi, un enano de sonrisa infinita, le escribió una carta a Papá Noel. Así le dijo lo que quería, lo que pensaba, lo que soñaba:

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Un niño, Mandela y los derechos (de algunos) humanos

Por: | 15 de diciembre de 2013

 

A Kevin, que ilumina las estrellas

 

 

La mañana del 7 de septiembre, Zavaleta, un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires, amaneció empapado en balas. Algunas horas antes, la ausencia de cualquier agente de seguridad hizo presentir que algo malo ocurriría. En ningún barrio pobre de América Latina, la presencia de la policía es una garantía de seguridad para sus habitantes. Sin embargo, en Zavaleta, como en tantos otros sitios, cuando la policía se va, cuando abandona la zona, todos reconocen la inminencia de la violencia. La complicidad entre las bandas delictivas y las fuerzas de seguridad casi nunca se disimula. De hecho, trazar las fronteras entre ellas supone un verdadero ejercicio de imaginación sociológica. Las fuerzas de seguridad defienden a los ricos y se asocian a los delincuentes para ganar dinero. A los pobres, de modo general, los maltratan y, cuando la cosa se pone tensa, les disparan. A veces, les disparan porque sí.

La mañana del 7 de septiembre, Zavaleta, un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires, amaneció empapado en balas. Kevin, un niño de nueve años, cuya risa contagiaba felicidad, cuya mirada dulce irradiaba luz, corrió junto con sus hermanos a su pequeña casa, a refugiarse debajo de la mesa. El tiroteo duró interminables minutos. Todos contra todos, nadie contra nadie. Balas, sólo balas. Balas por todos lados, buscando cuerpos, sedientas de injusticia.

Kevin y sus hermanos se acurrucaron temblando, debajo de esa mesa frágil, dehaciéndose de miedo, conteniendo la respiración, tomándose de las manos, rogando que todo terminara. Llorando. Pero llorando en silencio, sin lágrimas, para no llamar la atención. Temblando como tiemblan los niños cuando se sienten solos.

Esa mañana fría del 7 de septiembre, en Zavaleta, Kevin murió. Dijeron que fue por una bala perdida. Esa mañana, en Zavaleta, Kevin murió. Un niño más, uno de tantos, muerto por una sociedad perdida que así denomina a las balas que los exterminan. Un niño menos, en una sociedad que parece indiferente a su sufrimiento. Una sociedad sin dolor, de niños y niñas invisibles.

Kevin murió debajo de una mesa endeble que no pudo protegerlo de la impasible prepotencia de los poderosos. Tenía nueve años, un montón de sueños y una foto de Juan Ramón Riquelme en su cuaderno de clase. En una pared del barrio de Zavaleta, en una Ciudad de Buenos Aires que siquiera percibió su ausencia, alguien escribió: “Si Kevin murió por nosotros, nosotros viviremos por él”.

Kevin
 Kevin Molina, inventor de sueños (Foto: La Poderosa)

 

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Rankingmanía: PISA y los delirios de la razón jerárquica

Por: | 09 de diciembre de 2013

 

No deja de ser una paradoja que la investigación educativa y la pedagogía hayan avanzado tanto, al mismo tiempo en que el debate público sobre la educación se haya empobrecido de una manera tan elocuente. En efecto, durante los últimos 50 años, las ciencias sociales han puesto de relevancia la complejidad de los procesos educativos, la multiplicidad de variables, dinámicas y tensiones que operan en el campo escolar, así como las dificultades de generalizar políticas, programas y reformas que desconsideren las especificidades que poseen los sistemas de educación en cada país o en cada región. Aunque el haber ido a la escuela parece dotar a todos los individuos de la capacidad necesaria para proponer una solución viable a la profunda crisis educativa que estamos viviendo, el desarrollo de la investigación sobre las instituciones escolares y la educación, han puesto de relevancia que opinar sobre el asunto suele ser más complejo de lo que habitualmente suponemos. También han puesto en evidencia que las generalizaciones y las recetas milagrosas suelen ocultar más que mostrar las dimensiones involucradas en los procesos de cambio educativo que atraviesan nuestros países. Entre tanto, cada tres años, el mundo parece detenerse en la víspera de la publicación de los resultados de una prueba que, milagrosamente, parece resumir los grandes secretos del presente y del futuro de la educación.

Mondo Pizza

 

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Sobre el autor

Pablo Gentili

Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires y desde hace más de 20 años ejerce la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Es Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Coordina el Núcleo de Política Educativa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo (UMET) y el Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas (UMET/FLACSO/UERJ).

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