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La infancia palestina y la evocación del Holocausto (2)

Por: | 30 de julio de 2014

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Niños palestinos inspeccionan los restos de la mezquita destruída en Gaza. Mahmud Hams / AFP


Gaza es un enorme gueto, una ciudad sitiada, amurallada, que sobrevive, como Cisjordania, en un régimen carcelario que se agrava cada vez que Israel, bajo el argumento de su auto-defensa, inicia un proceso de destrucción masiva de la ya deteriorada infraestructura urbana palestina. Escuelas y hospitales, edificios públicos y calles, la red eléctrica y las cañerías son destruidas sistemática e intencionalmente por las bombas israelíes. Los ataques dejan a cielo abierto los desagües y vertederos, acabando con el agua limpia, siempre escasa, de los territorios. Las consecuencias del ataque seguirán cuando terminen las bombas. Algún día, los tanques israelíes se retirarán, esperando el nuevo ataque. Pero en Palestina seguirán muriendo niños y niñas por enfermedades que podrían haberse evitado. La muerte permanece en Gaza y Cisjordania. La muerte permanece, siempre.

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La infancia palestina y la evocación del Holocausto (1)

Por: | 28 de julio de 2014

 

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Mahmud Hams / AFP

Las principales víctimas de todo conflicto armado son los niños y las niñas. Son ellos quienes pagan las consecuencias más dolorosas de guerras producidas por un odio cuya herencia reciben como un legado de dolor y desconsuelo. Las guerras no las hacen los niños, nunca las hicieron, pero será sobre ellos que descargarán su pulsión de muerte y destrucción. Siempre ha sido así y así es hoy, en Palestina, en Sudán del Sur, en la República Centroafricana, en Irak, en Siria, en Ucrania o donde quiera que sea. La muerte de cualquier niño, de cualquier niña genera un daño irreparable a la humanidad. Expresa de forma brutal y absurda el desprecio que buena parte de la humanidad se rinde a sí misma.

Cuando la infancia muere en las guerras, bajo la prepotencia de las armas, el hambre, las enfermedades o el abandono, toda la humanidad muere con ellas. Muere una muerte lenta y, como toda muerte, irremediable, irreversible, inimaginable. Mueren los niños y las niñas en las guerras. y, aunque no escuchemos sus llantos, también morimos nosotros con ellos. Aunque nada nos haya pasado, aunque siquiera sepamos de su existencia o nada nos importe su lejana presencia, todos morimos de a poco cuando muere un niño o una niña por el desprecio que algunos seres humanos le dispensan a la vida de otros seres humanos.

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Postales de la tierra del dolor

Por: | 08 de julio de 2014

 A Suzy Castor, con infinito amor...

 

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 Buscando agua en Canaán, Haití. Foto: P. Gentili

 

Maldito sea Canaán. Siervo de siervos será a sus hermanos, dijo Noé.

(Génesis 9:20-27)

 

Amanece en Canaán, el mayor campamento de refugiados de Puerto Príncipe. Allí se estableció Sophie, junto a su familia, meses después del terremoto en el que murieron más de 200 o 300 mil personas. Nadie lo sabe. Tenía en aquel momento 6 años. Ahora tiene 10. Desde entonces, ese emplazamiento no ha parado de crecer. Y lo seguirá haciendo. Se expande hacia Jerusalén, otro inmenso territorio de casas precarias, apenas construidas o casi destruidas, difícil es saberlo. Algunas de ladrillos, otras de madera, chapas, cartón y lonas en las que se lee la inscripción USAID.

No se sabe cuánta gente vive en Canaán, pero viven miles, más de 100 mil, o 150 mil personas, gran parte de ellas pequeñas, niñas y niños, como Sophie, de ojos inmensos y una risa que, cuando aparece, ilumina el cielo polvoriento de ese pedazo de isla que alguna vez inventó promesas de libertad.

Amanece en Canaán y Sophie debe buscar agua antes de ir a la escuela. No tienen agua las casas de Canaán, ni luz, ni desagües. Todos saben que si la tierra vuelve a temblar, Canaán se derrumbará, como una frágil escenografía preparada para un nuevo desastre que algunos llamarán “natural”.

Sophie busca agua. Son los niños y las niñas quienes deben hacerlo, bombeando uno de los pocos pozos que hay en ese campamento de refugiados que nació provisorio y será permanente, como la miseria que les ha sido impuesta a casi todos los haitianos, especialmente a los más pequeños, a los que no pueden defenderse, a los más frágiles, a los que deberán acostumbrarse a escuchar las promesas de felicidad que les regalan sus indolentes y casi siempre corruptos gobernantes, las agencias de ayuda internacional o las iglesias evangélicas que se multiplican en Canaán como el cólera, la diarrea y los puestos de lotería.

Amanece en Canaán, mientras Sophie bombea agua y sueña lo que sueñan las niñas en Haití, a cuatro años del terremoto que mató 200 o 300 mil personas. Nadie lo sabe.

Amanece en Canaán y una bandera haitiana flamea, resistiendo al viento que se empecina en deshilacharla, como a la tenacidad y a la paciencia de los que habitan ese pedazo de isla que alguna vez se atrevió a derrumbar la esclavitud y parece seguir pagando por ello.

Canaán, la tierra prometida. Canaán, el nieto maldito de Noé, el siervo infinito.

 

Bandera.Haiti.CanaanBandera flameando en Canaán, Haití. Foto: P. Gentili

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Sobre el autor

Pablo Gentili

Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires y desde hace más de 20 años ejerce la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Es Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Coordina el Núcleo de Política Educativa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo (UMET) y el Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas (UMET/FLACSO/UERJ).

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