Fue hace 46 años, cuando en el Sur comenzaba, como ahora, la primavera.
Paulo Freire estaba exiliado en Chile, donde había llegado después del golpe militar que daría origen, en Brasil, a una de las más largas dictaduras latinoamericanas. Era un día como tantos otros en Santiago. Paulo Freire había invitado a sus amigos Jacques Chonchol y María Edy para conversar y compartir su plato predilecto: la “galinha cabidela”, una especialidad de origen portugués y muy popular en el Nordeste brasileño, que su compañera Elza preparaba magistralmente. Freire había conocido a Chonchol al llegar a Chile y éste le había ofrecido trabajo en el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), del cual era vicepresidente. Freire desarrollaría allí parte de su experiencia de educación popular con sectores campesinos.
Se hicieron amigos entrañables.
Esa tarde, al despedirse, Freire dijo que quería ofrecerles un recuerdo como agradecimiento por los años de trabajo compartidos: el manuscrito de un libro escrito en una perfecta letra cursiva, casi sin tachaduras y dividido en cuatro capítulos. En la dedicatoria a sus queridos Jacques y Maria Edy, escribiría: “quería que Uds. recibieran estos manuscritos de un libro que quizás no sirva, pero que encarna la profunda creencia que tengo en los hombres”.
Al año siguiente, Freire se trasladó a los Estados Unidos, pasando once meses en la Universidad de Harvard. Llevaba consigo una copia del manuscrito dejado a Chonchol y su esposa. El texto sería publicado por primera vez en inglés, a comienzos de 1970. Nacía así una de las obras que mayor importancia e influencia ha tenido en el pensamiento pedagógico y social mundial de la segunda mitad del siglo XX: la Pedagogía del Oprimido.
Paulo Freire, 1921-1997.