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Contrapuntos

Ese dolor llamado Haití (2ª parte)

Por: | 18 de enero de 2015

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Niño trabajador en Haití. Foto: Alberto Pla. Fotogalería "El futuro en sus manos", El País.

 

Vecinos

Haití y República Dominicana dividen una misma isla del Caribe separada por 360 kilómetros de frontera y muchas décadas de odio.

Los grupos dominantes de ambos países han alimentado y fortalecido un desencuentro del que siempre han sacado ventajas económicas y políticas. Las tensiones, conflictos y enfrentamientos históricos entre estos dos pequeños países constituye la trágica evidencia de la ineptitud de sus élites para avanzar de manera conjunta en políticas de desarrollo que amplíen los niveles de bienestar y justicia social que sus frágiles y casi siempre inestables democracias nunca han garantizado a las grandes mayorías de un lado o del otro de la frontera. Estados Unidos, que invadió ocasionalmente ambos países, siempre se ha beneficiado de esta enemistad. Además, la permanente ruptura del diálogo y de los acuerdos entre ambos países, revela un faceta inocultable de la incapacidad que las naciones latinoamericanas han tenido para consolidar procesos de integración y cooperación regionales que superen los conflictos endémicos que se han repetido sin solución de continuidad a lo largo de los últimos dos siglos.

Dos países que comparten un mismo territorio, dos pueblos con un mismo origen, pero separados por el abismo que produce la explotación humana, las mezquindades y arbitrariedades políticas, la violencia y los atropellos a los derechos humanos, las injusticias y la negación de oportunidades a los más pobres que, en esta isla del Caribe, son casi todos. Haití y República Dominicana han vivido separadas por la prepotencia de sus clases dominantes y sus largas dictaduras, por la connivencia de los Estados Unidos, así como por la poca capacidad de América Latina para establecer políticas de integración regional que sean más sólidas que las meras declaraciones de buena voluntad.

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Ese dolor llamado Haití (1ª parte)

Por: | 14 de enero de 2015

Hace cinco años, Haití se transformaba en una montaña de escombros.

Más de 250 mil personas murieron como consecuencia de un desastre que algunos llamaron “natural”. Casi dos tercios de la población más pobre, en un país donde casi todos son pobres, perdieron sus casas, sus pocas pertenencias y muchos seres queridos. Hace cinco años, Haití volvía a ser noticia mundial y a generar una ola de promesas de ayuda y cooperación, gran parte de las cuales se fueron desvaneciendo, sin que nunca llegaran a concretarse. Hace cinco años, en Haití, ocurría lo que se sabía que podía a ocurrir y lo que sabemos que probablemente vuelva a suceder: un sistemático desprecio hacia la vida humana que se ha repetido sin solución de continuidad ante la indiferencia o la complicidad de sus gobiernos y de una comunidad internacional que hace de la solidaridad con este pequeño país del Caribe una de sus más frecuentes imposturas. 

Campo de Refugiados

La vida en uno de los campos de refugiados que aún permanecen en Haití. Foto: Mauricio Vicent (El País)

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Sobre el autor

Pablo Gentili

Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires y desde hace más de 20 años ejerce la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Es Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Coordina el Núcleo de Política Educativa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo (UMET) y el Observatorio Latinoamericano de Políticas Educativas (UMET/FLACSO/UERJ).

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