Ser los primeros, ir más rápido, Just in time... la cultura de la urgencia lo impregna todo. CNN y Fox News se equivocan en directo.
La rapidez se ha incrustado en nuestra cultura y cada vez nos tiene más acelerados. ¿Es necesario ir siempre tan rápido? En absoluto, pero lo hacemos, incluso cuando no es necesario. La velocidad no solo se ha convertido en el principal elemento de competencia en gran parte de la organización productiva, sino que está colonizando también las relaciones personales.
El Just in time se ha impuesto como un modo de organizar la producción más eficiente. Significa trabajar sobre pedido, es decir, producir únicamente aquello que se necesita, en la cantidad justa y el momento preciso. Este sistema, conocido también como método Toyota, procede de Japón y evita gastar recursos en almacenamiento y distribución, además de posibles pérdidas por obsolescencia. Pero requiere tener una organización muy ágil, muy rápida, capaz de responder con celeridad a las demandas de los clientes. Y muy flexible, lo cual exige poder tomar mano de obra o prescindir de ella en función de la demanda. Este método se vendió en las escuelas de negocios como una fórmula para aumentar la satisfacción del cliente y mejorar la competitividad, pero en la práctica lo que consigue es aumentar la cuenta del resultado a costa de la seguridad y el confort de quienes trabajan en esa organización.
Una organización acelerada, volcada en el instante, ¿no es también una organización más estresada? Seguro que sí. El sociólogo francés Daniel Cohen ya explicó en su libro “Nuestros tiempos modernos” (Tusquets, 2001) cómo el estrés se ha convertido en la enfermedad laboral de nuestro tiempo, como la silicosis, causada por la entrada de polvo en los pulmones, lo fue de la industrialización. Y además de patológica, ¿no puede resulta a la larga también menos creativa y por lo tanto menos competitiva? Algunos especialistas así lo creen. “Trabajar lento nos hace más productivos”, era el título de un artículo publicado hace unos días por la revista Time. Estar permanentemente volcados en el instante, sin tiempo para respirar, impide pensar en el largo plazo. Nos convierte en piezas de un mecano articulado que funciona muy bien, pero sin capacidad para crear, para innovar. Hay que tener una cierta calma para poder trabajar con cierta perspectiva. Como todo, la cuestión está en la dosis de cada elemento.
Una de las organizaciones que más sufre la tiranía de urgencia es precisamente la periodística. La rapidez ha sido siempre un elemento central de la competencia entre medios. Ser el primero en dar una noticia ha sido y sigue siendo la principal ambición de un buen periódico. Cuando Paul Reuter fundó la agencia Reuters, no dudó en recurrir a las palomas mensajeras para llevar información de Aquisgrán a Bruselas, porque iban más rápidas que el tren, y solo prescindió de ellas en 1851 cuando pudo sustituirlas por una línea de telégrafo. Ahora, las tecnologías de la comunicación permiten transmitir cualquier acontecimiento en director y han exacerbado la importancia de la velocidad en la competencia entre los medios.
¿Tan importante es ser los primeros en dar una noticia que de todos modos todo el mundo conocerá en unos minutos?, se pregunta Anne Sullivan a propósito del fiasco en el que cayeron la cadena de televisión CNN y Fox News el pasado 28 de junio al informar sobre la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos sobre la reforma sanitaria de Obama. Los editores creen que sí, pero algunos analistas de la comunicación se atreven a cuestionarlo.
¿Quién le obligaba a la CNN a transmitir en directo el cotenido de la sentencia…sin haberla leído antes detenidamente? Nadie. Y sin embargo lo hizo y eso dio lugar a uno de los errores más sonados de la historia de esta cadena, pues durante unos largos minutos estuvo transmitiendo que el alto tribunal había anulado la ley, cuando era lo contrario, la había ratificado. El contagio de la CNN y el propio deseo indujeron en mismo error en Fox News, que incluso llegó a decir en directo que la sentencia era un golpe mortal para Obama.
A la ansiedad de ser los primeros se unió en este caso el efecto potenciador de ese motor de aceleración que se llama Twitter. La propia cadena tuiteó el error. Solo fueron unos minutos, pero la falsa noticia tuvo tiempo de recorrer un largo trecho y contaminar además a otros medios antes de ser corregida. Esta red social se ha convertido en el símbolo de la aceleración de los tiempos que vivimos. A la capacidad de transmitir de forma rápida y progresión exponencial una especie de concentrado de actualidad versátil y siempre cambiante, se une la simplificación de los mensajes. Twitter consagra la cultura de la compresión máxima: todo en 140 caracteres, es decir, un titular y a lo sumo, un enlace. Y se está convirtiendo en un gran potenciador de la ansiedad. A diferencia de quienes cultivan el más reposado Facebook, los adictos a Twitter, que los hay, sufren mucho: ¿Me habré perdido algo en estas dos horas que no he estado conectado?
La cultura de la rapidez tiende a impregnarlo todo. Y puede convertirse en una tiranía. Por ejemplo, nadie esperaba antes de Internet que se le contestara una carta en menos de dos días. A vuelta de correo, era ya una respuesta inmediata, pero el correo tardaba su tiempo. Ahora, muchos consideran una descortesía que no se responda a su correo inmediatamente. Y no digamos ya si el mensaje llega por WhatsApp. Pero eso no siempre es posible. Precisamente por la facilidad que hoy tenemos para enviar y recibir mensajes, el volumen que adquiere la correspondencia puede llegar a ser en algunos casos inmanejable. Es muy frecuente que alguien se sorprenda, o incluso se moleste, si no recibe una respuesta inmediata. Pero esperar una respuesta inmediata independientemente de la urgencia del asunto implica creer que uno es tan importante que el otro ha de dejar cualquier cosa que esté haciendo para atenderle. O que cualquier asunto propio ha de pasar por delante del de los demás. Y tampoco es eso.
Como siempre, habrá que encontrar un punto de equilibrio.
Ilustración de Marcos Bolfagón