Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

La vida en tres tercios

Por: | 21 de marzo de 2013

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Un tweet de Antonio Caño me condujo a un artículo publicado en el dominical del The New York Times en el que Erin Callan, que había sido directora financiera del banco de inversiones Lehman Brothers, exponía sus amargas reflexiones sobre su vida de alta ejecutiva. El título me enganchó inmediatamente pues planteaba una cuestión que, tras cinco años de inmisericorde crisis económica, ha pasado a formar parte del paisaje cotidiano. "Is there life after work?" "¿Hay vida después del trabajo?"

Erin Callan explicaba en ese artículo que cuando trabajaba para Lehman Brothers, su vida entera giraba en torno al trabajo y era tan entusiasta y tenía tanta energía que cuando alguien le preguntó a su marido qué hacía el fin de semana, imaginando que habría estado escalando o algo por el estilo, él contestó la verdad: dormir. Dormir para recargar baterías y afrontar con energía la muy estresante, competitiva y absorbente vida entre las cristaleras de Leman Brothers, repletas de "amos del universo" dispuestos a todo para aumentar la cuantía de sus "bonus".

Mientras leía su testimonio venían a mi cabeza las terribles primeras escenas de la película Margin Call, en las que puede verse cómo un equipo de "ejecutores" llega de repente a la sede del banco y va llamando, por sorpresa y sin previo aviso, uno a uno, a los que ese día tendrán que pasar por el pelotón de ejecución de un despido fulminante. La notificación es irreversible y conforme las palabras que lo materializan salen de boca de los tecnocráticos verdugos, se van cortando materialmente los hilos del cordón umbilical que hasta ese momento les unía a la empresa: la cuenta del teléfono móvil, el acceso al servidor, la tarjeta corporativa....

Erin Callan no explica si a ella también la despidieron de esa gélida manera, ni si le dieron el ignominioso panfleto psicológico destinado a hacerle ver, por si en ese momento de shock le faltaba clarividencia, que el despido no era un asunto "personal" y que lo mejor que podía hacer era tomárselo como una "oportunidad". La oportunidad de un "nuevo comienzo", como se decía ambién en los muy profesionales y expeditivos despidos que habíamos visto en la película Up in the air.

Lo que sí explica Erin Callan es que se sintió devastada. Hasta ese preciso momento, su vida había girado por entero en torno a su carrera profesional y, aunque tenía familia y amigos, apenas era consciente "del resto de su vida". Ahí estaba el problema. Después de 20 años de entrega absoluta, de no vivir su vida, había sido declarada redundante, prescindible, en algún remoto despacho. En el aturdimiento que siguió a la brusca ruptura de esquemas, tenía dificultades incluso para saber siquiera quién era. Porque ella, hasta ese momento, solo era "lo que hacía".

ImagesCAK8EUECLe costó sobreponerse. Ahora, Erin Callan parece haber encontrado el sentido del "conjunto" de su vida, pero se da cuenta de que muchos de los deseos del tiempo perdido son ya irrecuperables. Y otros tal vez no, pero en todo caso serán difíciles de alcanzar. Por ejemplo, la oportunidad, a sus 47 años, de ser madre. Su testimonio ha avivado un debate que antes habían planteado otras altas ejecutivas, como Sheryl Sandberg, diectora de operaciones de Facebook, o Marissa Mayer, CEO de Yahoo, sobre el desequilibrio entre la vida y la profesión

Pero creo que, para llegar a sus últimas consecuencias, a Erin Callan le falta dar un paso más en su reflexión. Porque no es solo una cuestón personal. Le falta preguntarse por qué ella y tantos otros se han visto abocados a esa situación. Si, pese a que seguramente en todo momento se sintió libre de tomar las decisiones que tomó y de hacer las renuncias que hizo, era realmente tan libre como creía.

Ciertamente nadie le impedia vivir de otro modo. De hecho, mucha gente decide dar un vuelco a su vida de ejecutivo estresado y abandona en mitad de la carrera. Pero el ejercicio de esa libertad exige una decisión muy radical: renunciar a todo. Estar o no estar en el sistema. Esa es la cuestión. Porque en el modelo profesional que rige, dominado por una competitividad extrema, no se puede estar medias. Quien no esté dispuesto a entregarse en cuerpo y alma, difícilmente sobrevivirá.

Steve Jobs, el creador de Apple, en un discurso dirigido a directivos de las grandes corporaciones les aconsejaba regalar a sus subordinados ordenadores y móviles de última generación, sin reparar en gastos, porque eso redundaría en beneficio de la empresa. De lo que se trataba era de facilitar que todos sus cuadros pudieran trabajar "en todo momento". “A veces una idea genial surge estando en la bañera”, argumentaba. Las empresas no solo exigen una dedicación total a sus cuadros
directivos. Quieren también una identificación total.

Pero las condiciones de este tipo de relación vienen determinadas, en último término, por un modelo productivo general que tiende a dividir la vida en tres tercios, desconexos y hasta antagónicos. El primer tercio, que ya casi llega hasta los treinta, es de preparación. De acumulación de conocimiento, habilidades y destrezas profesionales orientadas a la fase productiva. En este tiempo, en general dependiente, son la familia y el Estado quienes asumen el coste.  

El segundo tercio es el de realización. Comienza al entrar, de forma más o menos estable, en el mercado laboral. Cuando eso ocurre, hay por delante, si hay suerte, treinta años de profesión. Al principio parecen muchos, pero pasan rápido. Enseguida se percibe que hay que ir deprisa y a por todas, porque el tiempo vuela y no se puede perder ninguna oportunidad. Hay que darlo todo en esa etapa que es también de acumulación, pero en este caso de bienes materiales.

Margin-call-pelicula-5[1]La competencia es feroz y si se quiere progresar y llegar profesionalmente vivo a los 60, no se puede descuidar ni un segundo porque, como dice Zygmunt Bauman, en estos tiempos líquidos, “el progreso se ha convertido en algo así como un persistente juego de las sillas en el que un momento de distracción puede comportar una derrota irreversible, una exclusión inapelable”. La amenaza de perder la silla está siempre ahí, omnipresente, de manera que “en lugar de grandes expectativas y dulces sueños, el progreso evoca un insomnio lleno de pesadillas en las que uno sueña que se queda rezagado, pierde el tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda velocidad, y que no deja de acelerar”, dice Bauman. La entrega, pues, ha de ser total, y más ahora, sabiendo que a los 55, el profesional más brillante puede ser declarado prescindible. 

Al tercer tercio de la vida pocos entran de forma plácida. Muchos son arrojados a ella abruptamente: o los han despedido o se han ido a pique con la propia empresa. Con suerte, quedan por delante otros treinta años. Pero la jubilación anticipada no supone solo la muerte profesional. En muchos casos puede significar también la muerte civil. Y en aquellos que durante el tercio productivo han confundido el ser con el hacer, tal vez un pasaje a la depresión. Treinta años improductivos, cualquiera que sea la experiencia y la sabiduría acumulada, de caída forzosa de los ingresos y sin otro horizonte que esperar el declive final.  

La vida en tres tercios. Este es el modelo y no resulta fácil escapar de él. El primero de preparación y espera para llegar al segundo, tan absorbido por el trabajo que se dejará de lado “el resto de la vida” para poder alcanzar en buenas condiciones el tercero, al que de todos modos se llegará exhausto. En esta cultura mercantilista en que todo tiene un precio, ¿qué valor contable le damos a la vida que hemos dejado de vivir? ¿Qué sentido económico tiene explotar hasta hasta anularla la vida de una persona, y tirar después por la borda sus altas capacidades sin la menor consideración? 

¿No sería mejor un poco más de armonía vital, unas transiciones más suaves en las diferentes etapas y un mejor balance entre vida y profesión? Para eso haría falta cambiar muchas cosas.

 

Imágenes: Cartel publicitario de Margin Call; Eric Callan, alta ejecutiva de Lehman Brothers, y Demi Moore, actriz que encarna a una directiva del mismo banco en la película.

La pendiente resbaladiza del socialismo

Por: | 01 de marzo de 2013

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Por primera vez desde que en 1977 decidieron unir sus destinos políticos, la cuestión territorial ha abierto una brecha entre el PSC y el PSOE que puede tener importantes consecuencias sobre la política española. Aunque la tensión viene de lejos, la crisis ha estallado después de que 13 diputados catalanes votaran en el Congreso a favor de una propuesta sobre el derecho de Cataluña a decidir su relación con España. Rompían así, por primera vez, la disciplina de voto del grupo parlamentario socialista, en un claro desafío político que obliga a revisar las relaciones que ambos partidos mantienen. Pero en esta crisis no se dirime solo una cuestión de autoridad, de quien debe lealtad a quien. La fractura que divide a los socialistas españoles y catalanes es una consecuencia directa de los cambios que se han producido en las relaciones entre Cataluña y España y por tanto, va mucho más allá de una mera cuestión interna.

El nudo del problema está en que, siendo dos partidos diferentes, cada uno de ellos percibe las posiciones del otro como una amenaza. El PSC sufre en Cataluña una fuerte presión para posicionarse en favor de una agenda soberanista que no ha elegido y que tampoco dirige, pero que puede determinar su futuro, pues depende de cómo se posicione, puede incluso dejar de ser una fuerza política relevante en Cataluña. Al PSOE, por su parte, la tensión territorial provocada por el órdago catalán le coloca en una situación incómoda y teme que cualquier gesto que pueda ser interpretado como una concesión a la agenda soberanista, le penalice electoralmente en el resto de España. Esa es la tensión que ha estallado con la votación del pasado martes. La cuestión está ahora en ver si ambos partidos serán capaces de buscar un punto de encuentro que pueda ser satisfactorio para sus respectivos y antagónicos intereses. 

Las primeras reacciones no invitan al optimismo. De momento ambas direcciones están de acuerdo en revisar el marco de relación establecida hasta ahora, pero con objetivos antagónicos. Mientras importantes sectores del PSOE quieren aprovechar esta revisión para atar en corto al PSC, incluso repecto de sus posiciones en Cataluña, los socialistas catalanes no solo quieren preservar su condición de partido soberano, sino que reclaman una mayor capacidad de decisión y autonomía cuando se voten en el congreso de los Diputados cuestiones relativas a Cataluña. Y si puede, recuperar el grupo parlamentario propio que tuvo al comienzo de la transición.

Aunque ambas direcciones hacen votos por el diálogo, el riesgo de ruptura no es desdeñable. Después de la polémica votación, algunos destacados dirigentes socialistas esgrimido la amenaza de que el PSOE se presente en Cataluña al margen del PSC si este no abandona sus posiciones. No es la primera vez que eso ocurre, pero el hecho que ahora se explicite sin tapujos la amenaza indica que hay sectores del PSOE dispuestos a pasar el Rubicón y que ya han calculado los costes. No es un detalle menor que Fernández Vara planteara esta posibilidad en TVE después de afirmar que perdió las elecciones en Extremadura por culpa del Estatut.

PeticionImagen[2]Adentrarse en este tipo de cálculos supone situar al socialismo en una pendiente resbaladiza muy peligrosa. Fernández Vara puede pensar que una ruptura con el socialismo catalán tal vez pueda beneficiarle electoralmente en Extremadura, pero la división del voto socialista en Cataluña haría mucho más difícil que el PSOE pudiera gobernar de nuevo en España. Quienes contemplan la posibilidad de una ruptura deben meditar mucho sus consecuencias sobre la posición en que quedaría el propio PSOE frente al problema territorial. Los cambios operados en la sociedad catalana respecto de su valoración del proceso autonómico son una realidad que desde luego se puede ignorar, pero no sin consecuencias. Un PSOE polarizado sobre la última letra de su sigla supondría, paradójicamente, alinear al socialismo con la posición que ha venido combatiendo, la de los nacionalismos excluyentes. Supondría asumir que el PSOE es ante todo un partido nacionalista español confrontado con los nacionalismos llamados periféricos. Y si el PSOE se deja arrastrar al negacionismo del pacto territorial que abandera el PP, España perderá una fuerza política capaz de mantener los puentes de diálogo con Cataluña y ofrecer a todos, incluidos los catalanes, un proyecto de España integrador.

La ruptura tendría también consecuencias para el PSC y el ecosistema político catalán. Si en Cataluña entra en crisis la fuerza política que desde el inicio de la transición ha vertebrado la cohesión social de los catalanes de diferentes orígenes, la fractura política puede derivar en fractura social. Y si el socialismo catalán pierde su capacidad de influencia e interlocución con el PSOE, el resultado solo puede ser una mayor debilidad para el socialismo y una mayor tensión en favor del independentismo.

De una fractura como esta, ni el socialismo ni España saldrían bien parados. Y se reforzaría la estrategia del PP de revisar los pactos de la transición por la vía de imponer de facto una interpretación de la Constitución tan restrictiva que suponga un retroceso a planteamientos preconstitucionales.

Son pues los pactos de la transición los que están en juego. Y en este escenario, quien más puede perder es el socialismo. En Cataluña y en España. Y quien más tiene a ganar, en Cataluña y en España, son los nacionalismos radicales, que se retroalimentan con su propio enfrentamiento. El PSOE puede presentarse en Cataluña con sus propias siglas, desde luego. Pero cómo, ¿enfrentado al socialismo catalán? ¿Con el discurso del nacionalismo españolista? Ese espacio está ya muy bien defendido por el PP y Ciutadans. De la división del socialismo el PSOE solo puede esperar una pérdida, que puede ser dramática, de votos y de fuerza en Cataluña. Y ni siquiera es seguro que esa maniobra le diera más votos en Extremadura o en Andalucía. Porque puestos a defender el nacionalismo españolista, el PP siempre será también más convincente y atrevido.

En el PSOE se ha instalado la idea de que el PSC ha dejado de ser un socio fiable y que la culpa de todo la tienen unos líderes socialistas catalanes que se han dejado arrastrar a posiciones nacionalistas. El PSC por su parte considera que el PSOE no ha sabido defender a tiempo y con suficiente convicción una propuesta federal y que ya no es capaz de resistir el arrastre del nacionalismo españolista del PP. Que ya no piensa en “los pueblos de España” sino de la unidad de España.

PeticionImagen[6]En cuanto al motivo que ha dado lugar a la actual crisis, la petición de que el Gobierno de España negocie con la Generalitat la convocatoria de una consulta en las que los catalanes puedan expresar sus preferencias sobre su relación con España, no es algo nuevo ni coyuntural. Ya los Pactos de Abril que dieron lugar a la candidatura única de los diferentes partidos socialistas en las legislativas de 1977 y posteriormente a su unificación en una sola sigla, la del PSC (PSC-PSOE), entre los seis acuerdos de principio en los que se basa el proceso de unidad figuraba, en quinto lugar, “El reconocimiento del derecho a la autoderminación a las nacionalidades y pueblos del Estado español”. El acuerdo precisa que el nuevo "partido plenamente soberano configurará la organización política del socialismo en Cataluña y su articulación con el PSOE”, y añade que “en su propio ámbito, las organizaciones socialistas de las diferentes nacionalidades y regiones tendrán soberanía plena”.

El PSOE se articuló en España como una organización federal y el PSC tuvo durante los primeros años de la transición su propio grupo parlamentario, igual que los socialistas vascos, y en todo ese tiempo, nunca votó diferente del PSOE. Si ahora, treinta años después, lo ha hecho por primera vez es porque la brecha que ha crecido entre Cataluña y España alcanza también al interior del propio socialismo.

El drama es que, al defender la consulta, el PSC sintoniza plenamente con su ADN y con las preocupaciones mayoritarias de la sociedad catalana expresadas en las urnas. Y que el PSOE, por su parte, cree que para sintonizar con lo que considera que pueden ser las posiciones mayoritarias en España, tiene que someter al PSC y dejar de hacer suya la reivindicación del catalanismo. Una vez instalados en esta terrible dicotomía, de poco sirve plantearse quién traiciona a quién. Lo que importa es que si rompen, los dos van a perder. 

El País

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