Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

El día que Évole volvió a hacer de Follonero

Por: | 24 de febrero de 2014

Evole 3
Jordi Évole se había ganado un merecido prestigio gracias a un programa que combinaba osadía, inteligencia y seriedad. Salvados había conseguido niveles muy altos de credibilidad con un tipo de periodismo inquisitivo, que no se contenta con la primera respuesta ni con la versión oficial de los hechos. Cierto que en el formato incluía en ocasiones ligeras concesiones a la “puesta en escena”, pero nunca habían llegado a comprometer el prestigio del programa pues servían a la eficacia narrativa sin distorsionar el contenido. Con el falso reportaje sobre el 23F, Jordi Évole ha traspasado una línea, ha dado un triple salto mortal del que es posible que no salga indemne.

Siempre quedará la duda de si la razón última del experimento era poner en cuestión la opacidad sobre lo ocurrido el 23F o más bien ganar audiencia a costa de uno de unos hechos que ha marcado la historia reciente de este país y sobre el que más se ha escrito y publicado. Con Operación Palace Évole logró encaramarse hasta el 23,9% de share, con 6,2 millones de espectadores en el momento de máxima audiencia. Todo un éxito. Pero el procedimiento seguido para lograrlo no es neutro. Tiene su iatrogenia. El propósito podía ser legítimo y hasta loable: mostrar hasta qué punto los medios son capaces de manipular, de mentir, de distorsionar la realidad. Generar un debate en la profesión y entre los espectadores sobre esta cuestión puede ser interesante y hasta necesario, pero me temo que no todo vale para generar polémica, igual que no todo vale para ganar audiencia. En periodismo, la forma, los medios, sí que importan. Se puede experimentar con los formatos, con los estilos, con la manera de narrar las noticias, siempre que no se ponga en cuestión lo más importante: la veracidad del contenido y la credibilidad del medio.

Evole2El procedimiento es lo que empaña el resultado. Y puede volverse contra sus creadores, no solo contra Évole, sino también contra quienes han participado en la pantomima. Porque lo que se puso en juego para lograr el propósito declarado era nada menos que la autoridad de las fuentes y la credulidad de los espectadores. Si políticos y periodistas pueden ser tan eficaces mintiendo, ¿cómo sabremos cuándo dicen la verdad? El resultado es una pérdida de confianza en todos los medios y todas las fuentes.

Solo la presencia de esas fuentes solvenes podía hacer verosímil una teoría tan descabellada como la de que, para anticiparse al golpe de Estado que se estaba preparando, el Gobierno de Suárez, con la complicidad de políticos y periodistas, había pergeñado una representación teatral “preventiva”, dirigida por el cineasta José Luís Garci, a la que se habría prestado incluso el Rey. Únicamente el coronel Tejero habría creído que se trataba de un golpe de Estado real. De no llegar arropada con el formato del periodismo de calidad, semejante versión hubiera conducido directamente a la hilaridad. Y sin embargo, muchas personas creyeron lo que estaban viendo y su única duda fue, durante buena parte del programa, como atestigua Twitter, cómo era posible que eso se hubiera podido mantener oculto durante tanto tiempo.

Si se quería suscitar un debate sobre la necesidad de permitir el acceso a documentos sobre el 23F que todavía están clasificados, podían haberse utilizado muchos otros procedimientos. No hay que matar para demostrar que la muerte es terrible. Y si de lo que se trataba era de hacer un experimento televisivo sobre el dilema de si es posible "conocer una verdad a través de una mentira" o, lo que es lo mismo, hasta qué punto se puede mentir para sostener una verdad, algo recurrente en el debate periodístico, debían saber que el procedimiento para hacerlo no suele ser neutral.

Operacion_luna__318x216[2]Como experimento televisimo para generar debate podía ser interesante, pero tampoco era innovador. Y eso es lo que contribuye a la sospecha de que lo que se pretendía en realidad era dar la campanada para ganar audiencia. Se han recordado los dos antecedentes más conocidos. El primero fue la adaptación radiofónica que hizo Orson Welle en 1938 de “La guerra de los mundos” en la cadena norteamericana CBS. El relato de cómo las naves marcianas estaban invadiendo el país era tan realista y verosimil, que muchos oyentes entraron en pánico. El segundo fue un documental titulado “Operación Luna”, emitido por el canal francés Arte el día de los Inocentes de 2004. En forma de documental, se sostenía, con testimonios trucados, que la misión Apolo XI que llevó a dos astronautas a la luna en 1968, había sido un montaje del Gobierno de Richard Nixon. Los paralelismos entre “Operación Luna” y “Operación Palace” son evidentes. Ambos adoptan el formato de documental, ambos se sostienen con falsos testimonios y ambos utilizan el mismo argumento: decir que un acontemiento muy importante, ampliamente difundido por los medios y seguido en directo por miles de ciudadanos, era un montaje, una pantomima. La única diferencia relevante es que en el caso de Arte, las declaraciones de los testimonios habían sido trucadas, mientras que en Operación Palace, los testimonios se han prestado a colaborar como actores en la falsa representación.

Pero el antecedente más próximo al de “Operación Palace” es el programa “Camaleón”, emitido por TVE en Cataluña en 1991. El propósito era exactamente el mismo: demostrar hasta qué punto los medios pueden engañar a la audiencia. Y también los medios utilizados fueron parecidos. El programa se iniciaba de tal modo que simulaba una interrupción de la programación ordinaria para conectar con la corresponsalía en Moscú. En esa conexión, el presentador habitual de los informativos explicaba que, según la agencia Reuters, se había producido un golpe de Estado en Rusia, que se veían tanques por las calles de Moscú y que corría el rumor de que Gorvachov había sido asesinado. Conexiones con otras corresponsalías, entre ellas de la Washington, con una crónica de Núria Ribó, daban cuenta de las reacciones en el resto del mundo.

Abril.jpgEl hecho de que el formato fuera el habitual en las conexiones de los informativos, y los protagonistas, los propios presentadores y corresponsales, es lo que daba verosimilitud a la falsa noticia. Hasta el punto de que otros medios la reprodujeron sin contrastarla y Felipe González fue sacado urgentemente de una reunión. Esa fue la razón por la que el experimento se saldó con el cese del jefe de programacion. La emisión provocó un amplio debate, del que quedó clara el menos una cosa: la precipitación con la que los periodistas se conducen en muchas ocasiones, y cómo la extrema competencia lleva a algunos medios a difundir una noticia espectacular sin contrastarla. ¿Qué aportaba de nuevo el experimento de Évole a este debate? 

Para que la farsa pudiera ser creída, para que el experimento pudiera ser eficaz, necesitaba utilizar elementos que le dieran credibilidad. De lo contrario, nunca hubieran podido penetrar en la credulidad de la audiencia. Sin el formato de documental y sin la colaboración de conocidos políticos y periodistas, pocos hubieran caído en la trampa del falso documental sobre el 23F. Pero ahí está, precisamente, el punto débil del experimento. Que para poder demostrar la tesis, necesita engañar a los espectadores con los instrumentos que habitualmente utiliza para ganar su confianza. Es como si un médico deliberadamente prescribiera un tratamiento nocivo a sus pacientes para decirles que estén alerta, porque se puede equivocar. Mentir de esta forma supone dar un golpe bajo a la credulidad de los espectadores. En la polémica posterior al progama, algunos incluso les han culpado de no ser tan listos como para darse cuenta del engaño. Pero ellos pueden sentirse, con razón, heridos por haber confiando una vez más en aquellos en quienes cada semana solían confiar, y ser tratados por ello de tontos.    

Al final, a lo que el experimento contribuye es a la teoría de que nada es fiable. De que todo puede ser  falso. Incluso aquello que en principio goza de la máxima presunción de veracidad. Es cierto que los medios tienen el poder de la manipulación. Y que lo utilizan. Que pueden distorsionar imágenes, ocultar hechos, cambiar la apariencia de las cosas. Pero precisamente porque pueden hacerlo, la única manera que tienen de seguir cumpliendo su función de intermediación y mantener la confianza de los ciudadanos es preservar a toda costa, como un capital intocable, la credibilidad. Ser dignos de la credulidad de la gente.

Ya en su faceta de Follonero en el programa de Andreu Buenafuente Jordi Évole nos caía muy bien. Tenía la virtud de darle la vuelta a las cosas, de incordiar, de poner el dedo en el ojo. Era una pieza fundamental de aquel espectáculo televisivo que tenía el sano atrevimiento de no considerar intocable ningún tema. Y que no engañaba a nadie, pues en ningún momento se presentaba como algo distinto de un programa de entretenimiento que utiliza la realidad como elemento esencial de su contenido. Más tarde, como incisivo periodista del programa Salvados, Évole logró también grandes cotas de popularidad y prestigio. Le admiramos y le apreciamos por ello. Pero ha de elegir. Los dos papeles a la vez no pueden ser. O hace espectáculo, o hace periodismo. 

 

Ciega y sumisa antes que culpable

Por: | 21 de febrero de 2014

Infanta cristina2.jpg
Es una lástima que después de tantos años de esfuerzo por consolidar la imagen de una mujer solvente, moderna y, por primera vez en la Casa Real, con una trayectoria profesional propia e independiente, la Infanta Cristina haya tenido que destruirla, de golpe y con sus propias manos. La estrategia diseñada por el acreditado equipo de abogados de la defensa la obligó a elegir entre lo malo y peor, y eligió el mal menor: antes ciega y sumisa que culpable. Pero al asumir esa estrategia de defensa la Infanta se convertía en colaboradora necesaria de una operación que iba a pulverizar su imagen pública.

Siendo ella uno de los miembros que mayor capital de modernidad aportaba a la Familia Real, la operación de salvamento diseñada por Miquel Roca, incluso en el caso de que resulte exitosa y evite el procesamiento de la Infanta, tendrá costes importantes en el terreno de lo simbólico.

La Infanta Cristina simbolizaba un modelo de mujer independiente, profesionalmente competente, preparada y capaz de asumir responsabilidades en una importante entidad financiera. No cabe duda de que las capacidades que tuviera las seguirá teniendo. El problema es que esa imagen casa muy mal con esa otra que, representada -hay que decirlo- con notables dotes de interpretación, emerge de las seis horas de evasivas, de sorprendentes lapsus de memoria y patéticas declaraciones de ignorancia. No, ella no sabía nada, no recordaba nada, no había visto nada. Ella vivía en la más completa de las ignorancias. Ella es una mujer sumisa, ciega de amor, que firma documentos y autoriza pagos sin saber lo que firma. Una mujer que, siendo propietaria de la mitad de una sociedad, firma las actas, toma fondos para sus gastos y los de su casa, pero ignora por completo las fuentes de ingresos y la forma en que estos son obtenidos. Una señora de su casa que nada se pregunta y nada ve de anormal en la sorprendente facilidad con la que su marido consigue ingresos para la sociedad que comparten. Una mujer de las de antes.

Se interpreta estos días en el Teatre Nacional de Cataluña una obra titulada Ocells i Llops (Pájaros y Lobos) de Josep María de Segarra, dirigida por Lurdes Barba, cuya protagonista es precisamente ese tipo de mujer que ya se daba por superado. La obra fue escrita en 1948 y pretende ser una crítica a los cánones culturales de la época. Lucrècia es una delicada señora de la alta burguesía, rica y cultivada, que sin embargo se comporta como la muñeca de porcelana que todos quieren que sea. Y pese a que el mundo se hunde a su alrededor, en la sordidez de la posguerra, por el egoísmo de unos hijos malcriados y carentes de valores, que la engañan y la esquilman, ella prefiere hacer ver que no ve para mantener la ficción de que sigue viviendo en un mundo ordenado y apacible.

El juego de las apariencias acaba siendo una trampa mortal para Lucrècia. En el caso de la Infanta, también se representa un juego de apariencias. Y ella ha quedado atrapada en el dilema de aparecer como tonta y salvarse, a costa de perder lo que ha sido y representado, o asumir su participación en unas actividades presuntamente delictivas que, además de ser susceptibles de sanción penal, ponen en evidencia una conducta muy poco ejemplar. Puede que la estrategia diseñada por Miquel Roca sea la que, si al final logra que quede exculpada, menos estragos cause a la imagen de la Casa Real. Pero la de la Infanta está definitivamente rota. Una persona que, según lo proyectado en su declaración ante el juez, es tan poco exigente y tan crédula, capaz de confiar tan ciegamente en alguien que se aprovechaba de su preeminente posición como consorte de un miembro de la Casa Real para obtener de las instituciones contratos y favores, ¿merece estar en la línea de sucesión a la Corona española? Aunque sea una posibilidad muy remota, dado el lugar que ocupa, ¿le confiaríamos una institución tan importante en nuestro sistema constitucional a una señora de su casa que mira para otro lado y se deja manejar de esa manera por un marido tan poco ejemplar?

Darwinismo laboral

Por: | 17 de febrero de 2014

Precariedad1.jpgAcaban de cumplirse dos años desde que entró en vigor la reforma laboral. El balance no puede ser más frustrante: ninguno de los objetivos con los que se justificó se ha cumplido. No solo no se han creado los puestos de trabajo anunciados, sino que se han destruido más de 600.000, el mercado laboral no es hoy menos dual sino más precario y peor pagado, y entre los nuevos contratos, los indefinidos son cada vez menos y los temporales cada vez más. Ahora se nos dice que sin la reforma hubiera sido peor.

Los dos grandes instigadores de este brutal retroceso, el FMI y la Comisión Europea, no paran de insistir en que el mercado de trabajo debe flexibilizarse todavía más. La siguiente andanada a los derechos laborales se centrará en los contratos de trabajo. Desde luego hay una forma rápida de acabar con la dualidad del mercado laboral: crear un único contrato de trabajo igual para todos. Igual de precario, claro está, y sin cargas sociales. Así se acabarán los privilegios laborales y las empresas podrán por fin ganar competitividad. Oiremos este tipo de argumentos. Forman parte de un discurso que pretende presentar los derechos laborales y las conquistas sociales como privilegios insoportables, como rémoras de un pasado a superar.

La realidad evoluciona bajo un mar de palabras engañosas destinadas a incidir sobre ella. No es casualidad que justo cuando más deprimida está la economía y menos posibilidades tienen los jóvenes de encontrar trabajo, el discurso se llene de encendidas apelaciones al espíritu emprendedor. A veces en términos perentorios: solo los emprendedores saldrán adelante. Y su reverso: si fracasas es porque no te has esforzado ni arriesgado lo suficiente. Se entiende por emprendedor alguien que es capaz de innovar, de abrir caminos, de tener ideas nuevas y materializarlas. Los hay, desde luego, que responden a este perfil, y la sociedad los necesita, pero sin capital propio, ¿quién puede emprender, con qué dinero? ¿Dónde está el crédito, dónde la financiación?

Necesitamos perfiles emprendedores, pero no son tantos y tampoco podemos pretender que todos los jóvenes que llegan al mercado laboral vayan a serlo. ¿De qué estamos hablando pues? En realidad, estamos hablando de autoempleo. De buscarse la vida. Lo que se les está diciendo a los jóvenes es que se lo monten, que se apañen como puedan, que se hagan autónomos, porque por cuenta ajena, pocas posibilidades tienen de encontrar trabajo.

Precariedad2.jpgEl discurso es coherente con los cambios que se están produciendo en la estructura económica. En los últimos 20 años la mayoría de las empresas han emprendido la externalización de parte de sus procesos productivos. Primero se externalizaron servicios completos a empresas especializadas y ahora se externalizan, uno a uno, puestos de trabajo. En realidad, lo que hacen es librarse de las cargas sociales. Podrás continuar trabajando para nosotros, pero como autónomo. Emprendedores a la fuerza.

Forma parte de las funciones del discurso hacer aparecer como aceptable, e incluso deseable, como una elección, lo que en realidad es una imposición. Mientras se argumenta que solo los muy preparados tendrán opciones y proliferan las ofertas de cursos y másteres, lo que ocurre en la realidad es que muchos jóvenes altamente cualificados rebajan su currículo para poder tener opciones a puestos de menor categoría; y muchos estudianes que podrían haberse licenciado, prolongan artificialmente los estudios para poder acceder a puestos en prácticas. Y así es como los comedores escolares de este país tienen el insólito privilegio de ser atendidos por monitores que son arquitectos o abogados. El discurso nos dice también que es bueno salir a trabajar al extranjero. Por supuesto que lo es, siempre que sea por libre decisión y para mejorar en la profesión elegida. Pero la realidad es que muchos van a hacer de camarero.

Precariedad 3.jpgSe está produciendo un cambio en el ecosistema en las relaciones laborales y, como en todo proceso de selección darwinista, una forma de sobrevivir en condiciones cambiantes adversas es desarrollar conductas adaptativas. Algunas pueden ser positivas. Otras no tanto. Si los empresarios son incapaces de valorar la importancia de tener un buen capital humano, estable y cohesionado, y tratan a sus empleados como calcetines de quita y pon, como pañuelos de usar y tirar, no deben extrañarse si sus empleados muestran un escaso compromiso. Si les pueden despedir cuando quieran sin coste alguno, si de todos modos les van a echar, ¿para qué implicarse? No deja de ser una respuesta adaptativa.

Pero más allá de estos “efectos secundarios” no deseados, lo que persigue el discurso que tanto apela a la necesidad de adaptarse a los nuevos requerimientos de la economía globalizada, es promover una respuesta adaptativa de sumisión, de renuncia a los sistemas de protección colectiva que nos amparan frente a las adversidades de la vida. Parece difícil que un propósito de esta naturaleza pueda prosperar, y sin embargo avanza. ¿Como es posible? Porque, por debajo de una idea en principio positiva y bienintencionada —la necesidad de adaptarse a los cambios— lo que hay es una realidad que fomenta el miedo y la inseguridad. Si este discurso se acaba imponiendo, las nuevas generaciones acabarán viéndole ventajas a eso de trabajar por cuenta propia, de no tener horario (ni salario) fijo, a vivir a salto de mata. Y puede que algún día la condición de "autónomo dependiente" llegue a ser presentado también como un privilegio, una rémora del pasado a superar. Como ahora el contrato indefinido con indemnización por despido.

 

Imágenes: Samuel Sánchez

Artículo publicado en la edición catalana de El País (16/02/2014)

 

La profecía autocumplida

Por: | 03 de febrero de 2014

Troika
El Estado de Baviera ha creado un programa para reclutar a jóvenes españoles dispuestos a trabajar en Alemania. Les facilita cursos de alemán, vivienda y una integración supervisada a sus destinos laborales. La operación ofrece ventajas para ambas partes: Alemania se asegura de poder escoger los perfiles que necesita, y los jóvenes españoles pueden encontrar la oportunidad profesional que su país no es capaz de darles. Pero más allá de esta benevolente interpretación, lo que en realidad oculta la noticia es la transferencia de capital humano y profesional de los países empobrecidos por la crisis, hacia los países que no solo no la han sufrido tan intensamente sino que se han beneficiado de ella. Alemania, pese a tener una deuda mayor, paga ahora menos intereses que en 2007. Grecia, en cambio, pese a haber sido rescatada (o precisamente por ello) no solo no ha reducido su deuda, sino que la ha más que duplicado y los intereses no hacen sino incrementarla.

Esta semana han concluido los trabajos de la comisión de investigación del Parlamento Europeo que la Conferencia de Presidentes autorizó a regañadientes en noviembre pasado para evaluar las consecuencias sociales y laborales de la intervención de la troika en los cuatro países rescatados. En realidad, es un examen a la propia troika. Lejos del triunfalismo con que el Banco Central, la Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional se empeñan en hacer creer que su intervención ha sido un éxito, la comisión concluye todo lo contrario. Una “catástrofe social” en palabras del ponente del informe, el eurodiputado socialista Alejandro Cercas (S&D), quien considera que Europa ha vivido la peor crisis económica y social desde la II Guerra Mundial y ahora puede vivir su peor crisis política. El informe puede convertirse en un revulsivo contra la pérdida de calidad democrática que ha supuesto la intervención de la troika al margen de los procedimientos comunitarios. (Cualquier ciudadano puede participar en el debate sobre el informe que se votarán en marzo a través de http://eplinkedin.eu/yk).

¿Y qué hay de España? Como no fue formalmente rescatada, no ha sido objeto de escrutinio. Pero tuvo un memorando que imponía duras condiciones, y a pesar de que ha salido de la zona de peligro, cada vez que el comisario Olli Rehn y la directora del FMI, Christine Lagarde, se refieren a ella, es para insistir en que se acometa la tercera reforma laboral, cuando ya es evidente que las dos anteriores han fracasado en lo que era su principal objetivo declarado, crear empleo.

Pese al triunfalismo con que el Gobierno presenta algunos datos macroeconómicos, la perspectiva sigue siendo muy negativa para la creación de empleo, hasta el punto de que el último informe de la Fundación BBVA estima que necesitaremos 17 años para volver a los niveles de antes de la crisis. Oficina empleo3

Y aquí es donde volvemos al programa de reclutamiento del Estado de Baviera y su significado. A diferencia de las olas migratorias de los años cincuenta y sesenta, no es mano de obra barata lo que quiere Alemania. El director de la Agencia Federal de Empleo, Frank-Jürgen Weise, declaró el año pasado que Alemania necesitará importar más de 200.000 titulados superiores y profesionales de alta cualificación al año y espera encontrarlos en los países del sur.

EE UU logró la hegemonía económica y cultural gracias a su capacidad para importar talento del resto del mundo. Algo parecido está empezando a ocurrir en el interior de Europa. Mientras aumentan las trabas a la movilidad de los trabajadores pobres y poco cualificados, se crean oficinas de reclutamiento para los que aportan talento y creatividad. La posibilidad de movilidad interior puede ser vista como un alivio por los países en crisis, pero no deja de ser una transferencia masiva de capital humano, una descapitalización. Esta movilidad selectiva permite a los países importadores apropiarse del esfuerzo realizado por los demás para formar élites profesionales y a la larga, agravará todavía más la brecha entre la Europa del norte y la del sur.

El modelo económico que ha impuesto la troika contribuye a esta división social del trabajo entre el norte y el sur y conduce a una Europa de dos velocidades. El Gobierno ha hecho mucho énfasis en las reformas que facilitan la devaluación interna del país, y muy poco en las que propiciarían el cambio de modelo productivo que tanto invoca. Las reformas aplicadas responden a un modelo que basa su competitividad en las rebajas salariales, en lugar de la innovación y el conocimiento, un modelo empresarial que prefiere tener trabajadores precarios de usar y tirar a consolidar un verdadero capital humano. Y así es como llegamos a la profecía autocumplida. Con salarios de 800 euros al mes, un 25% de paro, una enorme bolsa de economía sumergida y unas clases medias sin capacidad para consumir, pocos ingresos tendrá el Estado. Y sin ingresos fiscales suficientes, el Estado de bienestar, es decir, la sanidad, la educación y los servicios sociales, acabarán siendo, efectivamente, insostenibles. Y esto es lo que tenemos que debatir.

 

Imágenes: AP/Petros Karadijias / Samuel Sánchez.

Artículo publicado en la edición catalana de El País (02/01/2014)

 

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