Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

Curiosa defensa de lo público

Por: | 21 de julio de 2014

Bellvitge mani
T
ener una Sanidad Pública de calidad, de acceso universal y gratuito, constituye un tesoro social de tal magnitud que pocos se atreven a atacarlo de frente. Saber que, te ocurra lo que te ocurra en esa lotería que es la salud, estarás cubierto por un sistema capaz de ofrecerte las mejores terapias disponibles al margen de cuál sea tu posición social es una fuente de tranquilidad que no siempre apreciamos suficientemente. Como la salud misma, puede que solo seamos capaces de valorar lo que tenemos cuando lo perdamos. Y lo podemos perder si no lo defendemos. Pero hay que acertar también en la forma de defenderlo.
En las últimas semanas hemos visto cómo las costuras del sistema parece que se estén descosiendo. Pacientes en Urgencias de Bellvitge o de Vall d’Hebrón esperando durante días una cama en la que poder ingresar; familiares y personal sanitario pertrechados en las unidades para que no se cierren camas en verano; médicos estresados por la sobrecarga asistencial y mucho malestar. Cuatro años de recortes hacen su mella.
Escuchando el jueves pasado las explicaciones que el consejero Boi Ruiz daba en Els Matins de TV-3, cualquiera pensaría que es el primero y el mejor de los defensores del sistema público. Todo lo que hace su departamento, incluido el cierre de más de 3.000 camas en verano, es en aras de una mayor eficiencia, que a su vez ha de garantizar la sostenibilidad del sistema. Todo está justificado. Todo tiene su explicación. Pero a poco que se afine el oído, el discurso tiene un doble fondo.
Lo tiene, por ejemplo, cuando se afirma que el cierre de camas y quirófanos no aumenta las listas de espera porque la actividad programada se sustituye por cirugía ambulatoria. Este tipo de cirugía es un gran avance que ahorra costes al sistema y molestias al paciente, pero no todo puede operarse en régimen ambulatorio. La cirugía compleja requiere quirófano e ingreso. La suspensión de operaciones programadas incrementa el tiempo de espera, lo que aumenta la probabilidad de que el estado del paciente se agrave y acabe en Urgencias. Operar de urgencia implica a su vez suspender intervenciones programadas, y así es como se hace una bola cada vez mayor. El colapso de pacientes en Urgencias de Bellvitge o de Vall d’Hebrón no son, pues, como se dijo, hechos puntuales. La realidad es tozuda: días después de esa explicación, 33 pacientes seguían esperando cama en Bellvitge.
PeticionImagenCANTU4A5Mientras el consejero aparece como paladín del sistema público, las imágenes de pacientes hacinados en los pasillos y los datos sobre el aumento de las listas de espera alimentan la idea de que la sanidad pública se deteriora gravemente y ello puede llevar a mucha gente a la conclusión de que tal vez sea mejor suscribir un seguro privado. Solo hay que ver los anuncios que hacen las compañías de seguros privados en televisión para darse cuenta de que ese es precisamente el target al que se dirigen.
Y mientras eso ocurre, asistimos en paralelo a otra curiosa forma de defender lo público: dar entrada a la iniciativa privada con el falaz argumento de que es más eficiente y permite ahorrar costes. EL discurso oficial juega con la ambigüedad a la hora de definir qué es gestión privada. Casi siempre se pone como ejemplo la cesión de servicios a asociaciones de médicos. Pero una cosa es la gestión privada de base asociativa, que puede ser positiva en la medida que implica más a los profesionales, y otra muy distinta la que se entrega a sociedades anónimas movidas por el voraz ánimo de lucro de los fondos especulativos que integran su capital. El argumento de la mayor eficiencia en boca de quien tiene la responsabilidad de gestionar la red pública tiene su gracia. Porque, o es una impostura, o es una declaración de incompetencia. El consejero tendría que explicar por qué sus gestores —cuyos salarios son los únicos que ha preservado de los recortes— no habrían de ser capaces de gestionar con la misma eficiencia que se le presupone en la iniciativa privada.
El resultado subliminal de este tipo de argumentos es el descrédito de lo público. Este es el juego. Así las cosas, convendría una reflexión sobre cómo incide en esta estrategia la lógica expresión de malestar por parte de los profesionales del sector público. Es evidente que si, pese a los recortes, la valoración de los ciudadanos sigue siendo alta es gracias a la entrega de muchos de sus profesionales, que suplen con esfuerzo y dedicación la sobrecarga y la falta de medios. Tampoco cabe dudar de que, cuando protestan, lo hacen en defensa de ese tesoro que es poder tener un sistema público que además de calidad ofrece equidad. Pero habría que ir con cuidado de que la forma de expresar el malestar no acabe contribuyendo a la estrategia de descrédito de lo público. Si los profesionales bombardean constantemente a los pacientes con sus quejas, dependiendo de cómo lo hagan, pueden acabar contribuyendo a la idea de que el sistema no funciona y mejor será ir pensando en un seguro privado.

 

Imágenes: Manifestación en defensa de la sanidad pública frente al hospital de Bellvitge. /ALBERT GARCÍA

Enfermos en los pasillos del Servicio de Urgencias de Bellvitge. 

Quiero ser millonario

Por: | 09 de julio de 2014

Ha caído por casualidad en mis manos un librito delicioso. Lo han hecho, como recuerdo de final de etapa, las profesoras, padres y niños de una clase de sexto de Primaria, la mayoría de los cuales ha compartido aula en la misma escuela desde 2005. Son 14 niños y 11 niñas de doce años que han dejado atrás la educación infantil y esperan septiembre con ilusión, pero también cierta aprensión, porque entrarán en la ESO y saben que eso es empezar a hacerse mayor. Se trata de un ejercicio vitalista y tierno, un ejemplo del buen hacer pedagógico de una escuela pública considerada modélica. La publicación incluye cartas de las maestras y los padres dirigidas a los niños, pero los protagonistas son ellos. Contiene, en forma de desplegable, dos fotos de cada niño, una actual y otra del primer curso, y un pequeño texto en el que cada uno expone sus preferencias sobre un país, un sueño, un recuerdo, un deseo y qué quiere ser de mayor. Y aquí es donde salta la gran sorpresa: de los 25, 12 quieren ser, expresado además de forma muy clara, millonarios. Y una constatación: pese a haberse educado en la misma escuela y el mismo entorno, hay enormes diferencias entre los niños y las niñas a la hora formular sus deseos y proyecciones de futuro.

El contenido induce a una inquietante constatación: por mucho que se esfuerce la escuela por transmitir determinados valores, la fuerza de los que emergen del entorno mediático es tan potente que acaban predominando. Este es el “deseo” que expresa cada uno de los 14 niños: que me toque la lotería (4), ser multimillonario (4), ser millonario, ser rico, ser jugador de fútbol en el Real Madrid, tener una mansión y tres Bugattis, tener una tabla Elements con ejes Santa Cruz y tener dinero para mantener a mi familia. Y este, el que expresan las 11 niñas: dar la vuelta al mundo con mis amigas (4), ser cocinera, ser muy feliz, aparecer en los libros de historia como una de las científicas más importantes, sacar buenas notas, que no haya problemas, que la amistad no se rompa por muchos años que pasen, y ser famosa.

PeticionImagenCAYPMRIHNo cabe duda de que en las respuestas hay un cierto factor de arrastre, de imitación, pero no deja de ser significativo que lo que arrastra, en el caso de los chicos, sea precisamente el sueño de hacerse millonario. En coherencia con estos deseos, los niños eligen profesiones cuyo éxito implica siempre ganar mucho dinero. De los 14, hay tres que eligen profesiones “normales” (ingeniero aeronáutico, cocinero y mecánico) y otros tres, profesiones de “acción” (policía secreta, soldado y marinero “como el novio de mi hermana”). Los ocho restantes quieren ser deportistas de élite: futbolista (3) –como Ronaldo, precisa uno-, jugador de la selección española de waterpolo, jugador profesional de hockey, piloto de moto GP, skater profesional y tenista. Entre las niñas, en cambio, se observa un mayor realismo y mayor variedad a la hora de elegir: actriz (3), diseñadora de moda (2), cocinera, psicóloga, periodista, profesora, dibujante y científica.

La muestra no tiene valor representativo, pero es un ejemplo muy elocuente de cómo el entorno influye en los niños. De cómo ciertos valores que aparecen como difusos en el ambiente mediático, pasan por encima de los que se trabajan en clase o aquellos que las familias tratan de inculcar. Estos niños no van a un colegio elitista, sino todo lo contrario: es una escuela pública que sigue un modelo de pedagogía activa con los pies bien anclados en la realidad. Sus familias pertenecen a ese amplio espectro de capas populares y clases medias que sortean como puede la crisis, unos mejor que otros. ¿De dónde salen pues esos sueños de grandeza, esos deseos imperiosos de hacerse rico?

No es difícil encontrar la respuesta: del modelo de éxito que de forma apabullante emerge a través de los medios de comunicación. De las noticias sobre las fichas millonarias de las estrellas del fútbol, de la increíble prima de 720.000 euros prometidos a los jugadores de la Roja si ganaban la copa del mundo, de la permanente exhibición de los rutilantes éxitos de figuras del deporte como Nadal, Alonso o los jovencísimos pilotos de las carreras de motos. Ese es el modelo que aparece. Un modelo atractivo y aparentemente sin esfuerzo. Nada de matemáticas, nada de física ni estadística. Y una idea de fondo muy peligrosa: el poder absoluto del dinero. Menos mal que ninguno ha dicho que quería hacerse político corrupto, que es otra vía muy transitada últimamente para hacerse millonario sin demasiado esfuerzo.

Los niños son tremendamente permeables a la publicidad. Y mucho más sensibles a la imagen que a las palabras. El mensaje que reciben en clase queda sepultado por un alud de imágenes relacionadas con el éxito, la fama y la gloria como fuente de poder y de felicidad. Es lógico que lo quieran para ellos. Lo preocupante, de este pequeño y entrañable retrato de anhelos, es cómo gestionarán estos niños y muchos otros como ellos la frustración de semejantes expectativas.

 

El País

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