Hace unos días, entrando en Barcelona por la Diagonal, me sorprendió una enorme pancarta colgada en la balconada de un edificio en la que se leía un mensaje ciertamente estridente: “Fora inútils polítics”. Ignoro los motivos, porque no se daban más pistas, pero la frase me resultó extremadamente inquietante. ¿Qué quería decir exactamente? Porque no es lo mismo pedir que se vayan los políticos inútiles, con lo que podríamos estar de acuerdo, que pedir que se vayan los inútiles de los políticos. Eso es otra cosa. La generalización implica un nivel de descrédito de la política que resulta peligroso. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Es cierto que la política no se agota, ni mucho menos, con la actividad de quienes la ejercen, pero la acción política siempre necesitará de intermediaciones más o menos profesionalizadas. Se puede y debe discutir si los actuales formatos y formas de ejercer la política sirven o no a los fines de la democracia, que es representar los intereses de la ciudadanía. Desde luego, hay razones sobradas para la crítica. El sistema surgido de la Transición primó el papel de los partidos políticos como instrumento central de la política. En una sociedad que llevaba décadas de dictadura tenía sentido reforzar el papel de los partidos como instrumento de participación política y como medio de reclutamiento y formación de líderes políticos. Pero con el tiempo y la ayuda de una ley electoral que ha favorecido el bipartidismo, los partidos que se alternan en el poder han aprovechado las ventajas que les otorgó la arquitectura diseñada en la Transición para colonizar todo el espacio institucional, de modo que aquellas estructuras creadas para canalizar y facilitar la pluralidad política, han acabado asfixiándola.
El resultado es que los partidos llamados “de gobierno” han evolucionado de tal manera que parecen más empresas destinadas a conquistar y retener el poder que instrumentos para canalizar la participación política. Reducidos a una maquinaria electoral, sus dirigentes se han venido eligiendo por un sistema en el que priman más los criterios de afinidad y lealtad, es decir, de sindicación de intereses personales, que en cualidades políticas y capacidad de liderazgo.
El resultado ha sido un empobrecimiento de las élites políticas. Lo que impera es un sistema que da a unas pocas personas situadas en las cúpulas de los partidos un poder casi absoluto sobre todos los niveles de la administración. Es decir, sobre los presupuestos que controlan esas administraciones. Los mecanismos de elección partidaria tienden a expulsar fuera del sistema a quienes se mueven por otros impulsos o no se avienen, por razones éticas o de exigencia política, a las reglas de ese ecosistema.
Mediocridad política y corrupción son, en realidad, dos caras de la misma moneda. Si se rebaja la exigencia ética y se evita cualquier rendición de cuentas, no es extraño que aquello que empezó siendo una conducta corrupta para favorecer al partido y asegurar su permanencia en el poder, acabe siendo un sistema que generaliza la corrupción en todos los niveles de la gestión pública. Y lo hace anulando la capacidad de los organismos de control y contrapesos creados para ejercer la vigilancia del poder, y propiciando una cultura de lo público que considera legítimo utilizar los resortes de la política para defender intereses privados. O para enriquecerse.
No es casualidad que uno de los eslóganes del movimiento 15-M, que fue la primera reacción que surgió a este estado de cosas, fuera precisamente “no nos representan”. Una forma de defenderse por parte de quienes se consideran atacados es acusar a quienes les señalan como casta de ser también casta o aspirar a serlo. Hacen denodados esfuerzos por presentarlos como gente susceptible de ser corrompida que se mueve por ansia de poder. Es decir, de ser una copia de lo que ellos mismos son. Lo hemos visto con Syriza. Y también con Podemos. Un día se les acusa de practicar un extremismo suicida, y al día siguiente de traicionar los principios cuando se muestran dialogantes. Hoy son malos por ser radicales intransigentes y mañana por estar dispuestos a pactar. Como si no hubiera en realidad otra forma de ejercer la política.
Pero la hay. Tiene que haberla. Los corruptos han sustituido el sentido de la vergüenza por el de la impunidad. Ha de ser posible reinstaurar una cultura política basada en la exigencia de honradez. De recuperar el sentido de la vergüenza en el ejercicio de la acción política. Pero nada de eso llegará sin cambios profundos en los mecanismos de ascensión y ejercicio del poder. Hay que romper las inercias.
Sergio Fajardo, el que fuera alcalde carismático de Medellín (Colombia), encontró resistencias parecidas cuando se propuso transformar una de las ciudades con mayor criminalidad. Consiguió darle la vuelta al discurso imperante y acabó cambiando por completo la ciudad. Su fórmula es muy simple: “Muchos ojos, pocas manos”. Sobre el dinero público, se entiende. Justo lo contrario de lo que tenemos por aquí.
Imagen: Manifestación del movimiento 15-M. Foto: Álvaro García.
Hay 4 Comentarios
Perdone Doña Milagros, me cuesta entender eso de muchos ojos y pocas manos pues donde va una persona lleva dos ojos y dos manos si no es manco, tuerto o ciego. Opino que la solucion a la corrupcion en la politica llegara cuando se entre a la misma a defender una idea y no un sueldo para eso propongo que el sueldo de los cargos elegidos sea determinado de la siguiente manera, se hace un promedio de lo que el elegido ha ganado en los cuatro años anteriores a su toma de posesion segun su declaracion de hacienda y asi al teminar su periodo no sera ni mas rico ni mas pobre que si no hubiera entrado en la politica, dificil ya lo se pero seguro que alguien con mas capacidad que yo sabra como implementarlo, asi evitaremos a los que toman la politica como un modus vivendi
Jose Luis Espargebra Meco un español desde Buenos Aires
Publicado por: jose luis espargebra meco | 04/03/2015 20:20:27
La cuestion que se debate en el caso de los Eres de Andalucia no es la corrupcion: Se debate si el legislador legisla para delinquir, se debate si el gobernante gobierna en beneficio del delicuente. La sra. Ayala tiene una causa contra el PSOE porque indica que los dirigentes gobiernan para favorecer la corrupcion, y el parlamento aprueba leyes para favorecer el robo. De todas formas la corrupcion es un mal universal e intemporal de los seres humanos bien por ambicion o por educacion caen multiples veces en la corrupcion.Y que tire la primera piedra el que pueda ser libre en todo momento.
Publicado por: scarmonan | 19/02/2015 20:04:47
No son sólo los políticos, es la clase dirigente entera que está contaminada, se ha establecido un sistema en el que muchísima gente ha participado, haciendo creer que el que no participaba en ese reparto era tonto. Se requiere un cambio de mentalidad. Unos pocos lo han hecho, a ver si logran contaminar de ese cambio a muchos otros
Publicado por: JUAN VÁZQUEZ OSORIO | 12/02/2015 3:00:02
Me parece, Zabalita, que el Perú se empezó a joder cuando los partidos de izquierda -obviamente los de derecha no cuentan a estos efectos- decidieron que eso de hacer pedagogía -por ej. la que se hacía en las Casas del Pueblo y Ateneos Libertarios a finales del XIX y principios del XX- era una antigualla porque al presente todo el mundo tenía el graduado escolar. Es decir, me parece que el Perú se ha venido jodiendo mucho antes de la Transición: desde que las élites dominantes lograron arraigar en el imaginario colectivo el desprecio de lo público y de la política. Desde luego la asignatura de Educación para la Ciudadanía ayudaría pero creo imprescindible retomar las Casas del Pueblo y los Ateneros Libertarios
Publicado por: pepe111 | 11/02/2015 18:40:33