Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

Esos viejos dinosaurios

Por: | 17 de mayo de 2015

Tras cuarenta años de dictadura, sin cauces de participación política y un Estado autoritario todavía fuerte, era inevitable que los constituyentes de 1979 entronizaran a los partidos políticos como la clave de bóveda del nuevo sistema político español. No había habido ruptura, sino reconciliación, y para conjurar el riesgo de involución que todos los demócratas temían, se decidió proteger y reforzar el papel de los partidos políticos: se les garantizó financiación pública y se les entregó la llave de todo el edificio institucional.

En ese momento, la militancia reunía a la parte más dinámica de la sociedad. Allí estaban quienes habían luchado por la democracia y las élites intelectuales del país. Tenían una gran legitimidad. Cuarenta años después de morir el dictador, las encuestas del CIS sitúan a los partidos políticos en el último lugar en aprecio ciudadano y las siglas que han dominado la política española son vistas como viejos dinosauros al borde de la extinción.

El sistema ha funcionado durante diez legislaturas, las que van de 1979 a 2011. Pero ahora está claramente en crisis. Se ha escrito ya mucho sobre las razones de este deterioro. La ley electoral redujo la pluralidad inicial y derivó hacia un bipartidismo apabullante que llegó a acaparar el 83% de la representación política. En un sistema sin contrapesos externos —los partidos controlan incluso el Tribunal de Cuentas que les ha de fiscalizar— pronto se convirtieron en máquinas de gestión con poder para colonizar todo el aparato institucional.

PeticionImagenCATN23EXLa falta de democracia interna hizo que apenas un puñado de personas promovidas a la cúspide por cooptación interna controlara todo el poder. La estructura organizativa pasó a comportarse como una empresa (de colocación de sus cuadros y de ocupación del poder, entendido como mercado político), cada vez más cerradas y más impermeables a la crítica y la renovación. La vida interna se empobreció, los liderazgos se debilitaron y el ejercicio de la política se corrompió hasta niveles que los constituyentes no podían imaginar. La crisis ha acelerado un proceso de desafección que había comenzado mucho antes.

Ahora, todos los dinosaurios del viejo sistema se plantean estrategias de supervivencia. La desmembración del espectro político obligará a los que no desaparezcan a sustituir la competencia destructiva por formas más versátiles de relación con las demás fuerzas. Susana Díaz está aprendiendo esa lección. Saben que también a nivel interno han de evolucionar, pero no saben muy bien cómo ni en qué dirección. En el escenario vemos distintas fases de evolución.

En el extremo inmovilista está el PP, que ni siquiera ha hecho la más mínima concesión a la democracia interna, como elecciones primarias. El dedazo sigue siendo su sistema de legitimación interna. En una estructura vertical y cerrada como la del PP, los intentos de cambio solo pueden expresarse en forma de enconadas luchas internas, con las palabras fidelidad y traición como fetiche. En ello están. Como en Juego de Tronos.

El PSOE ha sido más atrevido, seguramente porque fue desalojado del poder de forma abrupta. A la fuerza ahorcan. Ha hecho la renovación generacional y ha introducido el mecanismo de las primarias, con lo que se ha democratizado y el poder interno ha pasado de los cuadros a la militancia. Es consciente de que las fronteras del partido han de ser más porosas, pero la vieja dinámica se resiste y no deja de ser paradójico que la decisión por la que Pedro Sánchez ha consolidado su liderazgo haya consistido en saltarse a la torera el resultado de las primarias en Madrid. Pero también la militancia ha perdido el significado original. Con los años, ha quedado limitada a una especie de tecnoestructura vinculada al poder, y tan alejada de la sociedad como el propio poder. Quien controla la mayor estructura territorial, está en condiciones de controlar el partido, como ocurre con Susana Díaz.

Ahora, el PSOE se plantea evolucionar de partido de militantes a partido de electores. Pero ¿qué es eso exactamente? Si la sociedad ya no se identifica con la verticalidad y oscurantismo de los viejos partidos, ¿qué formas organizativas surgirán como alternativa? La experiencia de Podemos, en tanto que fuerza emergente surgida de los nuevos movimientos ciudadanos, es interesante porque supone una prueba de concepto. Círculos abiertos a la participación de cualquiera, debate interno público y sin restricciones, búsqueda de la transversalidad y utilización de las tecnologías como instrumento de participación aportan elementos de renovación interesantes. Pero todavía no se vislumbra una solución para el paso siguiente: el de trasladar esa participación abierta y horizontal al ejercicio del poder.

 

Ilustración: EVA VAZQUEZ 

 

Un minuto de televisión

Por: | 11 de mayo de 2015

Monedero
Pese al tono amable y hasta laudatorio de su carta A mi amigo Pablo, la retirada de Juan Carlos Monedero de la dirección de Podemos tras criticar una deriva electoralista abre una interesante reflexión sobre la relación entre fines y medios en política. Otras políticas son, desde luego, posibles, de eso no hay duda. Pero ¿es posible otra forma de hacer política y tener opciones de gobernar? Esta es la cuestión a la que se enfrenta ahora Podemos.

Después de meses en que parecía que la movilización del 15-M había quedado en un mero rumor de fondo sin concreción política, la irrupción de Podemos en las europeas de 2014 cambió por completo el escenario político. Su fulgurante ascenso tuvo mucho que ver con la capacidad de sintonizar con el estado de ánimo que dominaba la calle. Era una fuerza nueva, con un discurso nuevo y nuevos canales de expresión. Sabía, sin embargo, que para crear un movimiento político extenso y transversal, capaz de interpelar al poder, las redes sociales no eran suficientes. Necesitaba la televisión como instrumento para posicionarse en el lugar donde se dirime la política, la esfera pública mediática. Pero este espacio tiene, como bien ha descrito el sociólogo John B. Thompson, dinámicas poderosas que acaban condicionando las conductas de los propios actores políticos.

Aunque Podemos ha demostrado capacidad para crear un potente discurso a través a las redes, al final Monedero se ha despedido lamentando amargamente que un minuto de televisión sea más importante para su partido que una discusión con uno de los círculos. Pero la posibilidad de gobernar no se dirime en los círculos, aunque estos sean muy importantes para la vitalidad interna, sino en la capacidad de posicionarse en el escenario mediático, donde la pugna política, no por virtual es menos cruenta.

Conforme escalaba en las encuestas, Podemos se convertía en una amenaza. Sus proclamas contra el sistema surgido de la Transición resultaban inquietantes, pero lo que más preocupaba era la potencialidad política que implicaba el hecho de ser la fuerza política más trasversal, con similar nivel de apoyos en todas las edades y segmentos sociales. De ahí la contundencia de la respuesta defensiva de las fuerzas y poderes amenazados y su unanimidad en la estrategia de presentarle como una especie de caballo de Troya del chavismo en la política española mientras se hurgaba en las cuentas y carreras de sus dirigentes.

Iglesias EFEEn la batalla mediática, todo cuenta, y especialmente aquello que tiene que ver con la imagen. La regularización que Monedero tuvo que hacer con Hacienda fue utilizada como un ariete contra el nuevo partido. El incidente permitió a sus adversarios insistir en que, pese a proclamarse diferentes, en realidad no lo eran. Aunque no cometió ninguna ilegalidad, la explicación de Monedero no fue satisfactoria y desde este punto de vista, su marcha puede ser más beneficiosa que perjudicial para Podemos. Pero sus dirigentes han podido comprobar, no solo lo vulnerables que son, sino la gran volatilidad que la dinámica mediática imprime a la política.

Las campañas de descrédito han hecho mella, pero lo que ha frenado sus expectativas electorales ha sido el encumbramiento de Ciudadanos como actor con opciones de gobierno. El partido de Rivera es un competidor del PP y del PSOE, pero lo que ha prevalecido en ese apoyo es su capacidad para disputarle a Podemos la representación de la nueva política. Es esta es una batalla genuinamente mediática. No hace falta recurrir a sesudos estudios de semiótica para comprobar que lo que para Podemos fue hostilidad y reserva, se ha convertido en elogio y apoyo en el caso de Ciudadanos. El partido de Rivera fue tratado como cuarto actor político en igualdad de condiciones mucho antes de que las encuestas le dieran esa posición. Al final, los titulares se convirtieron en profecía autocumplida. Y cumplida además en un tiempo récord. Es como si la política misma se hubiera contagiado del carácter compulsivo y oscilante de los medios de comunicación, que por su propia naturaleza tienden a focalizar y encumbrar con la misma rapidez con la que ignoran y olvidan.

A todo ello se añade la posibilidad de seguir al minuto la evolución de la opinión pública. En un sistema en el que cada semana hay una encuesta, resulta muy difícil que las fuerzas políticas puedan sustraerse al poder de arrastre que tiene la coyuntura y no caer en el tacticismo más cortoplacista. La posibilidad de escrutar cómo impacta en el ánimo del electorado cada nuevo acontecimiento no solo incide sobre los actores y partidos políticos, sino también, y cada vez más, sobre los propios electores. Las encuestas se han convertido en un poderoso factor de gregarismo electoral, lo que otorga a los sacerdotes demoscópicos que las interpretan una gran capacidad de influencia.

En este marco tan voluble y cambiante, resulta difícil transformar las demandas y esperanzas de cambio en políticas específicas. Concretar es arriesgar. Y este dilema afecta especialmente a las nuevas fuerzas políticas. De qué se trata, ¿de situarse en las posiciones donde se encuentra en un momento dado el segmento central que puede dar la mayoría, o de convencer al electorado para que se mueva y se sume a una política que se considera justa? Como toda cuestión compleja, crear una mayoría no es algo se pueda dilucidar en un minuto de televisión, pero sin ese minuto tampoco es posible.

El País

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