La situación es muy contradictoria. Por un lado, no dejamos de hablar de desafección de la ciudadanía, de crisis del sistema y de desapego a las instituciones. Las encuestas así lo corroboran una y otra vez. Pero al mismo tiempo hay que remontarse al final del franquismo para encontrar tanto interés por la política. Lo cual se refleja no solo en una mayor participación en las elecciones, sino también en todo tipo de movilizaciones y organizaciones alternativas. Hace poco se planteó en el Palau Macaya de Barcelona un interesante debate en el marco del programa RecerCaixa sobre si la democracia está en crisis y si debemos repensarla. Para mi sorpresa, tanto los académicos que trabajan en el plano teórico como los activistas del entorno del 15-M que participaron se mostraron decididamente optimistas. Sí, es cierto, coincidieron, vivimos una crisis muy profunda, en realidad, varias y graves crisis a la vez, pero al mismo tiempo, esas crisis abren grandes oportunidades de cambio y de hecho hay gérmenes de un nuevo modelo social que el statu quo todavía no es capaz de detectar.
Un poco de optimismo no va mal en estos tiempos agitados. Y lo que alienta el optimismo es que el cambio no depende solo de la acción voluntarista de unas minorías que empujan, sino que los propios excesos de los poderes políticos y económicos, que degradan la democracia para imponer sus objetivos, están creando las condiciones para su demolición. Acabamos de saber que en Europa hay 122 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social. Lo dice Eurostat. 13 millones en España. Son cifras insoportables, porque son muchos los excluidos y porque entre ellos hay muchos jóvenes que no pueden resignarse a no tener futuro. Muchos se van fuera, pero muchos otros reaccionan y se organizan. De hecho, entre los jóvenes vuelve a haber pasión por la política y muchos de ellos están ya organizando su vida al margen del sistema y eso, tarde o temprano, tendrá sus efectos.
Sobre cómo ha de ser ese cambio y cómo se ha de revisar la democracia trata precisamente un libro que acaba de publicarse con el sorprendente título de Amor y política (Icaria), de Montserrat Moreno y Genoveva Sastre, dos profesoras eméritas de Psicología con un gran capital de sabiduría que compartir. Sostienen que todo cambio social empieza por el individuo. Ahí está el germen de toda transformación duradera. Y creen que esa transformación ya ha comenzado, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Se trata de un cambio, no solo de la manera de pensar, sino de sentir. En este cambio, no habrá asaltos a ningún palacio de invierno; más bien adoptará la forma de una evolución permanente, pero será radical y exigirá una revisión a fondo de la democracia con reformas que garanticen, mediante la participación activa de la ciudadanía, que la política se ocupa realmente de la defensa de lo común.
Lo primero que rebaten las autoras es el darwinismo social que domina el discurso hegemónico, según el cual, la vida es una especie de selva en la que solo triunfan los mejores, los más aptos para competir, y eso forma parte del orden natural de las cosas. Pues no. Los estudios de biología, y particularmente los de Lynn Margulis, han mostrado que en el proceso evolutivo hay más cooperación que competencia, comenzado por las primitivas bacterias procariotas, a partir de las cuales se originó la vida en el planeta. En su libro Captando genomas, Lynn Margulis y Dorion Sagan demuestran que las mutaciones aleatorias a las que se refirió Darwin no son la clave de la evolución, sino la mezcla de genomas por fusión simbiótica. En otras palabras, que el gran motor de la evolución no es la competición, sino la cooperación. Y que la cooperación no es un producto de la evolución, sino su causa. Y la humanidad no hubiera sobrevivido sin grandes dosis de cooperación.
Como los organismos vivos, las sociedades también cambian lenta, pero inexorablemente. Ahora estamos en uno de esos momentos en que lo nuevo no acaba de emerger y lo viejo no acaba de desaparecer. Pero el cambio que se vislumbra es hacia un modelo social mucho más colaborativo, basado en la racionalidad, pero también en el afecto y en los sentimientos. Superada la vieja dicotomía entre la razón y las emociones, como muestra el neurocientífico Antonio Damasio, las mejores decisiones racionales son aquellas que están en consonancia con los sentimientos y viceversa.
En la cultura que emerge de los círculos del 15-M y otros foros alternativos, los valores emergentes no son la competencia y la agresividad, sino la cooperación. Y se apoya en un considerable corpus teórico. Se trata de promover una política basada en la afectividad, que tenga en cuenta la dimensión emocional de las personas. Como dicen Moreno y Sastre, “no podemos esperar que nadie gobierne de manera adecuada si tiene una baja sensibilidad emocional, porque provoca insensibilidad al malestar y el dolor ajeno, y en consecuencia, a cuestiones que preocupan y conciernen a la ciudadanía”. Pienso ahora en esa ministra de Trabajo hablando de “salida del mercado laboral” para referirse a los despidos. Necesitamos políticos como la ministra italiana que se puso a llorar por tener que anunciar recortes que no podía evitar. He elegido deliberadamente la imagen de dos mujeres, porque ni los sentimientos son un atributo exclusivo de las mujeres, como erróneamente se ha pretendido en la cultura machista, ni la falta de sensibilidad en el ejercicio del poder una cuestión estrictamente masculina.
Las autoras de Amor y Política sostienen que “los sistemas patriarcales han impuesto durante milenios un orden jerárquico autoritario que ha ocultado otras posibles formas de organización”. Los actuales sistemas democráticos están marcados por esta impronta y aunque han supuesto un enorme progreso en términos de bienestar social, están dando muestras de agotamientos, cuando no de desnaturalización. A la hora de repensar la democracia, habrá que tener en cuenta también la “revolución emocional” que se está produciendo. En el comportamiento de muchos jóvenes vemos una resistencia a las reglas de la competitividad extrema, formas de compartir que van más allá de las reglas del mercado, y aparecen reacciones a la cultura de la urgencia que nos impregna, como los diferentes slow moviment, promueven un ritmo distinto, una manera diferente de vivir y producir. Y proliferan las iniciativas de economía social y cooperativa, como se ha visto en un reciente congreso celebrado en Barcelona sobre esta cuestión.
Se trata, en resumen, de promover una simbiosis entre los dos ámbitos que hasta ahora se han desarrollado de forma paralela, el ámbito de lo público, supuestamente dominado por la racionalidad, y el ámbito de lo privado, dominado por los sentimientos. Entre ellos el amor, que es el alimento nutricio de las relaciones personales. Como dicen Moreno y Sastre, “los valores que tanto se aprecian en el ámbito de lo privado deben expandirse al ámbito de lo público, y aquellos que merecen ser valorados en lo público (democracia, honradez, transparencia, justicia, igualdad) deben extenderse a lo privado”.
Expresado en términos filosóficos y de teoría política, se trata de aunar la ética de la justicia, que domina la esfera pública, con la ética del cuidado y la responsabilidad, hasta ahora relegada al ámbito de lo privado. La primera sostiene que se ha de tratar igual a todos los individuos, y pone el énfasis en el respeto a los derechos y deberes de la persona por encima de sus necesidades. Puesto que todos los individuos son iguales y tienen los mismos deberes y derechos, la justicia que se deriva es ciega a las diferencias. La ética del cuidado, en cambio, tiene también en cuenta la diferente situación en que se encuentran las personas. Moreno y Sastre lo resumen así: “En lugar de hacer prevalecer los derechos de una persona sobre las necesidades de otra, la ética del cuidado se rige por el principio de equidad y de reciprocidad complementaria”. Dicho de otro modo: “La ética de la justicia prohíbe tratar injustamente a los demás. La del cuidado impide, además, abandonar a alguien en situación de necesidad”.
No crean que son solo elucubraciones teóricas. Cuando en la próxima campaña electoral alguien sostenga, por ejemplo, que la propuesta de implantar en España una renta mínima para rescatar a los excluidos es ilusoria e insostenible, es de esto de lo que estaremos hablando. De una política orientada a la equidad, que no desdeña las emociones y aplica la ética del cuidado, o una política dominada por la fría racionalidad del cálculo y la codicia, insensible al dolor de los demás, que culpa a los pobres de su pobreza y que, ignorando los estragos de desigualdad, trata de hacer creer que no hay alternativa posible al modelo que la sustenta.
Hay 3 Comentarios
la lastimaes que pongan una cortina de humo para que no veamos el fondo.
Publicado por: catalina perez4-11-2015 | 04/11/2015 11:05:35
Un post excelente. El que haya en España 13 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social y 122 millones en el continente europeo, nos vuelve a lo que la gente joven de principios del pasado siglo conoció y fue determinante para lanzarse a la emigración. ¿Por qué llegamos a esa misma situación? Mas allá de las circunstancias que se han dando los últimos siete años, es la codicia imperante en las altas clases sociales, que no llegan a comprender ni dimensionar cual es el verdadero rol de los dueños del capital: crear fuentes de trabajo. Crear prosperidad en las clases medias, de modo que la sociedad toda posea un bienestar y que éste siga avanzando según las generaciones. Quiero dejar aquí un caso muy sencillo: un vecino lituano, emigró tras la 2GM a un país sudamericano. Había estudiado ingeniería cuando le pillo la contienda. Se animó a fabricar sillas de madera para un mayorista.Descubrió que otro vecino, un galaico con familia numerosa era un buen carpintero. Lo contrató y comenzaron a fabricar muebles.Pronto el lituano pudo pagar las máquinas adquiridas. El galaico se compró un lote de terreno donde comenzó a edificar su casa. Se hicieron grandes amigos, y la mayor satisfacción del lituano era ver cómo lo diez hijos de su amigo y colaborador estudiaban, trabajaban, fueron armando sus propios negocios. Y decía el lituano: y me ha enseñado a mejorar el habla española!!
Publicado por: bergante | 27/10/2015 18:09:07
Un buen resumen del pensamiento socialdemócrata: preferir una ministra sensible pero ineficaz antes que una ministra insensible pero que genera empleo. Lágrimas socialdemócratas. Cuando estoy enfermo, no quiero un médico llorón, sino un tipo eficaz que me cure. Qué miedo me da la gente a la que le importan más los sentimientos que los pensamientos e ideas (hablo de la política, claro, porque en privado es otra cosa).
Publicado por: Zacarías | 26/10/2015 6:43:30