Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

El amor en la política

Por: | 22 de octubre de 2015

Asamblea
La situación es muy contradictoria. Por un lado, no dejamos de hablar de desafección de la ciudadanía, de crisis del sistema y de desapego a las instituciones. Las encuestas así lo corroboran una y otra vez. Pero al mismo tiempo hay que remontarse al final del franquismo para encontrar tanto interés por la política. Lo cual se refleja no solo en una mayor participación en las elecciones, sino también en todo tipo de movilizaciones y organizaciones alternativas. Hace poco se planteó en el Palau Macaya de Barcelona un interesante debate en el marco del programa RecerCaixa sobre si la democracia está en crisis y si debemos repensarla. Para mi sorpresa, tanto los académicos que trabajan en el plano teórico como los activistas del entorno del 15-M que participaron se mostraron decididamente optimistas. Sí, es cierto, coincidieron, vivimos una crisis muy profunda, en realidad, varias y graves crisis a la vez, pero al mismo tiempo, esas crisis abren grandes oportunidades de cambio y de hecho hay gérmenes de un nuevo modelo social que el statu quo todavía no es capaz de detectar.

Un poco de optimismo no va mal en estos tiempos agitados. Y lo que alienta el optimismo es que el cambio no depende solo de la acción voluntarista de unas minorías que empujan, sino que los propios excesos de los poderes políticos y económicos, que degradan la democracia para imponer sus objetivos, están creando las condiciones para su demolición. Acabamos de saber que en Europa hay 122 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social. Lo dice Eurostat. 13 millones en España. Son cifras insoportables, porque son muchos los excluidos y porque entre ellos hay muchos jóvenes que no pueden resignarse a no tener futuro. Muchos se van fuera, pero muchos otros reaccionan y se organizan. De hecho, entre los jóvenes vuelve a haber pasión por la política y muchos de ellos están ya organizando su vida al margen del sistema y eso, tarde o temprano, tendrá sus efectos.

Sobre cómo ha de ser ese cambio y cómo se ha de revisar la democracia trata precisamente un libro que acaba de publicarse con el sorprendente título de Amor y política (Icaria), de Montserrat Moreno y Genoveva Sastre, dos profesoras eméritas de Psicología con un gran capital de sabiduría que compartir. Sostienen que todo cambio social empieza por el individuo. Ahí está el germen de toda transformación duradera. Y creen que esa transformación ya ha comenzado, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Se trata de un cambio, no solo de la manera de pensar, sino de sentir. En este cambio, no habrá asaltos a ningún palacio de invierno; más bien adoptará la forma de una evolución permanente, pero será radical y exigirá una revisión a fondo de la democracia con reformas que garanticen, mediante la participación activa de la ciudadanía, que la política se ocupa realmente de la defensa de lo común.

JovenLo primero que rebaten las autoras es el darwinismo social que domina el discurso hegemónico, según el cual, la vida es una especie de selva en la que solo triunfan los mejores, los más aptos para competir, y eso forma parte del orden natural de las cosas. Pues no. Los estudios de biología, y particularmente los de Lynn Margulis, han mostrado que en el proceso evolutivo hay más cooperación que competencia, comenzado por las primitivas bacterias procariotas, a partir de las cuales se originó la vida en el planeta. En su libro Captando genomas, Lynn Margulis y Dorion Sagan demuestran que las mutaciones aleatorias a las que se refirió Darwin no son la clave de la evolución, sino la mezcla de genomas por fusión simbiótica. En otras palabras, que el gran motor de la evolución no es la competición, sino la cooperación. Y que la cooperación no es un producto de la evolución, sino su causa. Y la humanidad no hubiera sobrevivido sin grandes dosis de cooperación.
Como los organismos vivos, las sociedades también cambian lenta, pero inexorablemente. Ahora estamos en uno de esos momentos en que lo nuevo no acaba de emerger y lo viejo no acaba de desaparecer. Pero el cambio que se vislumbra es hacia un modelo social mucho más colaborativo, basado en la racionalidad, pero también en el afecto y en los sentimientos. Superada la vieja dicotomía entre la razón y las emociones, como muestra el neurocientífico Antonio Damasio, las mejores decisiones racionales son aquellas que están en consonancia con los sentimientos y viceversa.

En la cultura que emerge de los círculos del 15-M y otros foros alternativos, los valores emergentes no son la competencia y la agresividad, sino la cooperación. Y se apoya en un considerable corpus teórico. Se trata de promover una política basada en la afectividad, que tenga en cuenta la dimensión emocional de las personas. Como dicen Moreno y Sastre, “no podemos esperar que nadie gobierne de manera adecuada si tiene una baja sensibilidad emocional, porque provoca insensibilidad al malestar y el dolor ajeno, y en consecuencia, a cuestiones que preocupan y conciernen a la ciudadanía”. Pienso ahora en esa ministra de Trabajo hablando de “salida del mercado laboral” para referirse a los despidos.  Necesitamos políticos como la ministra italiana que se puso a llorar por tener que anunciar recortes que no podía evitar. He elegido deliberadamente la imagen de dos mujeres, porque ni los sentimientos son un atributo exclusivo de las mujeres, como erróneamente se ha pretendido en la cultura machista, ni la falta de sensibilidad en el ejercicio del poder una cuestión estrictamente masculina. 

Mundo mejorLas autoras de Amor y Política sostienen que “los sistemas patriarcales han impuesto durante milenios un orden jerárquico autoritario que ha ocultado otras posibles formas de organización”. Los actuales sistemas democráticos están marcados por esta impronta y aunque han supuesto un enorme progreso en términos de bienestar social, están dando muestras de agotamientos, cuando no de desnaturalización. A la hora de repensar la democracia, habrá que tener en cuenta también la “revolución emocional” que se está produciendo. En el comportamiento de muchos jóvenes vemos una resistencia a las reglas de la competitividad extrema, formas de compartir que van más allá de las reglas del mercado, y aparecen reacciones a la cultura de la urgencia que nos impregna, como los diferentes slow moviment, promueven un ritmo distinto, una manera diferente de vivir y producir. Y proliferan las iniciativas de economía social y cooperativa, como se ha visto en un reciente congreso celebrado en Barcelona sobre esta cuestión.

Se trata, en resumen, de promover una simbiosis entre los dos ámbitos que hasta ahora se han desarrollado de forma paralela, el ámbito de lo público, supuestamente dominado por la racionalidad, y el ámbito de lo privado, dominado por los sentimientos. Entre ellos el amor, que es el alimento nutricio de las relaciones personales. Como dicen Moreno y Sastre, “los valores que tanto se aprecian en el ámbito de lo privado deben expandirse al ámbito de lo público, y aquellos que merecen ser valorados en lo público (democracia, honradez, transparencia, justicia, igualdad) deben extenderse a lo privado”.

Expresado en términos filosóficos y de teoría política, se trata de aunar la ética de la justicia, que domina la esfera pública, con la ética del cuidado y la responsabilidad, hasta ahora relegada al ámbito de lo privado. La primera sostiene que se ha de tratar igual a todos los individuos, y pone el énfasis en el respeto a los derechos y deberes de la persona por encima de sus necesidades. Puesto que todos los individuos son iguales y tienen los mismos deberes y derechos, la justicia que se deriva es ciega a las diferencias. La ética del cuidado, en cambio, tiene también en cuenta la diferente situación en que se encuentran las personas. Moreno y Sastre lo resumen así: “En lugar de hacer prevalecer los derechos de una persona sobre las necesidades de otra, la ética del cuidado se rige por el principio de equidad y de reciprocidad complementaria”. Dicho de otro modo: “La ética de la justicia prohíbe tratar injustamente a los demás. La del cuidado impide, además, abandonar a alguien en situación de necesidad”.

No crean que son solo elucubraciones teóricas. Cuando en la próxima campaña electoral alguien sostenga, por ejemplo, que la propuesta de implantar en España una renta mínima para rescatar a los excluidos es ilusoria e insostenible, es de esto de lo que estaremos hablando. De una política orientada a la equidad, que no desdeña las emociones y aplica la ética del cuidado, o una política dominada por la fría racionalidad del cálculo y la codicia, insensible al dolor de los demás, que culpa a los pobres de su pobreza y que, ignorando los estragos de desigualdad, trata de hacer creer que no hay alternativa posible al modelo que la sustenta.

El dilema de la CUP

Por: | 09 de octubre de 2015

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En una pirueta estratégica que pocos esperaban, Artur Mas logró forzar una candidatura unitaria e imponer la dinámica plebiscitaria en las elecciones del 27-S. Los electores han dado una mayoría parlamentaria al bloque soberanista, pero no una mayoría de votos, lo que supone un grave lastre para la hoja de ruta que prevé la “desconexión” del Estado en 18 meses. El resultado, sin embargo, nos aboca a lo que siempre fue evidente: que además de plebiscitarias son elecciones autonómicas y por eso ahora el problema inmediato no es cómo se crean estructuras de Estado, sino cómo se forma un Gobierno, con qué programa y quién se pone al frente.

Gracias a la estrategia plebiscitaria, Mas ha logrado evitar la rendición de cuentas durante la campaña electoral y sigue teniendo a ERC atada de pies y manos por los pactos preelectorales. Pero ahora necesita a la CUP para formar Gobierno y, de repente, lo que en la dinámica plebiscitaria aparecía como una virtud para sumar —el hecho de abarcar un espectro ideológico amplio—, se convierte ahora en un gran escollo. Entre el liberalismo business friendly de Convergència y el radicalismo anticapitalista de la CUP hay una enorme distancia. ¿Se mantendrá la CUP firme en su compromiso de no investir a Mas presidente, o renunciará a sus principios en aras a que el procés siga adelante?

Mas intenta arrinconar a la CUP con la misma estrategia con la que doblegó a ERC para pactar la lista única: hacerle responsable de un eventual fracaso de la hoja de ruta independentista si no apoya su investidura. En el caso de la CUP, sin embargo, la cosa puede que no sea tan sencilla: pedirle el voto significa pedirle que pase por alto los recortes y las políticas que han aumentado como nunca las desigualdades sociales en Cataluña. Convergència se ha mostrado ya dispuesta a hablar de un plan para abordar la emergencia social, pero ha tenido cuatro años para darse cuenta de que existía tal emergencia y parece que no se enteró. También pretende que se olvide que Mas es el dirigente de un partido acusado de cobrar comisiones ilegales; que las investigaciones del caso Palau y del caso Teyco han revelado la existencia en Cataluña de tramas corruptas tan extensas y sistemáticas como las de Gürtel, Bárcenas, Púnica o los ERE de Andalucía. ¿Puede olvidar la CUP que Convergència sigue siendo el partido de Felip Puig?

BañosDada la naturaleza de las cuestiones que se dirimen, se entiende que haya tensión interna en la CUP. Sus dirigentes han dicho por activa y por pasiva que no facilitarían la investidura de Mas. Pero ¿es solo Mas el problema, o el problema es Convergència al completo? ¿Cabe una solución de compromiso, como con los toros, que se prohíben las corridas pero se mantienen los correbous? Se comprende que sus militantes tengan el corazón partido: por un lado, quieren que el procés hacia la independencia siga adelante, pero por otro, también saben que si apoyan a Mas, su discurso de que quieren construir un país nuevo sobre bases nuevas pierde credibilidad. ¿Qué clase de país será ese que empieza con un pacto con el partido que representa el status quo y defiende un modelo económico que destruye las bases del Estado de bienestar?

Por otra parte, la CUP ha triplicado su representación parlamentaria porque ha sabido atraer a muchos votantes de Iniciativa que, siendo de izquierda, querían un mayor compromiso con la independencia. Y a muchos otros de ERC que no querían votar a la lista de Junts pel Sí precisamente porque había pactado que Mas sería presidente. Todos estos electores pueden verse defraudados si la CUP apoya la investidura.

Vivimos tiempos acelerados proclives a la amnesia y parece que ya hemos olvidado que hace menos de cinco años Mas era investido presidente gracias a la abstención del PSC, pero luego pactó con el PP los presupuestos y un programa económico privatizador que ha mantenido hasta el último momento. En un ejercicio de funambulismo político, Mas presenta ahora como “desobediencia” un incumplimiento del déficit que en realidad es fruto de su incapacidad para cumplirlo, y se atribuye como mérito propio las medidas fiscales que tuvo que aplicar a partir de 2012 por exigencia de ERC, su nuevo socio.

La CUP sufre ahora la presión del chantaje: si no apoya a Mas, será responsable del fracaso del procés. Pero lo mismo que se dice de la CUP, puede decirse de Mas. Puesto que él es el problema ¿no debería sacrificarse y dar un paso al lado? Por el éxito del procés, se entiende.

 

Imágenes: Acto electoral de la CUP en las autonómicas del 27-S. /Alejandro García

Anna Gabriel, Antonio Baños y otros dirigentes de la CUP en la conferencia postelectoral./Alberto Estévez

 

El País

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