Francia se ha visto alterada esta semana por una noticia que ha puesto en evidencia que el progreso no es siempre una línea ascendente. Por primera vez en 46 años, la esperanza de vida de la población francesa ha retrocedido. Mientras expertos y sociólogos buscaban explicaciones, los franceses han descubierto que el mundo rico occidental no está a salvo de tendencias que antes se creían circunscritas a territorios en desarrollo o aquejados por catástrofes incontrolables. Pero ya hemos visto otras veces que también los cambios sociales pueden derivar en retrocesos. En su momento provocó un fuerte impacto la caída de la esperanza de vida en Rusia tras la disolución de la Unión Soviética.
La pérdida de la protección social que caracterizaba el modelo soviético provocó un fuerte retroceso en los indicadores de salud y de esperanza de vida. A ello se unieron las consecuencias de las duras condiciones de competitividad que tuvo que afrontar para ganarse la vida una población acostumbrada a que el Estado lo decidiera todo. Las drogas y el alcoholismo fueron factores que contribuyeron al aumento de la mortalidad prematura. Así, la esperanza de vida, que en 1988 era de 70 años, cayó en 2007 hasta los 65. Ahora vuelve estar en 71 años, pero aún queda lejos de la media europea.
Del mismo modo, el impacto del sida en algunos países africanos fue tal que echó por tierra gran parte de los progresos que se habían logrado. Para hacerse una idea: en 2006 la esperanza de vida en Botsuana había retrocedido 20 años respecto a finales de los ochenta. En ese momento, un niño que naciera en Gaborone tenía una expectativa media de vida de 34 años, frente a los 82 años de un niño que naciera en Tokio. Aunque lo peor de la crisis del sida ha pasado y la esperanza de vida ha subido a 47 años, la brecha entre Gaborone y Tokio sigue siendo abismal.
Mucha gente creía que el camino de la rica y estable Europa hacia la longevidad era ya imparable. Por eso la noticia del retroceso de la esperanza de vida ha causado inquietud en Francia. No ha sido mucho: 0,4 años para las mujeres, y 0,3 para los hombres. Pero ha sido en un solo año. En España, que había duplicado la esperanza de vida en apenas cuatro generaciones, también retrocedió una décima en 2012. En todo caso, las autoridades francesas se han apresurado a buscar la explicación. Y la han encontrado en la gripe y en el clima.
La gripe del año pasado mutó a medio camino y la vacuna que se había diseñado no ofrecía suficiente protección. Las autoridades francesas atribuyen a este factor 24.000 muertes de más. En julio hubo una ola de calor, a la que atribuyen 2.000 muertes adicionales, y en octubre, una de frío, que causó 4.000 muertes más de las esperadas. ¿Agotan estos datos la explicación del retroceso? No lo parece, puesto que en 2015 se produjeron 41.000 muertes más que en 2014.
En realidad, la gripe es un elemento a tener en cuenta, pero no son factores puntuales los que deben preocupar de cara al futuro sino las tendencias de fondo que pueden estar produciéndose y que la explicación de los factores puntuales puede ayudar a enmascarar. Porque la brecha en la esperanza de vida también existe en el interior de las sociedades ricas. Y esa brecha tiene que ver con las desigualdades sociales. Si aumenta la precariedad social y las desigualdades se ensanchan, no tardaremos en ver las consecuencias en las estadísticas de salud y de esperanza de vida.
En los trabajos sobre desigualdades en salud se utiliza con frecuencia un término que ilustra bien sobre este fenómeno: el factor código postal. Con este concepto se designa al conjunto de circunstancias sociales que determinan las expectativas de salud o de vida de una persona en función del lugar en el que vive. Porque la salud depende de la genética, por supuesto, pero también del estatus social y del entorno. China, por ejemplo, tiene un gran problema de contaminación ambiental que lastra la salud de toda su población. Pero un reciente estudio encontró diferencias de mortalidad relacionadas con la diferente exposición a los contaminantes. Así, los habitantes situados al norte del río Huai viven de promedio 5,5 años menos que los del sur, y la razón es que en el norte se aplicaron medidas que favorecieron el uso intensivo del carbón.
Hay 1 Comentarios
Senyora Pérez Oliva, té tota la raó del món.
Les mesures que prenen els governs estatals poden determinar la salud col·lectiva. S'ha de controlar la contaminació, la qualitat dels queviures, els riscs cancerígens.
També hi ha la capacitat econòmica per poder triar els productes que menjarem i beurem.
Ara bé, una tercera pota d'aquesta tríada és la responsabilitat individual. Les persones i famílies - les que no tenen problemes financers, esclar- també han de tenir sentit comú.
Per exemple, hem vist massa gent comprant oli de girasol refinat, ben baratet, enlloc d'olis d'oliva verge, més car, però infinitament més saludable, i també "cundeix" molt més.
Hem vist massa gent comprant la barreta de pa normal, quan es pot comprar una barra de pa gallec, de pagès, integral, amb cereals, uns cèntims més cars, però infinitament més sans.
Hem vist comprar massa brioixeria industrial per berenar, per postres, quan es pot menjar fruita, iogurts, o dolços de pastisseria.
Hem vist massa gent fent cua en els restaurants de menjar ràpid, hamburgueses, salsitxes, amb un menú complementat amb patates fregides (suposem que amb oli de girasol) ben salades, a un preu super rebaixat, enlloc d'anar a prendre un entrepà més saludable, o un menú més car, i potser sortir la meitat de les nits.
Hem vist moltes coses sobre com la gent gasta els seus diners (més en tecnologia que no pas en salud), com per no reflexionar sobre aquesta derivada, que aquesta sí, només depèn de la voluntat de les persones.
Publicado por: maresmenc9 | 27/01/2016 19:17:46