Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

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Esperanza de vida: el factor código postal

Por: | 26 de enero de 2016

Ancianos
Francia se ha visto alterada esta semana por una noticia que ha puesto en evidencia que el progreso no es siempre una línea ascendente. Por primera vez en 46 años, la esperanza de vida de la población francesa ha retrocedido. Mientras expertos y sociólogos buscaban explicaciones, los franceses han descubierto que el mundo rico occidental no está a salvo de tendencias que antes se creían circunscritas a territorios en desarrollo o aquejados por catástrofes incontrolables. Pero ya hemos visto otras veces que también los cambios sociales pueden derivar en retrocesos. En su momento provocó un fuerte impacto la caída de la esperanza de vida en Rusia tras la disolución de la Unión Soviética.

La pérdida de la protección social que caracterizaba el modelo soviético provocó un fuerte retroceso en los indicadores de salud y de esperanza de vida. A ello se unieron las consecuencias de las duras condiciones de competitividad que tuvo que afrontar para ganarse la vida una población acostumbrada a que el Estado lo decidiera todo. Las drogas y el alcoholismo fueron factores que contribuyeron al aumento de la mortalidad prematura. Así, la esperanza de vida, que en 1988 era de 70 años, cayó en 2007 hasta los 65. Ahora vuelve estar en 71 años, pero aún queda lejos de la media europea.

Del mismo modo, el impacto del sida en algunos países africanos fue tal que echó por tierra gran parte de los progresos que se habían logrado. Para hacerse una idea: en 2006 la esperanza de vida en Botsuana había retrocedido 20 años respecto a finales de los ochenta. En ese momento, un niño que naciera en Gaborone tenía una expectativa media de vida de 34 años, frente a los 82 años de un niño que naciera en Tokio. Aunque lo peor de la crisis del sida ha pasado y la esperanza de vida ha subido a 47 años, la brecha entre Gaborone y Tokio sigue siendo abismal.

Mucha gente creía que el camino de la rica y estable Europa hacia la longevidad era ya imparable. Por eso la noticia del retroceso de la esperanza de vida ha causado inquietud en Francia. No ha sido mucho: 0,4 años para las mujeres, y 0,3 para los hombres. Pero ha sido en un solo año. En España, que había duplicado la esperanza de vida en apenas cuatro generaciones, también retrocedió una décima en 2012. En todo caso, las autoridades francesas se han apresurado a buscar la explicación. Y la han encontrado en la gripe y en el clima.

La gripe del año pasado mutó a medio camino y la vacuna que se había diseñado no ofrecía suficiente protección. Las autoridades francesas atribuyen a este factor 24.000 muertes de más. En julio hubo una ola de calor, a la que atribuyen 2.000 muertes adicionales, y en octubre, una de frío, que causó 4.000 muertes más de las esperadas. ¿Agotan estos datos la explicación del retroceso? No lo parece, puesto que en 2015 se produjeron 41.000 muertes más que en 2014.
En realidad, la gripe es un elemento a tener en cuenta, pero no son factores puntuales los que deben preocupar de cara al futuro sino las tendencias de fondo que pueden estar produciéndose y que la explicación de los factores puntuales puede ayudar a enmascarar. Porque la brecha en la esperanza de vida también existe en el interior de las sociedades ricas. Y esa brecha tiene que ver con las desigualdades sociales. Si aumenta la precariedad social y las desigualdades se ensanchan, no tardaremos en ver las consecuencias en las estadísticas de salud y de esperanza de vida.

En los trabajos sobre desigualdades en salud se utiliza con frecuencia un término que ilustra bien sobre este fenómeno: el factor código postal. Con este concepto se designa al conjunto de circunstancias sociales que determinan las expectativas de salud o de vida de una persona en función del lugar en el que vive. Porque la salud depende de la genética, por supuesto, pero también del estatus social y del entorno. China, por ejemplo, tiene un gran problema de contaminación ambiental que lastra la salud de toda su población. Pero un reciente estudio encontró diferencias de mortalidad relacionadas con la diferente exposición a los contaminantes. Así, los habitantes situados al norte del río Huai viven de promedio 5,5 años menos que los del sur, y la razón es que en el norte se aplicaron medidas que favorecieron el uso intensivo del carbón.

El enigma Puigdemont

Por: | 17 de enero de 2016

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La insistencia con la que diferentes líderes del soberanismo catalán en que han de ampliar la base social del independentismo implica un suave pero inequívoco intento de corregir la estrategia seguida hasta ahora y un reconocimiento de que los resultados electorales les han conducido a un callejón sin salida. Finalmente se han dado cuenta de que con la fuerza electoral obtenida en las autonómicas de septiembre no están en condiciones de plantear, y mucho menos ganar, el pulso que mantienen con el poder central. A tenor de sus palabras, no se trata de corregir el rumbo, pero si la velocidad y la forma de navegar. El soberanismo parece haber tomado conciencia de que con las fuerzas de que dispone, ya no puede mantener el rumbo rápido de colisión en el que estaba inmersa, sino un rumbo zigzagueante que le permita despistar al contrario y ganar tiempo para reponer fuerzas. Todo ello a costa de renunciar a los plazos que se había fijado y desaprovechar la ventana de oportunidad que veía en la debilidad de la política española ante la dificultad para conformar un gobierno sólido y estable en Madrid.

Los primeros gestos de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat son significativos. Puigdemont ha insistido de entrada en que el plazo de 18 meses para culminar el proceso que figura en los pactos con la CUP no tienen por qué ser un corsé. Si se pueden acortar, mejor, pero si se han de alargar, no pasa nada, ha dicho sin titubear. Ha insistido también en que todo el proceso se hará preservando en todo momento la seguridad jurídica, porque se irá “de la ley a la ley”. Eso es algo difícil de creer si se aplica la hoja de ruta que figura en los pactos poselectorales, pues no es posible ir a un proceso de “desconexión” de España para crear la nueva república catalana yendo sin más desde la ley española a la ley catalana si ese proceso no se ha pactado antes. ¿Quiere eso decir que Puigdemont antepone la negociación a la confrontación? Desde luego no me atrevería a ir tan lejos, pero algo parece no cuadrar en el discurso soberanista en las últimas semanas. La insistencia de Puigdemont puede ser una estratagema para calmar la ansiedad que reina en medios económicos, pero también puede ser un modo de preparar a los suyos para cambios ulteriores.

De entrada, el proceso de elaborar la nueva legalidad catalana pasaría, según esa hoja de ruta del soberanismo, por la aprobación de una constitución catalana. Pero de momento, Puigdemont ya ha aclarado que la primera parte de ese proceso no consistirá en debatir y aprobar un texto constitucional en sede parlamentaria, cosa que sería objeto de rápida impugnación por los poderes del Estados y de la previsible intervención del Tribunal Constitucional, sino en un “proceso participativo” de la ciudadanía para que esta pueda debatir los términos de la nueva constitución. Es decir, no una comisión parlamentaria impugnable por perseguir una finalidad para la que no tiene competencia, sino en una campaña de agitación política para facilitar la participación de la sociedad civil y de paso, tratar de ampliar esa base social que ahora considera insuficiente.

Puigdemont ha tenido además buen cuidado en situar su independentismo en el plano estricto de la gestualidad política y en todo momento ha evitado contravenir abiertamente la ley. Ha suscitado un gran escándalo mediático que en el juramento de toma de posesión como Presidente de la Generalitat evitara comprometerse a respetar la Constitución y utilizara una fórmula claramente provocadora. Pero pocos remarcaron que apenas unas horas antes había aceptado sin reparos el cargo de diputado con un juramento que incluía, por supuesto, el respeto de la Constitución aunque fuera “por imperativo legal”. Es evidente que el nuevo presidente no ha querido contravenir la legalidad, ni siquiera en el terreno de lo simbólico, pues mientras el juramento de aceptación de los cargos electos está claramente regulado y exige el acatamiento de la Constitución, no ocurre lo mismo en el caso de la toma de posesión del cargo de Presidente. 

¿Hemos de considerar pues estos movimientos como un indicio de que algo está cambiando en el soberanismo? Es pronto aún para responder a esa pregunta, pero los primeros movimientos del nuevo presidente tienen algo de enigma. Habrá que observar con atención los próximos pasos.

 

Imagen: Carles Puigdemont con Oriol Junqueras en el Patio dels Torongers de la Generalitat, el día que tomó posesión como presidente de la Generalitat. AFP.

El País

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