Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

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PP y CiU: un giro social poco creíble

Por: | 13 de julio de 2015

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Resultaba algo chocante oír al consejero de Territorio y Sostenibilidad Santi Vila decir: “Tenéis razón: era incomprensible que hubiera tantos pisos vacíos donde hay necesitad habitacional, y que el Gobierno no hiciera nada”. Un poco tarde para darse cuenta. Llevamos siete años de crisis y cinco de desahucios inmisericordes, con miles de familias “lanzadas” de su casa. Y no sólo el gobierno de CiU no ha hecho nada por aliviar esa situación, sino que lo primero que hizo al llegar a la Generalitat en 2010 fue cambiar el artículo de la Ley de Vivienda aprobada por el tripartito de izquierdas que abría una posibilidad a la expropiación forzosa de viviendas por razones sociales.
 
Bien está lo que bien acaba, y por eso hay que celebrar el acuerdo alcanzado el jueves que permitirá tramitar como proyecto de ley en el Parlamento catalán la inciativa legislativa popular (ILP) de medidas urgentes para hacer frente a la emergencia habitacional y la pobreza energética, promovida por la PAH, la Alianza contra la pobreza energética y el Observatorio DESC. Que CiU apoyara en última instancia el proyecto permite tramitar la ley por la vía de urgencia, pero no deja de ser significativo que un asunto como este se haya dejado para el último pleno de la legislatura, si es que Mas acaba convocando las elecciones para el 27 de septiembre. Todos los partidos, excepto PP y Ciutadans, se comprometieron a votar el texto. Veremos si todos cumplen, aunque de momento el acuerdo ha servido también para mostrar cómo el partido de Rivera se alinea, una vez más, con las posiciones más conservadoras.
 
Pero los elogios que Santi Vila dirigió al movimiento ciudadano que ha impulsado la ILP y su reivindicación de la actuación del Gobierno sonaron a impostura. Es cierto que se han tomado algunas medidas en el último momento, pero si algo puede afirmarse sin temor al error es que este gobierno no ha tenido entre sus prioridades una política de vivienda digna de ese nombre.
 
PahEl día antes de tramitarse la ILP se había aprobado una norma que permite gravar los pisos vacíos de las entidades financieras, pero entre el anuncio de la medida, fruto del pacto con ERC, y su aprobación efectiva habían pasado más de dos años. También es cierto que a finales de abril se aprobó el cambio normativo que permite al Gobierno ejercer el derecho de tanteo y retracto en las ventas de pisos que los bancos hagan a fondos o gupos de inversión. Gracias a este cambio, la Generalitat pudo quedarse el lunes con 40 pisos de Bankia por el mismo precio por el que iban a ser vendidos. Pero desde que estalló la burbuja inmobiliaria, las entidades bancarias han vendido miles de pisos que habían llegado a sus manos por quiebra de inmobiliarias o por deshaucios, muchos de ellos a fondos especulativos que los compraron a precio de saldo. De haberse aprobado antes esta medida, la Generalitat hubiera tenido un parque de vivienda pública para alquiler social con el que hacer frente al drama de los desahucios.
 
La cuestión es: si ahora es posible, ¿por qué no antes? En los cinco años que lleva CiU en el gobierno ¿no pensó nunca en la oportunidad o la necesidad de aplicar este tipo de medidas? Parece que no. Pero llegan las elecciones y es hora de hacer un “giro social” que resulta tan poco creíble como el que proclama el PP en su estrategia de exhibir de repente una gran preocupación por los que sufren. Por mucho que Montoro las presente como “las medidas de devolución del esfuerzo a la sociedad que va a emprender el Gobierno en el último tramo de la legislatura”, difícilmente serán percibidas como algo distinto de lo que son: pura cosmética con fines electorales.
 
Ya resulta sospechoso que el PP se presente como “el partido del cambio” cuando la sociedad pide cambio, pero ni siquiera con la mayor de las ingenuidades se puede comulgar con ruedas de molino como la de la rebaja de luz “para afrontar la pobreza energética”. El Gobierno aprobó el viernes una rebaja del recibo doméstico del 2,2%. Desde luego peor sería que siguiera subiendo, pero algunos datos ponen en su sitio la medida: en el último mes la luz ha subido un 3,8% respecto del anterior; en el último año un 12% y en la última década, un 98%. La rebaja supondrá un ahorro medio de 1,5 euros por hogar, cuando en el último año el aumento ha sido de 12. Gran alivio no parece.
 
Hay que celebrar que tanto CiU como el PP hayan cambiado de opinión, aunque sea por razones meramente oportunistas, pero será difícil que eso haga olvidar lo mucho que pudieron hacer y no hicieron cuando podían y debían hacerlo.

 

Imágenes: La Plataforma de Afectados por la Hipoteca y la Crisis ocupa un bloque de 27 viviendas de obra nueva, en Sabadell. Foto: Cristobal Castro. Un representante de la PAH interviene en el Parlamento catalán en la tramitación de la ILP. Foto: Albert García.

Teresa Forcades y las vacunas

Por: | 15 de junio de 2015

No es pot matar tot el que és gras. No se puede matar todo lo que está gordo. En esta frase sintetiza la sabiduría popular la importancia que tiene saber distinguir entre lo accesorio y lo fundamental, entre la esencia y la apariencia. Y cuando se trata de señalar o apuntar, es fundamental no equivocarse de problema o de enemigo. Respeto la figura de Teresa Forcades, y alguna ocasión he tenido de defenderla públicamente de críticas injustas o exageradas, pero creo que su intervención en el caso del rebrote de la difteria en Olot merece una reflexión sobre la responsabilidad pública, especialmente ahora que acaba de postularse como candidata a gobernar este país.

Forcades ha defendido a los padres que no vacunan a sus hijos y ha pedido que no se les culpabilice “porque las vacunas están en manos de unas empresas que lo único que quieren es hacer negocio”. Es cierto que con escándalos como los de Lipobay o Vioxx — que tuvieron que ser retirados del mercado por los graves efectos secundarios que provocaban— la industria farmacéutica se ha hecho acreedora de una gran desconfianza. Que la gestión de la vacuna de la gripe A fue muy criticable y que desde el punto de vista del coste-oportunidad, también lo es la vacuna del papiloma virus.

Forcades
Se puede criticar a las farmacéuticas por las estrategias que siguen para que se recete más de lo necesario y combatir la presión que ejercen para medicalizar la vida y tratar como trastornos mentales el simple malestar de vivir. Se deben desenmascarar los intentos de forzar nuevas indicaciones terapéuticas para viejos medicamentos que pierden la patente y exigir cambios en el sistema de fijación de precios. Pero las críticas han de ser concretas y fundamentadas. Que las farmacéuticas quieran hacer negocio con las vacunas no es argumento para dejar de vacunar a los niños. Es una irresponsabilidad. También hacen negocio con los antibióticos o la quimioterapia, y no por ello proponemos dejar de tomarlos.

Confundir estos términos, para alguien que ha hecho un doctorado en salud pública, resulta sorprendente. Como también lo es el hecho de mezclar datos comprobados con puras especulaciones. De la vacuna de la difteria Teresa Forcades ha dicho que “está probada y funciona, pero no al cien por cien”, y ha añadido que los niños vacunados “corren el riesgo de sufrir efectos secundarios a causa del aluminio que contiene”. Lo primero es cierto: la vacuna tiene una eficacia del 95%. Hay pues, un 5% que no queda protegido. Y a pesar de ello hacía 28 años que no se diagnosticaba ningún caso en España. Luego la vacunación es efectiva. Lo segundo, en cambio, es una especulación alarmista. Hay estudios que indican que el aluminio causa problemas neurológicos a largo plazo, pero se refieren a trabajadores que respiran polvo de este producto durante años. Una dosis de vacuna contiene 0,5 milígramos de aluminio, cuando con la comida ingerimos cada día 8 milígramos sin problemas. En salud, la cuestión de las dosis es fundamental y Teresa Forcades lo sabe. Todo puede matar, hasta el agua. Depende de la dosis.

Comparto la idea de no culpabilizar a los padres. Hay que presumir que actúan de buena fe y que buscan lo mejor para sus hijos. Pero de buenas intenciones están los cementerios llenos. Lo primero que habría que plantearse es si los padres que no vacunan han tomado una decisión realmente informada. Y si han aquilatado bien las consecuencias de su decisión. Porque las tiene. En primer lugar, para sus propios hijos. Los padres del niño de Olot se han sentido engañados y con razón. Nunca pensaron que pusieran en juego la vida de su hijo, y sin embargo, ha estado en grave peligro. Y en segundo lugar, para la comunidad. Si hasta ahora no ha habido casos de difteria es porque más del 90% de los niños se vacunan desde hace años. Los niños no vacunados se benefician de la inmunidad de grupo, es decir, del hecho de que los otros padres sí que vacunen a sus hijos, asumiendo que puedan tener febrícula o molestias. En cambio, si hay niños sin vacunar y vuelve a circular la bacteria, la decisión de los padres antivacuna perjudica al resto de los niños vacunados, pues entre ellos hay un 5% que no han quedado completamente inmunizados.

Rechazar la vacuna no deja de ser una posición insolidaria, un egoísmo mal calculado porque cuantos más sean los padres que no vacunen, más riesgo correrán sus propios hijos de sufrir enfermedades como la difteria, el sarampión o la rubeola cuya erradicación perseguimos desde hace décadas. Los padres de los niños que en países pobres mueren por no tener acceso a estas vacunas difícilmente entenderán a los que, pudiendo tenerlas, rechazan beneficiarse de ellas.

Quienes están dispuestos a asumir responsabilidades públicas deben pensar ante todo en términos comunitarios. ¿Promovería Teresa Forcades las teorías antivacuna desde el Departamento de Salud?

 

Imagen: Teresa Forcades durante la presentación de su libro "Por amor a la justicia", tras ser elegida candidata de Procés Constituent.

 

Esos viejos dinosaurios

Por: | 17 de mayo de 2015

Tras cuarenta años de dictadura, sin cauces de participación política y un Estado autoritario todavía fuerte, era inevitable que los constituyentes de 1979 entronizaran a los partidos políticos como la clave de bóveda del nuevo sistema político español. No había habido ruptura, sino reconciliación, y para conjurar el riesgo de involución que todos los demócratas temían, se decidió proteger y reforzar el papel de los partidos políticos: se les garantizó financiación pública y se les entregó la llave de todo el edificio institucional.

En ese momento, la militancia reunía a la parte más dinámica de la sociedad. Allí estaban quienes habían luchado por la democracia y las élites intelectuales del país. Tenían una gran legitimidad. Cuarenta años después de morir el dictador, las encuestas del CIS sitúan a los partidos políticos en el último lugar en aprecio ciudadano y las siglas que han dominado la política española son vistas como viejos dinosauros al borde de la extinción.

El sistema ha funcionado durante diez legislaturas, las que van de 1979 a 2011. Pero ahora está claramente en crisis. Se ha escrito ya mucho sobre las razones de este deterioro. La ley electoral redujo la pluralidad inicial y derivó hacia un bipartidismo apabullante que llegó a acaparar el 83% de la representación política. En un sistema sin contrapesos externos —los partidos controlan incluso el Tribunal de Cuentas que les ha de fiscalizar— pronto se convirtieron en máquinas de gestión con poder para colonizar todo el aparato institucional.

PeticionImagenCATN23EXLa falta de democracia interna hizo que apenas un puñado de personas promovidas a la cúspide por cooptación interna controlara todo el poder. La estructura organizativa pasó a comportarse como una empresa (de colocación de sus cuadros y de ocupación del poder, entendido como mercado político), cada vez más cerradas y más impermeables a la crítica y la renovación. La vida interna se empobreció, los liderazgos se debilitaron y el ejercicio de la política se corrompió hasta niveles que los constituyentes no podían imaginar. La crisis ha acelerado un proceso de desafección que había comenzado mucho antes.

Ahora, todos los dinosaurios del viejo sistema se plantean estrategias de supervivencia. La desmembración del espectro político obligará a los que no desaparezcan a sustituir la competencia destructiva por formas más versátiles de relación con las demás fuerzas. Susana Díaz está aprendiendo esa lección. Saben que también a nivel interno han de evolucionar, pero no saben muy bien cómo ni en qué dirección. En el escenario vemos distintas fases de evolución.

En el extremo inmovilista está el PP, que ni siquiera ha hecho la más mínima concesión a la democracia interna, como elecciones primarias. El dedazo sigue siendo su sistema de legitimación interna. En una estructura vertical y cerrada como la del PP, los intentos de cambio solo pueden expresarse en forma de enconadas luchas internas, con las palabras fidelidad y traición como fetiche. En ello están. Como en Juego de Tronos.

El PSOE ha sido más atrevido, seguramente porque fue desalojado del poder de forma abrupta. A la fuerza ahorcan. Ha hecho la renovación generacional y ha introducido el mecanismo de las primarias, con lo que se ha democratizado y el poder interno ha pasado de los cuadros a la militancia. Es consciente de que las fronteras del partido han de ser más porosas, pero la vieja dinámica se resiste y no deja de ser paradójico que la decisión por la que Pedro Sánchez ha consolidado su liderazgo haya consistido en saltarse a la torera el resultado de las primarias en Madrid. Pero también la militancia ha perdido el significado original. Con los años, ha quedado limitada a una especie de tecnoestructura vinculada al poder, y tan alejada de la sociedad como el propio poder. Quien controla la mayor estructura territorial, está en condiciones de controlar el partido, como ocurre con Susana Díaz.

Ahora, el PSOE se plantea evolucionar de partido de militantes a partido de electores. Pero ¿qué es eso exactamente? Si la sociedad ya no se identifica con la verticalidad y oscurantismo de los viejos partidos, ¿qué formas organizativas surgirán como alternativa? La experiencia de Podemos, en tanto que fuerza emergente surgida de los nuevos movimientos ciudadanos, es interesante porque supone una prueba de concepto. Círculos abiertos a la participación de cualquiera, debate interno público y sin restricciones, búsqueda de la transversalidad y utilización de las tecnologías como instrumento de participación aportan elementos de renovación interesantes. Pero todavía no se vislumbra una solución para el paso siguiente: el de trasladar esa participación abierta y horizontal al ejercicio del poder.

 

Ilustración: EVA VAZQUEZ 

 

Un minuto de televisión

Por: | 11 de mayo de 2015

Monedero
Pese al tono amable y hasta laudatorio de su carta A mi amigo Pablo, la retirada de Juan Carlos Monedero de la dirección de Podemos tras criticar una deriva electoralista abre una interesante reflexión sobre la relación entre fines y medios en política. Otras políticas son, desde luego, posibles, de eso no hay duda. Pero ¿es posible otra forma de hacer política y tener opciones de gobernar? Esta es la cuestión a la que se enfrenta ahora Podemos.

Después de meses en que parecía que la movilización del 15-M había quedado en un mero rumor de fondo sin concreción política, la irrupción de Podemos en las europeas de 2014 cambió por completo el escenario político. Su fulgurante ascenso tuvo mucho que ver con la capacidad de sintonizar con el estado de ánimo que dominaba la calle. Era una fuerza nueva, con un discurso nuevo y nuevos canales de expresión. Sabía, sin embargo, que para crear un movimiento político extenso y transversal, capaz de interpelar al poder, las redes sociales no eran suficientes. Necesitaba la televisión como instrumento para posicionarse en el lugar donde se dirime la política, la esfera pública mediática. Pero este espacio tiene, como bien ha descrito el sociólogo John B. Thompson, dinámicas poderosas que acaban condicionando las conductas de los propios actores políticos.

Aunque Podemos ha demostrado capacidad para crear un potente discurso a través a las redes, al final Monedero se ha despedido lamentando amargamente que un minuto de televisión sea más importante para su partido que una discusión con uno de los círculos. Pero la posibilidad de gobernar no se dirime en los círculos, aunque estos sean muy importantes para la vitalidad interna, sino en la capacidad de posicionarse en el escenario mediático, donde la pugna política, no por virtual es menos cruenta.

Conforme escalaba en las encuestas, Podemos se convertía en una amenaza. Sus proclamas contra el sistema surgido de la Transición resultaban inquietantes, pero lo que más preocupaba era la potencialidad política que implicaba el hecho de ser la fuerza política más trasversal, con similar nivel de apoyos en todas las edades y segmentos sociales. De ahí la contundencia de la respuesta defensiva de las fuerzas y poderes amenazados y su unanimidad en la estrategia de presentarle como una especie de caballo de Troya del chavismo en la política española mientras se hurgaba en las cuentas y carreras de sus dirigentes.

Iglesias EFEEn la batalla mediática, todo cuenta, y especialmente aquello que tiene que ver con la imagen. La regularización que Monedero tuvo que hacer con Hacienda fue utilizada como un ariete contra el nuevo partido. El incidente permitió a sus adversarios insistir en que, pese a proclamarse diferentes, en realidad no lo eran. Aunque no cometió ninguna ilegalidad, la explicación de Monedero no fue satisfactoria y desde este punto de vista, su marcha puede ser más beneficiosa que perjudicial para Podemos. Pero sus dirigentes han podido comprobar, no solo lo vulnerables que son, sino la gran volatilidad que la dinámica mediática imprime a la política.

Las campañas de descrédito han hecho mella, pero lo que ha frenado sus expectativas electorales ha sido el encumbramiento de Ciudadanos como actor con opciones de gobierno. El partido de Rivera es un competidor del PP y del PSOE, pero lo que ha prevalecido en ese apoyo es su capacidad para disputarle a Podemos la representación de la nueva política. Es esta es una batalla genuinamente mediática. No hace falta recurrir a sesudos estudios de semiótica para comprobar que lo que para Podemos fue hostilidad y reserva, se ha convertido en elogio y apoyo en el caso de Ciudadanos. El partido de Rivera fue tratado como cuarto actor político en igualdad de condiciones mucho antes de que las encuestas le dieran esa posición. Al final, los titulares se convirtieron en profecía autocumplida. Y cumplida además en un tiempo récord. Es como si la política misma se hubiera contagiado del carácter compulsivo y oscilante de los medios de comunicación, que por su propia naturaleza tienden a focalizar y encumbrar con la misma rapidez con la que ignoran y olvidan.

A todo ello se añade la posibilidad de seguir al minuto la evolución de la opinión pública. En un sistema en el que cada semana hay una encuesta, resulta muy difícil que las fuerzas políticas puedan sustraerse al poder de arrastre que tiene la coyuntura y no caer en el tacticismo más cortoplacista. La posibilidad de escrutar cómo impacta en el ánimo del electorado cada nuevo acontecimiento no solo incide sobre los actores y partidos políticos, sino también, y cada vez más, sobre los propios electores. Las encuestas se han convertido en un poderoso factor de gregarismo electoral, lo que otorga a los sacerdotes demoscópicos que las interpretan una gran capacidad de influencia.

En este marco tan voluble y cambiante, resulta difícil transformar las demandas y esperanzas de cambio en políticas específicas. Concretar es arriesgar. Y este dilema afecta especialmente a las nuevas fuerzas políticas. De qué se trata, ¿de situarse en las posiciones donde se encuentra en un momento dado el segmento central que puede dar la mayoría, o de convencer al electorado para que se mueva y se sume a una política que se considera justa? Como toda cuestión compleja, crear una mayoría no es algo se pueda dilucidar en un minuto de televisión, pero sin ese minuto tampoco es posible.

Miedo al absurdo

Por: | 26 de marzo de 2015

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La nuestra es una generación afortunada. Me refiero a la española que ahora tiene menos de setenta años. Y también a la europea de menos de sesenta. A diferencia de nuestros padres o abuelos, nosotros no hemos tenido que lidiar con la monstruosidad de una guerra, no hemos tenido que experimentar el terror de encontrarnos en primera línea de fuego ni de esperar con el estómago encogido el azaroso zarpazo de un bombardeo. Ni siquiera tenemos, como en otras regiones del mundo, la amenaza de grandes catástrofes naturales. Hasta la geografía nos obsequia con un trato benigno. De modo que nuestras vidas discurren en general con la apacible perspectiva de que todo discurra según nuestras previsiones. Lo cual no quiere decir que no tengamos contratiempos. Los tenemos. De hecho, vivimos la paradoja de que vivir plena e intensamente las posibilidades que nos ofrece el tiempo que nos ha tocado en suerte, comporta asumir cada vez mayores cotas de riesgo. De modo que gran parte de nuestro esfuerzo está destinado precisamente a tratar de controlar esos riesgos. Queremos vivir con riesgo, pero exigimos la máxima seguridad.

La movilidad es un buen ejemplo. Nuestro modelo social implica ampliar constantemente la capacidad para desplazarnos. Más incluso de lo estrictamente necesario. Viajamos por trabajo, por placer, por ocio. Y, puesto que podemos, recorremos 300 kilómetros en coche o 3.000 en avión para poder pasar un fin de semana en una ciudad desconocida. Pero moverse como lo hacemos implica correr unos riesgos que hay que tratar de controlar. Conforme hemos aumentado la distancia y la velocidad a la que podemos desplazarnos, hemos ido incorporando nuevas exigencias de seguridad, tanto en los vehículos como en las vías. Esa es la dinámica que rige en todos los ámbitos: optimizar al máximo las posibilidades y reducir al mínimo los posibles riesgos. Precisamente porque es la más arriesgada, la movilidad aérea es también la más segura: 2,3 accidentes por cada millón de vuelos.

Aceptamos, en general, la posibilidad de un accidente porque es el precio que hemos de pagar por el beneficio del viaje. Lo mismo ocurre con otros aspectos de la vida. Pero tenemos una relación muy ambivalente con el riesgo. En general, nuestra cultura muestra una gran intolerancia frente a los riesgos que dependen de otros y en cambio, una gran tolerancia con los que hemos asumido libremente. No toleramos un efecto adverso inesperado en un medicamento, un error médico o un fallo de seguridad en un servicio público, pero al mismo tiempo ponemos nuestra vida en peligro fumando, bebiendo, conduciendo a 160 kilómetros por hora o practicando deportes de aventura extrema.

Estamos preparados para asumir los riesgos derivados de nuestras elecciones y en menor medida, los que dependen de factores ajenos en la medida que nos reporten beneficios. Para lo que no estamos preparados en absoluto es para el riesgo absurdo, el que no tiene explicación posible, aquel que depende de otros y además es caprichoso. Cuando algo falla, emprendemos el ritual de la revisión y la mejora. Cada accidente se convierte en una oportunidad para incrementar la seguridad. Lo que, en algunos casos, puede tener también efectos ambivalentes: el mecanismo habilitado tras el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York para que los pilotos pudieran bloquear la entrada a la cabina frente a posibles intentos de secuestro es lo que ha permitido ahora al copiloto de Germanwing impedir la entrada del comandante y estrellar el avión.

Si el accidente se hubiera debido a un fallo humano o técnico, siempre hubiéremos tenido el consuelo de tener una causa racional susceptible de mejora y control. Pero una causa como la que ha derribado el avión de Germanwing nos deja desnudos ante la fatalidad más absurda. Allí donde precisamente todo está más controlado, allí donde se dan los mayores estándares de seguridad, es donde el absurdo, lo impredecible, es capaz de hacer estallar la fortaleza que creíamos mejor protegida. De repente nos encontramos con que el azar se cuela de nuevo por las rendijas de nuestro miedo. Ya sabemos que no existe el riesgo cero. Pero este riesgo es el que más miedo nos da, el que más nos perturba, porque es el que menos podemos controlar.

 

Imagen: Varios estudiantes encienden velas y dejan flores en memoria de los fallecidos en el accidente aéreo de los Alpes franceses frente al colegio Joseph- König de Halter am See. EFE/Rolf Vennenbernd

 

 

Romper el monopolio masculino

Por: | 12 de marzo de 2015

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Llega de nuevo el 8 de marzo, día Internacional de la Mujer, y de nuevo las estadísticas nos sitúan ante una realidad que no ofrece la más mínima posibilidad de complacencia. La brecha salarial entre hombres y mujeres no solo continúa siendo alta en toda la Unión Europea, sino que en algunos países como España, incluso se ha incrementado en los últimos años. Como ocurre con la desigualdad social, los costes de la crisis también se reparten de forma desigual entre los dos sexos.

Y no es por falta de normativa. Una directiva comunitaria obliga a la igualdad salarial desde 2006 y todos los países tienen normas que prohíben la discriminación salarial. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Conforme avanzamos por la senda de la desregulación y el salario se descompone en partes fijas y variables, en complementos, bonos, incentivos y pagos en especie, se multiplican las ocasiones de discriminación. Por esa creciente variabilidad se cuela la más vieja de las leyes de la selva, la del dominio del fuerte sobre el débil.

Las mujeres cobran en España, según el último informe de Eurostat, un 19,3% menos que los hombres por el mismo trabajo, frente al 16,6% de la zona euro. Pero si se tiene en cuenta el conjunto de la vida laboral, la brecha es aún mayor pues, en igualdad de capacitación, ellas ocupan con frecuencia puestos inferiores y permanecen en general más tiempo en la misma categoría. Dicho de otro modo, ellos se promocionan antes y escalan mucho más. Y cuando se jubilan, ellas se van a casa con una pensión un 40% inferior a la de los hombres.

Sociedad del conocimiento

Pese a vivir en la llamada sociedad del conocimiento, en la que se supone que ya no cuenta tanto la fuerza física, la testosterona o la habilidad para guerrear, el predominio masculino sigue fuertemente anclado en todos los procesos, y muy especialmente en las posiciones de decisión.

Pero la brecha salarial es crecientemente injusta en la medida en que las mujeres cobran menos a pesar de llegar al mercado laboral cada vez mejor preparadas y estar incluso, en muchas profesiones, más cualificadas que los hombres. En estos momentos, el 60% de los licenciados en la Unión Europea son mujeres. Y hay ámbitos tan importantes e intensivos en fuerza de trabajo como la sanidad, la enseñanza o la justicia — profesiones que exigen además una larga preparación— en los que no solo las mujeres son mayoría sino que pueden acreditar en conjunto mejores calificaciones académicas que los hombres. Y sin embargo, apenas se ven mujeres en puestos de dirección.

Más de treinta años después de que el feminismo lograra imponer leyes de igualdad, la situación no mejora para las mujeres en la medida que cabía esperar. Y en algunos casos, incluso se retrocede. En muchos ámbitos, están más preparadas y peor pagadas que los hombres, cuando tendrían que cobrar más. ¿Qué más tienen que hacer las mujeres para que definitivamente puedan ocupar el puesto que les corresponde y ser retribuidas de acuerdo a su valía y sus méritos?

Del discurso a la realidad

La política oficial ha asumido el discurso de la igualdad, pero ahora vemos que ese discurso es tan falso como cínico. La vieja política ha demostrado tener una gran capacidad de engaño. Ha logrado hacer creer que asume el imperativo de la igualdad, pero no hace lo necesario para alcanzarla. Habrá que ver si quienes invocan la necesidad de una nueva política son capaces de cambiar también estas premisas. Las políticas basadas en la voluntariedad y la recomendación ya se ha visto lo que dan de sí. Si la voluntariedad no funciona, habrá que probar con la obligación.

En estos momentos se discute en Europa sobre la forma de aumentar la presencia de mujeres en los consejos de administración y puestos directivos de las empresas. Las grandes corporaciones que cotizan en bolsa apenas tienen un 18,6% de directivas. En España, aún menos: el 15,1%. Solo los países que aplican políticas de igualdad desde hace tiempo y con probada convicción, como Finlandia o Noruega, han logrado alcanzar porcentajes del 30% y el 40% respectivamente. Y esa convicción incluye una política de cuotas obligatorias.

La presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), Elvira Rodríguez, ha dicho que la presencia de las mujeres en los consejos de administración de las empresas ha de ser por carrera y no por ser mujer. ¡Por supuesto! Que no se preocupe la señora Rodríguez por esta cuestión: en un sistema de cuotas obligatorias, la carrera por méritos está asegurada, puesto que hay mujeres de sobra con preparación suficiente para asumir el reto. De hecho, si fuera solo por carrera y cualificación, las mujeres ya serían mayoría en muchos ámbitos. Por ejemplo en los órganos de gobierno de las universidades, de los hospitales, en las altas estructuras de la administración pública, en las cúpulas de los centros de investigación y hasta en las salas de los Tribunales Superiores de Justicia. Pero ella sabe que si no es así, no es por carrera, sino porque son mujeres. De modo que, desmontada la falacia de la falta de preparación, ha llegado la hora de darle la vuelta a la tortilla y acabar de una vez con el monopolio que los hombres ejercen sobre los puestos de decisión, muchos de ellos no porque estén más preparados, sino porque son hombres.

Muchos ojos, pocas manos

Por: | 10 de febrero de 2015

Hace unos días, entrando en Barcelona por la Diagonal, me sorprendió una enorme pancarta colgada en la balconada de un edificio en la que se leía un mensaje ciertamente estridente: “Fora inútils polítics”. Ignoro los motivos, porque no se daban más pistas, pero la frase me resultó extremadamente inquietante. ¿Qué quería decir exactamente? Porque no es lo mismo pedir que se vayan los políticos inútiles, con lo que podríamos estar de acuerdo, que pedir que se vayan los inútiles de los políticos. Eso es otra cosa. La generalización implica un nivel de descrédito de la política que resulta peligroso. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Es cierto que la política no se agota, ni mucho menos, con la actividad de quienes la ejercen, pero la acción política siempre necesitará de intermediaciones más o menos profesionalizadas. Se puede y debe discutir si los actuales formatos y formas de ejercer la política sirven o no a los fines de la democracia, que es representar los intereses de la ciudadanía. Desde luego, hay razones sobradas para la crítica. El sistema surgido de la Transición primó el papel de los partidos políticos como instrumento central de la política. En una sociedad que llevaba décadas de dictadura tenía sentido reforzar el papel de los partidos como instrumento de participación política y como medio de reclutamiento y formación de líderes políticos. Pero con el tiempo y la ayuda de una ley electoral que ha favorecido el bipartidismo, los partidos que se alternan en el poder han aprovechado las ventajas que les otorgó la arquitectura diseñada en la Transición para colonizar todo el espacio institucional, de modo que aquellas estructuras creadas para canalizar y facilitar la pluralidad política, han acabado asfixiándola.

El resultado es que los partidos llamados “de gobierno” han evolucionado de tal manera que parecen más empresas destinadas a conquistar y retener el poder que instrumentos para canalizar la participación política. Reducidos a una maquinaria electoral, sus dirigentes se han venido eligiendo por un sistema en el que priman más los criterios de afinidad y lealtad, es decir, de sindicación de intereses personales, que en cualidades políticas y capacidad de liderazgo.
El resultado ha sido un empobrecimiento de las élites políticas. Lo que impera es un sistema que da a unas pocas personas situadas en las cúpulas de los partidos un poder casi absoluto sobre todos los niveles de la administración. Es decir, sobre los presupuestos que controlan esas administraciones. Los mecanismos de elección partidaria tienden a expulsar fuera del sistema a quienes se mueven por otros impulsos o no se avienen, por razones éticas o de exigencia política, a las reglas de ese ecosistema.

Mediocridad política y corrupción son, en realidad, dos caras de la misma moneda. Si se rebaja la exigencia ética y se evita cualquier rendición de cuentas, no es extraño que aquello que empezó siendo una conducta corrupta para favorecer al partido y asegurar su permanencia en el poder, acabe siendo un sistema que generaliza la corrupción en todos los niveles de la gestión pública. Y lo hace anulando la capacidad de los organismos de control y contrapesos creados para ejercer la vigilancia del poder, y propiciando una cultura de lo público que considera legítimo utilizar los resortes de la política para defender intereses privados. O para enriquecerse.

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No es casualidad que uno de los eslóganes del movimiento 15-M, que fue la primera reacción que surgió a este estado de cosas, fuera precisamente “no nos representan”. Una forma de defenderse por parte de quienes se consideran atacados es acusar a quienes les señalan como casta de ser también casta o aspirar a serlo. Hacen denodados esfuerzos por presentarlos como gente susceptible de ser corrompida que se mueve por ansia de poder. Es decir, de ser una copia de lo que ellos mismos son. Lo hemos visto con Syriza. Y también con Podemos. Un día se les acusa de practicar un extremismo suicida, y al día siguiente de traicionar los principios cuando se muestran dialogantes. Hoy son malos por ser radicales intransigentes y mañana por estar dispuestos a pactar. Como si no hubiera en realidad otra forma de ejercer la política.

Pero la hay. Tiene que haberla. Los corruptos han sustituido el sentido de la vergüenza por el de la impunidad. Ha de ser posible reinstaurar una cultura política basada en la exigencia de honradez. De recuperar el sentido de la vergüenza en el ejercicio de la acción política. Pero nada de eso llegará sin cambios profundos en los mecanismos de ascensión y ejercicio del poder. Hay que romper las inercias.
Sergio Fajardo, el que fuera alcalde carismático de Medellín (Colombia), encontró resistencias parecidas cuando se propuso transformar una de las ciudades con mayor criminalidad. Consiguió darle la vuelta al discurso imperante y acabó cambiando por completo la ciudad. Su fórmula es muy simple: “Muchos ojos, pocas manos”. Sobre el dinero público, se entiende. Justo lo contrario de lo que tenemos por aquí.

 

Imagen: Manifestación del movimiento 15-M. Foto: Álvaro García.

Incertidumbres

Por: | 28 de diciembre de 2014

El roto tiempoCualquiera que tenga más de 40 años habrá hecho alguna vez el cálculo de imaginar qué edad tendría y cómo sería su vida en el año 2000. Yo recuerdo haber imaginado la vuelta del milenio como algo muy, muy lejano. Hace ya 14 años que lo celebramos y ahora me parece también una fecha lejana, pero en el pasado. Pero necesitamos poner mojones en el futuro para poder imaginarlo y tratar así de conquistarlo. El próximo es el 2050. ¿Cómo será el mundo y nuestra vida cuando lleguemos a la mitad de este siglo XXI? En las últimas semanas he tenido la oportunidad de sumergirme en el interesante ejercicio de prospección que ha sido el ciclo Futurs, organizado por la Fundación La Caixa y el Ateneo de Barcelona. Desarrollaré en mi blog los detalles de las grandes tendencias que se vislumbran, pero ahora les expondré algunas de las ideas trasversales que se repitieron en los debates.

La primera es que la experiencia vital más común en las próximas décadas será —lo está siendo ya— la incertidumbre. Pero no una incerteza derivada de la coyuntura económica adversa, que puede cambiar, sino de las transformaciones profundas derivadas del cambio de época que estamos viviendo. Una las características de la que viene será la aceleración de los tiempos y de los procesos, algo que ya es visible en muchos ámbitos. Internet permite el sueño del cerebro de cerebros, es decir, un cerebro colectivo interconectado en tiempo real, lo que en sí mismo es ya un factor extraordinario de aceleración. Cuando comenzó su carrera, el investigador Manel Esteller revisaba las novedades de su área una vez a la semana. Ahora lo hace constantemente. Trabajar en red obliga a cualquier científico a situarse en cada momento en el punto en el que se encuentra el que ha llegado más lejos. Eso hace que la frontera del conocimiento se expanda a gran velocidad.

38-osacordais[1]Tendremos que adaptarnos pues a la experiencia de cambio acelerado y aprender a gestionar la complejidad en condiciones de incertidumbre, algo que no va ser fácil viniendo de una cultura que valora por encima de todo la seguridad y que necesita anticiparse y tenerlo todo controlado. Este tipo de cambios nos descolocan. Por eso nuestra relación con el futuro es ahora, como apuntó el filósofo Daniel Innerarity, más de precaución que de esperanza.

El malestar por un futuro que se percibe incierto es trasversal y afecta tanto a los jóvenes como a las generaciones mayores. Después de haber experimentado el ascensor social y haber luchado por consolidarlo, de repente se encuentran con que muchas cosas que daban por ciertas han dejado de serlo. Entre ellas, la idea de que el progreso es una línea siempre ascendente. Ahora sabemos que se puede retroceder, por ejemplo en bienestar y protección social. Y también se ha venido abajo la creencia de que las conquistas sociales eran irreversibles pues en un marco democrático siempre tendrían el apoyo de la mayoría. Al respecto, el economista Antón Costas dejó en el aire la siguiente paradoja: si el interés objetivo de la inmensa mayoría de la población es preservar esas conquistas y desarrollar políticas beneficiosas para el conjunto de la sociedad —por ejemplo las de igualdad— ¿cómo es posible que viviendo en democracia, las decisiones que toman los gobiernos elegidos sean justamente las que perjudican a la mayoría?

La relación entre desigualdad y democracia apareció numerosas veces. Las desigualdades sociales ya crecían antes de la crisis, pero esta las ha agrandado. Son muchas las voces que alertan de que la concentración de riqueza por parte de unas minoría cada vez más reducidas y más poderosas socava los fundamentos mismos de la democracia. Si lo que importa a la inmensa mayoría ya no se decide realmente a través de las urnas, lo que tendremos será una democracia ficticia incapaz de atender el interés general.

130110-el roto[1]También la idea del crecimiento ilimitado está en cuestión. Tenemos capacidad para seguir creciendo, y de hecho, se da por seguro que la tercera revolución industrial aumentará mucho la productividad gracias a la robotización de los procesos productivos y a la digitalización de muchas tareas.

El economista Jock Martin estimó que en 2050 la productividad habrá aumentado un 300% respecto de 2010. Pero se necesitará menos fuerza de trabajo, aunque más cualificada, lo cual planteará un nuevo dilema: si no hay empleo para todos, ¿qué distribuimos, el trabajo o la riqueza? ¿O no habrá reparto? En cualquier caso, podemos producir y consumir más, pero ¿podrá el planeta soportar un modelo de crecimiento como el que tenemos? Muchos economistas, entre ellos Lurdes Benería, piensan que no y que es preciso revisar los fundamentos mismos de la teoría económica porque llevan implícito un modelo que es del todo insostenible.

Una última cuestión: si ni la economía ni la política fueron capaces de prever ni evitar una crisis que comenzó siendo financiera y localizada en Estados Unidos y acabó siendo de toda la economía y global ¿cómo podemos confiar en que los mismos que erraron acertarán ahora en las recetas para superarla? ¿Es prudente dejar nuestro futuro en sus manos? De lo que se deriva otra cuestión trascendental: la necesidad de una gobernanza global. La mayor parte de los problemas que hemos de afrontar de aquí a 2050 trascienden la capacidad de decisión del Estado nación y requieren mecanismos globales de decisión que no tenemos. Y esa es, ahora mismo, la madre todas las incertidumbres.

 

Ilustraciones: Viñetas de El Roto, nuestro filósofo de cabecera, publicadas en El País.

El chantaje de BCN World o la debilidad de la política

Por: | 12 de diciembre de 2014

Barcelona World Sellart
De proyecto de país a fiasco de país. Así puede acabar el proyecto BCN World. De momento, el plazo que tenía la sociedad promotora Veremonte para ejecutar la opción de compra de los terrenos de La Caixa donde deben ubicarse los casinos ha vencido sin que haya sido formalizada. La sociedad tenía que depositar 277 millones, pero no lo ha hecho. Y ha anunciado que no hará ningún otro movimiento hasta que no conozca el contenido del Plan Director Urbanístico, que ha de fijar aspectos tan importantes como el volumen edificable o las alturas permitidas del complejo. Es un órdago que podemos calificar, sin miedo a exagerar, como un chantaje. Como una forma de obligar a la autoridad urbanística a plegarse a sus requerimientos. ¿Qué más pedirá Veremonte cuando haya conseguido lo que ahora exige?

De momento,  la Generalitat ya ha tenido que salir en misión de rescate del proyecto con un acuerdo con La Caixa para que el Incasol se quede con la reserva de los terrenos. Dice que esta operación no constará ni un duro al contribuyente. Sólo faltaría. Veremonte ha mantenido durante casi tres años la opción de compra de esos terrenos sin haber depositado ni un euro. El Gobierno catalán asegura que lo hace para evitar movimientos especulativos con los terrenos que, de producirse, podrían llegar a hacer inviable el proyecto. Ya se sabe que la voracidad de los mercados puede ser inagotable.  Pero eso de que no tendrá costos para las arcas públicas está por ver.

De momento el proyecto ya ha costado a la ciudadanía una parte de las expectativas de ingresos públicos puesto que la primera exigencia de los promotores de BCN Word fue que se modificara la tributación del juego. Y no una pequeña modificación: con la reforma que se aprobó en enero pasado, la fiscalidad del juego pasó en Cataluña del 55% al 10%. Una rebaja de la que, obviamente, se beneficia todo el sector, incluidos los casinos que ya funcionaban y que se supone que eran perfectamente rentables a pesar de pagar un 55% de impuestos sobre beneficios. La diferencia de tributación supone una cantidad muy importante que la Hacienda catalana dejará de ingresar, mientras servicios públicos como la Sanidad o la Educación continúan con sus penurias y recortes.

Lo más grave de todo este lamentable espectáculo de sumisión de la política a los dictados de la economía menos productiva es la opacidad con la que se están encubriendo todos estos movimientos y negociaciones. No se conocen las exigencias concretas de Veremonte sobre el plan urbanístico, ni los detalles de lo que la Generalitat está dispuesta a conceder para que se mantenga la inversión. Probablemente nos los encontraremos como un hecho consumado, paradigma de una manera de gobernar muy poco transparente.  

RuletaO quizá no, porque también es posible que el proyecto acabe como el rosario de la aurora. La actitud renuente de la de la sociedad promotora a la hora de facilitar información no permite vislumbrar que intenciones tiene ni cuáles son sus verdaderas posibilidades financieras. Pero lo que trasciende no parece muy alentador. Así empezó el fiasco de Eurovegas en Madrid. Cuando llegó la hora de desembolsar el dinero de las ingentes inversiones que se habían prometido, el promotor se esfumó. Las deslumbrantes expectativas que había levantado el proyecto se apagaron de golpe. Y el Gobierno que había ganado la partida de la ubicación en una subasta a la baja con la Generalitat catalana propiciada por el propio Sheldon Adelson, se encontró con la puerta en las narices. Al magnate del juego había dejado de interesarle el proyecto, pese a que las autoridades locales habían claudicado a todas sus exigencias.

Pocas veces hemos asistido a un ejercicio de miseria política como fue la peregrinación de consejeros y políticos, de Madrid y de Barcelona, al cuartel general del magnate del juego en Las Vegas. Cuando ya estaba claro que finalmente Adelson se inclinaría por Madrid, el Gobierno de Artur Mas se sacó de la chistera el conejito de BCN Word. Y lo hizo presumiendo además de que era mejor que Eurovegas y tendría menos costes sociales. A la hora de la verdad, sin embargo, no eran tan diferentes.

Cuando la relación entre política y economía se invierte, cuando son los promotores de un proyecto los que fijan las reglas del juego y se atreven incluso a condicionar incluso labor del poder Legislativo, algo más que la dignidad de la política se ha perdido en el camino. Se ha perdido poder real, capacidad de decisión. Y se ha entrado en una espiral peligrosa: cuanto más cede, más se debilita el gobierno que permite que se inicie la dinámica del chantaje. Si el sector del juego consigue imponer sus condiciones,  ¿por qué no habría de intentarlo cualquiera que quisiera invertir en Cataluña?

La ciudad, la tribu y la utopía

Por: | 17 de noviembre de 2014

Burbujas
Hace ahora 24 años se celebró en Barcelona el primer congreso de ciudades educadoras, germen de la asociación del mismo nombre que se creó cuatro años más tarde. Ahora, el congreso ha vuelto a la ciudad que lo alumbró y entre las cuestiones abordadas, una esencial: ¿qué significa hoy ser una ciudad educadora? Aunque en este tiempo han cambiado muchas cosas, hay algunas que sin duda permanecen, porque están en la base de todo. Permanece, por ejemplo, una idea del filósofo norteamericano John Dewey que hizo suya la pedagogía activa: la educación tiene que preparar para la vida. Y lo que mejor prepara para la vida es la vida misma.

El pedagogo Fiorenzo Alfieri, exconcejal de Turín y uno de los impulsores del movimiento, recuerda cómo al principio las escuelas llevaron a la práctica esta idea tratando de reproducir en su interior las condiciones de la vida. La escuela debía incorporar la cultura, el ocio, el contacto con la naturaleza y por eso introdujo el teatro, organizó colonias y hasta creó huertos en el patio. Pronto se vio que la escuela no era suficiente para reproducir las condiciones de la vida. Se planteó entonces que la ciudad —sus teatros, sus bibliotecas, su urbanismo— se pusiera al servicio del sistema educativo en esa labor de educar para la vida.

Como Alfieri en Turín, muchos otros gestores aplicaron en sus ciudades políticas basadas en la idea de que todo puede educar —o deseducar— y que para educar bien, se ha de implicar toda la tribu. Esa sigue siendo la principal divisa de una ciudad educadora, como se ha visto en las muchas experiencias presentadas en el congreso. Pero todo muta. También la ciudad. Si tuviera que definir los tiempos en que vivimos, diría que están marcados por la experiencia, en cierto modo angustiosa, de cambio acelerado. Y lo que más rápidamente cambia es, precisamente, el conocimiento. De modo que ahora preparar para la vida significa preparar para estar en condiciones de aprender constantemente y a lo largo de toda la vida. Preparar para poder adaptarse a un mundo altamente competitivo e inestable, en el que no hay horizontes definidos, sino incertidumbres.

Niña ordenadorEso es lo que marcará la frontera entre la inclusión y la exclusión social. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. Una ciudad que educa es, sobre todo, una ciudad que incluye. Y para eso hace falta, como señala Joan Manuel del Pozo, profesor de Filosofía y síndic de greuges de la Universidad de Girona, más compromiso y menos delegar en otros las propias responsabilidades; hace falta fortalecer el espacio público y el sentido de comunidad. Ser ciudad educadora va a requerir además un esfuerzo de resistencia a la oleada privatizadora que nos invade y a la cultura del individualismo nihilista que se abre paso conforme los postulados del economicismo neoliberal van colonizando el discurso público. Buena parte de las movilizaciones ciudadanas de los últimos tiempos son resistencias. Y, como ha señalado la filósofa Marina Garcés, no es casualidad que se expresen con ideas como stop desahucios o slow moviment. En el rechazo va implícita la demanda de otro modelo de sociedad, de ciudad, de desarrollo.

Una ciudad educadora ha de poner todos sus recursos al servicio de un objetivo: construir ciudadanía. La pedagoga Angélica Sátiro, presidenta de la asociación Creamundos BCN, condensa en unas pocas ideas, tremendamente sugerentes, su propuesta, que se resume en una palabra: utopía. La ciudad educadora, dice, ha de ser concebida como una utopía que se pone en el horizonte para seguir avanzando. Un ideal siempre renovado de lo que quiere llegar a ser. Un ideal emancipador, que adopta una mirada problematizadora en el sentido de mirar para actuar, de querer ver los problemas para gestionarlos y permitir que surjan nuevas energías. En resumen: “La ciudad educadora convoca y provoca la acción”. Pocas veces he oído tantas metáforas juntas y tan sugerentes, pero una la define con claridad: “La ciudad educadora es una ciudad embarazada de muchas ciudades”. Es decir, que acepta como hijos propios a todos sus integrantes y se enriquece con la diversidad.

Una ciudad educadora es, para Sátiro, la que combate la soledad urbana y el cansancio del mundo hiperactivo tejiendo redes de complicidad y compromiso. Y es aquella que fomenta la creatividad que surge del roce, del contacto, del encuentro, y es capaz de inventar el futuro a partir del No y es capaz de convertir la exclusión en inclusión porque en los márgenes hay mucha energía y mucha creatividad desperdiciada. La creatividad y la innovación social como elemento de inclusión. Barcelona ha sido una de las impulsoras del movimiento de ciudades educadoras. Como muchas otras, sufre ahora peligrosas transformaciones. La privatización del espacio público, la segmentación social, el aumento de la desigualdad amenazan con quebrar su cohesión social. Tendrá que repensar de nuevo su función educadora.

El País

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