Cosas que importan

Cosas que importan

No tan deprisa. Las cosas importantes no están solo en los grandes titulares de portada. A veces se esconden en pequeños repliegues de la realidad. En este espacio habrá mucho de búsqueda, de exploración, de reflexión sobre las cosas, pequeñas y grandes, que nos pasan. Y sobre algo que condiciona, cada vez más, la percepción que tenemos de lo que ocurre, la comunicación.

Sobre el autor

Milagros Pérez Oliva. Me incorporé a la redacción de EL PAÍS en 1982 y como ya hace bastante tiempo de eso, he tenido la oportunidad de hacer de todo: redactora de guardia, reportera todoterreno, periodista especializada en salud y biomedicina, jefe de sección, redactora jefe, editorialista. Durante tres años he sido también Defensora del Lector y desde esa responsabilidad he podido reflexionar sobre la ética y la práctica del oficio. Me encanta escribir entrevistas, reportajes, columnas, informes y ahora también este blog. Gracias por leerme.

La felicidad de las empleadas

Por: | 21 de octubre de 2014

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Sillicon Valley es la cuna de grandes empresas tecnológicas que no solamente son punteras en informática y comunicación. En sus dominios se gestan innovaciones sociales que son a la vez reflejo y motor de otros cambios más profundos. Cuando Esteve Jobs trataba de convencer a los empresarios para que regalaran a sus empleados portátiles y teléfonos móviles, no estaba solo tratando de aumentar la cuota de mercado de sus productos. Estaba definiendo un nuevo modelo de relación laboral en el que frontera entre trabajo y vida privada se difumina por completo. Su argumento era que facilitarles la conexión permanente no solo fideliza a los trabajadores y permite que se identifiquen más con la causa de las empresa, sino que les hace mucho más productivos. Al fin y al cabo, una buena idea puede surgir en cualquier momento.

Algunos directivos se han tomado tan en serio este nuevo paternalismo propio de patronos liberales pero sumamente posesivos que han teorizado la necesidad de velar por el bienestar integral de sus empleados y algunos han incorporado incluso la figura del Chief Happiness Officer, algo así como un responsable de la felicidad de la plantilla, lo cual, por cierto, no les impide la más despiadada aplicación de la flexibilidad laboral, es decir, despedir sin contemplaciones cuando les conviene. Solo los mejores tienen derecho a ser felices.

En esta línea de innovaciones, dos de las grandes marcas tecnológicas, Facebook y Apple, han incluido en su catálogo de incentivos ayudas económicas para la “maternidad extendida”, eufemismo abstruso donde los haya pues la maternidad es un hecho biológico que ocurre o no ocurre, pero no se extiende. En realidad lo que ofrecen a sus empleadas es la posibilidad de posponer la maternidad sufragándoles un tratamiento de congelación de óvulos.

A primera vista, suena bien. La empresa se preocupa por el bienestar psicológico de las empleadas que tienen ansias de maternidad pero que no acaban de encontrar el momento porque piensan que tienen que dedicar toda su energía a su carrera. Y hasta generoso, porque el tratamiento cuesta 8.000 euros más una cuota de mantenimiento de 400 euros mensuales. Pero en realidad es mucho más que todo eso. Es el resultado de un modelo en el que la maternidad no solo es un incordio para las empresas, como muy bien nos ha recordado hace poco Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, sino que las propias mujeres comienzan a percibirla como un obstáculo a su progreso profesional.

Justo cuando se encuentran en el momento más exigente de sus carreras, sienten el apremio del reloj biológico. En entornos de alta competitividad, muchas mujeres renuncian a ser madres y otras apuran tanto que ya no llegan a tiempo. Así es como la edad de la primera gestación se ha ido retrasando en España hasta más allá de los treinta años y la tasa de natalidad se encuentra entre las más bajas del mundo: 1,4 hijos por mujer.

PeticionImagenCAL0WZI1Apple y Facebook ayudan ahora a sus empleadas a posponer la decisión, con la promesa engañosa de que podrán intentarlo más adelante. Engañosa, porque la congelación de óvulos es una técnica muy reciente que no asegura en absoluto que se vaya a producir un embarazo. En el mundo apenas han nacido 2.000 niños a partir de óvulos congelados y no sabemos cuántos intentos han fracasado. Hay que tener en cuenta que para conseguir un embarazo, además de que el óvulo sobreviva a la congelación, ha de ser fecundado in vitro y la tasa de éxito de esta última técnica no llega al 30%.

Sospecho que en el fondo, lo que Apple y Facebook hacen es facilitar que las mujeres en edad fértil no se distraigan con los deseos de maternidad, con la falsa ilusión de que no necesitan renunciar a ella, sino solo posponerla. Sin aclarar que, en la práctica, lo más probable es que acabe siendo una renuncia. Como bien advierte Eugene Morozov en su crítica al solucionismo, la idea de que la técnica nos sacará de todos los aprietos es errónea. Las tecnologías no pueden resolverlo todo. Pero la cuestión tiene más enjundia de la que parece. Es una expresión de los cambios que el neoliberalismo económico está introduciendo en el modelo de relaciones sociales, y que dan lugar a lo que el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han define como la sociedad del rendimiento.

Como el modelo tradicional de relaciones laborales —sujetas a normas disciplinarias, con jornada laboral y condiciones de trabajo pactadas— no permitía aumentar la productividad, el sistema ha inventado un nuevo modelo en el que es el propio individuo el que fija sus objetivos. Y lo hace en un entorno cultural de máxima competitividad en el que siempre puede hacer algo más para triunfar. El sujeto de rendimiento interioriza de tal modo el sistema de autoexplotación que, como Prometeo, acaba encadenado a una rueda que le hace responsable único de su éxito o su fracaso.

Las empresas tecnológicas se han convertido en las abanderadas de esta nueva filosofía que convierte a cada empleado en un emprendedor de sí mismo. “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley", dice Han. “El inconsciente social pasa del deber al poder”. No se trata solo de hacer lo que se tiene que hacer y lo que se espera que uno haga, sino de hacer más. Siempre más. En esa espiral, cualquier distracción, por ejemplo la maternidad, puede ser letal para una prometedora carrera.

Todo eso y mucho más es lo que subyace en el simpático incentivo de los óvulos congelados.

Sentimientos y emociones

Por: | 22 de septiembre de 2014

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Se oye con cierta frecuencia descalificar al nacionalismo en general y al movimiento soberanista catalán en particular como una fuerza que basa su capacidad de convocatoria en la manipulación de las emociones. Que busca deliberadamente anteponer el sentimiento a la razón. De ello se infiere que si los catalanes analizaran la situación de Cataluña en términos estrictamente racionales, no se dejarían arrastrar a aventuras identitarias que solo conducen al enfrentamiento y la división. Es una forma de ver la relación entre emociones y razón que no se ajusta a la realidad.

De la misma forma que Spinoza rompió con la dicotomía hasta entonces vigentes entre cuerpo y alma (mente), hace ya tiempo que la neurobiología ha permitido superar la pretendida frontera entre emoción y razón. Antonio Damasio dedicó dos de sus obras —En busca de Spinoza y El error de Descartes (Ed. Crítica, 2005 y 2006)— a explicar que emoción, raciocinio y sentimiento forman parte de un mismo proceso mental. La observación mediante resonancia magnética funcional de los circuitos cerebrales no ha hecho sino corroborar que no hay razón sin emoción y que la mejor decisión racional es aquella que está modulada —en un proceso de ida y vuelta— por la emoción.

Las emociones son necesarias para vivir. Sin el miedo, por ejemplo, no habríamos sobrevivido como especie. El miedo es también una fuerza que mueve los procesos sociales. En la reciente campaña del referéndum escocés, por ejemplo, se utilizaron amenazas nada veladas desde los poderes económicos e institucionales para provocar miedo, en una estrategia desesperada, motivada por el temor a perder los beneficios de la unión. Pero también en la campaña del sí, mucho más ilusionante y positiva, había miedo: a perder la identidad y la capacidad de decisión bajo el rodillo de la globalización, a que las políticas neoliberales destruyan el Estado de Bienestar.

La función del cerebro emocional es procesar los estímulos que recibimos y generar respuestas. Como sostiene Ignacio Morgado en Emociones e Inteligencia Social (Ariel, 2010), solo el equilibrio entre emoción y razón garantiza el bienestar. De la fuerza de las emociones, pasadas por el tamiz de la racionalidad, surgen sentimientos que tienden a perdurar hasta que otra emoción consigue desplazarlos. Así, ilusión y esperanza pueden dar paso a frustración e impotencia, tanto a nivel individual como colectivo.

Quienes acusan a los nacionalismos de cultivar las emociones más primarias suelen ignorar que ellos hacen exactamente lo mismo, pero desde otras posiciones. De hecho, es difícil pensar que pueda haber un movimiento político libre de sentimientos y emociones. De la misma manera que a nivel individual no conviene ahogar los sentimientos si no queremos que aparezcan más tarde en forma de dolorosas somatizaciones, tampoco es bueno ignorarlos a nivel colectivo.

PeticionImagenCA8Q4IEJAlgunos articulistas han señalado como un síntoma peligroso el hecho de que cientos de miles de personas acudieran a la Diada aceptando una forma de encuadramiento gregario que los degradaba a la condición de masa acrítica. Que estaban allí por una suerte de lavado de cerebro masivo. Es una forma —insultante— de verlo. Pero también se puede ver en la extraordinaria movilización de la Diada una contundente y masiva exigencia de reconocimiento. Un desafío a quienes, desde una supuesta racionalidad, se permiten menospreciar e ignorar la legitimidad de unos sentimientos compartidos por mucha gente en Cataluña. Es precisamente la reacción emocional a esa falta de respeto y reconocimiento la que, pasada por el tamiz de la racionalidad, alimenta el sentimiento de pertenencia que da fuerza al proceso soberanista. Asistir a la Diada permite a los manifestantes identificase a sí mismos como parte de un proyecto colectivo que, por encima de las muchas diferencias internas, les da fuerza y esperanza.

André Comte-Sponville explica lo importante que sigue siendo en nuestros días una emoción que ha jugado un papel fundamental en la historia de la humanidad, muchas veces a través del sentimiento religioso: la necesidad de comunión que, como sostiene el filósofo francés, no ha desaparecido ni siquiera entre los ateos. Al contrario, es una emoción que se revaloriza en los procesos de lucha social y que todavía puede jugar un papel importante como reactivo frente al individualismo nihilista, cuya única pulsión es satisfacer los deseos más egoístas. Comulgar con otros es una emoción muy gratificante, especialmente cuando se perciben amenazas individuales o colectivas. Por el contrario, el predominio del cálculo y del interés por encima del compromiso y la comunión en unos ideales compartidos explica en parte la crisis actual de la política.

Las emociones son, por otra parte, altamente contagiosas. Las hay positivas y negativas, se pueden utilizar para construir o para destruir, como hemos visto tantas veces a lo largo de la historia. Pero no podemos vivir ni razonar sin ellas. Lo que si podemos hacer es alimentar aquellas que mejor contribuyen al entendimiento y la convivencia. La empatía, por ejemplo. Se define como la capacidad para percibir e interpretar los sentimientos de los demás, de ponerse en lugar del otro. La humanidad ha necesitado cantidades ingentes de empatía para progresar. Un poco más de empatía no nos iría nada mal.

Imágenes de guerra y terror

Por: | 07 de septiembre de 2014

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Parece que no nos demos cuenta, pero Europa tiene en estos momento una guerra no declarada en su interior, en Ucrania, y otra muy cerca, entre Siria e Irak, que amenzan con incendiar todo Oriente Próximo. De esas guerras nos llegan imágenes terribles de ciudades destrozadas y cadáveres en las calles, no muy distintas de aquellas que guardamos en la memoria como algo afortunadamente remoto: las de la Guerra Civil. Y sin embargo, es sorprendente lo mucho que se parecen las filmaciones que nos llegan de Alepo, por ejemplo, y las de los bombardeos de Barcelona, pese a los casi 80 años que las separan.

Si Barcelona fue, con Guernika, el banco de pruebas de lo que en la II Guerra Mundial se convertiría en una nueva frontera de la guerra, el bombardeo indiscriminado de ciudades con su población civil como blanco, lo que ocurrió con la propaganda fue el preludio de un fenómeno que años más tarde se llevaría al paroxismo en la Alemania nazi o la Rusia soviética: la utilización del cine como arma de guerra.

La sala Laya de la Filmoteca de Catalunya fue escenario el viernes del preestreno de un excelente documental, Cinema en temps de guerra, producido y dirigido por Bartomeu Vilà, que próximamente se proyectará en el cine Boliche. El documental recorre la filmografía que se rodó en Cataluña durante la Guerra Civil y lo primero que sorprende es lo mucho que se llegó a rodar: más de 350 títulos, que incluyen películas, noticiarios, documentales y hasta musicales y comedias. Y el alto grado de innovación que se alcanzó, tanto en formas como en contenido. Se trata de un cine eminentemente político, en el sentido fuerte de la palabra. Cine destinado a mostrar y ensalzar una revolución en marcha.

Los miembros del Sindicato de Espectáculos de la CNT sabían muy bien el irresistible poder de fascinación que tenía la imagen en movimiento. Entre ellos se encontraba un jovencísimo Joan Mariné, operador de cámara, cuyo vivaz testimonio vertebra el documental. Fue este sindicato el que llevó la iniciativa fílmica en la primera fase de la guerra, hasta que el Gobierno de la Generalitat decidió crear Laya Films, una productora destinada a integrar —y controlar— los diferentes colectivos que trabajaban en el sector.

Foto (2)Mariné ejerció en Laya como director de fotografía y es el último superviviente de aquel prolífico equipo de cineastas. Bajo la dirección de Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalitat, la misión de la productora era proveer de imágenes que reforzaran la cohesión interna y permitieran al mismo tiempo ganar apoyos para la causa republicana en la comunidad internacional.

A sus 94 años, Joan Mariné recuerda con nitidez cada detalle, cada escenario, cada imagen captada aquellos años y, como Clint Eastwood, parece haber conjurado a la muerte con una receta que ambos siguen a rajatabla: no dejar que la vejez entre en su casa. “Hace tiempo que el médico me dijo que dejara de trabajar, pero yo sigo haciéndolo desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde”, dijo en la presentación del documental. Su biografía daría, como apuntó Bartomeu Vilà, para varias películas más, incluidas sus vivencias en la guerra con quinta del biberón o su angustiosa huida del campo de refugiados de Argelès.

Muchos años después de que Laya Films fuera clausurada y sus materiales confiscados por las tropas franquistas, Joan Mariné vivió un momento sublime por el que todavía se le empañan los ojos: trabajaba para la Filmoteca Nacional en Madrid cuando recibió para su restauración abundante material procedente de Checoslovaquia. Para su sorpresa, entre aquellas deterioradas cintas se encontraban muchas de las que él había filmado.

La mayor parte de la producción fílmica de aquella época tenía una finalidad descaradamente propagandística. Era vehemente y combativa y su contenido estaba fuertemente ideologizado. Por supuesto no aparecen iglesias en llamas y sí en cambio muchos edificios bombardeados. Pero tanto los contenidos informativos como los de ficción buscan ante todo persuadir sobre las bondades del mundo que se está construyendo, incitar apoyos y adhesiones, primero a la revolución y luego a la causa republicana. Intentan, en general, provocar emociones positivas.

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El uso del cine como propaganda de guerra ha tenido desde entonces muchas ocasiones para mostrar su enorme capacidad de impacto. El último ejemplo todavía nos tiene agarrotados. Hasta ahora estábamos acostumbrados a que cada bando mostrara en imágenes lo perverso que podía ser el enemigo: coches bomba, ciudades devastadas, mujeres y niños destripados. Pero el Estado Islámico ha llevado la propaganda de guerra a un nuevo paradigma: mostrarnos lo perversos que pueden ser ellos mismos. Mostrando al mundo cómo fusilan a una hilera de prisioneros o degüellan a un periodista no pretenden infundir simpatía, ni siquiera entre sus seguidores, sino terror. No pretenden socializar el dolor, sino el horror. Pero también ellos cuidan hasta el más mínimo detalle. No es casualidad que los dos periodistas degollados llevaran blusones naranja, como los presos de Guantánamo. La imagen como arma.

Curiosa defensa de lo público

Por: | 21 de julio de 2014

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ener una Sanidad Pública de calidad, de acceso universal y gratuito, constituye un tesoro social de tal magnitud que pocos se atreven a atacarlo de frente. Saber que, te ocurra lo que te ocurra en esa lotería que es la salud, estarás cubierto por un sistema capaz de ofrecerte las mejores terapias disponibles al margen de cuál sea tu posición social es una fuente de tranquilidad que no siempre apreciamos suficientemente. Como la salud misma, puede que solo seamos capaces de valorar lo que tenemos cuando lo perdamos. Y lo podemos perder si no lo defendemos. Pero hay que acertar también en la forma de defenderlo.
En las últimas semanas hemos visto cómo las costuras del sistema parece que se estén descosiendo. Pacientes en Urgencias de Bellvitge o de Vall d’Hebrón esperando durante días una cama en la que poder ingresar; familiares y personal sanitario pertrechados en las unidades para que no se cierren camas en verano; médicos estresados por la sobrecarga asistencial y mucho malestar. Cuatro años de recortes hacen su mella.
Escuchando el jueves pasado las explicaciones que el consejero Boi Ruiz daba en Els Matins de TV-3, cualquiera pensaría que es el primero y el mejor de los defensores del sistema público. Todo lo que hace su departamento, incluido el cierre de más de 3.000 camas en verano, es en aras de una mayor eficiencia, que a su vez ha de garantizar la sostenibilidad del sistema. Todo está justificado. Todo tiene su explicación. Pero a poco que se afine el oído, el discurso tiene un doble fondo.
Lo tiene, por ejemplo, cuando se afirma que el cierre de camas y quirófanos no aumenta las listas de espera porque la actividad programada se sustituye por cirugía ambulatoria. Este tipo de cirugía es un gran avance que ahorra costes al sistema y molestias al paciente, pero no todo puede operarse en régimen ambulatorio. La cirugía compleja requiere quirófano e ingreso. La suspensión de operaciones programadas incrementa el tiempo de espera, lo que aumenta la probabilidad de que el estado del paciente se agrave y acabe en Urgencias. Operar de urgencia implica a su vez suspender intervenciones programadas, y así es como se hace una bola cada vez mayor. El colapso de pacientes en Urgencias de Bellvitge o de Vall d’Hebrón no son, pues, como se dijo, hechos puntuales. La realidad es tozuda: días después de esa explicación, 33 pacientes seguían esperando cama en Bellvitge.
PeticionImagenCANTU4A5Mientras el consejero aparece como paladín del sistema público, las imágenes de pacientes hacinados en los pasillos y los datos sobre el aumento de las listas de espera alimentan la idea de que la sanidad pública se deteriora gravemente y ello puede llevar a mucha gente a la conclusión de que tal vez sea mejor suscribir un seguro privado. Solo hay que ver los anuncios que hacen las compañías de seguros privados en televisión para darse cuenta de que ese es precisamente el target al que se dirigen.
Y mientras eso ocurre, asistimos en paralelo a otra curiosa forma de defender lo público: dar entrada a la iniciativa privada con el falaz argumento de que es más eficiente y permite ahorrar costes. EL discurso oficial juega con la ambigüedad a la hora de definir qué es gestión privada. Casi siempre se pone como ejemplo la cesión de servicios a asociaciones de médicos. Pero una cosa es la gestión privada de base asociativa, que puede ser positiva en la medida que implica más a los profesionales, y otra muy distinta la que se entrega a sociedades anónimas movidas por el voraz ánimo de lucro de los fondos especulativos que integran su capital. El argumento de la mayor eficiencia en boca de quien tiene la responsabilidad de gestionar la red pública tiene su gracia. Porque, o es una impostura, o es una declaración de incompetencia. El consejero tendría que explicar por qué sus gestores —cuyos salarios son los únicos que ha preservado de los recortes— no habrían de ser capaces de gestionar con la misma eficiencia que se le presupone en la iniciativa privada.
El resultado subliminal de este tipo de argumentos es el descrédito de lo público. Este es el juego. Así las cosas, convendría una reflexión sobre cómo incide en esta estrategia la lógica expresión de malestar por parte de los profesionales del sector público. Es evidente que si, pese a los recortes, la valoración de los ciudadanos sigue siendo alta es gracias a la entrega de muchos de sus profesionales, que suplen con esfuerzo y dedicación la sobrecarga y la falta de medios. Tampoco cabe dudar de que, cuando protestan, lo hacen en defensa de ese tesoro que es poder tener un sistema público que además de calidad ofrece equidad. Pero habría que ir con cuidado de que la forma de expresar el malestar no acabe contribuyendo a la estrategia de descrédito de lo público. Si los profesionales bombardean constantemente a los pacientes con sus quejas, dependiendo de cómo lo hagan, pueden acabar contribuyendo a la idea de que el sistema no funciona y mejor será ir pensando en un seguro privado.

 

Imágenes: Manifestación en defensa de la sanidad pública frente al hospital de Bellvitge. /ALBERT GARCÍA

Enfermos en los pasillos del Servicio de Urgencias de Bellvitge. 

Quiero ser millonario

Por: | 09 de julio de 2014

Ha caído por casualidad en mis manos un librito delicioso. Lo han hecho, como recuerdo de final de etapa, las profesoras, padres y niños de una clase de sexto de Primaria, la mayoría de los cuales ha compartido aula en la misma escuela desde 2005. Son 14 niños y 11 niñas de doce años que han dejado atrás la educación infantil y esperan septiembre con ilusión, pero también cierta aprensión, porque entrarán en la ESO y saben que eso es empezar a hacerse mayor. Se trata de un ejercicio vitalista y tierno, un ejemplo del buen hacer pedagógico de una escuela pública considerada modélica. La publicación incluye cartas de las maestras y los padres dirigidas a los niños, pero los protagonistas son ellos. Contiene, en forma de desplegable, dos fotos de cada niño, una actual y otra del primer curso, y un pequeño texto en el que cada uno expone sus preferencias sobre un país, un sueño, un recuerdo, un deseo y qué quiere ser de mayor. Y aquí es donde salta la gran sorpresa: de los 25, 12 quieren ser, expresado además de forma muy clara, millonarios. Y una constatación: pese a haberse educado en la misma escuela y el mismo entorno, hay enormes diferencias entre los niños y las niñas a la hora formular sus deseos y proyecciones de futuro.

El contenido induce a una inquietante constatación: por mucho que se esfuerce la escuela por transmitir determinados valores, la fuerza de los que emergen del entorno mediático es tan potente que acaban predominando. Este es el “deseo” que expresa cada uno de los 14 niños: que me toque la lotería (4), ser multimillonario (4), ser millonario, ser rico, ser jugador de fútbol en el Real Madrid, tener una mansión y tres Bugattis, tener una tabla Elements con ejes Santa Cruz y tener dinero para mantener a mi familia. Y este, el que expresan las 11 niñas: dar la vuelta al mundo con mis amigas (4), ser cocinera, ser muy feliz, aparecer en los libros de historia como una de las científicas más importantes, sacar buenas notas, que no haya problemas, que la amistad no se rompa por muchos años que pasen, y ser famosa.

PeticionImagenCAYPMRIHNo cabe duda de que en las respuestas hay un cierto factor de arrastre, de imitación, pero no deja de ser significativo que lo que arrastra, en el caso de los chicos, sea precisamente el sueño de hacerse millonario. En coherencia con estos deseos, los niños eligen profesiones cuyo éxito implica siempre ganar mucho dinero. De los 14, hay tres que eligen profesiones “normales” (ingeniero aeronáutico, cocinero y mecánico) y otros tres, profesiones de “acción” (policía secreta, soldado y marinero “como el novio de mi hermana”). Los ocho restantes quieren ser deportistas de élite: futbolista (3) –como Ronaldo, precisa uno-, jugador de la selección española de waterpolo, jugador profesional de hockey, piloto de moto GP, skater profesional y tenista. Entre las niñas, en cambio, se observa un mayor realismo y mayor variedad a la hora de elegir: actriz (3), diseñadora de moda (2), cocinera, psicóloga, periodista, profesora, dibujante y científica.

La muestra no tiene valor representativo, pero es un ejemplo muy elocuente de cómo el entorno influye en los niños. De cómo ciertos valores que aparecen como difusos en el ambiente mediático, pasan por encima de los que se trabajan en clase o aquellos que las familias tratan de inculcar. Estos niños no van a un colegio elitista, sino todo lo contrario: es una escuela pública que sigue un modelo de pedagogía activa con los pies bien anclados en la realidad. Sus familias pertenecen a ese amplio espectro de capas populares y clases medias que sortean como puede la crisis, unos mejor que otros. ¿De dónde salen pues esos sueños de grandeza, esos deseos imperiosos de hacerse rico?

No es difícil encontrar la respuesta: del modelo de éxito que de forma apabullante emerge a través de los medios de comunicación. De las noticias sobre las fichas millonarias de las estrellas del fútbol, de la increíble prima de 720.000 euros prometidos a los jugadores de la Roja si ganaban la copa del mundo, de la permanente exhibición de los rutilantes éxitos de figuras del deporte como Nadal, Alonso o los jovencísimos pilotos de las carreras de motos. Ese es el modelo que aparece. Un modelo atractivo y aparentemente sin esfuerzo. Nada de matemáticas, nada de física ni estadística. Y una idea de fondo muy peligrosa: el poder absoluto del dinero. Menos mal que ninguno ha dicho que quería hacerse político corrupto, que es otra vía muy transitada últimamente para hacerse millonario sin demasiado esfuerzo.

Los niños son tremendamente permeables a la publicidad. Y mucho más sensibles a la imagen que a las palabras. El mensaje que reciben en clase queda sepultado por un alud de imágenes relacionadas con el éxito, la fama y la gloria como fuente de poder y de felicidad. Es lógico que lo quieran para ellos. Lo preocupante, de este pequeño y entrañable retrato de anhelos, es cómo gestionarán estos niños y muchos otros como ellos la frustración de semejantes expectativas.

 

(Des)conectados

Por: | 26 de junio de 2014

Biblioteca fuster
Los vagones del metro o del tren siempre han sido lugares propicios al ensimismamiento. Pero ahora, parecen convoyes llenos de de gente hipnotizada. La mayor parte de los pasajeros están absortos ante una pantalla luminosa, ya sea el teléfono, la tableta o el e-book. La diferencia respecto de hace apenas unos años no es solo que se haya sustituido el papel por un soporte digital. Lo que ha cambiado es que, a través de esos artilugios, podemos estar permanentemente conectados. La conexión se ha convertido en una necesidad perentoria, hasta el extremo de que si olvidamos el teléfono móvil, tenemos una sensación, no importa dónde estemos, de aislamiento e incomunicación. Nos sentimos inquietos y extrañamente vulnerables.

Las nuevas tecnologías han cambiado nuestras vidas tanto como están cambiando el entorno económico y cultural. Se ha dicho muchas veces que información es poder. Nunca ha sido tan evidente como ahora. La revolución de las tecnologías de la comunicación ha creado un sistema que garantiza la difusión instantánea de ingentes cantidades de información a un coste muy reducido en comparación con el modelo anterior. Se produce tal cantidad de información que resulta imposible asimilar ni siquiera una pequeña parte de lo que se nos ofrece y puede llegar a interesarnos.

Tener toda esa información al alcance de un click nos da la falsa impresión de que estamos muy bien informados. Pero información no significa conocimiento. Es una condición necesaria pero no suficiente. De hecho, para alcanzar un buen conocimiento a partir de las muchas posibilidades que nos ofrece la Red hay que tener un alto nivel de conocimientos previos. Para saber qué sitios son fiables y qué noticias merecen crédito, e interpretarlas correctamente de acuerdo con el contexto, hay que tener elementos previos de valoración que solo se adquieren con educación.

Una de las paradojas de nuestro tiempo es que nunca habíamos tenido tanta información a nuestro alcance, y sin embargo, nunca había sido tan complicado llegar a hacerse una idea de lo que realmente ocurre. Porque el mundo es complejo. Y porque el exceso de información lo complica aun más. Forma parte de la experiencia cotidiana de mucha gente sentirse angustiado y sobrepasado por acontecimientos que condicionan nuestra vida de un modo a veces radical e imprevisto, y que sin embargo no acabamos de comprender y mucho menos controlar.

Biblio arquitecLa crisis económica es un buen ejemplo. Se han publicado millones de artículos sobre el tema, la información está ahí, disponible para cualquiera. Y sin embargo, mucha gente no tiene una idea clara ni de sus causas ni del alcance de sus efectos. El mundo se parece cada vez más a una selva en la que no sabemos cómo movernos. Sabemos lo que nos pasa, pero muy poco de por qué nos pasa, y menos aún como evitar que nos pase.

La cuestión adquiere especial trascendencia en este momento de transición de un modelo de sociedad, el industrial, a otro que aun no está del todo definido, pero cuyo elemento diferencial es el incremento de las desigualdades. Los mecanismos de inclusión y exclusión social siempre han tenido que ver con el acceso a la información y el dominio de las tecnologías. En la sociedad que emerge de la tercera revolución industrial, las diferencias sociales no se medirán tanto en términos de capacidad económica como de acceso al conocimiento. En términos de conexión o desconexión.

Si quedamos desconectados —por una crisis personal, un trastorno mental, una incapacidad transitoria— o se rompe alguno de los vínculos que nos anclan en la vida social —los estudios, el trabajo, la vivienda— el camino a la exclusión puede ser muy corto, como hemos visto en esta crisis. Gente que hace muy poco se consideraba culta y acomodada, está en ahora paro tiene que recurrir al banco de alimentos. Nadie parece a salvo de un cambio de suerte.

En este contexto de incertidumbre, la educación emerge, más que nunca, como un elemento crucial. Pero no una educación acotada al primer tercio de la vida y entendida como un sistema de acumulación de conocimientos para un futuro productivo, sino una educación permanente y a lo largo de toda la vida, que nos permita adaptarnos a un mundo cada vez más complejo y acelerado. Se trata de aprender a aprender. Y de aprender a utilizar lo que hemos aprendido.

La necesidad está ya ahí pero carecemos de estructuras públicas que garanticen este modelo de educación a lo largo de la vida. De modo que su satisfacción queda en manos del mercado y ya sabemos que el binomio conocimiento/mercado tiende al elitismo, a la segregación social. El que puede pagarse el reciclaje, prospera. El que no, retrocede. Necesitamos estructuras que faciliten el acceso público al conocimiento a lo largo de la vida. Pero no a un conocimiento cualquiera, sino a un conocimiento relacional, basado en la realidad cambiante, que nos permita captar el contexto e interactuar con él. El conocimiento necesario para seguir conectados y ejercer una ciudadanía crítica, responsable y comprometida.

Esta reflexión surge al hilo de una iniciativa que me ha parecido muy interesante porque camina en esa dirección: la creación de la Fundación Biblioteca Social, promovida por Adela Alòs, cuyo objetivo es “contribuir a compensar los desequilibrios sociales apoyando proyectos de las bibliotecas públicas dirigidos a los sectores más vulnerables de la sociedad”. De nuevo la ciudadanía, poniendo su granito de arena.

 

Ilustraciones: Biblioteca municipal Jaume Fuster (arriba) y biblioteca Compte Urgell, ambas en Barcelona. Massimiliano Minocri/ Marcel.lí Sàenz.

Estallidos

Por: | 12 de junio de 2014

Y de repente la ciudad olímpica, una de las perlas mediterráneas del turismo de cruceros, la capital de ese trozo de España que ha saltado a la prensa internacional por la reivindicación pacífica de su derecho a independizarse, vuelve a ser noticia, pero esta vez con perturbadoras imágenes de fuego y furia. Durante cinco días, a ambos lados de la plaza de Sant Jaume cunde el pánico. Y no solo porque la imagen de Cataluña puede verse enturbiada y alterado el mismo proceso soberanista, sino porque en el retrovisor de la memoria aparecen de repente los coches quemados de la banlieu de París, los escaparates rotos de Tottemham y del centro de Londres, las humaredas de Estambul y las barricadas de Gamonal. El alcalde Xavier Trias lo tuvo pronto claro: hay que aplicar un cortafuego. Y en este caso, el cortafuego fue ceder en todo.

PeticionImagenCA0G52XFDe momento ha funcionado. Pero ¿qué tienen en común todos esos conflictos? Mucho. Son estallidos contagiosos de malestar, que derivan hacia formas violentas y que rápidamente se extienden alimentados por un descontento general cuyo poder inflamable los poderes institucionales no saben calibrar bien. Todos ellos han prendido por una chispa inesperada y todos han tenido una misma evolución: igual que se encienden, se apagan. Han durado relativamente poco tiempo y una vez que los equipos de limpieza han recogido los cristales rotos, todo parece volver a su cauce. Y sin embargo, en el aire ha quedado la certeza de que el agua puede volver a salirse de madre en cualquier momento.

La percepción de que la violencia puede estallar provoca efectos muy distintos según la posición ideológica. En las fuerzas conservadoras, un deseo compulsivo de extremar el control de la calle, imponiendo un modelo de seguridad en el que el orden público pasa por encima de todo, incluidas las libertades. Y en las fuerzas tradicionales de izquierda, una gran confusión sobre cómo actuar y cómo canalizar la rabia contenida.

Sin abonar ni justificar la violencia, las fuerzas progresistas tratan de analizar sus causas. Comprenden, por ejemplo, que esos jóvenes de las barriadas periféricas de París, tercera generación de inmigrantes, sientan rabia y se rebelen. Sus abuelos fueron explotados, pero vivían infinitamente mejor que antes de emigrar y eso les compensaba. Los padres eran ya franceses, y se esforzaron mucho, pero nunca salieron del gueto. Y ellos, sin ningún vínculo ya con el país de origen que pueda poner en valor lo mucho que ha ganado su familia, sienten que en el fondo no son “del todo” franceses, que nunca han tenido las mismas oportunidades, y no quieren seguir viviendo, como sus padres, de los subsidios públicos.

PeticionImagenCACQA6N5Comprenden también que, entre los malestares que se han expresado en el conflicto de Can Vies, está el de una generación de jóvenes que percibe que poco a poco las seguridades colectivas que construyeron sus padres y sus abuelos, el modelo social europeo, está siendo destruido y el que le sustituye les deja sin trabajo y a la intemperie. Y que la ciudad inclusiva de la que algún día se habló está transformándose en una metrópoli crecientemente polarizada.

Cuidado con las ilusiones rotas. Lo dijo el miércoles en Barcelona el arzobispo surafricano Desmond Tutu en un acto organizado por ECAS (Entidades Catalanas de Acción Social): “Todo el mundo sabe que la razón por la cual tenemos tanta violencia es, en gran parte, la desigualdad. Cuando la gente se siente desesperada y percibe que no tiene futuro, actúa desesperadamente. El germen de la violencia está ahí”. Lo ve en las grandes desigualdades de una Suràfrica que ha sabido vencer, gracias a gente como Mandela o él mismo, el terrible apartheid, pero no la gran brecha social, un abismo. “Cuando ves aquellas enormes barriadas pobres y ves a la gente que no tiene para alimentar bien a sus hijos, que baja por la mañana y se pelea por un puesto en un autobús atiborrado para ir al centro a servir a los ricos, y luego vuelve por la noche con el mismo autobús a la miseria en la que vive, te preguntas cómo es que todavía no han estallado. Hemos luchado mucho por la reconciliación, pero si no se acorta rápidamente la enorme distancia entre ricos y pobres, tendremos que decir adiós a la reconciliación”, advirtió.

La brecha también crece en las sociedades avanzadas. Como recordó en el mismo acto el sociólogo Sebastià Sarasa, las grandes metrópolis industriales han tenido que reconvertirse y buscar nuevas actividades que den suficientes ingresos fiscales. Las administraciones locales han tenido que recurrir a los mercados y competir en una subasta a la baja para ofrecer un “entorno amigable” a los capitales internacionales. El coste está siendo una polarización social creciente entre unas élites cada vez mejor retribuidas, instaladas en esos entornos confortables, y amplias capas populares con bajos salarios, precariedad y alto riesgo de exclusión, ubicadas en periferias o centros urbanos cada vez más degradados.

Todo eso está detrás de los estallidos sociales. Cualquier chispa puede encenderlos.

 
 

Liderazgo y dignidad

Por: | 12 de mayo de 2014

Ada
Dos mujeres decididas, valientes y con los pies bien anclados en la realidad, nos han brindado esta semana la oportunidad de adentrarnos en dos cuestiones sobre los que resulta estimulante reflexionar: Ada Colau sobre las fortalezas y debilidades del liderazgo mediático, y Ester Quintana, sobre la dignidad como arma frente a la prepotencia del poder. 

Después de haber levantado con otros activistas el movimiento de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Ada Colau acaba de anunciar que deja de ser su portavoz. Que seguirá trabajando por la causa, pero desde un segundo plano. En los 5 años en los que ha sido la cara visible, la voz y el alma de la lucha de los desahuciados contra el intocable sistema bancario y su protectora ley hipotecaria ha demostrado una capacidad extraordinaria para caracterizar y poner al descubierto las verdaderas relaciones de fuerza y dominio que se esconden tras los eufemismos del discurso político.

La clarividente radicalidad de sus postulados la ha convertido en un referente moral y cívico de las muchas mareas que en estos años de crisis se han alzado contra las políticas de austeridad que ponen en jaque nuestro débil Estado de bienestar. Precisamente por eso, para los poderes interpelados Ada Colau era poco menos que el demonio mismo. Percibían con desasosiego que era portadora de un mensaje profundamente perturbador: el de que los humillados y ofendidos —en este caso por una injusta ley hipotecaria y un gobierno sordo y ciego a lo que no quiere ver ni oír— pueden en su fragilidad reunir fuerza suficiente si se reconocen a sí mismos como sujetos de la historia y no solo como meras víctimas. Que si se unen, muchas debilidades pueden dar lugar a una gran fortaleza. Y que pueden llegar a cambiar las reglas del juego si, como dice en su carta de despedida, son capaces de dotarse de mecanismos de autotutela.

La simpatía que el movimiento despertó llevó rápidamente a los poderes interpelados a arbitrar medidas lampedusianas de cambio, es decir, pequeños retoques en la legislación que hicieran algo más llevadera la situación de los desahuciados pero en absoluto alteraran las reglas del juego que aseguran el poder absoluto del prestamista, como hubiera sido aceptar una fórmula eficaz de dación en pago. Como la maniobra no disolvió las plataformas, emprendieron entonces el acoso mediático de su principal representante. Y ahí es donde Ada Colau percibió acertadamente el peligro. Recibió amenazas, fue ridiculizada, señalada, insultada por todos los medios posibles, en una especie de escrache inverso en forma de vocerío mediático. La situación estaba llegando a ese lamentable punto en que el líder cuestionado tiene que dedicar más energías a zafarse de sus cazadores que a la lucha que da sentido a su figura pública.

Aparte del alto coste emocional que supone estar en la diana, el riesgo de quedar chamuscada por la presión de los focos era evidente. El liderazgo mediático se rige por unos tiempos tan rápidos y cambiantes, tan intensos, que en su fuerza llevan a veces el germen de la propia destrucción. Ada ha hecho lo que aconseja la sabiduría popular: tan importante es saber dar un paso al frente, como saberse retirar. Pero en este caso, solo de los flashes y las cámaras, porque quienes la conocen saben que su apuesta es de largo recorrido y que está teorizando y ensayando nuevas formas de empoderamiento basados en el reconocimiento y ayuda mutua.

EsterTambién Ester Quintana ha sufrido las dentelladas de un poder arrogante que reaccionó al fastidioso incordio de su ojo perdido negándole lo más importante: el reconocimiento. Negándole su condición de víctima. No solo fue ninguneada sino también humillada por el entonces consejero de Interior Felip Puig cuando llegó a sugerir que había perdido el ojo por “algún objeto” lanzado por “vándalos” que, como ella, habían participado en la manifestación de la huelga general, aquel 14N de 2012.

Ella insistió siempre, con serena firmeza, en su versión mientras el consejero tenía que cambiar hasta cinco veces la suya a medida que testimonios, vídeos y fotografías iban desmintiendo los sucesivos relatos, expuestos siempre con prepotente distancia y ausencia de cualquier humanidad hacia quien les interpelaba desde el sufrimiento. Ahí residía su debilidad. Lo peor para los responsables policiales resultó ser algo inatacable por intangible, que cualquiera podía captar con solo ver y escuchar el vídeo que Ester Quintana grabó explicando lo que le había sucedido. Ese intangible era, sin embargo, algo tan sólido como el acero: la dignidad.

Ahora el juez ha dado la razón a Ester Quintana al afirmar en su auto que las lesiones por las que perdió el ojo y ha tenido que sufrir ya 12 operaciones, fueron ocasionadas por una pelota de goma lanzada por el agente imputado. Es decir que se dispararon balas de goma allí donde según el consejero Puig, primero no había policías, luego sí los había pero no dispararon, y luego sí dispararon, pero solo salvas. Finalmente las balas de goma han sido proscritas, pero será difícil que el cuerpo de los Mossos d'Esquadra recupere ningún prestigio si sus mandos no son capaces de demostrar que les importa la verdad y que son capaces de recuperar el control interno del cuerpo. Aún les queda una oportunidad de mostrar dignidad: dimitir. @MilagrosPrezOli  

 

 

 

Enseñando la patita...

Por: | 01 de abril de 2014

Colas caridad
¿Está asomando la patita la OCDE?, se preguntaba el pasado domingo 23 de marzo Joaquín Estefanía. Se refería al último informe de este organismo, que clama contra el aumento de la desigualdad en España y propone aplicar medidas específicas para los más desfavorecidos sin mencionar que han sido las políticas instigadas por el FMI o la propia OCDE las que las han exacerbado. Las desigualdades ya aumentaban en plena fase de euforia económica, pero han sido las políticas aplicadas durante la crisis las que han agrandado la brecha social.

España es el país en el que más crecen las desigualdades. La propia OCDE constata que las rentas del 10% de los españoles más ricos apenas se han reducido entre 2007 y 2010 un 1% anual, mientras que las del 10% más pobre han caído casi un 14% al año, lo que para estos supone una pérdida enorme pues no es lo mismo perder poco teniendo mucho que perder mucho teniendo poco. Estas cifras no incluyen el grueso de los recortes y bajadas salariales que se aplicaron a partir de 2010.

¿Y qué nos propone la OCDE? Que hay que focalizar la política de gasto social en las capas sociales más desfavorecidas. Cree que “las prestaciones asistenciales pueden ser orientadas de manera más precisa y eficiente, de tal modo que el gasto social vaya en ayuda de las personas más necesitadas”. Parece razonable. Otros organismos, como la Fundación Alternativas, han señalado la necesidad de aplicar programas “de rescate” de la población vulnerable como ancianos, parados de larga duración o jóvenes sin formación. Bienvenida pues la OCDE a la lucha contra las desigualdades que ella ha contribuido a crear.

Pero si vamos a las medidas concretas, lo que encontramos es la propuesta de... ¡Subir el IVA reducido! El argumento no tiene desperdicio: resulta que en España la comida, el transporte o la energía “gozan de tasas de IVA especiales debido a consideraciones sociales”, pero eso no es justo porque como los pobres consumen menos que los ricos, “las exenciones y rebajas del IVA los benefician menos”. Solución, que todos paguen más IVA y ya les daremos a los pobres una ayuda.

La trampa consiste en tratar de sustituir políticas de redistribución de carácter universal, por políticas sectoriales para los grupos marginales, y presentarlas como excluyentes. Y hacerlo de tal manera que cualquier oposición al cambio pueda ser calificada de retrógrada e incluso injusta, por defender privilegios frente a las perentorias necesidades de los que menos tienen.

Mas ColellNo es la primera vez que se oye este tipo de argumentos. Y a veces hasta suenan bien. Me vienen a la memoria un par de ejemplos. “No tiene sentido que el catalán de renta media subvencione la universidad de mi hija, como ahora es el caso”. Lo dijo el consejero de Economía Andreu Mas-Colell en 2011. Dicho de otro modo: es injusto que la hija del consejero, situado en la franja de las rentas altas, pague lo mismo que el hijo del conserje, situado en la franja de las rentas bajas. Parece razonable ¿no es cierto?

Parecido argumento utilizó el ministro Wert en 2012 para justificar una subida de las tasas universitarias de hasta el 66%. No era justo que, teniendo rentas diferentes, todos los estudiantes pagaran lo mismo. La matrícula sería más cara para todos, pero los pobres no tenían que preocuparse porque ellos tendrían beca. Dos años después, las matrículas han subido, el presupuesto de becas se ha encogido y miles de estudiantes se han quedado sin ayudas porque también se han endurecido los requisitos para obtenerlas.

En realidad la matrícula solo cubre alrededor del 25% del coste de los estudios. Pero para las familias con menos renta, esa primera barrera es la de la exclusión. Resulta que el restante 75% del coste de los estudios, incluidos los de la hija del consejero, los pagamos entre todos. Así que no debería preocuparse tanto por la equidad de la matrícula. Se supone que si, como nadie duda, cumple con sus obligaciones fiscales, en razón de su renta más elevada ya habrá pagado más impuestos y habrá contribuido en mayor proporción que el conserje al sostenimiento de la universidad pública.

El otro ejemplo lo proporcionó el consejero de Sanidad, Boi Ruiz, nada más llegar al cargo. En una conferencia vino a decir que, ante los crecientes problemas de sostenibilidad financiera, habría que explorar la posibilidad de reformar el sistema sanitario de tal manera que se garantizaran unas prestaciones básicas iguales para todos en el sistema público, y se obligara a las personas de rentas más altas a suscribir un seguro privado complementario. Se trata de conseguir más dinero para la sanidad. Los que más tienen, que paguen un seguro aparte. También parece razonable.

Pero ¿qué diferencia hay entre pagar más a través de los impuestos, o pagar más a través de un seguro privado complementario? Que si se recauda a través de los impuestos, el dinero revierte sobre el sistema sanitario público y se reparte de forma equitativa entre todos aquellos que lo necesitan. Por el contrario, si la aportación extra se hace a través de un seguro complementario privado, lo que en realidad se está haciendo es garantizar a las rentas altas que lo que paguen de más no se repartirá entre todos sino que revertirá en una mejora asistencial exclusiva para ellos. Eso ya no suena tan bien, ¿verdad que no?

Habría, efectivamente, que destinar muchos más recursos a rescatar a los más desfavorecidos, como se han dedicado a rescatar a los bancos. Pero cuidado con las fórmulas porque no son neutras. De entrada hay que sospechar de las que proponen ayudas para los pobres a costa de eliminar prestaciones universales, porque suelen llevar trampa.

 

Imágenes: Colas frente a la Casa de la Caridad de Valenica. El consejero Andreu Mas-Colell.

 

Lo que queda del ‘espíritu del 45’

Por: | 03 de marzo de 2014

Mujer pobre
Un estudio de la Joseph Rowntree Foundation de Londres ha observado que los votantes laboristas están cada vez más convencidos de que Estado de bienestar, al conceder subsidios a los más desfavorecidos, fomenta la dependencia y el abuso, y que la pobreza es fruto del fracaso personal más que de condiciones sociales adversas. El estudio analiza las actitudes de los ciudadanos ante la pobreza. Antes, en periodos de recesión, los que caían en la pobreza eran vistos por los laboristas como víctimas, con compasión y simpatía. Ya no es así.
 
Incluso después de muerta, la impronta neoliberal de Margaret Tatcher sigue ahí, en un discurso cuyas semillas han germinado en mutaciones culturales como esta. Lo que muestra este estudio poco tiene que ver con la actitud de aquella generación de jóvenes laboristas que, como explica el documental de Ken Loach El espíritu del 45, al volver de la Segunda Guerra Mundial decidieron tomar el destino del país en sus manos para crear un Estado social que protegiera a los más desvalidos frente a las adversidades de la vida. No habían ganado una guerra con tanto sacrificio y tantos muertos para volver a la miseria, la injusticia y la desigualdad del periodo de entreguerras.
 
Nacionalizaron las minas y el transporte, consolidaron y extendieron el sistema educativo y crearon ese inmenso monumento al progreso social que fue el National Health Service. Tras sufrir las reformas liberalizadoras de Thatcher y el posterior reciclaje ideológico de la Tercera Vía de Anthony Guiddens y Toni Blair, de aquel "espíritu del 45" queda ya tan poco como del primigenio NHS en el actual sistema sanitario, en el que se ha llegado a discutir la propuesta de obligar a los enfermos a suscribir un contrato, y si no cumplen la pauta médica, retirarles el tratamiento.
 
El estudio muestra hasta qué punto han penetrado la idea de que son las características personales de los individuos y su actitud, más que las estructuras sociales, las causas de la pobreza. Esta ha sido una premisa inmutable del pensamiento conservador. Lo que ha cambiado en los últimos años es que estos postulados han penetrado en el cuerpo social de votantes laboristas. Y eso los está convirtiendo en hegemónicos, para desgracia de los excluidos, que son vistos cada vez más como parásitos sociales. Según el estudio, solo el 27% de los votantes de partidos de izquierda citó la injusticia social como causa de la pobreza, frene al 41% de 1986. En este tiempo, el porcenteje de quienes culpan exclusivamente a la persona de su pobreza ha pasado, entre los votantes laboristas, del 13% al 22%. Es un cambio cultural importante y revela la preeminencia de un marco conceptual que puede ser utilizado para justificar recortes en las prestaciones sociales.
 
PeticionImagenCA75PH0YHace ya tiempo que estamos asistiendo a un intento de cambiar el discurso sobre la pobreza y la exclusión en toda Europa, incluida España. En paralelo a la profusión de estudios que proclaman la insostenibilidad del Estado de bienestar, con frecuencia se presenta a los perceptores de prestaciones sociales como sospechosos de vivir a costa de los demás. Y no solo por parte más extrema de la derecha. Lo hacen también algunas fuerzas del Main Stream y con argumentos que parecen razonables y hasta justos. Por ejemplo, cuando se magnifica el fraude o se dice que hay gente que prefiere cobrar el subsidio a trabajar. Como si los más pobres, que suelen ser los menos cualificados, pudieran encontrar fácilmente un trabajo.
 
Desde luego si hay fraude se ha de perseguir, pero resulta sospechoso que se haga tanto énfasis en el pequeño fraude del parado o del pobre y tan poco en el gran fraude del evasor fiscal.
 
Contribuye a la expansión de estos estereotipos la propia invisibilidad de la pobreza. Está ahí, pero puede pasar inadvertida porque ya no se presenta con la imagen de unos niños enfangados en la miseria de un barrio de barracas. No, los síntomas de la probreza son hoy menos aparatosos. En el caso de los niños, puede ser incluso la obesidad. Pero hay muchísima más pobreza de la que se ve bajo los cartones en algunos cajeros automáticos o en el deambular cansino de esos extranjeros que arrastran carritos de la compra llenos de desechos.

Hay una pobreza invisible salvo para los más allegados, una pobreza apática e invalidante, que paraliza en el sofá o en la cama por falta de esperanza. Y hay también una pobreza que se esconde. Como aquella viejecita que una madrugada rebuscaba en el contenedor de un restaurante. Disimulando, digna y diminuta debajo de un abrigo antiguo y demasiado grande para su enjuta humanidad, estuvo removiendo un rato hasta que por fin cogió algo, lo observó, lo olió disimuladamente y acabó llevándoselo al bolsillo. Ni siquiera me dio tiempo a preguntarle si podía ayudarla. Antes de que abriera la boca, ya me estaba explicando, de forma atropellada, que en realidad no era para ella, que gracias a Dios no le faltaba para comer, pero que tenía un conocido que lo necesitaba y se lo iba a llevar, que era una vergüenza ver cómo los restaurantes tiran comida en buen estado, cuando hay tanta gente que lo pasa mal. Podía haberme dicho que se llevaba comida para su perro, pero no. Su lógica no lo admitía. Probablemente esa mujer nunca debió imaginar que podría acabar sus días removiendo los contenedores. Por eso su dignidad le impedía reconocerlo. No podía aceptar la degradación de verse reconocida como pobre de solemnidad.
 
He ahí a una defraudadora.

Imágenes: Albert García y Mireia Comas.

 

 

El País

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