Es raro encontrar un cubano que no se sepa algún poema de José Martí, al menos algún trozo suelto de esos versos sencillos que aprendemos de memoria en la escuela primaria. Desde chiquitos, en los matutinos de los colegios, en las clases de español y en todos los actos políticos a los que asistimos, oímos innumerables veces la lírica del héroe nacional. La saturación con su persona roza el punto de que muchos lo identifican con el actual orden de cosas y hasta han llegado a ejecutar actos de vandalismo contra sus bustos en zonas muy pobres donde frecuentemente se va la electricidad o faltan los alimentos.
Pero volvamos a la poesía del Apóstol, especialmente a la más conocida de ellas, una de tono cuasi infantil, repleta de lazos, flores e imágenes, que tiene el título de “Los zapaticos de rosa”. Cualquier niño menor de diez años podría recitar de un tirón sus octosílabos edulcorados y narrar la historia que se cuenta en sus estrofas. Pero también lograría declamar algunas de las tantas parodias que se le han hecho, especialmente aquellas de corte político y de burla contra el sistema. Martí es el más parodiado de nuestros autores, lo cual no es un demérito sino prueba de la familiaridad que la gente siente hacia su obra. Entre los muchos chistes que beben de la obra de este habanero universal, está precisamente uno sacado de “Los zapaticos de rosa”, donde la protagonista -llamada Pilar- se encuentra a la orilla del mar con una niña pobre y enferma. Sin consultarlo con su madre, la chica rica se descalza y le regala sus zapatos a la pequeña necesitada. Completa su gesto dadivoso con una frase “toma, toma los míos, yo tengo más en mi casa”. Ese breve verso, escrito hace casi 150 años, es hoy fuente infinita de bromas, chanzas e imitaciones. Se utiliza para señalar las diferencias sociales que se van tornando más evidentes y traumáticas en una sociedad donde el discurso oficial sigue hablando de igualdad. La broma cala con más profundidad entre los estudiantes, ya que obligados a utilizar el uniforme escolar, se han vuelto hábiles en determinar el poder adquisitivo de cada uno mirándole hacia los pies. Aunque uno de las consignas más repetidas por el gobierno cubano es que en esta Isla no hay niños caminando descalzos por las calles, la gran pregunta es de dónde sacan el dinero los padres para que sus hijos no anden a golpe de talón sobre el asfalto. Basta pasar por delante de las vidrieras de las tiendas y mirar los altos precios en las peleterías, para percatarse de que sólo con el sueldo –fruto de un trabajo con el Estado- no se logra.
Por estos días, el drama de calzar a los niños se vuelve más punzante, ante la cercanía del comienzo del curso escolar y el abarrotamiento de los mercados. No es raro entonces que la parodia del poema de José Martí se escuche por doquier, sobre todo cuando el primer día de clases cientos de ojos pasarán revista a lo que se muestra más abajo de los pantalones y las faldas. El costo de un par de zapatos, de los más baratos, se equipara con el salario mensual medio de cualquier trabajador. Se debe elegir entonces entre sobrevivir durante treinta días o proveer a nuestros pequeños de un par de tenis, sandalias o botas. Por suerte la gente no se conforma y casi todo el mundo hace algo ilegal para que sus hijos puedan salir orondos y cómodos hacia la escuela. También hay familiares o amigos desprendidos que donan ropa y calzado -ya usados- a otros que los necesitan más. Los que no tienen ningún negocio clandestino, entonces desvían recursos del estado o apelan a la familia que vive al otro lado del Estrecho de la Florida. Irónicamente, los exiliados terminan por hacer real los alardes de la propaganda oficial. Las frases rimbombantes de las vallas políticas se sustentan sobre esos miles de dólares que cada año entran al país por concepto de remesas.
Pero la parodia del poema martiano no ataca tanto a los que poseen un calzado mejor gracias al esfuerzo o a la inventiva familiar, sino a los otros, a los que lo han obtenido por la vía del privilegio. “Toma, toma los míos, yo tengo más en mi casa”, le susurran con sarcasmo al hijo del coronel o al del confiable diplomático que hace una misión en el extranjero. Y así se vuelve a invocar –una y otra vez- la caricatura de Pilar y de su desprendimiento, cuando alguien alardea de poseer algo que el común de los cubanos apenas si puede soñar. Por ejemplo, al nieto adolescente de algún general, manejando su propio auto, le lanzan el simpático verso al verlo vanagloriarse de sus cuatro ruedas y de sus llantas refulgentes. Es una manera también de decirle: estamos mirando, sabemos que todo eso que hoy ostentas te viene por la vía de la fidelidad ideológica. A veces basta decir, “sí, ya sé, tienes más en tu casa” para que el jactancioso se sienta descubierto y el vanidoso comprenda lo efímero de las migajas que le llegan desde el poder. Porque la historia tiene esas ironía, esa manera de burlarse de todo y de todos. El lirismo decimonónico convertido –por obra y gracia de la necesidad y el humor- en material verbal para el escarnio, en dulce venganza de quienes tienen menos. Y en un punto allá lejos, el rostro taciturno de Martí, creyendo que su Pilar de cintas y pamela sería recordada como un ejemplo de bondad, no utilizada como punta de lanza contra el falso discurso del igualitarismo.