Imagen tomada de money.cnn.com
Por los años noventa, un chiste se hizo muy popular en las calles y casas cubanas. En él se narraba cómo la maestra de Pepito –el personaje de nuestros cuentos humorísticos- mostraba una foto del presidente norteamericano a sus estudiantes y lanzaba contra él una intensa diatriba: “Este que ven aquí es el causante de todos nuestros problemas, el hombre que ha hundido la Isla en la improductividad y el desabastecimiento, el responsable de la falta de alimentos y del colapso en el transporte público”. Después de tan fuertes acusaciones y de mantener el dedo índice levantado hacia el retrato, la airada mujer preguntó al más pícaro de sus alumnos “¿Ya sabes quién es?” El risueño Pepito le respondió “Ah… sí, ya lo identifico, es que sin barba no lo había reconocido, profe…”. Esta historia satírica refleja en gran medida la polarización de la opinión pública nacional en relación con el origen de las dificultades económicas y las restricciones de derechos ciudadanos que caracterizan al actual sistema cubano. Mientras el discurso oficial señala a Estados Unidos como el causante de sus más grandes problemas, otros muchos ven en la propia Plaza de la Revolución la raíz de los fallos en estos 53 años.
Por sí o por no, lo cierto es que cada una de las once administraciones que ha pasado por la Casa Blanca desde 1959 ha influido en el derrotero de esta Isla. A veces de manera directa; otras como un pilar necesario para sostener la propaganda ideológica del gobierno de Fidel Castro y ahora de su hermano menor. De ahí las expectativas que se crean en la mayor de las Antillas siempre que se acercan los comicios para decidir quién se sentará en la oficina oval. Las directrices de la política cubana dependen tanto de lo que ocurra en esas urnas al otro lado del Estrecho de la Florida que algunos concuerdan en la opinión de que nunca habíamos sido “tan dependientes” de la nación del Norte.
La diplomacia cubana parece más enfrascada en llevarle la contraria al gran vecino que en solucionar el diferendo entre ambas naciones. De ahí que cuando esa postura intransigente se enfrenta con algún gobierno norteamericano con una postura más beligerante de lo habitual, los ciudadanos de ambas orillas quedamos atrapados en verdaderas trincheras antagónicas. Hasta el punto que muchos analistas coinciden en que para Raúl Castro resultaría más fácil de sobrellevar una política agresiva por parte del Tío Sam que la postura aplicada por Barack Obama. La flexibilización en el envío de remesas, el restablecimiento de los viajes académicos y el aumento del intercambio cultural han conformado una fórmula difícil de manejar para la retórica del castrismo.
No obstante, éste también ha tratado de sacarle partido económico y político a esos gestos de Washington. Eso hace que la gran pregunta en este diferendo sea sobre cuál actitud redundaría más en una democratización en Cuba: ¿Mostrar el puño o tender la mano? ¿Reconocerle legitimidad al gobierno de la Isla o seguir tratándolo como al secuestrador que mantiene en su poder a 11 millones de rehenes?
Cuando el partido demócrata -con Barack Obama a la cabeza- llegó a la Casa Blanca en enero de 2009, nuestra prensa oficial se encontró ante una encrucijada difícil. Por una lado, la juventud del recién electo presidente y por otro su condición de afro descendiente lo hicieron inmediatamente muy popular entre los cubanos. En aquellos días, no era raro encontrar a gente caminando por las calles del país llevando una camiseta o una gorra con el rostro de quien también había sido senador por el estado de Illinois.
Era la primera vez en décadas que algunos compatriotas se atrevían a portar públicamente una imagen del mismísimo “enemigo”. Para una población que veía como las máximas figuras de su gobierno rozaban o pasaban los ochenta años, la imagen de un Obama jovial, ágil, sonriente, resultaba más cercana al mito del revolucionario que los ancianos de verde olivo detrás de los micrófonos nacionales. Su magnetismo cautivó a muchos también por estos lares y decepcionó –claro está- a quienes esperaban una mano más dura hacia la gerontocracia de La Habana.
Adiós al socialismo, bienvenido el pragmatismo.
Más allá de las cuestiones políticas, las medidas emprendidas por la administración de Obama se hicieron sentir rápidamente sobre muchas familias cubanas, especialmente en su economía y en sus relaciones con los parientes exiliados. El flujo de remesas aumentó y las pequeñas empresas que surgieron a partir de las reformas raulistas encontraron en ese dinero llegado desde el Norte un capital fundamental para nacer y posicionarse. Al aeropuerto José Martí llegan de visita cada semana miles de cubano-americanos, cargados de paquetes, medicinas y ropa para sostener a los parientes que quedaron en la Isla.
Quienes ven la situación cubana como una caldera que necesita presión para estallar se sienten sumamente defraudados con esas “concesiones” hechas por un gobierno demócrata hacia La Habana. Son los mismos que opinan que una política de línea dura, beligerante en la escena diplomática y de asfixia en el aspecto económico, daría mejores resultados. Lamentablemente, los conejillos de indias para probar la eficacia de tal experimento seríamos los cubanos radicados en la Isla, que languideceríamos física y socialmente hasta el punto en que “despertara” nuestra conciencia cívica. Como si no hubiera suficientes ejemplos históricos de que los regímenes totalitarios se hacen más fuertes en la medida en que se profundiza la crisis económica y en que la opinión internacional se vuelve contra ellos.
No en balde Mitt Romney es una figura tan mentada en la prensa oficial cubana. Sus posiciones de mayor confrontación avivan el discurso anti imperialista como el oxígeno al fuego. El candidato republicano ha sido el centro de cuantiosos artículos en el órgano oficial del Partido Comunista, el periódico Granma. Sus fotos y caricaturas han aparecido en ese mismo diario que se encontró en un aprieto a la hora de burlarse físicamente de Obama. Ante el elevado mestizaje de la población cubana, es muy delicado agrandar las orejas y abultar los labios del presidente norteamericano sin que esto sea leído como una burla racista. Si en los ochenta el humor político se nutría del rostro arrugado de Ronald Reagan y después tuvo su agosto con el físico de George W Bush, hay que decir que desde hace cuatro años ha sido cauteloso con el actual inquilino de la Casa Blanca. Todo ese tiempo de mesura gráfica se irá al traste si Romney sale electo como próximo presidente de Estados Unidos. Algunos ya se están riendo de antemano de las posibles sátiras que vendrán.
Sea quien sea el que se alce con la victoria electoral, encontrará una Cuba en situación de cambio. Las reformas llevadas a cabo por Raúl Castro carecen de la velocidad y la profundidad deseadas por la mayoría, pero van en la irreversible dirección de la apertura económica. La Habana se ha llenado de cafeterías y restaurantes privados, ya es posible comprar y vender casas y los cubanos logran comercializar los autos que –durante la época del subsidio soviético- les eran entregados a cambio de lealtad política. Los tímidos cambios impulsados por el General Presidente amenazan con dañar los pilares fundamentales de lo que fue el mandato de Fidel castro. El voluntarismo a toda costa, el igualitarismo ramplón, las campañas económicas o políticas que mantenían en un estado de constante crispación al país y una muy activa proyección internacional, parecen ir pasando poco a poco a ser cosas del pasado. Por otro lado, los propios ciudadanos han comenzado a experimentar la más definitiva de todas las transformaciones, la que ocurre por dentro. Ha aumentado la crítica ciudadana que aún no encuentra los caminos para hacerse oír en toda su diversidad, pero aún así cada día le teme menos a las represalias policiales. Los medios oficiales han perdido definitivamente el monopolio sobre el flujo informativo, gracias a las antenas parabólicas ilegales desde las que se ve la televisión trasmitida desde La Florida. También gracias a las redes alternativas de noticias a través de las cuales circulan documentales, filmes, artículos de periodistas independientes y el contenido de blogs alternativos. La impresión es como si el enorme trasatlántico de la censura revolucionaria hiciera aguas por todas partes. Los más jóvenes presionan para tener finalmente acceso a Internet, los jubilados se quejan de sus míseras pensiones y la mayor parte de la población está en desacuerdo con las restricciones migratorias para entrar y salir de su propio país. En fin, la ilusión de la irrestricta unanimidad se le hace pedazos entre las manos a Raúl Castro.
En ese escenario interior, el resultado de las elecciones norteamericanas puede ser un elemento catalizador o ralentizador de los cambios, pero ya no es el factor más importante a tener en cuenta. Aunque las vallas que asoman en las avenidas sigan tratando a Estados Unidos como un Goliat que quiere aplastar al pequeño David representado por esta Isla, lo cierto es que para un número cada vez mayor de personas ya la metáfora no se interpreta así. Son precisamente aquellos que saben que en nuestro caso el gigante abusador es un gobierno que intenta controlar hasta el mínimo aspecto de la vida nacional, mientras como oponente tiene a un pueblo que poco a poco va ganado conciencia de su real estatura.
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Una version de este texto fue publicada en ingles en http://edition.cnn.com/2012/07/10/opinion/havana-postcard/index.html