Yoani Sánchez

Sobre los autores

. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

¿Qué hace un presidente?

Por: | 27 de agosto de 2012

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La pregunta del título me la inspiró el propio Fidel Castro, cuando el 28 de marzo pasado le preguntó a Benedicto XVI: “¿Qué hace un Papa?” Más allá de lo infantil de la interpelación, ésta me hizo reflexionar en qué diría cualquier presidente si indagáramos sobre su agenda, cómo narraría un dignatario su día a día. De seguro incluiría en su cronograma la participación en los consejos de ministro, el recibimiento de otros mandatarios, la supervisión de las funciones del estado, la presencia en los actos públicos y algún que otro discurso en fechas señaladas. Haría la larga lista de sus responsabilidades, de sus compromisos, de las ajetreadas jornadas en el palacio presidencial y de las difíciles discusiones en el congreso o en el parlamento. Quizás hasta inscribiría en esa relación las inauguraciones de fábricas o de sitios de interés social y más de una conferencia de prensa en los medios nacionales.

Si se trata de un estadista con marcada tendencia populista, probablemente tendrá que dejar tiempo para hacerse las fotos cargando niños, las instantáneas en medio de un baño de multitudes y las filmaciones repartiendo refrigeradores, ollas arroceras o calentadores de agua. Pondrá en la lista de sus actividades diarias los prolongados discursos, las intervenciones variopintas donde lo mismo habla de genética frente a un auditorio repleto de científicos que de pastoreo intensivo de vacas ante campesinos curtidos por el sol. Pues para esos ególatras de la política, la silla presidencial es como un escenario sobre el que cada día tienen que representar un fastuoso e intenso espectáculo. De manera que dividen sus jornadas en tareas realmente ejecutivas y en labores de auto promoción, en evidentes pavoneos para mantenerse en el poder. Pero ¿qué pasa, cuando el máximo dirigente de un país no da evidencias de cumplir ni siquiera con una pequeña parte de su agenda? ¿Qué hacer cuando los ciudadanos no tenemos el mínimo mecanismo para saber si nuestro presidente está trabajando o no?

A lo largo de lo que va de 2012, Raúl Castro ha dado muy pocas muestras de laboriosidad en su cargo. Si contabilizamos las horas que ha aparecido en público, las intervenciones que ha hecho y los viajes que ha realizado… tendríamos que concluir que su productividad es bajísima. Las repetidas inasistencias a citas internacionales, cumbres y reuniones regionales, se amontonan en su menguado haber. Apenas una breve gira internacional, en los ocho meses transcurridos de este año, a países probadamente aliados como China, Vietnam y Rusia. Pero agreguémosle a eso su casi nulo desplazamiento en el propio territorio cubano. No estuvo en la provincia de Sancti Spiritus a finales del mes de mayo para comprobar con sus propios ojos los estragos dejados por las inundaciones. Tampoco se personó en la zona de Granma donde -después de un siglo sin reportarse casos- ha empezado un brote de cólera con varios fallecidos hasta el momento. Ni hablar de que haya ido a algunos de esos hospitales habaneros o camagüeyanos en los que se amontonan centenares de contagiados con el dengue. Puede decirse que sus comparecencias públicas se han reducido a darles la bienvenida a muy contados mandatarios extranjeros, un discurso durante la 1ra Conferencia del PCC a finales de enero, otro en la Asamblea Nacional en julio pasado y unas breves palabras en el acto por el asalto al Cuartel Moncada. Fuera de eso, no tenemos ninguna constancia de que el General Presidente esté asumiendo sus responsabilidades o –por el contrario- se encuentre de vacaciones permanentes. Sobre todo porque nada apunta a que lejos de los focos y de las luces, el otrora ministro de la Fuerzas Armadas esté desarrollando una frenética actividad política y organizativa. La lentitud de las reformas raulistas desmienten esa posibilidad.

Vale la pena aclarar que no se trata de reclamar que el actual gobernante cubano mantenga la misma omnipresencia que su hermano tuvo en los medios masivos nacionales o en los más ínfimos detalles de la vida de once millones de personas. Tampoco que, en una actitud francamente demagógica, empiece a hacernos creer que está al tanto de todo cuando en realidad pasa más tiempo de ocio que de trabajo. No se trata –para nada- de eso. Pero el ejercicio de un cargo ejecutivo implica movilidad, eficiencia, largas jornadas laborales y abnegación. Si este hombre de 81 años no logra completar su agenda presidencial porque su capacidad física o mental no se lo permite, entonces que renuncie. Un país no puede administrarse de “Pascuas a San Juan”, desde el sofá de descanso de palacio y mucho menos dando la cara sólo en fechas significativas.

En febrero de 2013 le corresponderá a Raúl Castro –según él mismo decretó- comenzar su segundo período de mandato, después de haber heredado el poder por vía sanguínea. Tiene entonces la posibilidad de renunciar a la continuación en su cargo, dada su evidente incapacidad para llevar a cabo las altas responsabilidades que conllevan dirigir un país. Podría dejar el puesto vacante para algún sustituto… que muy probablemente designará él mismo. Pero en caso de que decida seguir y se aferre al poder ¿Serán otros cinco años de esporádicas apariciones y de contadas comparecencias públicas? ¿De largos silencios y ausencias en los momentos y los lugares de crisis? Un nuevo período de tener que preguntarnos con sorna: ¿Qué hace un presidente? ¿Qué hace ÉSTE presidente?

La imposible existencia cubana de Julian Assange

Por: | 24 de agosto de 2012

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Imagen tomada de: cubanexilequarter.blogspot.ca

No voy a entrar a analizar las implicaciones éticas y periodísticas de la labor de Julian Assange. Confieso que me simpatiza parte de su ideario, al menos con esa porción que proclama la necesidad de transparencia en los asuntos diplomáticos y de gobierno. Pero en Cuba no han sido publicados todos los cables que ha sacado a la luz Wikileaks; apenas se ha hecho referencia a aquellos pocos donde el gobierno cubano sale bien parado. De ahí que sea necesaria una conexión a Internet para hacerse una idea objetiva de los alcances y los desaciertos del fenómeno que encabeza este australiano, actualmente asilado en la Embajada de Ecuador en Londres.

No obstante, puedo arribar a un par de conclusiones, al menos en lo que respecta al uso que está haciendo del “Caso Assange” la prensa oficial cubana. Como no necesito del escurridizo cable de fibra óptica ni de una antena parabólica ilegal para ver el noticiero nacional de cada día, tengo todos los elementos para opinar. Lo primero que salta a la vista es que un gobierno que ha hecho del secretismo y del silencio un pilar fundamental de su poder, alabe a un hacker que representa todo lo contrario. Como si la madre autoritaria que tiene encerrada a sus hijas en casa le lanzara un cumplido a la libertina cuya descendencia corretea por todo el barrio. 

El desclasificador de memorándums es aplaudido ahora en nuestra pantalla chica por un sistema que se ha cuidado de no dejar rastro de sus tropelías en papel. El mismísimo “Robin Hood de la información” –como lo han llamado algunos- recibiendo el beneplácito del Sheriff que nos ha encerrado en el castillo feudal de la censura. Algo no encaja ¿verdad? ¿Cómo es posible que los promulgadores de tantas omisiones, utilicen ahora como bandera a un hombre que promueve justo lo contrario? Sólo se entiende esta repentina fascinación de los medios cubanos con el director de Wikileaks como parte de un “antiimperialismo” ramplón que considera siempre “al enemigo del enemigo como un amigo”. Incluso esa máxima se pone en práctica en casos de evidente divorcio de métodos y fines, como ocurre entre la política informativa del gobierno de Raúl Castro y las “filtraciones” masivas promovidas por Julian Assange. Pero el absurdo llega a arrebatos incalculables cuando el programa televisivo “Mesa redonda”, conocido por su anti periodismo y complacencia con el poder, muestra a este joven de 41 años como un héroe de la redes. Esto es, sin dudas, lo más contradictorio que he visto últimamente… aunque habito en un país de grandes paradojas.

Si ahora mismo un joven oficial de la Seguridad del Estado desclasificara el monto total de cuánto le están costando al país los operativos alrededor de los opositores y los mítines de repudio contra las Damas de Blanco, ¿qué le ocurriría? Si mañana un médico, movido por la honestidad personal y profesional, publicara el número real de contagiados por el dengue en Cuba ¿qué le harían? Imaginemos un militar –al estilo de Bradley Manning- que filtrara los memorándums militares entre el gobierno de La Habana y el de Caracas ¿habría clemencia con él? Y en caso de que la conciencia hiciera a alguien revelar las dimensiones reales de la fortuna personal de Fidel Castro ¿nos dejarían llegar a escucharlas? Si un simple blog personal de opinión hace que todo un aparato represivo la emprenda contra un ciudadano, produce escalofríos imaginar lo que le ocurriría a éste de crear una página de filtraciones y desclasificados. Pero, volvemos a lo mismo: los regímenes autoritarios no dejan huellas sobre el papel. Sus archivos pocas veces contienen algo que los comprometa, pues las órdenes son dadas verbalmente y sin dejar testigos. Son especialistas en mandar a matar adversarios con tan sólo levantar las cejas, fomentar guerrillas en todo un continente susurrando algunas frases, emplazar cohetes nucleares en su territorio bajo la impunidad del silencio y demorar 15 años en publicar la cifras de muertos que tuvieron en una contienda en tierras africanas.
 
Pero en lo que resultan más hábiles estos sistemas enemigos de la información es en detectar dentro de su país a los posibles Julian Assange. Los huelen desde que son pequeños cuando hacen preguntas aquí y husmean allá; cuando no se conforman con la papilla noticiosa que les da la televisión oficial e intentan investigar más. Los vigilan desde que comienzan a cuestionarse lo que está mal y en cuanto meten las narices en ciertos temas espinosos. Y entonces actúan rápidamente contra ellos. Ya sea comprándolos con algunos efímeros privilegios, haciéndoles la vida imposible para que se marchen al exilio o satanizándolos para que nadie les crea. No hay manera de llegar a ser un Julian Assange en Cuba y seguir vivo, créanme.

Asunto de cartománticos

Por: | 15 de agosto de 2012

Un día mis nietos me preguntarán; “¿Cómo se llamaba abuela… cómo se llamaba? ¿Gastro… Mastro…?”. Y me molestaré con ellos por su olvido, por su ligereza… pero cuando vire la espalda me reiré aliviada, compensada. 

 

Con sus larguísimas uñas plásticas, tira las cartas en una esquina habanera para leer el destino a quien le pague un peso convertible por la consulta. Le preguntan acerca de casi todo, sobre casas, amores, viajes al extranjero y problemas con la justicia. Pero durante esta semana sus clientes le repiten en varias ocasiones una misma interrogante: ¿Está vivo Fidel Castro? Le sorprendió, porque hacía meses que nadie indagaba sobre el Ausente en Jefe. Después recordó que había llegado agosto y se acercaba el cumpleaños del otrora Presidente y entonces comenzó a comprender el porqué de tanta curiosidad. El primero que intentó averiguarlo fue un señor canoso que mascaba un tabaco, después la abordó aquella mujer casada con un empresario extranjero y más tarde un muchacho imberbe con pinta de rockero.

Las barajas son esquivas y ningún cartomántico que se respete se lanza a decir un vaticinios sin hacerle caso a su intuición. “Simbólicamente ya no existe, pero aún respira” fue la frase que le salió de los labios como si se la estuvieran dictando desde otra dimensión. A la medianoche, de ese mismo día, interrumpieron la programación televisiva para transmitir un homenaje por el 86 cumpleaños de Fidel Castro. Eran sólo imágenes de archivos, testimonio de sus mejores momentos cuando gobernaba toda una Isla desde la ventanilla de su jeep. Venían acompañados de una música de notas almibaradas y voces muy agudas, que algunos interpretaron como un kiries. A lo largo del día no apareció en vivo y en directo frente a las cámaras de la televisión, ni siquiera envió un mensaje a sus seguidores. La señora de la copa de agua y las barajas respiró aliviada. Su profecía no había estado tan errada. Ese hombre vive, pero todo lo que simbolizaba se está desvaneciendo.

Será difícil encontrar en la historia contemporánea alguien a quien los rumores hayan matado más veces que a Fidel Castro. Una de las razones de esta obsesión de exterminio es el excesivo peso que ha tenido en nuestro último medio siglo cubano, la desproporcionada preeminencia de la voluntad personal del Máximo Líder en cada uno de los acontecimientos que nos han ocurridos, sean estos trascendentales o banales. Un poema apologético del año 1959, que remedaba la Marcha Triunfal de Rubén Darío, achacaba al joven barbudo la autoría absoluta e indiscutible de todos los logros de la revolución triunfante, los ya consolidados y los por venir. A lo largo de este tiempo la propaganda oficial se encargó de mantener aquella ilusión de que todo se debía a la “genial conducción del invencible Comandante en Jefe”. Recuerdo que en la segunda mitad de los años 90, cuando se abrieron en La Habana varios restaurantes vegetarianos, una periodista del Noticiero Nacional de televisión afirmó ante las cámaras que ahora podíamos disfrutar de esa nueva opción gracias a la idea sugerida por Fidel Castro.  Un amigo, que tiene la costumbre de pensar de forma inversa al gobierno, hizo esta sugerente pregunta: ¿Entonces llevamos más de 40 años sin restaurantes vegetarianos por culpa del comandante?

Desde el 31 de julio de 2006, la salud le jugó una mala pasada al dirigente histórico y se vio obligado a transferir el mando a su hermano Raúl Castro. El fidelismo comenzó entonces a diluirse, pero muy lentamente. Eso se debe a que los rasgos  que perfilaron la singularidad del proceso revolucionario cubano no fueron fruto del análisis colectivo de un partido, ni siquiera devenían del riguroso cumplimiento de la doctrina marxista leninista, eran en esencia los caprichos de un hombre que supo concentrar en su persona el poder absoluto. Y sus antojos abarcaban todas las esferas de la vida nacional: la ganadería, la industria azucarera, la educación, la salud pública, la cultura, la defensa, el turismo, la religión. En cada una de ellas dejó su impronta con la intromisión y la agresividad de quien cuchilla en mano se dispone a marcar los árboles de un bosque, todos los troncos que conforman un bosque, no importa su grosor ni su tamaño.

Ahora el símbolo se está desvaneciendo, sin aspavientos, más bien con alivio para los muchos que tuvimos que soportarlo en sus momentos de mayor vitalidad. Quizás respire por algunos años más, quién sabe. Pero eso sí, ya se está apagando la curiosidad por saber si su obstinado corazón sigue latiendo.

 

¿La cama o la calle?

Por: | 11 de agosto de 2012

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Gotas de sudor, baile, caderas en movimiento, ojos insinuantes. Es de noche, en una fiesta habanera la tensión erótica se siente como una presencia tangible, corpórea. Las miradas se cruzan, los gestos pactan un encuentro en la oscuridad, los labios acuerdan sin palabras la batalla de besos que llegará después. En esta Isla, la sexualidad parece salirse por los poros y las esquinas, brotar incluso del asfalto. Las ropas apretadas, las sonrisas insinuantes, las frases lascivas destilan una sensualidad que impacta a quienes visitan por primera vez Cuba. Da la impresión que a cada minuto nos podríamos topar en mitad de la calle con alguna escena de alcoba. La gente hace constantemente bromas alusivas al sexo y decenas de palabras designan, en el lenguaje popular, a los genitales. Alguien recién llegado a nuestra realidad creería que hemos dejado atrás todo tabú alrededor del goce carnal y que hemos superado cualquier postura timorata.

Sin embargo, detrás de esa explosión visible de goce y placer se esconde una mentalidad pacata a la hora de abordar el coito. El desparpajo que brota de los bailes y de las expresiones contrasta con el rubor o el silencio si se trata de explicar a los hijos la sexualidad o hablar seriamente del tema. También esa desenvoltura sensual se topa de bruces con el encartonado discurso oficial. Al gobierno cubano siempre le ha sido difícil manejar el carácter demasiado lúbrico de sus gobernados. Al austero modelo implantado en el país le hubiera venido mejor un hombre tremendamente formal, con la cintura menos suelta. Pero también esa característica de los cubanos ha sido muy explotada por la Seguridad del Estado, que pesquisa las intrigas surgidas en las camas y las convierte en material de extorsión. Cuántas veces no hemos escuchado decir: “a ese parece que le tienen guardadas un par de fotos comprometedoras, porque está tan calladito…”. Figuras públicas, diplomáticos, corresponsales extranjeros, disidentes, generales y funcionarios espiados y documentados en el ejercicio de amar y dejarse amar. Todo un archivo narrando poses, encuentros e historias de almohadas para ser usado en el justo momento en que alguien deba ser sacado del camino. Esa práctica ha sido tan extendida que muchos cubanos intuyen que en mitad de un orgasmo puede haber un ojo espiándolos desde el hueco de una puerta, una cámara escondida en la lámpara del techo o un micrófono insertado en el propio cuerpo del amante.

Esa mezcla de éxtasis y paranoia ha sido muy bien narrada en la novela “La mujer del Coronel” de Carlos Alberto Montaner. La historia está enmarcada en los años ochenta, cuando tropas cubanas apoyaban al MPLA en la guerra de Angola. El coronel Arturo Gómez  recibe un sobre amarillo que contiene las pruebas de la infidelidad de su esposa durante un viaje de ésta a Italia. A partir de ese momento, la vida de ambos queda reducida a un expediente político en manos de oficiales con ínfulas de detectives, representantes de una supuesta moral revolucionaria que ven en el acto de ella una traición a la patria. Lo íntimo pierde su condición de privado, el placer se trastoca en culpa y cada gemido de satisfacción tendrá que ser purgado. En un sistema totalitario, no es posible que un individuo atesore el secreto de un adulterio. Hay que sacarlo a la luz pública, darle un escarmiento, señalarlo con el dedo, hacerle saber que el ojo del Gran Hermano ha visto su conducta casquivana y no se lo perdona. Si encima de eso, la infiel es una mujer casada con algún militar o con un alto funcionario, entonces el escarnio será ejemplarizante. La cama se vuelve una trampa que termina en más control, las sábanas en redes de una cacería política y el amor carnal en el desliz por el que aguardan los verdugos ideológicos.

Este es un libro donde se analiza el sexo y el poder. Su lectura develará al lector el espejismo de la llamada moral revolucionaria, la falsedad de esa pose de ascetismo militante. Quienes acusan a Nuria de adúltera evalúan su carne, clavan la vista en sus redondeces a la espera de canjearle su cuerpo desnudo por cierta misericordia. Pero, más allá de toda esa intromisión de lo estatal en lo personal, “La mujer del coronel” es una novela de un erotismo dulce que se escapa de la chata realidad de aquellos años de subsidio soviético. Las escenas eróticas, muchas de las cuales nos llegan a través de epístolas que le escribe el amante italiano a Nuria, mezclan el impudor moderno y una majestuosidad sempiterna. Tal vez porque una parte de ellas tienen como escenario a la ciudad de Roma, salpicada de historia y sitios arqueológicos. Nuria experimenta fuera de Cuba esa libertad de los sentidos y los deseos que sabe estrictamente vigilada en su país. El profesor Valerio Martinelli la ayuda a redescubrir a la mujer debajo de las poses, de las máscaras, del oportunismo y de los silencios. Su liberación como ciudadana empieza en este caso por el sexo, brota de su vagina.

Pero nadie que viva bajo un totalitarismo puede escapar de su control. Incluso en el extranjero, Nuria es seguida por la Seguridad del Estado. Su placentero acto de emancipación carnal se convertirá en un expediente policial para presionarla. La cama como la tentadora trampa en la que se cae una y otra vez, como el premio que después traerá un grave correctivo.

La fogosidad de la protagonista, su necesidad de expresarse en la cópula guarda mucha relación con el sexo como escapada que tanto se practica en Cuba. La ausencia de espacios de respeto para la libre expresión y asociación nos lleva a expresarnos en gemidos, en espasmos. En lugar de lanzar un adoquín, nos desahogamos en una felación; antes que demandar los derechos cívicos, metemos nuestra lengua en otra boca... gesto que por demás no nos permite hablar mientras lo hacemos. Acariciar por protestar, fugarse en un orgasmo para no enfrentarnos a  los antimotines... mostrarnos apasionados, ya que no podemos mostrarnos libres. La cama como válvula de escape, hacia la que nos empujan, pero también en la que nos vigilan y nos atrapan.

En la piel de Ángel Carromero

Por: | 01 de agosto de 2012


Angel Carromero

 

Tengo la sensación de que me han robado un par de días de la semana pasada. Recuerdo haberme pasado en vela la madrugada del lunes, salir para la parroquia de El Salvador del Mundo donde velaban el cuerpo de Oswaldo Payá y a partir de ahí las horas se me empastan. Los momentos se me superponen y ya no sé si algo ocurrió el martes o el miércoles, si fue el jueves cuando por fin regresé a casa o sólo volví a dormir en mi cama el viernes. No puedo precisarlo, porque el dolor tiene la capacidad de relativizar los minutos, hacer correr al reloj o demorar sus manecillas. Nunca se sabe. Así que desde el domingo 22 de julio hasta ahora sólo puedo organizar el tiempo por grupos de sucesos. El largo aplauso que estalló cuando el féretro entró en la capilla, los gritos de “libertad” frente al altar, la salida del cortejo fúnebre, la llegada al cementerio y el arresto de varios amigos en el camino hacia la necrópolis de Colón. Destellos de lo que fue, aglomeración de imágenes que no logro insertar en un marco temporal.

En medio de toda esa desorientación, evoco con mucha claridad el primer informe oficial explicando lo ocurrido al líder del Movimiento Cristiano Liberación. Fue apenas una escueta nota sobre un accidente cercano a la ciudad de Bayamo, donde se narraba que habían fallecido dos ciudadanos cubanos. Después vino un minucioso reporte en la televisión nacional, sobre como el Hyundai Accent había impactado contra un árbol debido a que su conductor habría perdido el control. El locutor leyó la información haciendo hincapié en las frases que declaraban la responsabilidad del chófer. Y entonces empecé a sentir, junto a la consternación por la familia de Oswaldo Payá, una gran preocupación por Ángel Carromero. Lo imaginé en un frío cuarto, rodeado de hombres uniformados y tratando de reconstruir lo que había acontecido en aquel lugar cercano a la comunidad de La Gabina. Me estremecí al imaginar a ese joven de 27 años bajo una luz intensa, sin un abogado presente, a sabiendas de que cada palabra que dijera lo inculparía. Una situación de verdadera pesadilla.

Después de las declaraciones de los tres testigos presenciales y del sueco Aron Modig, creo que si Angel Carromero fuera responsable del homicidio involuntario de Oswaldo Payá y de Harold Cepero, debe sentirse ahora mismo el hombre más desafortunado de la tierra. No sólo le aguarda un juicio que será un escarmiento público y que el gobierno utilizará contra la oposición, sino que deberá cargar el resto de su vida con el pesado fardo en su consciencia. Aunque cualquier ser humano puede terminar aplicando los frenos en exceso o superando la velocidad exigida en cierto tramo de carretera, lo que se ha perdido aquí es demasiado trascendente para evaluarlo con generalizaciones. Los neumáticos resbalando sobre la grava, la polvareda en el camino y el principal líder opositor cubano perdiendo la vida a la par que la nación se privaba de uno de sus más prometedores políticos del mañana. En aquella cañada por la que discurría un pequeño arroyo, no sólo terminaba el automóvil donde expiró el promotor principal del Proyecto Varela, sino que pereció también uno de los actores más importantes de la necesaria transición cubana.

Este martes, el periódico Granma anunció que Carromero será instruido por homicidio bajo el artículo 177 de nuestro código penal. Podría ser condenado a una pena que oscila entre 1 y 10 años de privación de libertad. El juicio contra él quizás empiece cuanto antes, pues en ciertos casos se realiza un proceso sumarísimo para reducir el plazo antes de llegar al tribunal. Ésta puede convertirse en la causa judicial más sonada de los últimos años en Cuba y no hay que descontar que algunas de sus vistas sean retransmitidas en la televisión nacional. Por el momento ya circula un video donde el acusado pide a la comunidad internacional que se centre en sacarlo de Cuba y "no en utilizar un accidente de tránsito, que podría haberle pasado a cualquier persona, con fines políticos”. En su declaración hizo énfasis también en que no habían sido golpeados por ningún otro vehículo antes del siniestro.

Pero supongamos que esas son palabras obtenidas bajo presión. Y que Ángel Carromero es alguien atrapado en una maquinaria policial, culpado por error -o malicia- e imposibilitado de contar su historia. Entonces, me siento también muy triste por él. Pues se habría convertido así en la tercera víctima de lo sucedido a las 13:50 horas de aquel fatídico domingo. Responsable real o simple chivo expiatorio, la vida de este joven se torció en un segundo que nunca olvidará, que bajo la relatividad con la que apreciamos el tiempo se le volverá infinito, eterno.

El País

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