Yoani Sánchez

Sobre los autores

. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

CDR: ¿representación ciudadana o control político?

Por: | 27 de septiembre de 2012

Cdr
La caldosa hecha con leña recolectada por algunos vecinos, las banderitas colgadas a mitad de la cuadra y los gritos de ¡Viva! al llegar la medianoche. Un ritual que se repite con mayor o menor entusiasmo cada 27 de septiembre a lo largo de la Isla. Víspera del aniversario 52 de la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución, los medios oficiales se vuelcan a conmemorarlo, un tema musical intenta enardecer a quienes forman parte de la organización con más miembros en todo el país y se desempolvan viejas anécdotas de gloria y poder. Pero más allá de esas formalidades, que se repiten idénticas cada año, se percibe que la influencia de los CDR en la vida de los cubanos va en picada. Atrás quedaron los tiempos en que todos éramos “cederistas” y los letreros -con la figura de un hombre blandiendo el machete- se veían todavía relucientes sobre las fachadas de algunas casas.

En medio del actual desvanecimiento de su protagonismo, vale preguntarse si los comités han sido más una polea de transmisión del poder a la ciudadanía que una representación de ésta ante el gobierno. Los hechos dejan espacio a pocas dudas. Desde que fueron creados en 1960, tuvieron una base eminentemente ideológica, marcadamente delatora. El propio Fidel Castro aseguró durante el discurso en que anunció su nacimiento que:

“Vamos a implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo, un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria que todo el mundo sepa  quién vive en la manzana y qué relaciones tuvo con la tiranía; y a qué se dedica; con quién se junta; en qué actividades anda”.

Esas palabras del Máximo Líder ya son difíciles de encontrarlas reproducidas en su totalidad, en los sitios web o en los periódicos  de circulación nacional. En parte, porque, a pesar de su incondicionalidad al Comandante en Jefe, los actuales editores de estos espacios saben de sobra que un lenguaje así desentona totalmente en este siglo XXI. O sea, lo que parecía una enaltecida alocución revolucionaria dicha en el balcón del Palacio Presidencial, tiene a la luz de hoy todos los visos del despotismo partidista, del autoritarismo más burdo. Un Big Brother anunciado y cumplido. Si aquellas palabras movieron a  exaltación a principio de los sesenta… ahora a muchos sólo les provocan una mezcla de terror, asco y vergüenza ajena.

El lado más “dulce” de los CDR, ese que siempre se narra en los informes oficiales, habla de una fuerza popular ocupada en recolectar materia prima, ayudar en la vacunación de infantes, promover las donaciones de sangre y custodiar los barrios de la delincuencia. Dicho así, parecería un apolítico comité vecinal presto a resolver los problemas de la comunidad. Créanme que detrás de esa fachada de representatividad y solidaridad se esconde un mecanismo de vigilancia y coacción. Y no lo digo desde la lejanía de mi butaca, o desde el desconocimiento de un turista que se pasa dos semanas en La Habana. Fui de esos millones de niños cubanos que acopiamos pomos vacíos o cartones, cortamos la hierba y repartimos productos contra los mosquitos en los CDR de todo el país. Fui también de los vacunados contra la polio y hasta degusté algún que otro plato de caldosa en las fiestas de esta organización. En fin, que me crié como un pichón de cederista, aunque cuando llegué a la adultez me negué a militar dentro de sus filas. Viví todo eso y no me arrepiento, pues ahora puedo decir a conciencia y desde adentro que todos esos momentos hermosos se empequeñecen con los malos tratos, las injusticias, las delaciones y el control que nos han dejado a mí y a otros millones de cubanos los llamados comités.

Hablo de tantos jóvenes que no pudieron entrar a la universidad, en los años de mayor extremismo ideológico, por una mala opinión de su presidente del CDR. Bastaba que durante la verificación que hacía el centro escolar o laboral, algún cederista dijera que aquel individuo no era “lo suficientemente combativo” para que no fuera aceptado en un mejor empleo o en una plaza universitaria. Fueron precisamente estas organizaciones barriales las que con más fuerza organizaron los oprobiosos mítines de repudio que se cometieron en 1980 contra los cubanos que decidieron emigrar por el puerto de El Mariel. Y hoy también resultan la cantera principal de los actos represivos contra Damas de Blanco y demás disidentes. No han funcionado nunca como una fuerza aglutinadora y conciliadora de la sociedad, sino como un ingrediente fundamental en la exacerbación de la polarización ideológica, la violencia social y la creación de odios.

Recuerdo a un joven que vivía en mi barrio de Cayo Hueso, tenía el pelo largo y oía música rock. El presidente del CDR le hizo la vida tan difícil, lo acusó de tantas atrocidades por el simple hecho de querer mostrarse tal y como era, que finalmente terminó preso por “peligrosidad predelictiva”. Hoy, aquel intransigente vive con su hija en Connecticut, después de haber tirado por el lodo la vida y el prestigio del frikie de mi cuadra y de otros tantos. También me consta que varios grandes negociantes del mercado ilegal asumían algún cargo en los comités para usarlo como tapadera a sus actividades ilícitas. Tantos que llevaban el “frente de vigilancia” y eran a su vez los más grandes revendedores de tabaco, gasolina o alimentos de la zona. Salvo raras excepciones, no conocí personas éticamente alabables que dirigieran un CDR. Más bien primaban en ellos las bajas pasiones humanas: la envidia ante el que podía prosperar un poco más, el resentimiento por el que había logrado crear una familia armoniosa, tirria hacia el que recibía remesas de sus parientes en el extranjero, ojeriza para todos los que decían sus opiniones con sinceridad. Esos dobleces, esa ausencia de valores y esa acumulación de rencores han sido una de las causas fundamentales de la caída en desgracia de los CDR.

Porque la gente se cansa de esconder la bolsa para que el vecino delator no la vea desde su balcón. La gente se cansa de que frente a su casa el gastado cartel con una figura de amenazante machete sea la fuente de parte de su falta de libertad cotidiana. La gente se cansa de pagarle una cotización a una organización que en los momentos en que se le necesita se pone del lado del patrón, del estado, del partido. La gente se cansa de 52 aniversarios, unos tras otros, como un deja vú gastado y pesadillesco. La gente se cansa. Y la forma de expresar ese cansancio es con una bajísima asistencia a las reuniones de los CDR, dejando de ir a las guardias nocturnas para “patrullar” las cuadras, incluso evitando ir a tomarse la –cada vez más desabrida- caldosa de la noche del 27 de septiembre.

Si quedan dudas de por qué la gente se cansa, vayamos al propio discurso de Fidel Castro en aquella jornada de 1960, cuando reveló desde el primer momento el objetivo de su torva criatura: “Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva. ¡Vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva!"

Mejor no destacarse

Por: | 26 de septiembre de 2012

Maniquies

Hubo un tiempo que en Cuba se prestaba gran atención al primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas. Al estilo del Konsomol soviético, esta organización proveía de cuadros al Partido e incluso al Consejo de Estado y de Ministros. La UJC era un trampolín directo hacia el poder, una cantera de gente confiable e ideológicamente correcta. En los años setenta y ochenta, algunos de sus líderes gozaron de bastante popularidad y de constantes menciones en los medios nacionales. Uno de los más carismáticos resultó Roberto Robaina, quien a principios de los noventa inventó la consigna triunfalista de “¡31 y pá' lante!” en alusión a los años que cumplía -y cumpliría- la Revolución.

Sin embargo, como regla general, los dirigentes de la UJC que sobresalieron en demasía terminaron defenestrados. El caso más emblemático fue el de Luis Orlando Domínguez que resultó condenado a 20 años de cárcel por el delito de corrupción y conspiración. También fueron destituidos y castigados varios de sus sucesores bajo acusaciones similares. El último de los “caídos” en desgracia fue Otto Rivero, quien mientras se desempeñaba como primer secretario de esta organización recibió los elogios del propio Fidel Castro, que lo catalogó como integrante de una “élite revolucionaria” justo en el VIII Congreso de la UJC. Pocos meses después era separado de su puesto y se veía envuelto en un escándalo de desvío de recursos y mal manejo de fondos.

Aprendida la lección de no brillar, Liudmila Ávalo llegó a la cima de la Unión de Jóvenes Comunistas en 2009 sin hacerse apenas notar. Hace unos días acaba de ser reemplazada por otra mujer y ni siquiera nos ha dejado una sola frase o idea para recordar. Pasó sin pena ni gloria, envuelta en el gris de la docilidad… que tan poca relación guarda con la rebeldía de esa edad. Pero al menos -pensará ella, con alivio- por no destacarse se evitó la cárcel, el escarnio o el ostracismo que sufrieron varios de sus predecesores.

Votar o no votar

Por: | 19 de septiembre de 2012

Asamblea_nominacion

Por estos días vuelven a comenzar en Cuba los comicios municipales para delegados del Poder Popular. Los medios oficiales nos repiten que “esta es la mejor democracia del mundo” y que es hora de postular de entre nosotros a “los más capaces”. Las calles se llenan de vallas alusivas al tema y en cada barrio se publican los listados de electores. La atmósfera resultaría similar a la de cualquier otro país durante el período de nominar a representantes zonales, si no fuera por un detalle trascendental: no hay ninguna expectativa de que este proceso influya en algo en las acuciantes decisiones nacionales. Ninguna posibilidad de que produzca un cambio.

La maquinaria electoral en Cuba está atada y bien atada. Los habitantes de cada zona votan por una biografía y una foto, pero no tienen derecho a preguntarle al posible delegado de circunscripción cómo piensa sobre ciertos problemas. O sea, que colocamos una boleta en una urna pero sin conocer si el candidato está a favor o en contra de ampliar el trabajo por cuenta propia, si preferiría eliminar o mantener las restricciones migratorias y mucho menos su disposición a dar por terminado o prolongar el Servicio Militar Obligatorio. La propia Ley Electoral aclara que no se pueden hacer campañas políticas y eso deja a la población sólo con algunos currículos y retratos entre los cuales seleccionar uno.

De ahí que se den situaciones tan absurdas como la de marcar en la boleta, al lado de determinado nombre porque éste tiene cara de buena persona, o porque se graduó como ingeniero y eso puede indicar su laboriosidad. Gente que opta por alguien que tiene tres hijos por aquello de que ser padre o madre debe resultar una garantía de honestidad o que eligen un representante por el simple hecho de haber coincidido con él –alguna que otra vez- en el mercado. El resultado final es que aquellos delegados de barrio que algún día alcancen un escaño en la Asamblea Nacional votarán por unanimidad todas las leyes que les presenten. Y nunca, nunca, se atreverán a proponer ningún cambio.

Cachita

Por: | 08 de septiembre de 2012

CachitaImagen tomada de Fotos desde Cuba http://fotoscubahoy.blogspot.ca


Hace unos días, tocó a mi puerta una señora que tiene un cargo en el Comité de Defensa de la Revolución. Pensé que por equivocación o por despiste había venido a parar a nuestra casa, donde no militamos en el CDR desde hace casi una década. Pero la delgada mujer no portaba esta vez una de esas citaciones de tono marcial para asistir a una reunión o para hacer una guardia nocturna. En este caso la traía ante nuestra puerta un motivo completamente distinto. Sacó de su bolso un pequeño folleto de color azul y nos anunció que durante el sábado 8 de septiembre habría procesiones y misas por la Virgen de la Caridad del Cobre en varias iglesias de La Habana. No pude dejar de asombrarme de las vueltas bruscas que da la vida. Hace apenas unos años, la misma señora era una feroz atea que identificaba a la religión con la “contrarrevolución”, mientras que ahora nos invita a una peregrinación católica. Le pregunté si repartir el plegable era una tarea que le había asignado el CDR y para mayor asombro me aseveró “No, esto es una idea mía”. ¡Increíble! La vecina que desde su balcón vigilaba hace unos años a todo el que entrara al edificio con una bolsa o con un nuevo amigo, ahora invoca la iniciativa de cada cual como algo a respetar. Bueno, el contraste al final me alegró. Prefiero esta nueva actitud en ella que la anterior, pero no dejo de preguntarme qué ha ocurrido.

Pues bien, en este año 2012 se celebran los 400 años de la aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad, nuestra patrona. Cachita, como se le conoce popularmente, es muy venerada a lo largo de toda la Isla y ha trascendido la esfera religiosa para erigirse en un emblema de cubanía. También está sincretizada en la santería con la deidad conocida como Oshún. Se le asocia con una serie de atributos que provienen de su imagen católica, como son el manto dorado, los tres hombres en un bote que aparecen al pie en sus estampas y el niño que acurruca en sus brazos. Pero además está ligada a elementos como la  zalamería, la feminidad, el amor y los bailes sensuales, características que provienen de su contraparte en la religión yoruba. En una Isla ajiaco… nuestra patrona no podría ser menos.

Una sencilla imagen de la Virgen de la Caridad fue encontrada en los albores del siglo diecisiete en la oriental bahía de Nipe. Dos hombres y un adolescente llamados Juan (los tres Juanes) la hallaron flotando en sus aguas. Así que Cachita, rescatada de entre las olas por aquellos brazos, vino a convertirse en la María de un pueblo que siglos después se lanzaría al estrecho de la Florida en balsas, puertas convertidas en embarcaciones y camiones hermetizados para lograr que flotaran. La Virgen Mambisa que también estuvo junto a quienes exigían con el filo del machete la independencia cubana de España, ahora adorna los altares de compatriotas desperdigados por todo el globo terráqueo. Tiene su ermita en Miami, como tiene su santuario en Santiago de Cuba… y hasta incontables altares en apartamentos de Madrid… Cachita fue así nuestra primera balsera, sólo que ella no escapaba sino que venía, no quería alcanzar otros horizontes sino quedarse para siempre aquí.

Su templo principal, ubicado en Santiago de Cuba, se conoce como El Cobre, por la cercanía con yacimientos de ese mineral. En el salón de entrada de la concurrida Iglesia –la Capilla de los Milagros- alternan trozos de cabellera dedicados por muchachas que consiguieron casarse con algún extranjero y zapatitos de bebés desahuciados por la ciencia pero que lograron sobrevivir. Reposan también brazaletes del movimiento 26 de julio llevados hasta allí por rebeldes que una vez tuvieron escapularios y después terminaron prohibiéndolos. En una esquina, una cartulina recuerda a los disidentes encarcelados durante la Primavera Negra de 2003. Únicamente bajo el manto de Cachita puede convivir una pluralidad así.

El Santuario de El Cobre permanece lleno cada día, de creyentes de toda una vida y otros que apenas si saben rezar un padrenuestro. Muchos de esos que se fingieron antirreligiosos mientras fue pecado ideológico tener en la sala un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, ahora se confiesan católicos, santeros, Testigos de Jehová o adventistas del Séptimo Día. El destape cubano discurre en un sentido muy peculiar y sorpresivo, va desde el agnosticismo hacia la fe; transita de la duda al credo. Los crucifijos ya no se guardan bajo las camisas y los altares con santos se emplazan a la vista pública en las salas de miles de casas. Ha retornado la costumbre de bautizar a los hijos, después de varias generaciones que no recibieron ese sacramento. Las bodas por la Iglesia vuelven a estar de moda y en los hospitales se ha hecho una escena común la aplicación de la extremaunción. Las clases de catecismo están llenas de niños cuyos padre tuvieron que aprender en las escuelas cuando pequeños que “la religión es el opio de los pueblos”. La historia nacional parece haber cerrado un ciclo de fusiles para comenzar otro de rosarios.

Y no sólo la religión, también la Iglesia como institución ha ganado terreno en nuestra sociedad en los últimos años. Ha conseguido, entre otros logros, la posibilidad de abrir un nuevo seminario para formar sacerdotes. En la televisión nacional se transmiten las misas católicas en ciertas fechas señaladas y el propio discurso político se ha deshecho de sus antiguas consignas antirreligiosas. Hasta mi fundamentalista vecina, militante del Partido Comunista y miembro activa de los CDRs, ha regresado a la fe. Ya no nos llama al trabajo voluntario, sino a la misa; ya no me dice “compañera” sino “hermana”. Para rematar, ha cambiado la foto de un Fidel Castro uniformado que tenía en su comedor por una imagen de Cachita vestida con su traje dorado, a los pies de la Virgen tres hombres en una balsa la miran todo el tiempo.

p.d Este texto bebe -en parte- de otro más extenso publicado en la revista Letras Libres.

 

 

 

 

El País

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