Yoani Sánchez

Sobre los autores

. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

La cinta infinita

Por: | 30 de enero de 2013

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Imagen del sitio www.tribecafilm.com

Quienes alguna vez hayan tomado una tira de papel y pegado sus extremos, después de dar media vuelta a uno de ellos, saben que lograran una figura única. Se hace llamar la Cinta de Moebius en honor a uno de los matemáticos alemanes que la descubrió. Pero más allá de un entretenimiento o de un homenaje a las ciencias, el objeto que tendremos entre las manos resultará un desafío para nuestra comprensión de las formas y del espacio. Si deslizamos la yema de un dedo por una de las caras del papel comprobaremos que no existe un afuera ni un adentro, sino que la cinta sólo tiene un único lado. Recorrerlo nos llevará una y otra vez al mismo lugar, nos hará empezar invariablemente por el inicio de un idéntico camino.

Al filme Una Noche, de la directora inglesa Lucy Mulloy, le ha ocurrido como a esa extraña figura de la geometría. Comenzó inspirado en una historia real, posteriormente saltó a la pantalla grande, para concluir saliéndose de ella y provocando una realidad similar a la de sus orígenes. Los jóvenes de carne y hueso cuyas vivencias narra la película fueron interpretados a su vez por dos nóveles actores que terminaron realizando el sueño de aquellos protagonistas reales. El punto de partida -una y otra vez- de esta peculiar Cinta de Moebius ha sido la emigración. El deseo de escapar de Cuba, que aunque frustrado para los personajes, se logró concretar en el caso de sus intérpretes. Cuando Anailín de la Rua y Javier Nuñez decidieron no llegar al Tribeca Film Festival y quedarse en Miami para acogerse a la Ley de Ajuste Cubano, ese día estaban pegando las puntas de dos dimensiones bien diferentes: la ficción y la realidad. Convirtiéndolas así en un mismo y continúo lado de sus propias vidas.

A pesar de la ausencia de parte de su elenco, Una Noche salió de ese festival con tres premios. A la mejor directora novel, al mejor actor –compartido por los dos protagonistas masculinos- y también el galardón a la mejor fotografía. Este último merecidísimo, dado el retrato veraz que se logra de los interiores y exteriores que sirven de marco a la narración. La crudeza y la miseria en una Habana que muy poco se parece a esa urbe de los anuncios turísticos, que invariablemente muestran el Capitolio, el hermoso Focsa o la espigada Plaza de la Revolución. En lugar de eso, la visualidad es la de la decadencia arquitectónica y urbanística de los barrios pobres, olvidados por los procesos de restauración y por las rutas de los visitantes extranjeros.

Las locaciones han sido elegidas para que formen parte inseparable de la fatalidad de la historia, de manera que el escenario es protagonista esencial. Incluso algunos personajes secundarios se ven superados por la fuerza de su entorno. Entre ellos, el hombre que vende medicinas ilegales y esconde su preciado tesoro de fármacos en una cama simulada; o el travesti de vestido ajustadísimo que espera en uno de esos portales habaneros llenos de polvo y olvido. También la mujer enferma de VIH cuya casa transita al igual que ella por una agonía. Nada es exagerado a propósito, ninguna pared despintada con intención o la mugre de utilería puesta frente a la cámara. Es decrepitud auténtica, de la que duele cuando se le toca.

Así, el medio físico va acrecentando esa atmósfera opresiva que lleva a los protagonistas a escapar. En un momento, el espectador siente que también quisiera subirse a una balsa rústica y lanzarse al mar con tal de dejar de ver tanta depauperación física y moral. No hay manera de permanecer impávido en la butaca del cine, porque la historia que cuenta Una Noche es como esas tragedias griegas que desde el principios se presiente que sobrevendrá el drama. Una desdicha a la que los personajes principales son arrastrados casi sin poder hacer nada. Atrapados en las circunstancias, empujados por ellas.

La Noche es, desde su primer minuto, una película sin tapujos, centrada especialmente en una generación. Esa misma generación que cada día repitió en los matutinos escolares la consigna “¡Pioneros por el Comunismo! Seremos como el Che” y que, sin embargo, hoy busca desesperadamente algo en que creer. Son justamente esos jóvenes menores de treinta años los que han terminado viviendo en una Cuba de deterioro ético donde el ideal más compartido es emigrar. El filme se separa así de buena parte de la filmografía rodada por extranjeros en la Isla, pues no busca la carcajada ni se deja meter en los estereotipos del ron, la salsa y las mulatas. Todo eso, de una manera u otra, está en la historia, pero con una agobiante carga dramática, más como mecanismos de enajenación que de disfrute. Aunque vale decir que tampoco se logra evadir de todos los esquemas. Como el del músico que improvisa en la calle mientras un grupo de personas baila junto a él, imagen demasiado cercana a las visiones foráneas que se tienen de la Isla.

El amor tratado como desahogo, cual balsa a la que aferrarse en alta mar. Coitos fugaces, la traición en forma de senos o de penes, la mentira escondida bajo la ropa y las alusiones sexuales como parte inseparable del lenguaje urbano. Descarnada forma de representar la lujuria nacional. Muy lejos de esa mezcla de potencia y romanticismo en la que tantas veces se ha intentado encerrar la pasión de los cubanos. Y el guiño también del afecto dulce, que apenas si pasa de un beso, casi imposible, dado en las circunstancias más adversas en las que se mueven los personajes.

La vida de varias familias se entrecruza en sus miembros más jóvenes, en sus retoños. Seres moviéndose todo el tiempo entre la legalidad y la ilegalidad. La excelente actuación de Dariel Arrechada en el papel de Raúl confirma que la escuela cubana de actuación sigue dando al mundo un sinúmero de talentos. Se agradece también el uso de rostros prácticamente desconocidos para las pantallas, pues en las producciones nacionales se repiten excesivamente los mismos nombres. También en la selección de la música se rehuye de los lugares comunes. Los espectadores asisten a una verdadero privilegio auditivo, con canciones que van desde el hip hop y el reggaetón hasta los géneros más tradicionales. Ritmos más modernos que sirven de partitura a muchas de las escenas.

La directora inglesa ha asegurado que su intención no era enviar un mensaje político, sino “contar una historia sobre las emociones”. Pero en Cuba, narrar la realidad, retratar la vida actual es peor que gritar una consigna contestaria o redactar centenares de documentos opositores. De manera que Una Noche es un golpe durísimo a la ilusión, a esos vestigios de paraíso ubicado en el Caribe que todavía quedan en la mente de muchos que no lo viven. También es un puntillazo para la esperanza. No en balde el final de la historia podría interpretarse como una nueva oportunidad para empezar, aunque poco haya cambiado.

Noventa millas entre Cuba y La Florida. Tan cerca, pero tan lejos. Tan fácil cuando se imagina cruzarlas en una rústica embarcación, pero tan suicida cuando se intenta. Todo eso parecieran decir las olas que recorren la franja de mar entre Cuba y Estados Unidos. Un mar que incita y asusta y que en el filme está  presente desde la primera escena. A punto de aparecer los créditos del final también está ese mar rompiendo en una playa, quizás para enfatizar en el viaje de regreso al punto de partida. El círculo que se cierra, la cinta de Moebius que nos devuelve al mismo lugar. A una Isla que nos atrae hacia ella como un fatídico imán. 

Del mundo virtual al mundo real

Por: | 23 de enero de 2013

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Imagen tomada de http://www.flickr.com/photos/ervega/532592865/

La pantalla ilumina su rostro mientras sus dedos se deslizan veloces sobre el teclado. Afuera la vida transcurre, los autos tocan el claxon y un perro pasa de prisa frente a la puerta. Tal pareciera que al cruzar el umbral de la casa la vida tecnológica tendría que ceder ante la realidad, pero a principios de este tercer milenio ya es imposible deslindar el mundo virtual de este otro concreto y físico que nos rodea. Caminar por las aceras, asomarse a las esquinas, intercambiar palabras con los amigos, siempre tiene algún que otro componente anclado a ese universo de píxeles y kilobytes.

Un blogger es una criatura mestiza, parada entre dos dimensiones: la superficie donde habita y un ciberespacio de infinitas posibilidades para la expresión y la creación. Es un eslabón perdido entre tantos fenómenos: el periodismo y la escritura digital; la era de los expertos de Internet y la de los advenedizos de la red; la protesta de adoquín en mano y las nuevas demandas cívicas vía Facebook o Change.org. El dilema entre vivir o narrar lo que nos pasa vía Twitter; observar o hacer clic con la cámara del iPhone; amar o enviar un emoticón de rostro sonriente al móvil de nuestra pareja. La disyuntiva de si comportarnos sólo como ciudadanos en la gran telaraña mundial o hacerlo también en este mundo de cláxones que suenan, perros que pasan y cuerpos que sienten.

Cuando hablamos de ser un internauta en este siglo XXI, estamos incluyendo en esa palabra el concepto de responsabilidad. La responsabilidad de asumir una voz pública aunque nos escondamos detrás de un seudónimo. La responsabilidad de exponer nuestras opiniones a la mirada de millones de potenciales lectores. El costo personal y social de tamaña osadía comienza a sentirse de inmediato en mayor o menor grado. El vecino que nos dice “te leí” mientras esboza una sonrisa de complicidad, el contrincante que desvirtúa nuestras palabras para presentarlas como lo contrario y hasta los aludidos en nuestro escrito que dirán “¿y a ti por qué te ha dado por contar todo eso?” Una vez que pasamos esa línea sutil entre el silencio y la expresión en la red de redes ya no habrá paz… pero tampoco aburrimiento.

Si encima de eso nuestra voz en la web incomoda a algún poderoso, dígase un gran grupo empresarial o un gobierno autoritario, entonces los efectos pueden ser más serios todavía. Tendemos a ser el eslabón más frágil por el que se rompe la cadena. Aunque presentarnos sólo como víctimas no se ajusta siempre a la verdad. Ver al blogger como un pequeño David enfrentado a la fuerza descomunal del Goliat del oficialismo o de los monopolios corporativos ha generado un esquema del que es necesario salirse. La tecnología no tiene una ética en sí misma, de ahí que adopte parte de la personalidad y del comportamiento de quien la usa.  En los blogs encontramos de todo: desde loables proyectos altruistas hasta las más bajas pasiones humanas. Hemos hecho el ciberespacio a nuestra imagen y semejanza, plagado de claros y oscuros que retratan nuestras bajezas y nuestros más elevados gestos de bondad.

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Imagen tomada de http://www.flickr.com/photos/ervega/532497170/

Ciudadanos 2.0 versus regímenes 0.2

Dedos deformados de tanto teclear, pensamientos que se expresan en trozos de 140 caracteres, multitasking, habilidad para leer en diagonal y una mirada extraviada si la vida no se comporta como ventanas que se cierran y abren, con papelera de reciclaje incluida. Cualquiera que sea un internauta consumado se ha transformado en una suerte de mutante, en un ser atrapado entre la universalidad de sus espacios virtuales y la condición local de su existencia.

Los blogs constituyen hoy un conglomerado de pluralidad temática y formal difícil de definir y clasificar. Desde fabulosos coleccionistas de recetas de cocina, pasando por escritores frustrados que colocan cada semana textos sublimes o ridículos, fanáticos del beisbol que defienden en cada post las jugadas de su equipo preferido, hasta los olvidadizos que un día crearon un sitio en Blogger.com o en WordPress y apenas tienen colgado en él un “Hola Mundo”. Y sobre todo, hay blogs en los que nos jugamos la vida y la libertad; blogs del todo por el todo, del riesgo que crece con cada palabra publicada.

En países donde existe un férreo monopolio gubernamental sobre la prensa, los informadores independientes somos tomados por la propaganda oficial como enemigos, apátridas, mercenarios. Coincidentemente, en esas sociedades suele ocurrir que el acceso a Internet está restringido y severamente controlado. Son, en su mayoría, naciones donde la conectividad es un privilegio que se otorga a los más confiables o donde la web termina siendo un esperpento de sitios filtrados, cortafuegos sofisticados y disciplinados soldados tecnológicos que pesquisan en foros y portales. Nos queda la impresión de que exponerse a tener un blog informativo o de opinión en regímenes de naturaleza totalitaria sería como dispararse uno mismo un tiro en la sien; como señalarse al propio rostro cuando pasa cerca el policía y gritarle: ¡Sí, he sido yo! Sin embargo -vaya paradoja- en países así, expresarse en el ciberespacio puede tener más probabilidades de éxito que en la vida real.

La reprimenda contra los bloggers disidentes tiende a ocurrir,  la mayoría de las veces, en el mundo físico. Vigilancia, persecución, cárcel y, en los casos más dramáticos, la muerte como castigo por la osadía de opinar o informar. También hay otras estrategias para intentar destruirnos en vida: fusilamiento mediático en la prensa oficial, lapidación de nuestra imagen pública a través de la difamación, intimidación a los amigos que nos rodean para que no se acerquen y ciertas amenazas dichas al oído de la personas que más queremos tienden a completar el cuadro “disuasorio” que ha llevado al cierre de más de un sitio contestatario. Donde las policías del pensamiento se han hecho especialmente sofisticadas es en la batalla en el ciberespacio. Allí contratacan, lanzando sobre los ciberactivistas oleadas de kilobytes descalificatorios en respuesta a nuestras críticas y denuncias.

Es en ese punto en que podemos ceder al impulso de responder al insulto con insultos, al grito con gritos y con esa estrategia los intolerantes nos habrán arrastrado al sendero de la violencia verbal. Puede ocurrir que en lugar de acudir al ataque como protección, empecemos a dedicar una buena parte de los textos que escribimos a justificarnos y tratar de limpiar nuestra imagen. Los anónimos acusadores habrán logrado entonces sacarnos del camino social para encerrarnos en el laberinto de la autodefensa. La responsabilidad se impone con más fuerza en dicho caso. Muchos hemos pasado por circunstancias de ese tipo, sabemos que se convierten en momentos en los que nos preguntamos realmente para qué y por qué un día nos asomamos a un ordenador, tecleamos un par de frases y publicamos nuestro primer post. Instantes que se volverán cada vez más frecuentes a medida que los ciberactivistas seguimos reportando. Cada día nos cuestionaremos si vale la pena pagar tan alto precio público y personal en aras de contar lo que ocurre en nuestros respectivos países. Más de un fragmento de ese camino de dudas y miedos lo transitaremos en solitario. Miles de bitácoras abandonadas o con el cartel de “cerrado” -colgado en su portada- dan fe de ello. Bloguear es una carrera de resistencia colmada de obstáculos. Es más frecuente quedar enredado en uno de esos escollos que seguir en la pista. Se necesitará una buena dosis de voluntad para lograrlo, pero la solidaridad de otros será determinante.

Cada vez se le hace más difícil a los regímenes autoritarios emprenderla contra los disidentes y defensores de derechos humanos sin provocar con ello la repulsa en la web. Una etiqueta repetida hasta el cansancio en Twitter, una petición que llegue a miles de firmas por la liberación de un individuo, un aluvión de mensajes de demandas en las webs oficiales de cierto gobiernos, son estrategias que están dando resultado. Las herramientas virtuales inciden en la realidad y la hacen cambiar. La Plaza de Tahrir en Egipto tal vez sea el ejemplo más acabado de esa conexión. La insatisfacción ciudadana con un gobierno autoritario de tres décadas encontró en las redes sociales, los blogs y los teléfonos móviles las herramientas vitales para aglutinar y convocar.

En las revoluciones árabes, las pantallas y los teclados fueron un canal para la rebeldía, pero el punto de ebullición se alcanzó codo a codo, cuerpo a cuerpo, en las calles. El mundo virtual arrojó a todos esos jóvenes de vuelta a la realidad, más fortalecidos, más ciudadanos.

 

 

En la línea de arrancada

Por: | 10 de enero de 2013

Paraiso
En la misma cama duermen los cuatro. Debajo del colchón hay un par de maletas y en una esquina de la habitación se alza la percha con muy poca ropa. Cada día compran pizzas o bocaditos, porque ya ni siquiera cuentan con útiles para cocinar, ni platos, ni cucharas. Lo han vendido todo, o casi todo. La casa, el auto de los años cincuenta y los equipos electrodomésticos que una vez tuvieron. Remataron también el panteón familiar en el cementerio, los jarrones de porcelana y una casilla postal -en el correo del barrio- que apenas si usaban. A los parientes del campo le regalaron lo que nadie quiso comprarles: los vestidos usados, los juguetes despintados y la vieja máquina de coser. Después alquilaron la pequeña habitación donde están ahora, a la espera de que el próximo lunes entre en vigor la reforma migratoria.

Como tantos cubanos, esta pareja ha aguardado por años para poder emigrar junto a sus dos hijos menores de edad. Sólo cuando empiecen a regir las nuevas flexibilizaciones se permitirán finalmente los viajes temporales para quienes aún no han cumplido los 18 años. Parece un detalle intrascendente, pero conozco numerosos padres atados a esta tierra por no dejar atrás a sus pequeños. Gente que tuvo que elegir entre radicarse en otro lugar del planeta en solitario o quedarse aquí acompañada pero frustrada. Durante décadas, los únicos niños que lograron viajar fueron aquellos pocos privilegiados cuyos padres cumplían una misión oficial o aquellos que salían de forma definitiva, sin retorno. No había términos medios cuando de infantes se trataba.

Así que, como ansiosos corredores en la línea de arrancada, muchos esperan la señal para enrumbar hacia el aeropuerto con sus hijos de la mano. Mientras tanto, viven en cuartos alquilados y tratan de cambiar sus pesos convertibles en una moneda que funcione por allá afuera. Desde que en octubre pasado se publicara el Decreto-Ley 302, esta fiebre de escapar se ha expandido. Nada más saberse la noticia, aumentaron los anuncios clasificados con ofertas de casas y otras propiedades en los sitios digitales. Parte del capital para pagar boletos y comenzar una nueva vida en otro lugar se está obteniendo a través de la liquidación del patrimonio en territorio nacional. Desprenderse de todo para irse, deshacerse para ser. Una tendencia que comenzó con la autorización de la compra y venta de viviendas a finales de 2011, pero que ahora se agudiza.

A pesar de que varias embajadas han reforzado los requisitos para obtener una visa, no debe subestimarse el ingenio y los mil y un trucos de los que hacen gala los cubanos. Incluso anda circulando por ahí una lista de naciones que no exigen visado para esos pasaportes con el escudo de la palma solitaria. Aunque, lamentablemente, hacia la mayoría de esos destinos no hay vuelos directos y por tanto se necesita el permiso del país donde el avión realice la escala. Pero eso no es motivo suficiente para desestimular a quienes quieren emigrar. Han aguardado con paciencia este momento y ningún obstáculo les va a destruir su ilusión. Cuentan los días, vegetan a media máquina. El 14 de enero puede empezar para ellos una nueva vida. ¿La alcanzarán?

Cuba 2013: resumen y pronósticos

Por: | 02 de enero de 2013

ManusxcritoA las afueras del templo habanero de la Virgen de Regla, una mujer lanza los caracoles para los transeúntes a cambio de un poco de dinero. Entre las preguntas que recibe cada día, se repiten casi como una obsesión nacional si la persona podrá viajar en un futuro inmediato, si logrará comprar una casa, encontrar el amor y –claro está- la incisiva interrogante de cuándo terminará “esto”. Con un simple pronombre demostrativo, los cautos clientes de la adivinadora intentan resumir lo que algunos llaman “revolución”, otros “dictadura” y los más neutros simplemente mencionan como “el sistema”. Para la mujer de uñas pintadas de un rojo intenso y turbante blanco en la cabeza, la respuesta es difícil de decir por temor a que sea la provocación de algún agente vestido de civil. Por eso consulta la posición en que cayó cada concha y dice en apenas un susurro “pronto, será pronto”.

El reloj biológico del gobierno cubano está cercano a marcar su medianoche. En este lento y desesperante recorrido de las agujas que ha durado ya 54 años, cada minuto que pasa la obsolescencia se acentúa. La existencia de un sistema político no debería estar tan estrechamente vinculada a la lozanía o decrepitud de su líder, pero en el caso de nuestra Isla ambas edades vienen a ser la misma cosa. Como una criatura hecha a la imagen y semejanza de un hombre –que se creyó Dios-, el modelo imperante en Cuba no va a sobrevivir a sus creadores. Cada decisión tomada en estas cinco décadas, cada paso dado en una dirección o en otra ha nacido marcado por la personalidad y la voluntad de dos hombres, uno de los cuales, Fidel Castro, convalece desde hace seis largos años en un lugar que pocos cubanos podrían ubicar en un mapa.

Aunque en el último lustro Raúl Castro ha colocado cuadros más jóvenes en los aparatos administrativos y gubernamentales, las decisiones más importantes siguen concentradas en manos de octogenarios. Como un voraz Saturno que se come a sus hijos, los dirigentes principales de la Revolución no han permitido que los posibles benjamines les hagan sombra. Los últimos defenestrados fueron el vicepresidente Carlos Lage, figura que gozaba de bastante simpatía popular, y el canciller Felipe Pérez Roque. Ambos resultaron acusados por Fidel Castro de haberse hecho “adictos a las mieles del poder”. Ese egoísmo a la hora de compartir la autoridad ha dejado a los líderes políticos cubanos sin relevo y ya no hay tiempo para formarlo, al menos para lograr sucesores que quieran continuar el camino trazado por los jerarcas de verdeolivo. Para el General Presidente de 81 años, el cuadro es preocupante y ha declarado que “el tiempo apremia” para dejar lista la generación que los reemplazará. Durante el año 2013, se verá obligado a acelerar ese proceso y, dada la prisa, podría cometer muchos errores. Ese será uno de los elementos que contribuirá al debilitamiento ideológico y a la pérdida del menguado arraigo popular del que todavía disfruta el castrismo.

¿Reformar o desmontar?

Las reformas económicas llevadas a cabo por Raúl Castro también influirán en la disminución del control sobre la población. Ampliación del sector privado, cobro de impuestos, entrega de tierras en usufructo y autorización para la creación de cooperativas no agropecuarias, son algunas de las medidas que harán que se reduzca la influencia del Estado en la vida cotidiana de los cubanos. Eso traerá como consecuencia una disminución del compromiso ideológico de la gente con un gobierno que cada vez le provee de menos subsidios y beneficios. Cada paso que las autoridades dan en la dirección de la flexibilización y del fin de tantos absurdos y prohibiciones, es como si se cargaran un arma para disparársela sobre sus propias sienes. Un sistema basado en mantener “atado y bien atado” cada pequeño aspecto de la vida nacional no puede manejarse cuando algunas de esas ligaduras se aflojan. La reforma es la muerte del status quo; las maniobras para sobrevivir financieramente, abriéndose al capital privado, son la sentencia de defunción escrita por anticipado. Los próximos doce meses serán decisivos para definir esa tendencia que va del centralismo a la atomización productiva, de la más absoluta verticalidad al desmontaje de la misma. Lo cual derivará –sin dudas- en autonomía política para todos aquellos que dejen de recibir un salario de las empresas o instituciones estatales y que pasarán a mantenerse a través de una labor por cuenta propia.

Sin embargo, vale la pena aclarar que el régimen de La Habana es hábil  para sobrevivir, incluso con los pronósticos más desfavorables. La crisis económica ha sido su caldo de cultivo en los últimos veinticinco años. Se podría decir que al inquilino de la Plaza de la Revolución se le da mejor la emergencia que la prosperidad, la crispación que la calma. La precariedad material se constituye en mecanismo de parálisis sobre una población que debe pasar horas esperando por el ómnibus o en una fila para comprar un kilogramo de pollo. De ahí que los números rojos de las finanzas nacionales muy probablemente no lleguen a provocar un estallido de inconformidad. Puestos a elegir entre lanzarse a la calle para derrocar el gobierno o lanzarse al mar en una frágil balsa para llegar hasta la Florida, millones de cubanos preferirían este último camino. La explosión migratoria podría estar más cerca que la explosión social. De ahí que quienes esperan ver en este 2013 imágenes en La Habana como las de la Plaza de Tharir tendrán pocas posibilidades de ver realizada su ilusión. La frustración quizás se muestra más a las afueras de las embajadas para obtener un visado que en congregaciones masivas de demanda popular.

Mayor inconformidad

Ahora bien, tampoco la policía política y la represión han logrado erradicar al sector más crítico. Más bien ha ocurrido todo lo contrario. A pesar de los arrestos durante la llamada Primavera Negra de 2003 y del exilio de muchos de los líderes de la oposición, ésta última vive momentos de efervescencia. Aunque el año cierra con la lamentable pérdida de Oswaldo Payá, figura principal del Movimiento Cristiano de Liberación, otros rostros empiezan a ganar protagonismo. Se percibe también un aumento del número de activistas y la aparición de fenómenos que introducen frescura y modernidad en las filas de la disidencia. Como es el caso de los bloggers alternativos, los artistas del performance que mezclan la crítica social con la creación y los músicos que en sus letras de hip hop o de reggaetón están narrando una realidad bien diferente a la del discurso oficial. Por otro lado, el robustecimiento de redes alternativas de información y convocatoria a través de los teléfonos móviles, Twitter y demás redes sociales, ayuda a romper el monopolio de la opinión estatal y narrar al mundo lo que ocurre dentro de la Isla.

No sólo las variables del envejecimiento de la nomenclatura, la creciente oposición y las aperturas en pro del sector privado influirán en el debilitamiento del sistema durante el año 2013. El agravamiento de la enfermedad de Hugo Chávez es un elemento catalizador del colapso. Ante la ausencia del gran mecenas de Miraflores, Raúl Castro tendrá que acelerar las reformas dentro de la Isla para lograr nivelar la economía, con el consiguiente menoscabo de la autoridad del Partido Comunista. Puede optar por eso o -por el contrario- entregar la nación en brazos de otro magnánimo tutor que pague las facturas, pero no se avizora en el horizonte a ningún país interesado en cargar con un problema de ciento once mil kilómetros cuadrados y 11 millones de habitantes. La actuación de la administración de Barack Obama también será determinante. Si finalmente se procede al levantamiento del embargo norteamericano hacia Cuba, muchos consideran que el gobierno podría experimentar un respiro económico. Sin embargo, otros aseguran que si eso ocurriera se perdería el argumento político más usado por el castrismo. Sería un duro golpe para el discurso ideológico: el no poder culpar al vecino del Norte del descalabro productivo del país.

Además, como un hedor que crece y crece, la corrupción afecta todos los sectores de la Cuba de hoy. El desvío de recursos del Estado se incrementa porque sin él la mayoría de las familias cubanas no podrían llegar a fin de mes. Las facturas adulteradas, los impagos generalizados entre empresas estatales, el falseamiento de las cifras productivas, el saqueo constante de los fondos de las instituciones y el enriquecimiento ilícito de los cuadros dirigentes, son sólo algunos de los elementos que conforman este escenario de podredumbre ética. Después de décadas negando que la corrupción existiera en nuestra nación, el gobierno ha debido reconocer que ésta ha llegado a un nivel insostenible para el desarrollo del país. Raúl Castro ha lanzado una cruzada contra todas esas prácticas que, claro está, no incluye la auditoría de la alta cúpula. Es una “limpieza” que se realiza en los círculos bajos e intermedios, sin apenas tocar a los más altos jerarcas del trapicheo. Aún así, la campaña para eliminar la corrupción está tocando a “caciques” poderosos, a gente que ha tenido una vida de lujos por demasiado tiempo. De ahí que el General Presidente se gane a cada paso nuevos enemigos dentro de sus propias filas. Enemigos  que incluso llevan un uniforme militar. Dentro de ellos podría estar creciendo el deseo de provocar un cambio que les haga recuperar sus posiciones.

Como un complicado escenario de ajedrez político y social se muestra el tablero cubano para este 2013. El gobierno cuenta con muy pocas fichas que mover para lograr resultados tangibles sobre los platos y los bolsillos de los ciudadanos. Y encima de eso, dicen los supersticiosos, está la maldita cábala del número 13, que algunos identifican con momentos medulares en la vida de Fidel Castro. Desde su propia fecha de nacimiento el 13 de agosto de 1926, hasta un día igual pero de 1993 en que se vio obligado a autorizar la dolarización de la economía cubana. Dado su delicado estado de salud, se podría esperar que en los próximos años los cubanos reciban la noticia del “magno funeral”. Un hecho de connotaciones más simbólicas que políticas, a estas alturas. Lo llamativo es que ante la falta de elementos fiables para hacer pronósticos, la gente se aferra a las predicciones, a los cartománticos y a las adivinas de caracoles. Todo para saber cuándo termina “esto”, cuándo la aguja del reloj biológico de una Revolución petrificada e inmóvil marcará la medianoche.

El País

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