Yoani Sánchez

Sobre los autores

. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

Festival, festival, siempre festival

Por: | 13 de diciembre de 2013

35festival

No hay enguatadas, ni largas colas a las afueras de los cines y tampoco parece diciembre debido a las altas temperaturas y al fuerte sol. Estamos en los días del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, pero todo el contexto difiere mucho de hace 35 años cuando se fundó. Salta a la vista la pérdida de protagonismo de este evento cultural y la disminución de las expectativas populares alrededor de su premio Coral a las mejores películas. Pero… ¿qué ha cambiado más? ¿el Festival o nosotros?

La competencia a la que se enfrenta en Cuba cualquier suceso audiovisual, es mucho más fuerte en los tiempos que corren. A pesar de las limitaciones materiales y tecnológicas, nuestra sociedad ha visto multiplicarse exponencialmente sus posibilidades de acceder a filmes, documentales y programas televisivos que no transmiten los medios oficiales. La sala de cine ha cedido lugar ante las proyecciones domésticas o los salones privados con pantallas planas y sillas plásticas.

A pesar de las últimas prohibiciones contra el circuito cinematográfico por cuenta propia, el fenómeno de una “cartelera no institucional” resulta indetenible. De manera que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ya no es un oasis fílmico en medio del páramo de películas soviéticas que vivíamos en los años ochenta. Ahora debe rivalizar con una oferta más comercial, dinámica y que llega a un amplio espectro de gustos.

En el mercado ilegal proliferan los llamados “combos” o “paquetes”, selecciones de series, reality show y programas extranjeros de participación. También abundan los documentales científicos, históricos y los estrenos de la pantalla grande. Los cubanos somos verdaderos “piratas del Caribe” a la hora de copiar y distribuir películas que recién han salido a la cartelera en otros países. Una semana después que el filme Avatar causara furor en New York, ya los avispados vendedores del patio ofertaban en la redes locales una copia de menor calidad, pero similar impacto.

El Festival –a secas, como le llamamos- tuvo desde sus inicios una clara línea ideológica, al promocionar la creación audiovisual con una carga de denuncia social, reflexión de los problemas regionales o memoria histórica sobre las dictaduras que asolaron Latinoamérica. De ahí sus actuales dificultades para disputarse una audiencia que cada vez busca más la producción ligera, humorística o –simplemente- frívola. De fenómeno de masas, ha pasado a ser un evento de una élite que trata de compensar el excesivo cine de Hollywood que hoy prolifera por todos lados.

Otro elemento que marca la agonía de esta cita cinematográfica es la muerte de su creador e inspirador. Amén de todo lo polémico que pudo haber sido en vida Alfredo Guevara, director del Festival, su empuje y sus relaciones personales le dieron forma a esta fiesta fílmica de cada diciembre. Como toda criatura hecha a imagen y semejanza de un hombre, el Festival ha recibido un golpe muy duro con el fallecimiento de su principal gestor. Sin embargo, ya estamos acostumbrados en Cuba a la sobrevida de los fenómenos más inertes, por lo que no debería sorprendernos en este caso otra prolongación ad infinitum, otro muerto-vivo.

También para los realizadores, la cita habanera ha decaído en importancia. Se les ha convertido en lugar de reencuentro, mojitos tomados en los jardines del Hotel Nacional o simple paseo por este parque temático del pasado en que nos hemos convertido. Pero obtener un premio Coral tiene más de rememoración que de efecto presente. Otras plazas, otro festivales, han ganado en prestigio y alcance mediático en estas últimas décadas, en detrimento de un evento que no ha sabido adaptarse a los tiempos que corren.

El filtro político continúa siendo un impedimento para el rejuvenecimiento del Festival. Aunque la crítica ha ganado paso en sus muestras y se han incorporado a ellas directores que no forman parte del entramado institucional, aún dista mucho de ser un espacio sin censura. Un punto más en el que no puede competir –ni de cerca- con las redes clandestinas de audiovisuales, abarrotadas de materiales contestatarios. Pasados 35 años, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano sigue existiendo.

Sin embargo, valdría la pena preguntarse si esto evidencia su buena salud o la testarudez de sus organizadores. Incapaz de competir con los circuitos ilegales -e internacionales- de distribución fílmica, sacudido por la desaparición física de su creador y ante la pérdida evidente de popularidad, este evento está obligado a renovarse. De no hacerlo, podría quedar como ese momento del año en que desempolvamos las nostalgias, nos vamos a las salas de butacas rotas y proyector sonoro, a evocar aquel tiempo en que sólo podíamos ver buen cine en diciembre. Dos semanas para la añoranza y el recuerdo.

El País

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