Yoani Sánchez

Sobre los autores

. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

Gamers a la cubana

Por: | 14 de abril de 2014

Dota2





































Un, dos, tres y encienden los ordenadores. El sonido del extractor de los microprocesadores se escuchará toda la madrugada. Cuando salga el sol los ceniceros se verán desbordados, las tazas de café estarán vacías y ya habrá un ganador. Son los gamers cubanos, apasionados de los videojuegos y enrolados en sus propios torneos.

Leo lleva años siendo el número uno de su barrio en el juego Dota 2. Desarrollado por Valve Corporation este pasatiempo mezcla la estrategia, el atractivo de los roles y los mapas personalizados. Una bomba de adrenalina que mantiene a muchos jóvenes de la Isla enganchados a la pantalla. Primero entrenan con varios amigos, para alcanzar un nivel que les permita competir contra jugadores de mayor rango. Ese es el caso de Leo que ya logró la categoría de experto.

“Los más complicado es encontrar un local con las condiciones para hacer cada torneo”, afirma este gamer. Recientemente en el cine teatro Maxim Rock de la capital habanera se inauguró un nuevo torneo nacional de Dota 2, pero ha demorado semanas en comenzar a falta de un sitio donde desarrollar los partidos. Mientras, la obsesión no se detiene. Las redes alternativas que conectan ordenadores –de forma alámbrica e inalámbrica- permiten ir ejercitando la vista y la mente para el gran combate.

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Dentro de una Habana real, se oculta otra a la que sólo acceden los iniciados. Para estos jugadores la cotidianidad es apenas un escenario en el que se mueven durante unas horas. En su cosmogonía -hecha de kilobytes- se convierten en héroes sin las preocupaciones del transporte colapsado o de la comida que escasea sobre el plato. Su misión es defender una fortaleza, custodiar los “ancestros” y derrotar a las fuerzas enemigas. No importa el tiempo que tome, el juego es la parte más importante de sus vidas.

En la zona donde vive Leo ya han conformado un equipo con los mejores. Son cinco jóvenes entre 17 y 25 años. “Algunos los conocí en la secundaria donde estudié” pero a los otros los encontré a través de una intranet que tenemos en el edificio. Después de unas horas viéndolos jugar, se nota que apenas si hablan entre ellos, sólo hay algunos alaridos de victoria cuando alguien logra derrotar varios héroes rivales y consigue una considerable cantidad de oro.

“Yo prefiero que esté en eso, porque la calle está muy mala y hay muchos riesgos”, refiere la madre de Iván González uno de las integrantes del peculiar quinteto. El presidente de su Comité de Defensa de la Revolución también ve con buenos ojos la actividad a la que el joven dedica tanto tiempo. Afirma que “mientras se dediquen a los jueguitos, por lo menos no están poniendo carteles por ahí ni metiéndose en gusanerías” y refuerza la frase moviendo de arriba abajo la cabeza.

Al nivel que se encuentran Leo, Iván y el resto del equipo todavía no hay apuestas de dinero, pero si llegan a las “ligas profesionales” algo lograrán. “Tengo que cambiar la memoria RAM de la máquina que ya no da para tanto”, asegura Frank otro de los miembros del grupo gamer. Cada uno posee un ordenador, armado por piezas, conseguido en el mercado informal o traído por algún pariente desde el extranjero. La calidad de la tecnología determina mucho cuán lejos se podrá llegar en las grandes competencias.

Vivir del juego

Algunos cuentapropistas detectaron un nicho de mercado en esta pasión por los videojuegos. Junto a los cines 3D aparecieron a lo largo del año 2013, sitios para realizar torneos de Dota 2 y otros divertimentos informáticos. Cuando el gobierno arremetió contra las salas cinematográficas, cayeron en desgracia también estos locales. Muy pocos siguen operando de manera ilegal, pero sólo para clientes selectos y confiables.

Javier tiene uno de esos sitio underground cerca de la Vía Blanca y lo renta por horas. “Yo alquilo todo este espacio con unas diez máquinas para que puedan enfrentarse dos equipos y si quieren consumir algo de bebidas no alcohólicas también tengo una oferta”, explica mientras muestra un antiguo garaje adaptado para la nueva función.

Cada mes se desarrolla al menos un torneo en la capital. La voz de dónde se hará corre entre los interesados. Los participantes pueden disfrutar de sorteos donde se rifan afiches alegóricos, camisetas y pegatinas. Las llamadas “lan-party” –pronunciadas como lanpary- ayudan a compartir clics y estrategias entre los más jóvenes e incluso entre los niños. El relevo gamer sí está garantizado.

Otros ofrecen paquetes de datos con actualizaciones y nuevas configuraciones, que se renuevan cada semana. Entre los mejores distribuidores de videojuegos de toda la capital se destaca Yampier. Su listado está conformado por más de 1.700 títulos e incluye desde los clásicos hasta los más actuales. Seriedad, estabilidad y rebajas para los clientes habituales son las ideas claves que ha escrito en la primera hoja de su catálogo.

Yampier tiene suerte, pues trabaja en una dependencia del Ministerio de Comunicaciones e Informática donde puede descargar cualquier cosa de Internet, con un ancho de banda que la mayoría de los cubanos no ha visto ni en sueños. “De vez en cuando también juego, pero ya no con la misma pasión de hace unos años”, refiere este joven, quien además es uno de los principales desarrolladores de aplicaciones para Android de todo el país.

El encuentro de los guerreros

Viernes por la noche en la céntrica calle G. En una esquina se aglomeran jóvenes que se saludan chocando los puños o sólo con un toque del antebrazo. Hablan poco, apenas en monosílabos, pero se entienden bien. Uno masculla una dirección y selecciona su cuadrilla de jugadores. Otro, con ojeras pronunciadas, se conforma con los gamers que quedan. Sólo hay una chica en todo el grupo. “Nos vemos allá”, es la última frase que se oye antes de que se dispersen.

Cerca de la medianoche empieza la batalla. Cada uno esta sentado frente al teclado, las respiraciones se vuelven entrecortadas y un coro de clics inunda la habitación. Atrás queda la realidad, el sudor, las reproches de los padres. Parecen sacudirse la apatía que los acompaña durante el día y les brillan los ojos, algunos hasta esbozan una sonrisa. Han entrado ya en el territorio de sus pasiones.

Esta noche a Leo le ha vuelto a tocar ser el capitán de su equipo y dirigirá la estrategia. Tiene un estilo despiadado y “su tropa” lo sigue por el mapa virtual con respeto y sumisión. Unas seis horas después el victorioso guerrero grita ¡Ahhhhh…! y todo el grupo se le une para celebrar el triunfo. Cuando se abrazan están sudados, satisfechos, parecen soldados de un ejercito que ha vencido en una batalla histórica, definitiva.

Es hora de volver a la realidad. Los agotados gamers regresarán a sus casas a pie o intentarán tomar el ómnibus con los ojos entornados de tanto sueño. Al llegar a sus respectivos hogares irán directo hacia el refrigerador para echarle algo al estómago, después caerán en la cama. Cuando vuelva a esconderse el sol, ya estarán listos para el próximo juego.

Del peluche a la pantalla plana

Por: | 05 de marzo de 2014

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Una vez fueron los muñecos de peluche. Osos o perros de enormes orejas que al abrirse la puerta del aeropuerto de La Habana, venían sobre las maletas de los recién llegados. Muñecos que los padres, después de un viaje al campo socialista, traían como trofeo a los ansiosos hijos que habían dejado atrás. Símbolo de status de quienes podían salir de la Isla, esos juguetes representaban al mundo que se extendía al otro lado del mar y también al prometido porvenir.

Aquellos peluches dominaron parte de la década de los ochenta hasta que llegaron los radiocasetes. Entonces el botín más preciado que se podía alcanzar en una salida al extranjero, era uno de esos equipos de bocinas y botones. Sus felices propietarios los encendían desde la propia aduana y salían airosos, alardeando de su nueva adquisición que sonaba a todo volumen.

Ahora el nuevo objeto de culto de los viajeros son los televisores de pantalla plana. En cajas rectangulares y de vivos colores viajan estos emblemas de la modernidad. Plasma, LCD, LED, van a la cabeza de las tecnologías que más entran actualmente en Cuba a través del equipaje de los viajeros. Nadie sabe la cifra exacta de cuántos de estos equipos arriban cada día,  pero basta echar una ojeada a la estera que traslada las maletas para verlos por doquier.

En el mercado ilegal los precios de estos televisores han caído casi a la mitad en el último año. Por un Samsung de 32 pulgadas, se paga menos de 380 CUC (unos 340 USD), incluido el transporte hasta la puerta de la casa. Mientras, en las tiendas estatales el precio puede ser el triple y apenas si logran vender algunas unidades al año.

Marco Polo a la cubana…

Richard es uno de los prósperos comerciantes de televisores. Tiene una red de “mulas” que se los traen directamente desde Panamá. En su mayoría se trata de ciudadanos cubanos con pasaporte español que pueden viajar sin restricciones de visado. Se desplazan también a La Florida, Nassau, Islas Caimán y demás países de la zona para comprar electrodomésticos que después revenden en la Isla. En un país con tanto desabastecimiento, cualquier producto traído desde el exterior puede dar dividendos.

“Oferto por catálogo, el cliente puede elegir lo que quiera”, se ufana Richard al describir su negocio. Un joven le pregunta si tiene también televisores de 3D, a lo que el hábil comerciante responde “¿De cuántas pulgadas lo quieres?”. A pesar de las restricciones para vender mercancías importadas, estos émulos de Marco Polo logran entrarlas al país y comercializarlas.

La mayor demanda la tienen los reproductores de audiovisuales. La casa puede tener el sistema hidráulico colapsado, el refrigerador vacío y los colchones con los muelles vencidos, pero en la sala, la mayoría de las familias, quiere colgar un TV moderno y delgadísimo.

En menos de tres décadas los aeropuertos cubanos han sido el escenario de una peculiar metamorfosis. La de un oso de peluche transmutado en equipo de música y luego en estas relucientes pantallas de píxeles y celdas.

Conducta, con “C” de Cuba

Por: | 20 de febrero de 2014

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Miguel ha ganado mucho dinero esta semana. Logró vender casi un centenar de copias piratas de la película cubana Conducta. Aunque el filme se exhibe en varios cines del país, muchos prefieren verlo en casa entre amigos y familiares. La historia de un niño apodado Chala y de su maestra Carmela, causa furor y largas colas a las afueras de la salas de estreno. Desde hace décadas ninguna producción nacional lograba tanta popularidad ni provocaba tantas opiniones.

¿Por qué la última creación del director Ernesto Daranas, se está convirtiendo en todo un fenómeno social? La respuesta trasciende las cuestiones artísticas para adentrarse en la fuerza de su drama. Si bien es cierto que cuenta con una excelente fotografía y un magnífico trabajo actoral, es el realismo del guión el más acabado logro de esta cinta. La película genera una empatía inmediata con el público, al reflejar sus vidas como si de un espejo se tratara.

En las salas oscuras y frente a la pantalla, los espectadores aplauden, gritan y lloran. Los momentos de mayor emoción en el lunetario coinciden con los parlamentos políticamente más críticos. “No más años que quienes nos gobiernan” responde la maestra Carmela cuando quieren retirarla porque lleva “demasiado tiempo” en el magisterio y una ovación de apoyo recorre la sala del cine en ese instante. La penumbra exacerba el atrevimiento y la complicidad.

El “fenómeno Conducta” se explica por su capacidad de reflejar la existencia de muchos cubanos. Pero va más allá de un simple retrato realista, para convertirse en una radiografía que llega hasta los huesos del asunto. Una Cuba donde apenas quedan asideros morales para un niño y que se ubica a años luz de ese entorno ideal para la infancia que narran los medios oficiales. Con apenas doce años el Chala mantiene a su madre alcohólica con lo que gana en ilegales peleas de perros, habita una ciudad cruda, injusta, empobrecida hasta las lágrimas.

No es la primera vez que el cine cubano muestra el lado duro de la realidad. El filme Fresa y Chocolate (1993) sentó pautas en cuanto a crítica social, especialmente la discriminación a homosexuales y la censura artística. El costo de su atrevimiento fue alto, pues tardó veinte años en ser transmitida por la televisión nacional. Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) corrió peor suerte, la policía política rellenó las salas donde se proyectaba, con militantes del partido que gritaban insultos a la pantalla. Conducta ha llegado en una coyuntura diferente.

La extensión de las nuevas tecnologías, ha permitido a muchos realizadores de audiovisuales llevar a vías de hecho sus proyectos. Guiones críticos, mordaces y contestatarios han visto la luz en el último lustro gracias a que no han necesitado de la aprobación y los recursos del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Esa proliferación de cortos, documentales y filmes independientes, ha sido una coyuntura muy favorable para la cinta de Ernesto Daranas. Los censores saben que no vale la pena vetar un película así en los circuitos estatales. Las redes ilegales la habrían hecho correr como pólvora.

Una breve conversación a las afuera del cine Yara evidenciaba la polémica que desata la historia. “Hay mucha gente que vive mejor que Chala, eso es verdad, pero hay otros que viven mucho peor”, aseguraba un señor de unos sesenta años. Le respondía a una joven que cuestionaba si el director “exageró en la sordidez de las situaciones narradas”. Otra chica también se sumó al debate para aclarar “Tú dices eso porque tú vives en Miramar, donde esas cosas no pasan”.

En la noche del martes, el periodista oficial Randy Alonso también hacia la cola del cine para ver la película en la última tanda de ese día. Detrás de él se escuchaban risitas y frases de “¿Y éste qué hace aquí?”, dado que su rostro se asocia con un periodismo acrítico y adulador del poder. Ya dentro de la sala de cine, quienes se sentaron cerca de su butaca no lo vieron sumarse al coro de los gritos de apoyo. Con cada minuto que pasaba parecía hundirse en el asiento, no quererse notar. Lo que estaba viendo en pantalla era justo lo contrario que explica en su aburrido programa de la Mesa Redonda.

Así es Conducta, capaz de reunir en una misma sala a los fabricadores del mito y a los agobiados por el mito. Después se apagará el proyector, las puertas se abrirán y los espectadores saldrán a una realidad similar a la del guión pero donde ya no podrán expresarse bajo la protección de la penumbra. Chala los aguarda en cualquier esquina.

De la Banana Feria a la No Feria

Por: | 15 de febrero de 2014

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Cuando los días están nublados la bahía de La Habana toma un tono gris, extraño. Si se mira desde la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, la ciudad parece una postal desvaída. Ayer en la mañana la apertura al público de la Feria Internacional de Libro, ha coincidido justo con una jornada invernal. Así que los coloridos carteles, donde se anunciaban los títulos y los autores homenajeados, batían al viento fresco de febrero. Un brisa de lectura que muchos agradecían.

Entre los principales atractivos de esta Feria se encuentra su propia sede principal. La explanada de una fortaleza militar colonial y sus redondeadas galeras, dan un toque añejo al suceso literario. Los padres aprovechan para llevar a sus hijos para corretear entre los viejos cañones y los muros de piedra. Las ofertas gastronómicas, la venta de artesanía y otras opciones colaterales, llegan a tener incluso más protagonismo que los libros.

Esta vigésimo tercera edición de la Feria confirma su tendencia al deterioro editorial que padece Cuba. Aunque los medios oficiales anuncian dos millones de ejemplares y unos 400 invitados extranjeros, es evidente la decadencia de nuestro principal evento cultural. Los motivos para esta pérdida de brillo transitan desde aspectos netamente comerciales hasta otros de corte ideológico. Así que la FIL se acerca a su cuarto de siglo envejecida y necesitada de un replanteamiento urgente.

Una fiesta del libro y la lectura, donde hay demasiados ausentes. La larga lista de los censurados por considerandos políticos, entre los que se encuentran numerosos exiliados cubanos. Faltan nombres de la talla de Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Jesús Díaz, Daína Chaviano o Abilio Estévez. El silencio alcanza también a escritores de otras nacionalidades, como el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. La ideología se erige aún como principal criterio a la hora de cursar las invitaciones.

La poca capacidad económica para adquirir derechos de autor de figuras internacionales vivas y en plena producción, empobrece la muestra editorial. Existe una marcada tendencia a publicar una y otra vez a los clásicos, que sin dudas son lectura obligada, pero que no pueden constituirse en única opción. Muchos anaqueles de esta Feria del Libro más parecen ubicarse a finales del siglo XIX y principios del XX, que en la actualidad.

La escasez de títulos contemporáneos, se vuelve dramática en las opciones infantiles. Cada año los lectores más pequeños sólo pueden optar por autores del patio o por firmas como las de Emilio Salgari, Julio Verne o Los Hermanos Grimm. En las últimas décadas los más sonados éxitos de literatura fantástica dedicada a niños y adolescentes, no se han hecho presentes en el circuito nacional. Harry Potter aún no ha llegado de la mano de un sello editorial cubano.

Una feria de libros debe constituirse como sitio para hacer contactos, cerrar acuerdos, conocer nuevos autores que serán posteriormente publicados. Esa función de actuar como punto de encuentro, no existe en la FIL de La Habana. Ha perdido, o nunca tuvo, el carácter de vitrina no sólo para un público que quiere comprar o mirar, sino para los empresarios, directores o promotores culturales del mundo editorial.

¿Cuántos acuerdos se cierran durante las dos semanas que dura el evento? ¿A cuánto asciende el monto de los contratos que se logran concretar? El día que sepamos las respuestas a esas preguntas, será como comprobar que en el monitor que marca los latidos del corazón de la Feria, hace tiempo sólo hay una línea recta y un pitido que confirma el final.

La ideología también influye en la selección del país invitado, cuyas muestras se han convertido en los últimos años más en un escaparate del partido gobernante que en una exposición literaria. En esta ocasión se había anunciado como plato fuerte de la Feria la presentación del libro “De la Banana Republic a la No Republic” escrito por Rafael Correa. La cancelación del viaje del dignatario suramericano “por motivos de trabajo”, no fue debidamente anunciada. La Feria caía en picada ya desde la inauguración, donde con improvisados discursos se intentó tapar la ausencia del presidente ecuatoriano.

Aún así, el recinto ferial se ha llenado y se llenará en los próximos días. La gente comprará miles de libros y hará largas colas para alcanzar los títulos más atractivos. Porque la afluencia de público no evidencia la calidad de la feria, sino el páramo editorial que nos rodea durante el resto del año. Los padres verán jugar a sus pequeños entre los muros de lo que fue también prisión y escenario de fusilamientos sumarios. La Habana se nos presentará desde La Cabaña con ese gris invernal que la hace ver extraña y bella.

La No Feria ha comenzado.

Bajo la chimenea

Por: | 10 de febrero de 2014

Fabrica_de_arte_cubano1Foto: Luz Escobar

 

De industria elaboradora de aceite a fábrica de arte.

El derrotero de un lugar siempre es una incógnita, sus potencialidades un misterio. La altísima chimenea de El Cocinero pronto cobijará otro tipo de proceso, menos fabril, pero más creativo. En pocos días su céntrica instalación abrirá como espacio para conciertos, exposiciones, pasarelas de moda y performances.

A La Habana le faltaba su “Rote Fabrik”, uno de esos sitios donde el sudor y la producción se dieron una vez la mano y que ahora vibran con las notas musicales, el atrevimiento de los artistas y el aplauso del público. El arte adueñándose de lo que una vez fue puro territorio industrial. Gracias a X Alfonso, esa carencia está por terminar. El cantautor se ha empleado a fondo en dejar listo este local con un enorme potencial pero que ha necesitado una intensa reparación. Culminan meses de duro trabajo.

Ladrillo rojo sobre ladrillo rojo, techos altísimos y una azotea con una vista inusual sobre la desembocadura del río Almendares.

“Este será un sitio que no parará” ha declarado el ingenioso autor de discos como Reverse y Revoluxión. Mientras dice esto, tiene el pantalón salpicado de cemento y yeso de los últimos retoques dados a su nueva criatura.

Esta vez no compone la banda musical de una película ni ganará un Goya por ello. Sin embargo, de llevar a buen puerto su proyecto, tendrá el agradecimiento de muchos habaneros e incontables cubanos.

Vivir de ilusiones

Por: | 06 de enero de 2014

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A medianoche cerró la puerta, apagó las luces y pasó la mano sobre los maniquíes. Terminaba diciembre y con él se iba también su negocio de ropa importada. Como Helen, decenas de vendedores en toda La Habana esperaron hasta el último minuto de 2013 por alguna buena noticia. Pero nunca llegó.

El gobierno mantuvo la impopular prohibición contra la venta privada de productos importados. El plazo para liquidar los comercios de ropa y otros accesorios, concluyó justo cuando veintiuna salvas de artillería anunciaban el nuevo año. Mansamente, aunque murmurando su molestia, los propietarios de las llamadas boutique, recogieron la mercancía, descolgaron sus carteles lumínicos y le avisaron a los clientes que ya no volvieran.

Al otro día, junto a la pereza posterior a toda celebración, la ciudad amaneció también con el rostro cambiado. En los portales donde antes batían los percheros mostrando camisetas, pantalones y prendas infantiles, ya no quedaba nada. Las salas convertidas en probadores habían desaparecido y también los puestos que hasta la semana pasada ofrecían gafas de sol o esponjas para fregar.

Ni un solo vendedor ha desafiado lo orientado, ninguno ha mantenido su puesto abierto.

En paralelo, tampoco ha habido congregaciones sindicales para reclamar una indemnización por las inversiones perdidas, ni protestas exigiendo un permiso que cubra la actividad de comerciante. Ni siquiera los frecuentes compradores han elevado su voz, en solidaridad, con quienes les suministraban productos más baratos, modernos y variados que las tiendas estatales. Todos han callado.

La explicación para este silencio temeroso se obtiene con sólo preguntar. “No te preocupes, tú verás que esta medida la van a echar para atrás”, profetizan algunos. Quienes se creen muy informados por tener contactos en el gobierno advierten: “en pocos días van a permitir eso y mucho más”.

Subyacente queda entonces un mensaje paralizante “quejarse va a ser peor” así que “mejor esperar y no meterse en problemas”. Mientras tanto, Helen se ha quedado con sus maniquíes que ya nadie mira y con una deuda de cuatro cifras.

La ilusión de un posible paso hacia adelante, frena la reacción por este paso atrás. Los afectados quieren creer que el Estado rectificará. Sin embargo, el motivo real para tal mansedumbre es el miedo a encarar con sus demandas al poder.

Festival, festival, siempre festival

Por: | 13 de diciembre de 2013

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No hay enguatadas, ni largas colas a las afueras de los cines y tampoco parece diciembre debido a las altas temperaturas y al fuerte sol. Estamos en los días del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, pero todo el contexto difiere mucho de hace 35 años cuando se fundó. Salta a la vista la pérdida de protagonismo de este evento cultural y la disminución de las expectativas populares alrededor de su premio Coral a las mejores películas. Pero… ¿qué ha cambiado más? ¿el Festival o nosotros?

La competencia a la que se enfrenta en Cuba cualquier suceso audiovisual, es mucho más fuerte en los tiempos que corren. A pesar de las limitaciones materiales y tecnológicas, nuestra sociedad ha visto multiplicarse exponencialmente sus posibilidades de acceder a filmes, documentales y programas televisivos que no transmiten los medios oficiales. La sala de cine ha cedido lugar ante las proyecciones domésticas o los salones privados con pantallas planas y sillas plásticas.

A pesar de las últimas prohibiciones contra el circuito cinematográfico por cuenta propia, el fenómeno de una “cartelera no institucional” resulta indetenible. De manera que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ya no es un oasis fílmico en medio del páramo de películas soviéticas que vivíamos en los años ochenta. Ahora debe rivalizar con una oferta más comercial, dinámica y que llega a un amplio espectro de gustos.

En el mercado ilegal proliferan los llamados “combos” o “paquetes”, selecciones de series, reality show y programas extranjeros de participación. También abundan los documentales científicos, históricos y los estrenos de la pantalla grande. Los cubanos somos verdaderos “piratas del Caribe” a la hora de copiar y distribuir películas que recién han salido a la cartelera en otros países. Una semana después que el filme Avatar causara furor en New York, ya los avispados vendedores del patio ofertaban en la redes locales una copia de menor calidad, pero similar impacto.

El Festival –a secas, como le llamamos- tuvo desde sus inicios una clara línea ideológica, al promocionar la creación audiovisual con una carga de denuncia social, reflexión de los problemas regionales o memoria histórica sobre las dictaduras que asolaron Latinoamérica. De ahí sus actuales dificultades para disputarse una audiencia que cada vez busca más la producción ligera, humorística o –simplemente- frívola. De fenómeno de masas, ha pasado a ser un evento de una élite que trata de compensar el excesivo cine de Hollywood que hoy prolifera por todos lados.

Otro elemento que marca la agonía de esta cita cinematográfica es la muerte de su creador e inspirador. Amén de todo lo polémico que pudo haber sido en vida Alfredo Guevara, director del Festival, su empuje y sus relaciones personales le dieron forma a esta fiesta fílmica de cada diciembre. Como toda criatura hecha a imagen y semejanza de un hombre, el Festival ha recibido un golpe muy duro con el fallecimiento de su principal gestor. Sin embargo, ya estamos acostumbrados en Cuba a la sobrevida de los fenómenos más inertes, por lo que no debería sorprendernos en este caso otra prolongación ad infinitum, otro muerto-vivo.

También para los realizadores, la cita habanera ha decaído en importancia. Se les ha convertido en lugar de reencuentro, mojitos tomados en los jardines del Hotel Nacional o simple paseo por este parque temático del pasado en que nos hemos convertido. Pero obtener un premio Coral tiene más de rememoración que de efecto presente. Otras plazas, otro festivales, han ganado en prestigio y alcance mediático en estas últimas décadas, en detrimento de un evento que no ha sabido adaptarse a los tiempos que corren.

El filtro político continúa siendo un impedimento para el rejuvenecimiento del Festival. Aunque la crítica ha ganado paso en sus muestras y se han incorporado a ellas directores que no forman parte del entramado institucional, aún dista mucho de ser un espacio sin censura. Un punto más en el que no puede competir –ni de cerca- con las redes clandestinas de audiovisuales, abarrotadas de materiales contestatarios. Pasados 35 años, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano sigue existiendo.

Sin embargo, valdría la pena preguntarse si esto evidencia su buena salud o la testarudez de sus organizadores. Incapaz de competir con los circuitos ilegales -e internacionales- de distribución fílmica, sacudido por la desaparición física de su creador y ante la pérdida evidente de popularidad, este evento está obligado a renovarse. De no hacerlo, podría quedar como ese momento del año en que desempolvamos las nostalgias, nos vamos a las salas de butacas rotas y proyector sonoro, a evocar aquel tiempo en que sólo podíamos ver buen cine en diciembre. Dos semanas para la añoranza y el recuerdo.

Fútbol y telenovelas

Por: | 11 de noviembre de 2013

 

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Niños y adolescentes jugando en la calle Foto: Luz Escobar

¿Cuándo los profesores no los escuchan, de qué hablan los estudiantes de tu aula?, le pregunté a mi hijo hace unos meses. Apenas si se demoró en responder. “De fútbol los varones y de telenovelas las mujeres”, dijo con seguridad. Me esperaba más, lo confieso. Había imaginado temas un tanto subidos de tono como la sexualidad, problemáticos como el consumo de drogas o, en algún caso, políticamente conflictivos. Pero no, los largos minutos del receso entre una clase y otra los dominaban Messi, Cristiano Ronaldo, la última malvada de la novela brasileña y el galán que cada semana muestra su rostro en la pequeña pantalla.

Mi primera reacción fue de desánimo. “Si en las edades más rebeldes es de eso de lo que se conversa… estamos fastidiados”. Pero enseguida me salí al paso yo misma. No iba a caer en lo que esos adultos mayores me advertían cuando yo era adolescente. “Tu generación está perdida”, me señalaban, para después enumerar todo lo que ellos sí habían hecho. Por eso, ante la repuesta de Teo, traté de comprender por qué la realidad del país, sus graves problemas y posibles soluciones, ocupan tan poco tiempo –o ninguno- en las conversaciones de nuestros jóvenes. Apatía, escapismo, indiferencia… fueron algunas de las explicaciones. Pasado el momento inicial de cierta decepción, me llegó el alivio. El consuelo de saber que incluso esa inercia se convierte en una manera de terminar con el sistema actual.

El modelo cubano necesita gente que aplauda con frenesí, soldados convencidos, individuos implicados ideológicamente. La indolencia nunca será el terreno donde crezca la rebeldía, pero tampoco el fervor partidista. Como me he dicho tantas veces “los prefiero apáticos que fanáticos”. De la apatía se despierta, del fanatismo tengo mis dudas. La frivolidad también es corrosiva para un totalitarismo sobrio y vetusto.

Estos jóvenes de hoy, ya tendrán tiempo de despertar a la conciencia cívica.

La linterna mágica se apaga

Por: | 06 de noviembre de 2013

 

Sala de cine por cuenta propia en La Habana
Sala de cine por cuenta propia en La Habana Foto: Luz Escobar


 

Roberto está rematando su cine 3D. Le ha puesto precio al proyector, a las gafas e incluso a la máquina de hacer palomitas de maíz. Sólo estuvo en el negocio tres meses y ya sabe que no podrá recuperar la inversión. Una nota informativa en la prensa oficial cubana terminó con sus planes de empresario. Se vio obligado a cerrar la misma semana que planeaba inaugurar una cartelera infantil en su sala climatizada y de butacas mullidas.

De los más de 442 mil trabajadores por cuenta propia que existen en el país, una buena parte se ha visto afectada en las últimas semanas por nuevas restricciones legales. El periódico Granma anunció el cierre inmediato de las salas de videojuegos y de los cines privados, aludiendo a que estos nunca habían estado permitidos. Ciertamente el listado de las más de 201 licencias particulares no incluye la proyección cinematográfica, ni las salas con computadoras en función lúdica. Sin embargo, los emprendedores se habían aprovechado de una pequeña grieta en la legalidad, para operar. En poco tiempo a lo largo de todo el país comenzaron a aparecer estos “cines de barrio” algunos lujosamente equipados, otros muy modestos.

Quizás algo que molestó al Estado es que las proyecciones tridimensionales llegaran al país de la mano del sector privado. O sea que el otrora poderoso Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC) viera como unos pequeños empresarios, se les adelantaran en implementar en la Isla tan novedosa tecnología. El aparato estatal se vio amenazado de perder el monopolio sobre la difusión de material audiovisual y los locales donde ésta ocurría. Por otro lado las salas 3D privadas devolvieron a muchos el concepto del cine de barrio. Por ejemplo, a mediados del siglo veinte La Habana –incluyendo los municipios Regla, Guanabacoa y Marianao- llegó a tener 134 cines. Algunos de ellos tenían entre 1.000 y 2.500 butacas, contando lunetario y balcones. Los principales llegaron a poseer hasta más de 5.000 asientos, como el Payret, el Radio Centro (actual Yara), el Metropolitan, el Blanquita (hoy Karl Marx). De ellos sólo quedan en activo 12 cines, especialmente en las zonas más céntricas de la ciudad. El concepto de un lugar cercano e íntimo, donde ir a ver una buena tanda los domingos, resultaba desconocido para los cubanos menores de 30 años. Por eso la apertura de los cines por cuenta propia, despertó los recuerdos de algunos y las sorpresas de otros.

La programación de estos nuevos espacios, se basó fundamentalmente en películas de acción, de terror y animados. La noche de Halloween, 48 horas antes de la prohibición que las cerraría, las salas 3D hicieron gala de un amplio surtido de filmes de pesadilla. Era un adelanto premonitorio de lo que vivirían dos días después sus propietarios. Desde Spiderman, Avatar, pasando por Jack y los gigantes, fueron algunas de las producciones que desfilaron por las pantallas privadas. Un cine de entretenimiento, sin grandes vuelos artísticos, pero muy popular entre los jóvenes y niños cubanos.

En el último congreso de la oficialista Asociación Hermanos Saíz –organización de jóvenes artistas- uno de los más llamativos planteamientos se lanzó contra la “cartelera de la frivolidad, la banalidad y el consumo” que promovían los cines por cuenta propia. Hay que “volver a los principios de la política cultural de la Revolución”, clamaron algunos. Era sólo cuestión de tiempo que la prohibición gubernamental cayera sobre ellos. Porque era sabido que el gobierno cubano, puesto a elegir entre ampliar los límites de la actual legalidad o mantenerla a pesar de la realidad, optaría por lo segundo.

Miedo a la difusión independiente de información, gesto político para probar fuerza, paso atrás en las reformas económicas. Todo eso y más se esconde tras las nuevas restricciones contra las salas 3D y de videojuegos. Sin embargo, resulta difícil controlar un fenómeno que ha ganado en popularidad y cuya infraestructura tecnológica está ya en manos de tantos cubanos. Muchos, a diferencia de Roberto que está rematando sus equipos, planean pasar al clandestinaje. La linterna mágica brillará de nuevo pero a puertas cerradas, más discretamente, sin anuncios lumínicos y sin el olor a palomitas de maíz esparciéndose por la sala.

El callo propio, el callo ajeno

Por: | 13 de septiembre de 2013

Cuba-reformas-micronegocios

Entre tantas frases que se repiten una y otra vez en las calles cubanas, uno de ellas resume con maestría la afectación de los intereses individuales. Basta decir que le “pisaron el callo” a alguien, para que sepamos que le han tocado esa parcela de sí mismo que lo hará saltar, protegerse y pasar a la ofensiva. Sin embargo, ese mismo ciudadano muy probablemente se quedó en silencio cuando “le pisaron el callo” a otro. Sólo el dolor propio lo ha hecho reaccionar. Un abecé del comportamiento humano, pero que en ciertas circunstancias se potencia hasta convertirse en el egoísmo de ciertos sectores sociales.

Desde hace meses, Raúl Castro ha desatado una fuerte lucha contra las ilegalidades, la cual ha devenido en rotundo pisotón de callo para aquellos que hasta ahora tenían “sus pies” a buen recaudo. Miles de inspectores en las calles, los talonarios de multas gastándose a una velocidad inusitada y una sensación general de que en cualquier momento puede llegar la policía. Revendedores, comerciantes de esquina, familias que hacen remodelaciones en sus casas, trabajadores por cuenta propia y productores agrícolas, están en el centro de las supervisiones. Nadie se salva. Vestidos de civil o uniformados, los soldados de esta nueva batalla refuerzan la sensación de permanente vigilancia.

A diferencia de otras razias anteriores, ésta ha afectado prácticamente a la totalidad de la población cubana. Hasta el punto en que se comenta que “el gobierno le ha declarado la guerra al pueblo”. Una cruzada que rompe un pacto social tácito, frágil, pero determinante para la sobrevivencia del actual sistema. Cierto grado de permisibilidad con la corrupción, el mercado negro y el desvío de recursos, se ha erigido por décadas como un mecanismo de control político. Fingirse un adepto ideológico del régimen ha sido condición indispensable para logra defalcar, robar y adulterar sin graves represalias. Sin embargo, la fórmula de gritar un “Patria o Muerte” para alejar a inspectores y policías ya no está dando tantos resultados. La patada en el callo alcanza incluso a quienes se declaran públicamente fieles seguidores del Partido Comunista. Aunque –vale la pena aclarar- no todos los callos son iguales… a ciertas alturas a nadie le pisan sus pies.

Con esta nueva ofensiva, el gobierno de Raúl Castro se enfrenta a una impopularidad creciente. Es cierto que al observar las ilegalidades penalizadas, resultan ética y jurídicamente inaceptables, pero respetando el estricto código penal cubano nadie podría realmente subsistir. Tolerar cierto grado de “cimarronaje” o transgresión constituye parte inseparable del aparato de sometimiento de un totalitarismo. Entre los gobernantes y los gobernados se establece un acuerdo sobrentendido que implica ceder impunidad en ambas direcciones. En un país donde el propio presidente ha debido reconocer que el salario no es la principal fuente de ingresos, las autoridades saben que apretar la mano contra los caminos paralelos de la sobrevivencia resulta a la larga un suicidio político. El contrato -no escrito- donde los ciudadanos fingen que trabajan mientras los gobernantes fingen que les pagan, está en crisis. La lucha contra la corrupción y las indisciplinas ha tocado a un sector dócil políticamente, pero muy amplio numéricamente.

Hace unos días, un vendedor ambulante de dulces y hasta hace poco fiel seguidor de la política oficial, se acercó a un activista de derechos humanos. Sin mucho preámbulo le espetó “quiero hacer declaraciones…”, dejando atónito al disidente, quien consideraba al cuentapropista un hombre del Partido Comunista. Pero los excesivos impuestos y las multas constantes lo han hecho cambiar de idea. “No me puedo parar en ninguna esquina a ofrecer mis pastelitos porque los inspectores dicen que como soy ambulante tengo que moverme todo el tiempo”. Parte del absurdo que prima en cada campaña estatal, se percibe también en estas redadas contra lo mal hecho.

A Catalina también le “pisaron el callo” cuando la policía le exigió los papeles del cemento y los ladrillos con los que estaban remodelando su vivienda. El origen ilegal de todos ellos la llevó a optar por ofrecerle un pago al oficial para que olvidara el asunto. Porque la lucha contra las ilegalidades no cuenta con que también los contralores, fiscalizadores y gendarmes necesitan sobrevivir. Todo tiene un precio. Saltarse una requisa de sanidad en un negocio de comida rápida le cuesta a su propietario entre 200 y 300 pesos convertibles. Un inspector del instituto de la vivienda es conocido como “Johny 1500” por imponer multas de esa cuantía, con la intención de que el sancionado le ofrezca una “mordida” de al menos la mitad del monto. La ofensiva anticorrupción genera nuevas formas de corrupción.

Por el momento, la alarma cunde, los mecanismos de aviso ante posibles supervisiones y registros se vuelven más sofisticados. Todos se pasan la voz de alerta cuando a un barrio o un centro de trabajo llegan “los malos”. Así se les llama ya a quienes se presentan armados con calculadoras, talonarios, cuños y el código penal. Vienen dispuestos a pisar los callos, muchos callos a la vez. Sin embargo, con cada pisotón el sistema castrista podría estar perdiendo un par de pies, muchos pies, donde apoyarse.

El País

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