Autora invitada: Mª Ángeles López Romero. Escritora y periodista, es redactora jefe de la revista 21 (la revista cristiana de hoy)
Los medios de comunicación de todo el mundo vuelven su mirada estos días hacia la Iglesia católica en uno de los fenómenos mediáticos del siglo. ¡Y gratis! Lo que -en un momento en que los creyentes nos hemos vuelto “desechables” y el discurso religioso ya no cala en Occidente- podría verse como una oportunidad inmejorable para lanzar una “ofensiva” de fe, como un náufrago lanza su mensaje en una botella. Sin embargo, lo que radios y televisiones concentradas en Roma transmiten, ¿qué es? No desde luego el mensaje de amor y justicia de Jesús de Nazaret. Ni la radicalidad de su compromiso con los más desfavorecidos o la urgencia de conversión a esos y otros valores recogidos en los evangelios.
En la plaza de San Pedro, asistiendo a la ceremonia del cónclave. Fotografía de Andreas Solaro/AFP
Lo que los medios transmiten estos días es una cadena de actos litúrgicos y políticos propios de una monarquía, destinados a la sucesión del pontífice fallecido (hasta ahora) o “renunciado” (por primera vez en la era moderna). Actos organizados conforme a una cuidada tradición con siglos de historia que, no obstante, no se remonta hasta la verdadera raíz del cristianismo, ni a los lenguajes, gestos, modos y maneras de su origen que es, no lo olvidemos, el sencillo maestro de Galilea. No. Más bien lo que podemos ver y oír en las pantallas de televisión nos retrotrae a la Edad Media.
Y a usos y costumbres, ropajes, escenarios y estilos tan alejados del hombre y la mujer de hoy, que se hacen incomprensibles para el ciudadano común y corriente. Incluso para el creyente formado y comprometido, que necesita un traductor para saber qué es un camarlengo y a qué se dedica ese señor.
Tampoco ayuda en términos teológicos ni puramente publicitarios ver sentados en primera fila a los hombres más poderosos del planeta, en lugar de aquellos, “los últimos”, de los que se rodeara Jesús. Hombres. Ese es otro de los mensajes indiscutibles que ofrece el cónclave: el de una Iglesia excluyente que segrega al 50% de su población (la mitad más activa y comprometida, todo hay que decirlo) de sus órganos de poder y decisión, que cierra también las puertas a los jóvenes, y que sigue mirando por la estrecha cerradura europea sin ofrecer una proporción más realista y justa de cardenales de otras latitudes.
Todos esos mensajes encierra el cónclave. Y con ellos ofrece también el mapa de ruta de las principales reformas que piden, aunque no sea a gritos, muchos cientos de miles de cristianos, miembros de esta misma Iglesia, que no se sienten representados por el estilo de su jerarquía. Reformas que democraticen de una vez por todas la avejentada estructura eclesial. Que la renueven y refresquen para que deje de oler a rancio. Reformas que garanticen la transparencia, porque solo desde ella se gana uno en estos tiempos la credibilidad. Reformas, también, que favorezcan el diálogo y el encuentro: con otras confesiones, otras religiones, con no creyentes, con la ciencia, con la cultura, con el mundo obrero, con la modernidad. Para ello, claro está, hay que abandonar el discurso prepotente de la posesión en exclusiva de la verdad, que divide y separa, para ahondar en los puntos y puentes de encuentro con una ciudadanía libre, madura, racional. Y dejar de jugar al doble juego de ser Estado, con banco y ejército, a la vez que reserva espiritual.
Reformas, en definitiva, que cambien la imagen oficial de la Iglesia por dentro y por fuera, para que permanezca lo esencial: la comunidad de hombres y mujeres que buscan seguir las huellas de aquel que pasó haciendo el bien y transformó para siempre la idea de humanidad.
Hay 4 Comentarios
Una mini-teoría económica del cónclave: http://abordodelottoneurath.blogspot.com.es/2013/03/las-chancletas-del-pescador-o-una.html
Publicado por: jesús | 12/03/2013 23:26:51
Muy buen artículo pero la Iglesia es más que el conclave
Publicado por: Aurora | 12/03/2013 21:31:32
Yo pienso todo lo contrario. Vaya artículo mas penoso. Los que somos cristianos de a pie, trabajadores y humildes deberíamos aprender de la fe, la humildad y el trabajo de estos hombre de Dios reunidos en el Vaticano.
Publicado por: juan | 12/03/2013 21:30:17
Fantástico artículo que define a la perfección la desilusión de los que nos consideramos cristianos de a pie, trabajadores y humildes. Menuda farsa, si Jesús apareciera de nuevo, haría como hizo con los fariseos del templo, sacarlos a latigazos. Realmente es cierto aquello de que "una iglesia que no sirve ( a los demás) , no sirve para nada"
Publicado por: David rodriguez | 12/03/2013 20:31:20