Autor invitado: Chema Caballero, ex misionero javeriano en Sierra Leona durante dos décadas, en la actualidad da clases en la universidad y asesora a ONG
Hace no mucho escribía una columna de opinión en una revista católica y un día se me ocurrió enviar un artículo que empezaba diciendo “la Iglesia de Madrid y, por emulación (o porque a la fuerza ahorcan) la del resto de España, está triste”. Estaba yo recién aterrizado en este país tras casi 20 en Sierra Leona y me sorprendió el miedo y el temor que se respiraba en el ambiente eclesiástico. El director de la publicación me telefoneó para pedirme que, por favor, cambiase el inicio del escrito para que el Cardenal Rouco, arzobispo de Madrid, no se viera aludido y “decidiese cerrar la revista”.
Un grupo de cardenales escucha al papa Francisco, pontífice número 266. Fotografía de Andrew Medicini/AP
Quizás esta haya sido una de las características de la Iglesia durante los últimos papados: una sucesión de condenas, acusaciones, juicios inquisitivos… que ha reducido a gran parte de los católicos a la obediencia ciega por miedo a caer en las iras de la jerarquía. Paralelamente hemos asistido al empoderamiento de los grupos católicos más conservadores y a la marginación e intento de exterminación de los que osasen pensar de forma diferente. Poco a poco, la Iglesia se ha ido reduciendo a liturgias, procesiones, novenas, exposiciones del santísimo y otros rituales cada vez más apartados de las necesidades diarias de la mayoría de los fieles y que casi han sepultado-bajo el humo del incienso, los cantos en latín, las riquezas de los ornamentos litúrgicos…- la opción fundamental de Jesús por el ser humano, especialmente por el que más sufre.
Esta, desgraciadamente, es la cara que más se ve de la Iglesia católica, la que normalmente recogen los medios de comunicación, la que la gente comenta en la calle o en los bares mientras toman un café y ven las bellas imágenes, servidas por la televisión vaticana, del desfile de cardenales camino de la Capilla Sixtina: una Iglesia muy lejana de las inquietudes de los hombres y mujeres del siglo XXI, una institución que solo busca privilegios, exenciones y prebendas, que nunca dialoga, que siempre condena, que se apoya en banqueros y políticos y por eso nunca critica, que relega a los pobres a la beneficencia de Caritas, que no practica la Justicia ni respeta los Derechos humanos en su seno…
Y sin embargo, existe otra Iglesia que casi resulta invisible pero que trabaja codo a codo con tantos otros colectivos para hacer de este mundo un lugar mejor y más justo para todos.