Por Mª Ángeles López Romero
Obra de la artista Sonia Mackay, algunas de sus obras se pueden encontrar en la galería madrileña Mad is Mad donde ha expuesto recientemnte.
Ustedes perdonen, pero soy creyente. Disculpen que mi religión y mi Iglesia hayan hecho barrabasadas a lo largo de la historia (también, no se olvide, muchas cosas buenas). Lo reconozco y lo crítico como el que más, pero aun así soy creyente. Como soy española aunque los conquistadores causaran un auténtico genocidio en América Latina y no me sienta precisamente orgullosa por ello.
Soy creyente, pero uso el pensamiento racional como cualquiera. Y me apasiona la ciencia. Claro que me creo la teoría del big bang y las leyes de la evolución de Darwin. Y claro que no creo que por hacer rogativas a la Virgen vaya a llover. O que Dios esté enfadado y nos haya mandado un terremoto para que, pobres pecadores, nos arrepintamos.
Soy creyente pero llevo a mis hijos a una escuela pública y laica. No me parece bien que la religión se convierta en asignatura obligatoria. Como preferiría que la Iglesia católica se autofinanciara o dejara de imponer sus ritos y su moral a quienes no comparten su credo. Ustedes seguramente pensarán que a lo mejor es que no soy una creyente al uso. Pero no es cierto. Hay muchos más como yo. Somos creyentes con todas las letras. Para nosotros, en contra de muchas opiniones que se vierten en este blog y este periódico, la religión no es opresora, ni castradora, ni alienadora. Hemos vivido y vivimos nuestra fe como algo enriquecedor, liberador, felicitante. Y no la entenderíamos ni aceptaríamos de otro modo. Por eso, desde nuestra libertad, somos creyentes en medio de una sociedad cada vez más secularizada.
Por desgracia, en estos momentos autodefinirse como creyente te sitúa automáticamente en una trinchera, de las muchas que nacen en este país al socaire de cualquier tema. Blanco o negro. Elige la trinchera en la que entrarás porque no hay posibilidad de término medio. Y así, se te atribuyen automáticamente comportamientos, opiniones, posturas, ideologías... sin posibilidad de explicarte, matizar, debatir. A golpe de tópico y prejuicio, con más o menos fundamento. Y lo mismo a la inversa, claro. ¡Cuántos católicos no piensan que un ateo es un degenerado o algo así!
Lo curioso es que cuando uno se sale por un momento de la trinchera y escucha lo que el otro tiene que decir descubre no pocas veces que no estaba tan lejos, no había tantas diferencias. Yo lo compruebo a menudo con mis amigos y familiares no creyentes. Encuentro que compartimos valores, que nos comprometemos por las mismas causas justas, que quizás lo hagamos desde puntos de partida diferentes, pero que lo que importa es que lleguemos a la misma meta. Si todos trabajamos por la construcción de un mundo más justo, más libre, más pacífico, da igual que yo lo haga siguiendo las huellas de Jesús y usted del humanismo que nace de la izquierda. Que como decía mi abuela, obras son amores y no buenas razones.
Yo, al corazón del mundo cuyo latido percibo en todas las criaturas, en lo más íntimo de mi ser le pongo mayúsculas y le llamo Dios porque así me lo han enseñado. Y ustedes no. Pero no significa que no lo sientan. Que no se estremezcan ante las grandes cosas que es capaz de hacer un ser humano o los “milagros” que nacen del amor. Que no se perciban a sí mismos en ocasiones como una pequeña parte de un todo infinito en el que podrían disolverse cuando se extasían ante un paisaje apabullante o una obra de arte inmensamente bella.
Quizás las palabras, tan manidas de tanto usarlas, nos impidan entendernos mejor, acercarnos más, encontrarnos en un punto de nuestras creencias o increencias más íntimas. A mí me gustaría que bajáramos las espadas, aparcáramos los prejuicios e intentáramos comprendernos mutuamente. Por eso he explicado los fundamentos de mi fe con palabras nuevas en un libro que se titula “Mamá, ¿Dios es verde?”.
Para que nadie tenga que pedir perdón por ser creyente ni por dejar de serlo.
Hay 1 Comentarios
Lo cortés no quita lo valiente, nuestra trinchera es la de la dignidad de las personas, el respeto al vecino, el respeto al diferente, la justicia social.
La verdad compartida, la solidaridad y el consenso.
Lo que no se acepta es la trinchera del engaño.
El timo moral, de quienes ocultos detrás de fundamentos teológicos confusos y sofisticados, intentan escamotear la responsabilidad social que todos contraemos ante nuestros iguales hoy.
Ese timo moral sofisticado, es el que se repele de forma abrumadora por la inteligencia del hombre y la mujer de hoy día.
Se entiende y se comprende el error humano, pero lo que no se acepta es el acoso moral desde la amenaza y la condena en nombre del credo.
Llevándose crudo debajo del brazo el sudor y esfuerzo de los demás por la cara.
Con un juego de manos, como hacen los magos en el circo.
Sabido es que no todo el mundo es igual, pero se condena el concepto esgrimido, desde el que se intenta someter la dignidad de las personas y su libertad a decidir y a elegir sus vidas y su destino.
Desde la legalidad y el derecho democrático.
Publicado por: Carmen | 06/06/2013 10:09:34