Autor invitado: Ramón Aguadero Miguel, profesor en la enseñanza pública. Voluntario en proyectos educativos en Mozambique. Pertenece a la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica)
Calle Larios. Exposición de Cáritas Málaga en la celebración del Corpus: nuevas formas de presencia pública de la Iglesia.
Hemos celebrado en estos días la festividad de Pentecostés; fiesta del laicado por antonomasia: la comunidad de creyentes que se siente animada por el Espíritu para anunciar y construir la fraternidad. Un laicado que se supone adulto y corresponsable en la misión y tareas de la comunidad eclesial de la que forma parte, tal como reflejaron los documentos del Concilio Vaticano II, en especial el capítulo IV de la Constitución Lumem Gentium y el Decreto Apostolicam actuositatem.
Precisamente la conmemoración del cincuentenario del Concilio ha dado lugar a múltiples encuentros y debates en torno a lo que éste ha significado para la Iglesia y para la sociedad, a su pertinencia y a los retos que nos sigue planteando para ser comunidades evangélicas, en un contexto religioso, cultural y social radicalmente distinto al de la época en que se celebró. Pues de lo que se trata no es de recordar sin más, sino de que la revisión de lo que supuso para la renovación evangélica de la Iglesia y de los temas que dejó pendientes, nos estimule a buscar caminos nuevos para ser Buena Noticia, en diálogo constructivo desde la opción preferencial por aquéllos a los que el actual sistema cultural y económico aboca a los márgenes de la exclusión y al sufrimiento. Algo así como ir concretando con coherencia radical ese deseo del papa Francisco de ser “una Iglesia pobre y para los pobres”.
Manifestación por otro sistema económico. La defensa de la vida también ha de incluir a las víctimas de la crisis.
Con la intención de contribuir a la reflexión sobre la dimensión social del Concilio, y sobre las interpelaciones que plantea hoy a un laicado adulto, la Acción Católica malagueña organizó a mediados de mayo unas conferencias que nos ayudasen a avanzar en esa doble tarea. De las ponencias presentadas, la de Sebastián Mora, secretario general de Cáritas Española, me ha parecido especialmente sugestiva. No sólo por la libertad manifestada, sino también por su lucidez en el análisis social y religioso del momento actual, y porque planteó con claridad y sin eufemismos las tareas sobre las que los cristianos deberíamos reflexionar y actuar urgentemente, siendo testigos de esperanza en la fracturada sociedad española, cada vez más vulnerable como consecuencia de las políticas de ajuste que estamos sufriendo.
Examinando los temas abordados, aparecen cuatro cuestiones de cuyo abordaje dependerá la significatividad y la aportación del laicado para hacer creíble el Evangelio hoy, y contribuir a la vez a la construcción de una sociedad menos desigual. Son éstas la formación, la espiritualidad, la participación en la vida de la Iglesia y el modelo de presencia de los laicos en la sociedad. Cuestiones que, por otro lado, no son nuevas, pero necesitan ser abordadas con creatividad y en diálogo con un mundo que tiene sed de trascendencia y de felicidad, pero al que nuestras formas caducas y mensajes condenatorios dificultan el conocimiento del potencial transformador del Evangelio.
La tarea primera sería recuperar el mensaje clave del Concilio de ser Iglesia en el mundo y para el mundo, de igual a igual, fijándonos más en lo que une que en lo que separa a las distintas personas y grupos que trabajan por la fraternidad humana. Asumir hoy que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los seres humanos de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1) significa dejar de creernos los únicos poseedores de la verdad absoluta y ponernos a caminar junto con otros por las periferias existenciales, dejando de condenar y superando determinadas visiones de la realidad que no son más que lecturas culturales del Evangelio que han de ser reinterpretadas hoy, con sentido común y bajo el prisma del amor y la misericordia. Y es este el punto de partida que debe asumir la formación del laicado: tener los ojos, el corazón y la mente abiertos al mundo; a la gente y a la creación entera. Unir fe, vida, discernimiento y pasión por la justicia mirando con los ojos de Jesús a un mundo radicalmente distinto y radicalmente vulnerable. Afrontando con honestidad, humildad y respeto las nuevas situaciones y dilemas en la sociedad que se está gestando en este cambio de época al que estamos asistiendo.
Plataforma ubriqueña en defensa de la escuela pública. Creyentes y no creyentes codo con codo por una educación inclusiva e igualitaria.
Esto implica también ir abriendo nuevos caminos a una nueva espiritualidad laical, que descubre autónomamente la presencia de Dios en esas situaciones. Superando, por tanto, esa tendencia a la clericalización de los laicos, considerados todavía demasiadas veces creyentes de segunda categoría, a los que no se les puede pedir más que una rebaja o un sucedáneo del modelo de espiritualidad por el que optan los consagrados. Olvidan los que así piensan que ha sido precisamente el ser “contemplativos en la acción” la fuerza que ha mantenido y sigue manteniendo vivo el compromiso de muchos militantes cristianos. Pues la vivencia personal y comunitaria de la fe en el Cristo liberador sigue siendo la fuente y la inspiración para construir relaciones fraternas, y sostén de una lucha por la justicia (construcción del Reino de Dios en lenguaje religioso) que sólo desde una experiencia de fe acepta los riesgos que dicha opción entraña.
En esta misma línea debemos seguir avanzando por concretar nuevos cauces de participación en la vida de la Iglesia. Donde desclericalizar no signifique dar el poder a los laicos, sino que todas las responsabilidades en la comunidad cristiana se ejerzan desde el servicio y la disponibilidad. Porque si esto nos lo creemos realmente, empezará a ser secundario si la persona en la que se piensa es clérigo o laico, soltero o casado, hombre o mujer… sencillamente será alguien al que se le solicita y asume libremente un servicio con su comunidad en función únicamente de su carisma.
Por último, queda por dibujar qué presencia de los laicos en el mundo de hoy. Conviven en nuestra Iglesia dos opciones contrapuestas: el cristianismo de presencia y el cristianismo de mediación. En una sociedad plural y en la que se difumina y se privatiza lo religioso, al socaire de la nueva religión del mercado y los aires relativistas de la posmodernidad, la apuesta clara de la institución eclesiástica ha sido la primera, fomentando un neotradicionalismo católico que centra su programa en la afirmación pública de Dios y en la defensa a ultranza de una concepción tradicionalista de la familia, que pone el énfasis en políticas en las que la defensa de la vida se ciñe casi en exclusiva al aborto y la eutanasia. En definitiva, y a pesar de utilizar para defender sus propuestas los textos del Vaticano II, una opción que da por fracasada la propuesta del Concilio frente a la modernidad. Sin embargo, del Concilio emanó otro modelo de laicado, de presencia capilar, como levadura en la masa, que asume el compromiso plural no indiscriminado en las mediaciones seculares (partidos, sindicatos, movimientos y organizaciones sociales…) orientado por los criterios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia, al servicio de la construcción comunitaria de una sociedad más justa y de la encarnación de la fe en la cultura. Modelo que ha dado sus frutos innegables, bien visibles en la transición española y en los primeros años de la democracia, pero que también ha de revisarse en el contexto de una sociedad que ya no es sociológicamente católica y que afronta nuevos problemas sociales en un ambiente cultural plural donde crece la indiferencia hacia el hecho religioso, y éste ni se intuye ni moldea las formas de vida de numerosas capas de la sociedad.
En este tiempo que nos toca vivir, marcado por una incertidumbre radical y una vulnerabilidad estructural en un mundo desigualmente inhumano, estamos llamados a superar como cristianos el miedo a equivocarnos y, como ciudadanos, esa impotencia colectiva que parecemos vivir y sentir los que aspiramos y trabajamos por otro mundo posible. Los laicos tenemos la responsabilidad de colaborar en esta tarea. Uniendo puentes y haciéndolo desde abajo, con la esperanza que nace de la confianza en lo que nos enseñan los que no cuentan a los ojos del mundo. Porque también hoy, los empobrecidos nos evangelizan.
Hay 4 Comentarios
Enhorabuena al autor por su trabajo y su perspectiva.
Publicado por: Jero Hernández | 26/06/2013 19:06:13
Sí es una pena... la gente suele confundir la Iglesia con la jerarquía de turno, y los medios de comunicación contribuyen continuamente a la desinformación, cuando suelen publicar "cualquier cosa" que diga la Conferencia Episcopal como si fuera la opinión de todos los católicos... así nos va... Firmado: una laica más.
Publicado por: Eva | 11/06/2013 12:14:51
Laicos somos todas las personas, que ejerciendo de padres, madres, esposas, esposos o hijos vivimos en nuestra vida diaria en sociedad un sentir cristiano.
La filosofía de la letra está entendida sobre el papel desde siempre.
Las personas se acercan al Evangelio desde la oración y su actitud personal.
Pero hasta ahí.
Quienes dirigen y organizan desde la exclusividad en materia de Fe es el clero.
Y es ahí en donde a la gente se les deja siempre en la otra orilla, creando una separación artificial bajo este sentido acuñado de Iglesia de dos velocidades.
El clero por un lado, con sus circuitos internos, su mundo interior, su administración.
Y por otro los laicos, la gente normal.
Y parece raro.
No ya que la mujer sea siempre relegada, apartada de cualquier aspiración en principio normal, a compartir deberes y derechos.
Sino que la batuta la lleve únicamente la élite.
Una élite que se auto regula internamente, sin que los demás, los laicos ni opinen ni digan esta boca es mía, y a la vista del tiempo que corre, del nivel de formación y de información actual.
Es que no parece normal, se ve añejo, descompensado.
Solo eso.
Publicado por: Onésimo | 11/06/2013 9:15:28
La religión católica sólo ha traido a este país rencor, desigualdad, caridad (que no solidaridad) y sostén a las clases privilegiadas. La primera bota sobre la esperanza de una sociedad igualitaria se encuentra en la tropa de las sotanas, más apegada al poder terrenal que al de un supuesto dios del que reniegan con sus actos a diario.
http://casaquerida.com/2013/06/10/la-democracia-de-los-insurrectos/
Publicado por: Tinejo | 11/06/2013 8:51:18