Desde hace semanas la Navidad comercial ha inundado nuestras calles y casas. No importa si eres cristiano, ateo o musulmán; si te gusta o te disgusta este despliegue de bolas y luces de colores. Es prácticamente imposible inhibirse a su influjo, aunque algunos la llamen solsticio de invierno para conjurar toda la carga religiosa que conlleva, y otros se marchen de viaje al Caribe para huir de la fiesta. Pero, aunque te enclaustres en casa como un ermitaño, basta que pongas la radio o enciendas el televisor para que te des de bruces con ella, si no se te ha colado ya por debajo de la puerta en forma de felicitación.
Y es curioso que entre los detractores de la fiesta están muchos creyentes. Sí. Se sienten traidores del verdadero sentido de la Navidad celebrando unos festejos que implican consumo desmedido y generosidades con fecha de caducidad.
Claro, es más fácil seguir adorando a un niño de porcelana que no llora ni reclama. Es duro convivir con el olor nauseabundo de la pobreza y la injusticia. Aceptar que tenemos en ella una gran responsabilidad. Que es tarea nuestra transformar esa realidad.
Qué alejado este discurso del oropel y la nieve artificial, ¿verdad? Sí, los creyentes hemos cedido a la ofensiva comercial como el que más. Hemos declinado nuestro compromiso con los otros. Hemos mirado hacia otro lado y le hemos dado al interruptor de las luces de colores sin dudar.
Y no es que esté mal poner un poco de alegría en medio de tanta tristeza cotidiana. Yo me declaro fan de los nacimientos y los árboles de Navidad. De los días de Reyes y el roscón. Pero, ¿no tendríamos que poner en esa alegría un poco de verdad? Pese a la crisis, los recortes y la rendición ciudadana a la limitación de derechos y libertades, hoy sigue habiendo motivo para la alegría. Basta echar un vistazo al ejemplo de tantas y tantas familias que están salvando las penurias a base de entrega y generosidad. Sí, aún hay hombres y mujeres de buena voluntad. Ciudadanos ejemplares en los que poder confiar. Aún hay motivos de esperanza que merece la pena saludar.
Y es que, precisamente, vivir la Navidad “como Dios manda” implica tener esperanza. Confiar en que siempre habrá una nueva oportunidad de hacer de este mundo un lugar más humano y cálido. De que cada año, cada día, puede nacer esa oportunidad.
Ojalá las luces y bolas de colores sean el reflejo decorativo de nuestro estado interior. Y no el maquillaje con el que encubrimos a duras penas nuestra desolación.
¿Que tú no eres creyente? No importa. Tú no verás a Dios donde lo veo yo. Pero seguramente coincidamos en la necesidad de empatizar con el que menos tiene, de concedernos mutuamente un poco de ternura, de abrir nuestros hogares y corazones al encuentro, de empezar de nuevo en esto de trabajar por la construcción de un mundo más justo, libre, solidario y fraterno. Y no sólo una vez al año, por prescripción del centro comercial.
Sí, también a ti, con todos los respetos y siempre que no te moleste, te deseo feliz Navidad de la de verdad.
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La Navidad es una fiesta cristiana que conmemora desde hace mucho tiempo entre los cristianos, el nacimiento de Cristo de un matrimonio sencillo.
Las personas han recordado la Navidad siempre según han podido, según las circunstancias, según se está o según se tiene.
La Navidad como un momento de esperanza.
El nacimiento de una persona lúcida, que se atrevió desde su conocimiento, a señalar la sinrazón materialista que envolvía a la sociedad de su tiempo, y enseñó otra alternativa de vida.
Desde el respeto a los valores de las personas.
Desde el ejemplo personal, ya que vivía acorde con lo que enseñaba, señalando donde estaban las faltas que atentaban contra el ser humano, ya sean hombre o mujer, niños o ancianos.
Contra la esclavitud, contra la idolatría de los poderes terrenales, contra los vicios y los engaños, contra el abuso hacia los débiles.
Hasta que lo prendieron y lo condenaron a morir en la cruz entre ladrones.
Los romanos lo ajusticiaron, pero la condena vino de los suyos propios que no reconocían a un profeta que se decía hijo de Dios.
Y los ponía en evidencia.
Que preferían a Barrabás libre, antes que dejaran en la calle al profeta, que se llamó a si mismo hijo de Dios.
El mensaje intacto sigue en pié, y la gente igual que antes sigue hoy igual de necesitada del mensaje.
Solo ha sido el tiempo y la modernidad la que ha ido sustituyendo el recuerdo de aquel momento de reflexión en otro de fiesta, y en jolgorio, algo que con el tiempo se vio normal.
La Navidad es el momento en que el ser humano se encontró a uno de los suyos, que aportó otra visión del mundo desde el derecho y el respeto de las personas.
Un cambio de mentalidad.
Desde esa óptica si es alegría, es camino y es avance, madurez y agradecimiento.
Cada cual desde la situación personal, puede reconocer ese momento sin tristeza.
Solidariamente.
Formando parte de conjunto enorme de gente que cada día más sintoniza con esas formas de entender la vida, a pesar de los extravíos y despistes sufridos por el camino.
La Navidad sigue volviendo cada año con un mensaje de esperanza para las personas.
Publicado por: Angelines | 17/12/2013 19:49:19