Por Ramón Aguadero
En la Iglesia hemos celebrado este fin de semana la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Las diversas actividades que las diócesis llevan a cabo en estas fechas intentan sensibilizar a la sociedad en general sobre el fenómeno migratorio en claves de acogida. A la vez, ponen de manifiesto la incuestionable multiculturalidad de la sociedad española y de las mismas comunidades cristianas.
La preocupación del Papa ante el drama de la emigración, en especial el eco mediático que han tenido sus palabras en la isla de Lampedusa, está ayudando a que la comunidad cristiana no ponga excusas y se interpele más radicalmente por esta situación, clamorosamente contraria a los valores del Evangelio y a los más elementales derechos humanos. En la carta pastoral escrita con motivo de esta jornada, Francisco pone el dedo en la llaga al insistir en que el drama migratorio es consecuencia de los valores que rigen la economía y las relaciones sociales y entre naciones. Y nos insta a implicarnos en la consecución de una equitativa distribución de los bienes de la tierra y en la tutela y la promoción de la dignidad de todo ser humano.
A los que acompañamos de cerca el día a día de personas inmigrantes la celebración de esta jornada nos mueve a hacer un llamamiento a la corresponsabilidad social. La realidad de las migraciones pide ser afrontada con solidaridad, compasión y justicia. Los “estragos” de la crisis, como muy bien nos ha recordado Cáritas en el último Informe Foessa, no sólo se ceban sobre los más débiles (donde se encuentra la mayor parte de la población inmigrante) sino que aumentan escandalosamente las diferencias entre pobres y ricos. Ante ello, es preocupante la criminalización e inculpación de la situación sobre las personas extranjeras. Crecen el racismo y la xenofobia, alentados por medios de comunicación que difunden visiones falsas y simplistas que culpabilizan al inmigrante y promueven que lo percibamos como una amenaza. “¡Nos quitan el trabajo!” Es la cantinela que se escucha con demasiada frecuencia. Informes como “Inmigración y Estado de bienestar en España”, de la Fundación la Caixa, ponen claramente de manifiesto la contribución que ha tenido y sigue teniendo la población inmigrante en el desarrollo económico y social de nuestro país. Otros documentos, como los elaborados por el Movimiento contra la Intolerancia, desmontan tópicos, con datos esclarecedores sobre su aportación a las arcas de la Seguridad Social, o sobre el falso discurso del cuantioso gasto sanitario que supuestamente ocasionan.
Determinadas medidas legislativas y el recorte del gasto social están contribuyendo a acentuar la vulnerabilidad de muchas personas inmigrantes. Ha crecido la irregularidad sobrevenida, al no poder renovar las autorizaciones de residencia y trabajo, y las dificultades para la reagrupación familiar. Tampoco podemos olvidar las trabas a su presencia y visibilización social, con el aumento, por parte de las fuerzas de orden público de los controles de identificación en los espacios públicos, en especial en estaciones de autobuses, intercambiadores y locutorios, y los intentos de control que han llegado hasta a las organizaciones que se ocupan de esta población, como la misma Cáritas, cuyos centros han sido visitados periódicamente solicitando información sobre los acogidos en esos centros. Llamativas son las trabas para el acceso al sistema sanitario de personas inmigrantes, incluso con graves dolencias, con casos de desatención a enfermos de SIDA o cáncer, que sólo la presión social ha conseguido sacar a la luz.
Afortunadamente, somos muchos los que seguimos apostando por construir una sociedad donde todos tengamos un lugar, iguales en dignidad y en derechos. Personas, colectivos y organizaciones que seguimos trabajando por una sociedad inclusiva y acogedora. En Andalucía, la Red Acoge, la Asociación pro-Derechos Humanos y las delegaciones diocesanas de migraciones, por citar a las de mayor recorrido histórico, hace años que denuncian el drama del estrecho y promueven la integración social de las personas inmigrantes. En la actual coyuntura, merece destacarse la Campaña “Cerremos los CIES”, y en particular, la magnífica labor que lleva a cabo el centro Pueblos Unidos de los jesuitas desenmascarando la situación en estas cárceles para personas cuyo único delito es ser extranjero y pobre. O la lucha mantenida en torno a la campaña “Salvemos la hospitalidad”, que ha llevado al Gobierno a retirar de su redacción las medidas punitivas y sancionadoras de la hospitalidad practicada “sin ánimo de lucro”.
Porque no podemos olvidar que detrás de las medidas legislativas y de las actuaciones que le siguen hay repercusiones sobre la vida de las personas. Repercusiones que, muchas veces, se traducen en sufrimiento y en muerte de inocentes. Como la de Samba Martine, fallecida en el CIE de Aluche el 19 de diciembre de 2011, enferma y sin haber sido diagnosticada, después de diez visitas a los servicios sanitarios del CIE.
Hechos como éste me llevan a recordar a los que gobiernan, especialmente a aquellos que hacen gala de ser creyentes y de estar a favor de la vida, que “todo emigrante es una persona humana y, como tal, posee derechos fundamentales inalienables que deben ser respetados por todos y en cualquier situación”. No lo digo yo, lo afirmaba Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate.
Termino este artículo mirando al sur, en concreto a la ciudad de Melilla, parte integrante de la diócesis de Málaga a la que pertenezco. Y lo hago tomando prestadas las palabras del arzobispo de Tánger, monseñor Agrelo, conocido por su implicación en la acogida de la población inmigrante subsahariana camino del sueño europeo: “No hay cuchillas que puedan intimidar más que el hambre y la miseria”.
Frente a la globalización de la indiferencia, tengo el convencimiento de que el reto más urgente que tenemos creyentes y no creyentes es poner en el centro de nuestro pensamiento y acción las necesidades de los últimos, y ser capaces de aunar esfuerzos para construir una sociedad más justa, una democracia más plena y un país más solidario.
Hay 8 Comentarios
Llevas mucha razón, se está despertando cierta xenofobia. Hoy en el trabajo comentaba una compañera que si tuviera una empresa solo contrataría españoles...algo así lo dice todo.
Publicado por: Isabel | 10/02/2014 22:12:51
Una perspectiva de la inmigración que invita a la reflexion, que nos humaniza, nos anima a compartir, a no mirar para otro lado...gracias al autor de este artículo por el analisis y por regalarnos su mirada ante el fenómeno migratorio...después de la lectura, la reflexión y la acción resultan obligatorias...
Publicado por: Beatriz | 05/02/2014 23:50:46
Hola maldita sea en contra de la verdad el látigo que azotó a Jesucristo la verdad la mentira el polo opuesto . La verdad busca encontrar ayuda necesita encontrar ayuda el opositor busca ayuda solución encontrarla no importa el deseo encontrarla la ayuda necesariamente indicar la verdadera necesidad
Publicado por: Francho | 26/01/2014 16:24:34
Se encuentra todo desbordado todo mimetizado cuando yo iba aL colegio cantabamos no te importe el color de su piel amalos como a hermanos. Se ha perdido cuando veas a un emigrante dirígete como a un compatriota. Es lo mejor que puedes hacer
Publicado por: Francho | 23/01/2014 20:35:36
Una reflexión muy interesante. Enhorabuena al autor
Publicado por: Jero Hernández | 22/01/2014 12:35:24
Los discursos contra la inmigración es el caldo de cultivo de nuestros peores instintos.
Os dejo un microcuento inspirado en el viaje de una amiga alemana al campo de concentración de Auschwitz.
Pinchen mi nombre si les apetece leer.
Publicado por: Sony Sato | 22/01/2014 10:40:12
1934-2014...UHP, habrá otros Octubres: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2014/01/1934-2014uhp-habra-otros-octubres.html
Publicado por: Marat | 22/01/2014 9:24:11
Los desajustes sociales, propiciados desde la dejación de las responsabilidades de la administración pública empujan a las gentes a la emigración.
Buscando mejores expectativas personales, ante situaciones de injusticias sociales que se ceban en los más débiles.
Las personas, hombre y mujeres huyen de la injusticia que los condena a la pobreza y a la miseria, huyen de la explotación pura y simple.
Que se les plantea como única vía de salida para sus vidas, desde posiciones de exclusión, quedándose fuera de las posibilidades del progreso.
Los emigrantes hombres y mujeres lo dejan todo porque nada tienen que les retenga o que les ate al lugar de origen, ni esperanzas por las que luchar.
Prefieren el desarraigo y la aventura de intentar buscar en otro sitio lo que se les niega en su tierra.
Esquilmados por arriba y por abajo, por quienes se aprovechan de ellos, y trafican con sus vidas.
Como si fueran mercancías de intercambio.
Las personas mercancías para ganar dinero.
Las personas esclavizadas.
Sin leyes ni justicia que las defienda ante la extorsión y el engaño institucionalizado.
En un deterioro social constante, ante el impune avance de la malversación y el engaño.
Indefensos.
Publicado por: Manises | 22/01/2014 8:58:38