Carlos Dada

Sobre el autor

Carlos Dada, periodista salvadoreño, es fundador y director de El Faro (www.elfaro.net), un medio reconocido por su independencia y su alta calidad. Dada ha trabajado en prensa, radio y televisión cubriendo noticias en más de 20 países. Es Knight Fellow por la Universidad de Stanford y ha sido galardonado con el LASA Media Award 2010 y el Maria Moors-Cabot de la Universidad de Columbia.

TWITTER

Carlos Dada

Archivo

julio 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
  1 2 3 4 5 6
7 8 9 10 11 12 13
14 15 16 17 18 19 20
21 22 23 24 25 26 27
28 29 30 31      

Que Dios bendiga a El Salvador

Por: | 20 de octubre de 2011

Estos días el cielo se nos desparrama. Llevamos diez con lluvia constante. El suelo saturado ya de agua. Treinta y dos muertos. Cincuenta mil personas que han tenido que abandonar sus casas y duermen en albergues. Y sigue lloviendo. Esto no para. Dicen los meteorólogos que debemos tranquilizarnos, que ya viene un frente frío que limpiará las nubes. Hace tres días el presidente Mauricio Funes salió, por fin, en cadena nacional, para culpar a los medios por exagerar las cifras. Que no son treinta y tres, solo treinta y dos los muertos. Que nos enteremos bien. Pero hoy no hablaremos de política. Salvo para decir que esto nos pasa todos los años. Y que, para ser honestos (nosotros, o sea tú y yo), en las últimas administraciones se han hecho esfuerzos por mitigar los riesgos. Y que si no fuera por estas obras los muertos hoy serían muchos más. 

Estudios de Naciones Unidas y del Banco Mundial determinaron que El Salvador es uno de los cinco países más vulnerables del mundo a desastres naturales. A deslaves, a inundaciones, a terremotos, a erupciones. Cuánta destrucción cabe en este pedacito de 21 mil kilómetros cuadrados. Los países vecinos están en condiciones similares. Guatemala: 38 muertos; Honduras, 14 muertos; Nicaragua, 12 muertos; Costa Rica, 5 muertos. Los damnificados y desplazados en el istmo suman más de 300 mil. Por una semana de lluvias. Hoy estamos todos en emergencia. 

Esta es lluvia queda, que no para, con una constancia que ya rompió registros históricos de agua.Mi colega en El Faro, Roberto Valencia, me ha ayudado a dimensionar el desparrame: La estación meteorológica de Huizúcar, a unos veinte kilómetros de San Salvador, ha registrado en nueve días más cantidad de agua que la que cae sobre Londres durante más de dos años. Y llegó cuando el suelo ya estaba bastante saturado.

Antes de esto, y como cada octubre, al menos un par de horas al día caía una tormenta fuerte. Estruendosa. De esas que solemos recibir aquí. De esas en las que el cielo de verdad se desprende de todo. De golpe. Es difícil que me comprendan, a menos que alguna vez hayan estado bajo una tormenta en los trópicos: Las nubes corren empujadas por un viento que aúlla. Nubes de plomo, pesadas, que a lo lejos se van desgarrando una por debajo de la otra. Las inferiores siempre corren más rápido pero arriba, arriba, varias capas de nubes van moviéndose más lento hasta que el cielo termina perdido en un gris eterno que permanece quieto. Y caen como látigos unas gotas gruesas que se van juntando en el descenso hasta que terminan convertidas en ríos que fluyen al ritmo de unos truenos estridentes. Cae la tormenta. Brusca, furiosa. Las nubes se han devorado el volcán y el valle de San Salvador se ha quedado sin referentes. 
DADAISTMO1

Aquí, al pie del volcán, me siento a escribir este blog, viendo la lluvia desde mi ventana. Las cortinas de agua opacan el paisaje. El martilleo de las gotas da paso a un sonido fluvial, armonioso, que comienza a invadirlo todo. El agua corre frenética por las quebradas que atraviesan San Salvador; y más allá, por la cadena de ríos de este diminuto país que no da para tanta agua. Y los ríos se desbordan y se llevan los caseríos de gente pobre que no encontró otro lugar para instalarse. Hoy son cincuenta mil personas en albergues. Cincuenta mil por diez días de lluvias. Tienen frío. Tienen hambre. 

La historia de El Salvador podría contarse como una sucesión de desastres. Hace algún tiempo, pasada otra tormenta, visité una escuela que servía de refugio temporal a cientos de personas que habían perdido sus viviendas asentadas en una comunidad llamada 10 de Octubre. La comunidad fue levantada por el gobierno de manera improvisada en 1986. !En 1986! El 10 de octubre de ese año un terremoto dejó más de mil muertos y decenas de miles de damnificados. Dos décadas después, las viviendas "temporales" para damnificados de ese terremoto, el de 1986, fueron destruidas por una tormenta.  "Y mire pues, aquí vamos de nuevo -me dijo resignada una señora, con tres hijos agarrados a sus piernas, entre las colchonetas tiradas en el suelo de un aula-. A saber dónde vamos a dormir mañana." 

DADAISTMO1.1El país se resigna a responderle que ella también se resigne. "Que Dios bendiga a El Salvador". Así cerró Funes su cadena nacional y así las cerraban sus antecesores. Pidiendo la bendición divina para un país que lleva el nombre más religioso del mundo: El Salvador. Pero si un griego, de aquellos politeístas que fueron la cuna de occidente, viera lo que nos pasa, pensaría lo contrario: que a saber qué le hicimos los salvadoreños a algún dios para que nos tenga así de jodidos. Vulnerables, asediados por la violencia, pobres, en una sociedad desigual y cruel… Algo, algo tuvo que haberles hecho alguno. O haberle. A un solo Dios. Padre todopoderoso. Creador del cielo que se nos viene encima.  

APÉNDICE CULTURAL: Es siempre igual. Pasa el desastre y las aves vuelven a apropiarse de la ciudad a pura garganta. Un médico gringo que estuvo aquí durante la guerra decía que le llamaba mucho la atención que, durante los enfrentamientos, entre las balas, los aviones y las bombas, los pájaros nunca se callaban. Y aquí siguen. Loros, pericos, zanates, colibríes, carpinteros, chiltotas, tucanes, zenzontles, torogoces y dichosofuis. Nunca se callan. Reafirman a gritos su propia sobrevivencia en un país de muertos. Muertos de desastres naturales, sí. Y del otro, el mayor desastre. Del que seguiré hablando. Pasa la tormenta: doce muertos. Ya no por las lluvias plomizas, sino por las lluvias de plomo. Plomo de verdad. O acuchillados. Macheteados. Violentados. También aquí, desde mi ventana, se escuchan las balas de cuando en cuando. Esta es la capital de uno de los cinco países más violentos del mundo. Que Dios bendiga a El Salvador

 

Ahí vienen los traquetos

Por: | 12 de octubre de 2011

Julián no se llama Julián pero es mejor no decir cómo se llama. Ya me entenderán por qué. Trabaja en el campo guatemalteco y ese es, al parecer, un lugar privilegiado para observar la meteórica invasión del narcotráfico en los últimos años. Un lugar privilegiado, si nos olvidamos por un momento de que los observados vienen armados y tienen una reputación poco saludable. 

Nos sentamos a tomar un café en un lugar discreto. Es una conversación informal que él abre quejándose, a sus cuarenta años, de que los tiempos han cambiado y que las cosas ya no son como antes. 

Ahora, dice, el sueño de las mujeres de pueblo es hacerse novia de un narco. Casarse con un narco. El crimen organizado ha penetrado tanto en Guatemala que los criminales no disimulan su ocupación. La presumen. Se pasean con el pecho forrado por cadenas de oro grueso; relojes de oro con diamantes; con carátulas de la virgen de Guadalupe o de la Santa Muerte. Son mexicanos o hablan como mexicanos. El cinturón con hebilla gruesa; la pistola a la vista. Con la cacha de oro. 

-Te sentás a beber con los amigos y de repente llegan en las camionetas. Con las pistolas de fuera. Y todo mundo dice: 'Ahí vienen los traquetos'

-¿Por qué les dicen así? 

-Pues porque usan unas armas que le hacen traca-traca-traca. 

Traquetos. Los problemas con las mujeres ahora tienen que ver con eso. 

-Es que si ya ves que un traqueto se le anda metiendo pues ya no le entrás, ¿verdad? Y ahora todas quieren andar con un narco.

-¿Y eso por qué? 

-Pues porque tienen dinero y tienen poder. Yo creo que es culpa de esas novelas que han salido: El Cartel de Los Sapos; La Reina del Sur; Las Muñecas de la Mafia. Han hecho a los narcos como unas figuras románticas y los narcos quieren ser como los de la tele. Y a las mujeres les parece atractivo, además de que se los agarran y ya se garantizaron la camioneta y la mansión. 

La invasión de los carteles mexicanos alcanza casi todo el país. Es tan extensa su presencia que parece mentira que entraron hace apenas tres años, cuando unos narcotraficantes locales contrataron a Los Zetas para matar a Juancho León. Y los mexicanos se quedaron. 

Julián conoció a Juancho León. Era un bandido local que hizo mucho dinero robando droga a otros cárteles. Julián lo conoció porque en los pueblos todos se conocen. Porque la oferta de bares y restaurantes es nula, y sus versiones rurales, los chupaderos y los comedores, se limitan a uno o dos, y ahí terminan todos juntos: Los narcos y los alcaldes y los comerciantes y los peones. 

-Juancho León era un tipo alto. Te imponía. Y llegaba a todos lados con cuarenta guardaespaldas. A veces nos sentábamos a chupar en La Laguna, que fue donde lo mataron. Era como un lugar de veraneo pues. Juancho era el dueño. Ahí se junta todo mundo. Y ya se sabía que venía el Juancho, por las camionetas. Llegaban como diez camionetas. Era un hombre malo. De mirada mala y de corazón malo. 

Los negocios, dice Julián, eran muy sencillos: Si Juancho León quería tus tierras te las compraba. 

-Te decía: 'me gusta tu finca. vendémela. Te doy un millón de dólares'.

-¿Y si no querías vender?

-Fácil: '¿No querés el millón de dólares? te mato'. Y como él con eso no bromeaba, pues le vendías. Si Juancho León le echaba el ojo a tus tierras, pues ya sabías que las habías perdido. 

Juancho León puso una clínica y una escuela. Se trajo profesores de francés para la escuela. En ese campo guatemalteco, cerca de la ciudad de Zacapa, hay niños que hablan francés. Gracias a Juancho León. Eso dice Julián.

Cuando vinieron Los Zetas primero quisieron negociar con él, le dijeron que pagara lo que se había robado. "Ahí los anduvo como un mes a todos. Se sentaba a chupar con ellos, a jugar cartas. Eran ya como amigos pues. Pero al mes se aburrieron y lo partieron en dos".

Ahí quedó Juancho León en La Laguna. En su propio balneario. Y los Zetas se quedaron. Y quieren acaparar todo. Al lado del negocio de Julián hoy hay otro negocio. Compran más caro y venden más barato. Así lo quieren sacar. Así lo van a sacar. Aunque terminen las tardes bebiendo todos juntos, Julián y los traquetos.  "Pues sí, al final esos son tus amigos, pero ya sabes que no duran mucho. Como a la mitad de los compañeros de chupa ya los mataron". 

Julián se queda pensando: "El narco se lo come todo. Tarde o temprano me va a comer a mi también". 

 

Noventa y cinco dólares la quincena por llevar un arma

Por: | 04 de octubre de 2011

7

Foto de Mauro Arias, El Faro.

Uno de los grandes privilegios del periodismo en países con tantos contrastes como los centroamericanos es que uno se mueve transversalmente en sociedades separadas por grandes barreras. Pocos trabajos permiten que uno hable un día con un funcionario de gobierno o con un empresario y al día siguiente con una señora de una comunidad marginal, un sacerdote que visita prisiones o un campesino que perdió su casa en la última tormenta.

Juan es un agente privado de seguridad. Lleva pantalones azules y una camisa manga corta, gris, con un escudo de seguridad. Porta una escopeta y una pistola y cuida un edificio de oficinas en una zona comercial exclusiva de San Salvador. Le faltan dos dientes que dice que perdió en una riña callejera, pero eso no le impide sonreír todo el tiempo. No tenía experiencia previa en materia de seguridad, pero buscaba trabajo y un amigo lo recomendó. Lo aceptaron después de un pequeño curso, del que salió convencido de que " disparar es muy fácil". Gana 95 dólares la quincena y no le pagan horas extras por turnos de 24 horas (por 24 de descanso) que a veces duran 48 horas porque no llegó el relevo. Es sorprendente que siga sonriendo el mismo día en que me cuenta que su hermana, que desapareció dos semanas atrás, ya ha sido encontrada: "Falta recuperar algunas partes del cuerpo, porque primero solo la cabeza encontraron y ya después apareció un brazo", dice con la mano aún en la escopeta. 

Uno de estos días me senté a hablar con un alto jefe policial salvadoreño, queriendo averiguar por qué este es uno de los países que más invierten en seguridad y es uno de los más inseguros del mundo. El Salvador gasta más del 11 por ciento de su Producto Interno Bruto en este rubro, casi el doble que el presupuesto para salud y educación juntos, y sin embargo es, junto a Honduras, el país con las más altas tasas de homicidios de América Latina. El comisionado hace cuentas: "El 80 por ciento del presupuesto de la policía se va en salarios, y lo demás una buena parte en combustible, reparaciones, alquiler de inmuebles etc… Seguimos pagando el costo de que ningún gobierno tuvo el ánimo de definir una estrategia de inversión en seguridad. Yo necesito más recursos, más dinero para investigar y para prevenir. Pero no es solo gastando en eso vamos a solucionar el problema. La relación no es presupuestal nada más, es una ecuación que tiene factores económicos y sociales muy complejos. Hay que invertir en otras áreas que también son responsabilidad del Estado". 

Pero mientras el Estado encuentra la manera de invertir en esas otras áreas, el sector privado se protege por otras vías. Pagando por vigilantes como Juan. El fenómeno comenzó en los años noventas, poco después de los Acuerdos de Paz, cuando las estructuras militares fueron depuradas y las policiales desarticuladas, dando origen a una nueva Policía Nacional Civil que le tocó vigilar un país con miles de hombres armados y desempleados. Con el paso de los años, y con una creciente percepción de inseguridad, el negocio de la protección fue creciendo hasta superar a la seguridad del Estado. 

Desde el origen de las ciudades-estados, los servicios de seguridad y justicia son los más públicos de los servicios públicos (aunque casi desde entonces ya se echaba mano de algunos servicios "privados" de seguridad). Pero desde hace unos años en Centroamérica la seguridad es cada vez más privada. Los empresarios salvadoreños dedican más del 10 por ciento de su presupuesto a protegerse, y hoy en este país hay 30 mil agentes privados y apenas 20 mil policías. En Guatemala es aún más dramático: hay casi cinco agentes privados por cada policía. En lugares con tremendas desigualdades, la paradoja se vuelve cotidiana. 

El último día de 2010, un agente privado que cuidaba un establecimiento de comida rápida en San Salvador tuvo un extraño pensamiento y se dirigió a un cliente que hacía fila para ordenar un pavo horneado. Sin decir nada, le disparó a menos de un metro de distancia. Cuando lo detuvieron, solo dijo: "Ahí está el muerto y ahí está mi arma. Yo solo me estaba defendiendo". Nunca explicó de qué. Unos meses después otro vigilante que también alegó defensa propia asesinó a un taxista en una gasolinera, porque este se negó a darle un dólar por estacionar su carro.Otro más fue detenido la semana pasada, poco después de matar a su compañero de trabajo mientras cuidaban el estacionamiento de un centro comercial. "Ya era algo personal", dijo, cuando le preguntaron por qué. 

La vigilancia privada es mucho más barata que la policial. Los empresarios no tienen que pagar equipos caros y sofisticados como los que usa la policía, ni formación de alto nivel, salarios y beneficios sociales, etcétera. Para ser policía se requieren estudiosmínimos de bachillerato, y los oficiales necesitan un título universitario. Para ser vigilante privado basta con tener estudios de sexto grado de educación básica y hacer un curso de una semana en la academia de seguridad pública. Eso si la empresa es legal. 

Las pruebas sicológicas no parecen prioritariasen los controles de las agencias de seguridad, pero el Estado tiene poca capacidad de actuar contra ellas dado su poder político y económico. Desde hace algunos años, este negocio ha estado en manos de empresarios muy cercanos a los partidos políticos o ex militares. Muchas de las agencias son ilegales y por tanto tampoco cumplen con los requisitos que la policía exige a los agentes privados. Lo mismo sucede en Guatemala y en Honduras. Son tres países con altísimos niveles de violencia, donde abundan los homicidios y las extorsiones. Claro, el problema con la seguridad privada es que solo protege a los que pueden pagarla. 

En marzo de este año, dos jóvenes riñeron en una avenida de San Salvador, a pocos metros de un establecimiento custodiado por un agente privado. Uno de los chicos sacó un cuchillo, y lo clavó varias veces en el abdomen de su rival. Herido, el acuchillado cayó y se desangró hasta morir. El otro huyó sin prisa. El vigilante, escopeta en mano, observó la escena. Cuando le preguntaron por qué no intervino, dijo: "A mi solo me pagan por cuidar aquí". 

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal