Carlos Dada

Don Gato y su pandilla

Por: | 23 de noviembre de 2011

Ahí están. Pardos. Manchados. Sucios y juguetones. Con la cabeza en alto en las afueras del centro psiquiátrico de San Salvador. En un lugar en el que al menos la mitad de la gente camina cabizbaja y triste. Y ni los nota. Son gatos. Muchos gatos. Callejeros diría uno. Son los gatos del psiquiátrico de máxima seguridad. Los que vieron entrar al hombre con la mirada fija que observa desde el otro lado del espejo, con el ceño tenso, con la boca flácida, el cráneo blando y cerebroide, que mató a un sacerdote que lo quiso exorcizar. O a la señora esquizofrénica que mató a su propio hijo y que cree que habla con él por teléfono y todos los días llora y grita que quiere salir para irlo a ver.  Los gatos siempre están ahí. Comen del basurero donde terminan los desperdicios de los enfermos y no se inmutan cuando uno los mira. Ahí están a salvo. 

Las ciudades centroamericanas están llenas de gatos y de perros callejeros. De esos seres sin dueño que deambulan en grupos. La gente los persigue, los apedrea y los insulta por no tener cadenas y de vez en cuando, muy de vez en cuando, la municipalidad los recoge y los sacrifica. Pero esa es la suerte de vivir en países pobres, que el presupuesto para la perrera y gatera no es la prioridad. Que pueden vivir en la calle y perseguir a su antojo carros, agazaparse detrás de un árbol o brincar de tejado en tejado. En San Salvador hay miles de perros y de gatos callejeros. Y en Tegucigalpa, y en San Miguel, y en Granada y en Alajuela y San Pedro Sula y Quezaltenango y Roatán.

En Nueva York, en cambio, no hay perros callejeros. Un perro sin cadena es un condenado a muerte. Encontré un archivo del New York Times de 1908, que consigna que en ese año 150 mil perros callejeros deambulaban por Nueva York. Una fiebre masiva (una histeria colectiva) se desató tras la muerte de William H. Marsh, mordido por un perro rabioso. Los neoyorquinos entraron en shock y la ciudad comenzó la eliminación sistemática de todos los perros sin dueño o sospechosos de hidrofobia. Hoy todos van encadenados y sus amos llevan guantes de plástico para recoger sus heces. A cambio solo tienen que aprender a no ladrar. Y eso es lo que los perros están programados genéticamente para hacer: ladrar. En Nueva York los perros no ladran. Ni siquiera cuando se encuentran en la calle. El que tiene dueño lo tiene a su servicio. El que no tiene dueño está condenado a la inyección letal.  

En México y Centroamérica, mi generación creció con las caricaturas de Hanna Barbera y de Warner Brothers. Había una de gatos que vivían, paradójicamente, en Manhattan. Don Gato y su Pandilla (Top Cat en inglés) contaba la vida de un grupo de gatos callejeros cuyo jefe se las sabía de todas todas para sobrevivir en la ciudad, pero terminaba siempre pasándose de listo. Doblada al español por mexicanos (los mejores del mundo para doblar películas y caricaturas), nos proporcionaron años de entretenimiento viendo a Benito Bodoque, al tartamudo Demóstenes, a Panza y a Cucho el Yucateco pelear con Matute el policía. Todavía, de vez en cuando, en alguna noche de trivia, alguien recuerda a Arabela y a Laszlo Loszla. No sé cómo pasamos tantos años viendo una serie que tuvo apenas 30 episodios, pero fue de esas caricaturas que marcaron a mi generación. Que la vimos y la disfrutamos más que los estadounidenses porque, a diferencia de ellos, nosotros sí teníamos gatos callejeros y muchos hombres vividores con la picardía de esos gatos. A diferencia de ellos, nosotros seguimos teniendo gatos y perros callejeros. Aunque la gente los apedree o los agarre a patadas o desquite con ellos el estrés que provoca vivir en ciudades violentas, hambrientas, desordenadas y atascadas. 

Hace unos días estuve en Estambul. Ahí los perros y gatos mandan en la tierra como los cuervos en el aire o las medusas en el Bósforo. Se sienta uno a comer y se acercan sin miedo, con la actitud de los patrones, y lo miran a uno recordándole que es obligatorio compartir el pan con ellos. Entra uno a una mezquita y se encuentra un gato de lo más tranquilo observando, sobre la alfombra, cómo los creyentes oran hacia Meca o lo turistas miran a los que oran. En la Mezquita Azul, en Aya Sofía, en Camlica y hasta en los botes que sirven de buses acuáticos. Los gatos tienen vía libre para estar donde se les antoje. Y los perros para pasear por toda la ciudad.

Gato

Los habitantes están tan acostumbrados ya a estas colonias de perros y gatos callejeros que hay parques en los que les llevan comida y les construyen refugios contra la lluvia y la nieve.

El Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, ha escrito sobre los perros de esta ciudad: "Todos se parecen, sus abrigos todos del mismo color para el cual nadie tiene un nombre -un color entre gris y carbón que no es ningún color… Cuando el ejército lleva a cabo un golpe de Estado, es solo una cuestión de tiempo antes de que un general mencione la amenaza de los perros; el Estado y el sistema escolar han lanzado campaña tras campaña para retirar a los perros de la calle, pero ellos siguen vagando libres. Temerarios como son, unidos como han sido en su desafío al Estado…"

Los que yo vi creen haber ganado la batalla y tienen la actitud de aquellos que viven sin peligros. Que saben que nadie les hará daño. Los perros y gatos de Estambul son amos y señores de la ciudad. 

En El Salvador existe una prisión llamada Mariona. Tiene, en teoría, capacidad para albergar a 800 reos. Ahí están encerrados unos cinco mil hombres, a razón de más de treinta por celda. Solo ellos saben cómo han hecho para dormir. Le han puesto extensiones a los tres camarotes, de tal manera que duermen dos en cada colchoneta, más uno colgando en una hamaca hechiza arriba de esos dos. Así en cada nivel del camarote. Abajo, y gracias a las extensiones de las patas, caben dos en el suelo. Es decir, 8 por camarote. Por tres camarotes son 24. Los demás, según van ingresando a la cárcel, se van ubicando en el suelo. El colchón es por derecho de antigüedad o por estatus criminal. A las seis de la tarde comienza el encierro. Del frenesí que se vivía en los patios una hora antes ya no queda nada. Va cayendo la noche y el silencio se comienza a apoderar de la prisión. Apenas interrumpido por gritos desesperados de alguien a quien le cuesta adaptarse a la prisión. En el patio apesta a orines y basura. Los hombres están todos encerrados. Ya no hay nadie afuera. Nadie, salvo una colonia de gatos que deambula por el recinto presumiendo su libertad de movimiento. Son los gatos de Mariona. Son la envidia de los reos.   

Apéndice Cultural: Hoy decidí escribir sobre perros y gatos porque pensé que, en la actual condición de los españoles, con cinco millones de parados y al menos siete millones de deprimidos por el resultado electoral, vendría bien hablar de otra cosa que no sea crisis. Un abrazo. 

 

 

Hay 12 Comentarios

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Me ha gustado majo. Por cierto, yo he vivido en Granada Nicaragua unos cuantos años y sí, hay muchos perros callejeros pero no ladran, ni exigen. Si les das algo lo toman, si no, se van. En Nicaragua ni los perros ladran ni los bebés lloran. Sólo ladraban los míos, perros consentidos por la comida diaría y la seguridad de saberse defendidos

Con ese título "Don Gato y su pandilla",entré a leerte con todas las luces encendidas. Tanto quiero a esa serie -de la que apuntan que solo hubo 30 capítulos - que adopté "don gato" en mi dirección.Soy gatera perrera de alma. Agradezco a quien, como tu, nos brinda esos paralelismos entre el destino de los animales y sus vecinos humanos. En casi todos los países hay mucho animal abandonado.Ellos son las primeras víctimas de las crisis, y en especial los perros de mayor tamaño.Cordiales saludos.

DADA NO SERÁS FAMILIA DE PATRICIA FUMERO DADA QUE TUVIERON QUE DESPEDIR DEL MUSEO NACIONAL DE COSTA RICA PORQUE ACUMULABA PIEZAS PREHISPÁNICAS HASTA EN LOS CUARTOS DE BAÑOS.
LA DESGRACIA ES QUE LAS ATROCIDADES SÁDICAS DE CENTROAMÉRICA NO SON SÓLO CONTRA LOS ANIMALES TAMBIÉN CONTRA SU PROPIA GENTE.
POBRESITOS

PUES VAYA DOS EJEMPLOS DE TOLERANCIA ANIMAL…
UNO QUISIERA SER CIEGO PARA NO VER LAS BARBARIDADES QUE HACEN CON GATOS Y ANIMALES EN CENTROAMÉRICA…
http://junglerias.blogspot.com/2011/10/paris-rise-up.html

Creería yo que la foto de Estambul, mas que la intención de retratar al gato, fue hecha para retratar a la chica del abrigo blanco.
Ojala le hayas preguntado el nombre y su numero telefónico.

Carlos, gracias por la cápsula cultural y por tu noble intención para la distracción ajena, pero por favor, ya no nos hablés de gatos, ni de chuchos, ni de zompopos.
Queremos que nos platiqués de otras cosas.
¡Un abrazo!

Es curioso que el vocablo "Dada" tiene muchos significados que giran en torno a "Nada" es decir, lo que no tiene sentido y sin embargo el apellido del articulista es Dada, que escribe con mucho y buen sentido. En efecto, en referencia a la cárcel,en El Salvador, está claro que es un sin sentido la condición carcelaria que padecen los presos y que por ironías de la vida los gatos al menos tienen libertad para hacer lo que les viene en ganas. Sería interesante que un pintor del dadaismo (del siglo XX) reflejase la ausencia de humanismo que registra ese antro anti-humano.

Esta vez se te perdona haber desperdiciado esta tribuna. Si vuelves a hacerlo, costará más digerirlo.

Tan solo queria recordarte Carlos, que olvidas los perros manifestadores de Atenas y Santiago. Siempre estan contra la policia. Por algo sera.

Muchas gracias!

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Sobre el autor

Carlos Dada, periodista salvadoreño, es fundador y director de El Faro (www.elfaro.net), un medio reconocido por su independencia y su alta calidad. Dada ha trabajado en prensa, radio y televisión cubriendo noticias en más de 20 países. Es Knight Fellow por la Universidad de Stanford y ha sido galardonado con el LASA Media Award 2010 y el Maria Moors-Cabot de la Universidad de Columbia.

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