Amnesia. El Salvador siempre ha padecido amnesia. A veces por traumas que el subconsciente nacional bloquea. Olvida. No hay tiempo para eso. A veces porque las dosis de calmantes que se le administran son tales que no dejan espacio para la memoria.
Hace 20 años, el 16 de enero de 1992, los hombres que durante doce años nos hundieron en la locura de la guerra se sentaron a firmar la paz. Con ella vino también una amnistía para evitar que los criminales, los asesinos, los torturadores, se sintieran amenazados y rompieran el proceso. Y la patria se vistió de gala para la fiesta de la paz y bailó con la muerte de sus hijos.
A partir de entonces a las madres que buscaban a sus hijos la patria les regañó y les amenazó con la conciencia nacional: no podemos mirar al pasado. No podemos reabrir las heridas.
Pero es que las heridas no estaban cerradas. Es que la paz la firmaron los guerreros y la amnistía no pidió la opinión de las víctimas y de sus familiares.
Es que, ya pensándolo bien, era complicado. Porque la Comisión de la Verdad que investigó los crímenes de guerra estableció que el 90 por ciento los había cometido el ejército y que el fundador de ARENA, el partido que gobernaba El Salvador y que lo siguió gobernando durante 20 años, había sido también el autor intelectual del asesinato de Monseñor Óscar Romero y también el organizador de los Escuadrones de la Muerte. Es que, en esas condiciones, era difícil esperar que el poder cultivara la memoria.
En los años que siguieron, la misión fue obviar el pasado y la consigna no reabrir heridas. La celebración de los acuerdos de paz se convirtió, en el mejor de los casos, en la glorificación de los nuevos tiempos y la decisión de no volver al pasado. La paz, decían todos, consolidó nuestra democracia y salvaguardó nuestras libertades. Pero no decían que esa paz no nos devuelve a los muertos para que los enterremos como dios manda. De eso no querían hablar. Durante dos décadas.
Foto: Mauro Arias, El Faro
Entonces Mauricio Funes, que durante su campaña nos prometió el cambio y que en los primeros dos años y medio de presidencia es quien más ha cambiado, se acordó de un par de cosas y se fue a conmemorar los 20 años de la firma de la paz al escenario más macabro de la guerra: El Mozote. El caserío que le dio nombre a la masacre perpetrada en 1981 en siete pequeñas poblaciones del nororiente de El Salvador. Un batallón del ejército llamado Atlacátl mató a casi mil personas, la mitad de ellos niños y el resto, casi todos, mujeres y ancianos (Es un batallón conocido en España por haber asesinado, en 1989, a seis sacerdotes jesuitas, a una empleada y a su hija en la UCA. Un caso reabierto en Madrid y en proceso en la Audiencia Nacional).
Ahí en El Mozote, rodeado de soldados del Estado Mayor, Funes dijo haber ordenado al Ejército revisar su interpretación de la historia y dejar de enarbolar y de presentar como héroes a quienes participaron en crímenes de lesa humanidad.
Nombró particularmente a los perpetradores de la masacre: Al coronel Domingo Monterrosa, un hombre que el ejército venera, que ha dado su nombre a la Tercera Brigada de Infantería y que es adulado en el museo militar. En los caseríos que rodean El Mozote, en cambio, Monterrosa es recordado como el comandante del Batallón Atlacátl que ordenó aquella barbarie de tres días en 1981, una masacre que el Estado salvadoreño negó hasta el final de la guerra y que hoy es el símbolo latinoamericano de la atrocidad. El Mozote. (Monterrosa murió durante la guerra, en un atentado perpetrado por la guerrilla.)
Pasó lo que tenía que pasar: los que ayer pedían amnesia sacaron sus tambores de guerra y se pusieron frente a su armario para evitar que comenzaran a salir los fantasmas.
El general Mauricio Vargas, firmante de los acuerdos de paz, dijo en televisión que el informe de la Comisión de la Verdad era "una grosería" para la Fuerza Armada; y la paz que había llegado a celebrar junto a la ex comandante guerrillera Nidia Díaz terminó en una ácida discusión sobre quién había cometido más crímenes durante la guerra.
El coronel Sigifredo Ochoa Pérez, ahora candidato a diputado, amenazó al mandatario: "¿Qué quiere pdte. Funes? ¿Guerra de nuevo? Yo como Soldado estoy listo para defender nuestra Patria".
Las expresiones de este tipo no son algo generalizado, son solo muy ruidosas. En realidad no pasará mucho. Los criminales podrán pensar que están evitando que se rasque en el pasado, pero es un espejismo cruel. La historia se encarga siempre de poner las cosas en su lugar. Ellos creen que evitando que se haga ahora habrán conjurado al destino. Habrán dictado su propio capítulo. Pero cuando mueran ya no tendrán tiempo de dar su versión y nos quedarán solo los huesos desenterrados y la voz de los fantasmas, que van a salir del armario. Y van a hablar. Y van a reescribir ese capítulo y los criminales ya no podrán tener monumentos ni homenajes. Eso va a pasar. Tarde o temprano.
Con su sencillez de campesino, curtido por el peor de los horrores y la cotidianidad de la pobreza, Antonio Pereira contó hace poco, por primera vez, lo que vio en el caserío Los Toriles, uno de los siete que ardieron aquella maldita noche. Logró escaparse y se mantuvo escondido en el monte, y desde ahí atestiguó cómo los soldados mataban a toda su familia: "Es duro estar viendo que le estén matando la familia a uno. Cuesta aguantarse. Después de que los ametrallaban les tiraban granadas, destrozándolos más de lo que los habían dejado con las balas… Yo quisiera que hubiera justicia para esa gente que lo hizo, porque fue mucho lo que hicieron. No se le olvidan las cosas a uno". No. No se le olvidan.
Hace tres días, el 16 de enero, en El Mozote, habló también la señora Dorila Márquez, sobreviviente de aquella masacre. Comenzó el recuento de sus seres queridos que perdieron la vida en el operativo del Atlacátl: su esposo, sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos… huesos que esperan aún ser desenterrados. Huesos que a ella le impiden olvidar. No pudo con ella la amnesia oficial. Lo dijo muy claro el lunes pasado: "A 30 años de este horror sigue la impunidad. ¿Dónde está la justicia? Queremos perdonar, pero tenemos que saber qué y a quién".