Carlos Dada

Sobre el autor

Carlos Dada, periodista salvadoreño, es fundador y director de El Faro (www.elfaro.net), un medio reconocido por su independencia y su alta calidad. Dada ha trabajado en prensa, radio y televisión cubriendo noticias en más de 20 países. Es Knight Fellow por la Universidad de Stanford y ha sido galardonado con el LASA Media Award 2010 y el Maria Moors-Cabot de la Universidad de Columbia.

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"¡Dios santo... y cómo gritan!"

Por: | 16 de febrero de 2012

El video no muestra mucho. Grabado a la distancia con un celular, apenas deja ver una galera ardiendo en llamas. Casi no se mueve el cuadro. Un plano general con el fuego al centro contrastando con la noche oscura. Nada le hace competencia. Es imposible saber, por el video, que adentro de esa galera que vemos ardiendo está sucediendo la peor noche del siglo en una cárcel latinoamericana. Que el que mira atestigua en vivo la muerte de 377 reos.

Como también es imposible que estas letras y las cifras definitivas y las declaraciones de los funcionarios representen mejor que este video la tragedia humana de esa noche. Se escucha la voz del que graba desde un balcón, a cientos de metros de la prisión. Habla con alguien. Probablemente haya dos personas más ahí. Dos mujeres. La voz del que graba es la de un hombre joven que habla desde ese balcón desde el cual observan a lo lejos el incendio y escuchan gritos desesperados de los que están muriendo. "Dios Santo", dice la voz. "Dios los perdone a todos". Desde el fuego, entre los alaridos se escuchan ráfagas, un disparo tras otro, una y otra vez. "¡Dios Santo... y cómo gritan! Señor, por favor, socorrelos", dice la voz. Es eso lo que humaniza lo que vemos. La voz de una persona contra una imagen que no dice mucho por sí sola. Es el sonido de este narrador, y los gritos de los que están muriendo, aunque no los veamos. "Pobrecitos". De pronto el narrador repara en que algunos reos pueden estarse escapando, y pasa de la compasión al miedo. Dice una última frase, antes de cortar el video: "Metele seguro al portón, yo creo que no tiene seguro". 

Horas más tarde sabremos el recuento provisional. 377 muertos y siguen contando en los hospitales. De uno en uno. Trescientos setenta y siete cuerpos carbonizados. Trescientos setenta y siete muertos en una prisión con capacidad para 250 reos. Debajo de las llamas había ahí 850 prisioneros hacinados en las celdas. Casi la mitad terminaron calcinados. "No los pudimos sacar porque estaban encerrados y no pudimos encontrar al guardia que tenía las llaves", dijo al Canal 6 local un bombero de Comayagua. Encerrados murieron. 

Honduras tiene 24 prisiones, con capacidad para 8 mil reos. Tiene la mayor tasa de homicidios del mundo y una de las tasas de impunidad más altas del continente, y aún así hay unos 12 mil 500 reos en el sistema. Estas son las cifras oficiales. Tres donde van dos. Seis donde van cuatro. En las mismas paredes. No tiene siquiera sentido hacer la cola para ir al baño porque nunca se llega, así que la prisión entera es un baño. Un baño público. En Comayagua o en Pavón, Guatemala, donde las autoridades ejecutaron a varios prisioneros en 2006. Aquí no. O no sabemos.

Las primeras hipótesis oficiales apuntan a un cortocircuito. El jefe de bomberos dice que llegaron a tiempo, pero... "Llegamos 10 minutos después de que comenzó el incendio en la cárcel, pero no entramos de inmediato porque los guardias nos lo impidieron". Los guardias dicen que querían evitar una fuga y estaban respetando protocolos. 

En el colmo del surrealismo tropical, un funcionario hondureño dijo en televisión que vendrían el lunes a San Salvador para aprender cómo había hecho El Salvador para descongestionar las prisiones. Podría ahorrarse el viaje. El Salvador tiene el doble de reos, es decir 25 mil, para la misma capacidad instalada, 8 mil. El sistema penitenciario salvadoreño está tan saturado que se necesitan 143 millones de dólares para duplicar la capacidad actual. Es decir para construir cárceles y mejorar el sistema de tal forma que quepan 16 mil reos. Y hay 25 mil.

El sistema está tan congestionado que ahora los presos condenados son llevados a las bartolinas temporales de la policía, mientras se abre algún espacio para ellos en las prisiones. En las bartolinas el hacinamiento es mayúsculo. Y tanto que los condenados ruegan ser trasladados a una prisión. 

Las cárceles en este pedazo del planeta son una bomba de tiempo. Solo pueden ser controladas con inteligencia. Es decir, controlarlas significa saber que están planificando el asesinato de un reo para trasladarlo a tiempo a otro penal, o interceptar un plan de fuga o mover a líderes de bandas rivales o, como ya se hizo en El Salvador, destinar prisiones exclusivamente a miembros de una pandilla, para que no convivan con los de otra. 

Después de escuchar al funcionario hondureño anunciado su visita, una amiga escribió en tweeter: "Ojalá que no venga a dar consejo sobre cómo descongestionarlas".

Las prisiones son una bomba de tiempo. Una de ellas estalló la madrugada del miércoles en Honduras. Son muchos los que se alegraron. Los que expresaron en las redes sociales su alegría por la muerte de 377 seres humanos. Los que piden hoy la pena de muerte para los delincuentes. Los que no tienen ya voluntad de razonar siquiera sobre la capacidad del sistema judicial para determinar con certeza culpabilidades. Los que aplauden por "400 problemas menos" para el país como aplaudieron en 2004 por el centenar de muertos en otro incendio en otro penal hondureño, el de San Pedro Sula. Para ellos, el video del fuego en la cárcel de Comayagua tiene un mero valor estético. Trescientos setenta y siete muertos. Más los que caigan esta noche en el hospital. 

 

  

 

El País

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