En la última etapa de su vida, Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) realizó en su villa del sur de Francia un jardín revestido de azulejos que dedicó a los novelistas, en particular a sus autores favoritos: Cervantes, Dickens y Balzac, los tres que presiden el portón de entrada.
Fontana Rosa pertenece desde 1990 al Patrimonio Histórico francés. Está en Menton, "el lugar más bello y poético de toda la Costa Azul" para el escritor valenciano. Una ciudad muy pequeña, junto a la frontera italiana, que había pertenecido al principado de Mónaco y se anexionó a Francia en 1860. La villa de Blasco Ibáñez, abandonada prácticamente tras su muerte y requisada por los ejércitos italiano y alemán durante la Segunda guerra mundial, fue vendida a un promotor inmobiliario en los años setenta. De sus dieciséis mil metros cuadrados el municipio pudo recuperar cinco mil, ocupados en su mayor parte por el jardín, que poco a poco está siendo restaurado y se puede visitar.
Para los franceses Fontana Rosa es un jardín español, yo diría que interpretado a la francesa, a la manera del parque de María Luisa en Sevilla y de tantos otros, públicos y privados, que Jean-Claude Nicolas Forestier realizó a principios del siglo XX en Cataluña y Andalucía. A mitad de camino entre el regionalismo historicista, tan de moda en la época, y la arquitectura neocolonial, con columnas, escaleras, bancos de obra, estanques, fuentes y grutas, revestidos siempre de azulejos policromados, Fontana Rosa es como un gran decorado acorde con la personalidad de su creador. O al menos, con la forma en que lo retrata Josep Pla: "Era un hombre absolutamente rodeado de gloria, no de una gloria académica, sino popular, dilatada. Era rico, ruidoso, importante, y su nombre volaba de un continente a otro. Un hombre fabuloso, desorbitado".
Sobre un alto pedestal, un busto de Cervantes, realizado por el escultor ruso Léopold Bernstamm, ocupa el lugar de honor. A su espalda se alza el belvedere alicatado con escenas del Quijote fabricadas expresamente en Manises. Por todas partes los azulejos eclipsan a la vegetación multiplicando en su colores la luz del jardín. Un jardín inspirado quizá en el de su amigo Joaquín Sorolla y que Blasco Ibáñez conocía bien. Parece que fue precisamente en su estudio donde se enamoró de Elena Ortúzar al ver el retrato que le estaba haciendo Sorolla.
Dicen que los mejores limones del mundo se cultivan en Menton, un lugar exclusivo, salpicado de grandes villas y pequeños hoteles de reposo, frecuentado por aristócratas rusos en los meses de invierno y británicos ricos, en cualquier época del año. Su clima privilegiado, casi subtropical, lo convertía además en un destino perfecto para enfermos de tuberculosis.
Uno de ellos era Katherine Mansfield que en 1921, mientras el autor de Cañas y barro se instalaba en su nueva casa, a muy pocos metros, en otra apacible villa llamada Isola Bella, terminaba uno de sus mejores relatos, Las hijas del difunto coronel. "Acabo de dar un paseo por mi pequeño bulevar mirando las casas que brillan al sol y a las mujeres lavando la ropa en grandes tinas de agua reluciente y poniéndola a secar entre los naranjos. Quizá cualquier actividad humana resulta bella bajo la luz del sol" escribía por entonces a John Middlenton Murry.
Parece lógico que tras haber pasado la mitad de su vida fuera de España –a veces por razones políticas y otras veces sentimentales– Blasco Ibáñez eligiera finalmente un entorno donde incluso el nombre, tan sonoro como el de Malvarrosa, le resultaba familiar. En su nuevo jardín incorporó loa árboles que encontró en la villa, entre los que destacan un ficus (F.macrophylla) y una araucaria (A. heterophylla) que han alcanzado ahora un tamaño considerable. Y le anexionó dos pequeños edificios, en uno instaló un acuario del que sólo quedan los mosáicos con motivos marinos, y en el otro su biblioteca y una sala de proyecciones. Me comentan que las guirnaldas de cinco rosas que se repiten una y otra vez, igual que las estrellas de cinco puntas, son parte de la simbología masónica de la logia de la Santa Cruz a la que pertenecía.
Los trabajos de restauración, encaminados más a la conservación que a sustituir elementos, están respetando todos estos detalles que son la huella del escritor valenciano. Porque recurriendo de nuevo a las palabras de Pla: "Era un hombre que llevaba consigo el paisaje personal, que arrastraba un paisaje, que creaba su propio paisaje en virtud de su mera existencia".
Hay 3 Comentarios
Gracias a las dos. Si tenéis oportunidad no dejéis de visitarlo.
Publicado por: Pilar Gómez-Centurión | 16/06/2013 13:24:02
Precioso
Publicado por: Laura | 15/06/2013 13:27:42
Me encanta, enhorabuena…
Publicado por: Cons CI3N CIA | 14/06/2013 22:36:48