“Sé de un lindero donde crece el tomillo silvestre, donde se mecen las violetas y las prímulas, tapizado por olorosas madreselvas, por fragantes rosas de almizcle y bellos escaramujos. Allí duerme Titania una parte de la noche, reclinada al arrullo de esas flores…”. W. Shakespeare: Sueño de una noche de verano.
Sobre la autora
Pilar Gómez-Centurión.
Cuando estudiaba periodismo nunca imaginé que terminaría metiéndome en un jardín. Pero como decía Robert Walser, era pobre y necesitaba una ocupación hermosa. Creo que todos los jardines, incluso los privados, forman parte del bien común. Y que una simple maceta en el alféizar de la ventana es tan admirable como el más espléndido vergel.
Si el juego es uno de los derechos de la Infancia, la naturaleza, aún domesticada, parece el lugar ideal para ejercerlo. Con los niños de vacaciones todo lo que el jardín tiene de juego, experiencia y descubrimiento adquiere una nueva dimensión. El mundo se ve de otra manera desde la copa de un árbol ¿y quién no ha soñado con construir una cabaña y quedarse a vivir allá arriba?
Arriba y abajo
Se ven tantas en Internet que es como si los árboles se hubieran convertido en espacio urbanizable; aunque lo último en juguetes infantiles tiene más que ver con el suelo, son las casitas de jardín.
Se hacen de plástico, de madera, a medida, prefabricadas, vacías, con muebles; no es un regalo barato pero tampoco inaccesible, y como los niños crecen, existe además una amplia oferta de segunda mano.
Kiosko de QB
"Las encargan los padres y sobre todo los abuelos –comenta Virginia Sierra que las importa de Estados Unidos pero también las hace a medida– para ellos también es un juego, primero elegirla y luego montarla sin que falte un detalle".
Prefabricada de Kasitas.
Casita Curly Wurly de QB
En cuanto al estilo, junto al modelo convencional tipo casa de muñecas, están los que parecen sacados de un cuento o inspirados en una película de robinsones.
Y hablando de robinsones, no pasa nada si la manguera se usa como ducha, pero la comida mejor de la nevera. Las plantas de jardín no se comen, ni se chupan, ni se mastican. No sólo por los restos de insecticidas y fertilizantes que puedan quedar en las hojas, es que muchas, por inocentes que parezcan, son tóxicas. Os dejo una lista con algunas muy habituales en jardines y parques; se la dedico especialmente a quienes siguen creyendo que todo lo natural es inocuo.
Algunas plantas tóxicas
Acebo (Ilex spp.; los frutos)
Acónito (Aconitum spp.)
Adelfa (Nerium oleander)
Aguileña (Aquilegia spp.)
Aligustre (Ligustrum vulgare; hojas, frutos y savia)
Altramuz (Lupinus spp.; las semillas)
Anémona (Anemone spp.)
Boj (Buxus spp.)
Bonetero (Euonymus europaeus)
Dedalera (Digitalis purpurea)
Dondiego de noche (Mirabilis jalapa; raíz y semillas)
Espuelas de caballero (Delphinium spp.)
Estramonio (Datura stramonium)
Euforbia (Euphorbia spp.; además la savia irrita la piel)
Llega el verano y con él una de mis plantas favoritas. Una humilde mata que crece junto al tomillo en los suelos muy pobres y que sin embargo, contiene la esencia más deliciosa y saludable de la naturaleza. Es aromática, antiséptica, comestible, versátil, fotogénica. Se llama lavanda, un nombre balsámico que evoca olvidados placeres de vida doméstica. Como escribe Gaston Bachelar: "Con la lavanda entra también en el armario la historia de las estaciones. La lavanda sola pone una duración bergsoniana en la jerarquía de las sábanas".
Compañera del olivo y el almendro, de los rebaños de cabras que fertilizan las laderas pedregosas de Oriente Próximo y el sur de Europa –de los Alpes a la Macaronesia–, la lavanda silvestre forma parte del ecosistema mediterráneo. Sus tallos livianos que el peso de las flores no llega a curvar, aparecen como un regalo inesperado en las tierras ocres de garrigas y acantilados. Tan vivificante y límpido es su aroma, herbáceo al principio y floral luego, que ya en la antigua Persia se decía que sólo con mirar sus espigas "se alegra el ánimo y desaparece la tristeza concebida sin motivo". Depresión, diríamos hoy. Quizá por eso, por sus extraordinarias propiedades tonificantes, el aceite esencial de lavanda es un recurso básico de la aromaterapia.
En jardinería se usa para formar setos bajos, al pie de los rosales, en el jardín de hierbas, mezclada con las vivaces y, por supuesto, en macetas y jardineras.
Alhucema, cantueso, espliego
Bajo el nombre genérico de lavanda, derivado del latín lavo, se agrupan una veintena larga de especies, todas aromáticas, entre las que destaca el espliego (Lavandula angustifolia, L. spica, L. officinalis o L. vera, según los autores), la famosa lavanda inglesa, originaria en realidad de la región mediterránea occidental. Para los ciudadanos de la antigua Roma era una planta muy popular que se añadía al agua de las termas y a la de la colada, ya que además de refrescar y tonificar la piel, es un excelente insecticida.
Las legiones de César la introdujeron en Gran Bretaña, y aunque no es una especie autóctona, la lavanda inglesa se considera la mejor porque al revés de lo que ocurre con otras aromáticas, el clima suave favorece la calidad de su aceite esencial. Cuentan que a la reina Victoria le encantaba recorrer sus plantaciones en Surrey en acompañía de su proveedor, alguien que ostentaba el pomposo título de Purveyor of Lavender Essence to the Queen.
El espliego florece desde mediados de junio en densas espigas de entre 40 y 90 centímetros de altura, dependiendo de la variedad; el color es azul oscuro en 'Hidcote', 'Blue Mountain' e 'Imperial Gem'; más claro en 'Munstead', 'Loddon Blue' y 'Silver Blue'; rosa en 'Loddon Pink', 'Little Lottie' y 'Miss Katherine'; y blanco en 'Nana Alba' y 'Wendy Carlile'.
Poco después florece la alhucema (L. latifolia), de hojas más anchas y grisáceas. Produce una esencia menos refinada, pero en cambio, es una estupenda planta melífera. A partir de julio las abejas transforman el néctar de sus diminutas flores en una sabrosa miel de tonos nacarados. Las ramas secas solían usarse para desinfectar las habitaciones de los enfermos. Actualmente se emplea sobre todo en la industria alimentaria. La alhucema lanuda (L. lanata), de hojas gruesas y afelpadas, es un endemismo de las sierras de Grazalema, Almijara y Sierra Nevada.
L. x intermedia.
El lavandín (L. x intermedia), con flores violáceas y un aroma áspero, ligeramente alcanforado, es un híbrido de espliego y alhucema que se cultiva sobre todo en la Provenza francesa donde al ser más resistente y productivo se ha impuesto a sus progenitores. 'Grosso' y 'Arabian Nights' son las variedades más frecuentes.
L. stoechas
Las espigas del cantueso (L. stoechas), rematadas por brácteas estériles, florecen a partir de marzo en suelos silíceos por casi toda la Península, Canarias, Menorca e Ibiza, y se queman en las hogueras de la noche de san Juan. La subespecie L. pedunculata es la que mejor resiste el frío. En la sierra de Aracena, el Algarve y Madeira se da también un curioso endemismo de brácteas verdes (L. viridis).
Cultivo
Las lavandas se plantan entre febrero y septiembre, al sol, en cualquier suelo neutro o calizo -excepto el cantueso que requiere cierta acidez– siempre que tenga un buen drenaje; si son varios ejemplares hay que dejar unos 40 centímetros de distancia entre cada uno.
La frecuencia del riego depende del clima, la humedad ambiental, la época, la variedad elegida y la ubicación –las macetas necesitan siempre más agua– pero sólo se debe regar cuando la tierra esté seca, ya que no es una planta sensible a las enfermedades, pero sí al exceso de humedad.
La poda es imprescindible para estimular el crecimiento, la floración, mantener una ramificación densa y prolongar la vida de la planta que suele ser de unos diez años. Se puede hacer en dos fases: durante el verano, recolectando las flores y supriendo las marchitas; y a principios de otoño, recortando, un tercio como máximo, el extremo de las ramas.
En el armario
La lavanda también es generosa con su perfume; empieza a desprenderlo bajo el sol de mediodía e impregna el aire hasta el atardecer. Bastan un par de macetas para sentirlo en varios metros a la redonda. Las espigas secas lo conservan durante años, por eso se colocan entre la ropa, desmenuzadas en saquitos de algodón o trenzadas con una cinta, en forma de panojas. Yo he aprendido a hacerlas con este video, está en francés pero se entiende muy bien; el número de tallos tiene que ser múltiplo de tres.
En la última etapa de su vida, Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) realizó en su villa del sur de Francia un jardín revestido de azulejos que dedicó a los novelistas, en particular a sus autores favoritos: Cervantes, Dickens y Balzac, los tres que presiden el portón de entrada.
Fontana Rosa pertenece desde 1990 al Patrimonio Histórico francés. Está en Menton, "el lugar más bello y poético de toda la Costa Azul" para el escritor valenciano. Una ciudad muy pequeña, junto a la frontera italiana, que había pertenecido al principado de Mónaco y se anexionó a Francia en 1860. La villa de Blasco Ibáñez, abandonada prácticamente tras su muerte y requisada por los ejércitos italiano y alemán durante la Segunda guerra mundial, fue vendida a un promotor inmobiliario en los años setenta. De sus dieciséis mil metros cuadrados el municipio pudo recuperar cinco mil, ocupados en su mayor parte por el jardín, que poco a poco está siendo restaurado y se puede visitar.
Para los franceses Fontana Rosa es un jardín español, yo diría que interpretado a la francesa, a la manera del parque de María Luisa en Sevilla y de tantos otros, públicos y privados, que Jean-Claude Nicolas Forestier realizó a principios del siglo XX en Cataluña y Andalucía. A mitad de camino entre el regionalismo historicista, tan de moda en la época, y la arquitectura neocolonial, con columnas, escaleras, bancos de obra, estanques, fuentes y grutas, revestidos siempre de azulejos policromados, Fontana Rosa es como un gran decorado acorde con la personalidad de su creador. O al menos, con la forma en que lo retrata Josep Pla: "Era un hombre absolutamente rodeado de gloria, no de una gloria académica, sino popular, dilatada. Era rico, ruidoso, importante, y su nombre volaba de un continente a otro. Un hombre fabuloso, desorbitado".
Vicente Blasco Ibáñez en Fontana Rosa
Sobre un alto pedestal, un busto de Cervantes, realizado por el escultor ruso Léopold Bernstamm, ocupa el lugar de honor. A su espalda se alza el belvedere alicatado con escenas del Quijote fabricadas expresamente en Manises. Por todas partes los azulejos eclipsan a la vegetación multiplicando en su colores la luz del jardín. Un jardín inspirado quizá en el de su amigo Joaquín Sorolla y que Blasco Ibáñez conocía bien. Parece que fue precisamente en su estudio donde se enamoró de Elena Ortúzar al ver el retrato que le estaba haciendo Sorolla.
Jardín de Casa Sorolla
J. Sorolla, retrato de Elena Ortúzar. Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile.
Dicen que los mejores limones del mundo se cultivan en Menton, un lugar exclusivo, salpicado de grandes villas y pequeños hoteles de reposo, frecuentado por aristócratas rusos en los meses de invierno y británicos ricos, en cualquier época del año. Su clima privilegiado, casi subtropical, lo convertía además en un destino perfecto para enfermos de tuberculosis.
Uno de ellos era Katherine Mansfield que en 1921, mientras el autor de Cañas y barro se instalaba en su nueva casa, a muy pocos metros, en otra apacible villa llamada Isola Bella, terminaba uno de sus mejores relatos, Las hijas del difunto coronel. "Acabo de dar un paseo por mi pequeño bulevar mirando las casas que brillan al sol y a las mujeres lavando la ropa en grandes tinas de agua reluciente y poniéndola a secar entre los naranjos. Quizá cualquier actividad humana resulta bella bajo la luz del sol" escribía por entonces a John Middlenton Murry.
Parece lógico que tras haber pasado la mitad de su vida fuera de España –a veces por razones políticas y otras veces sentimentales– Blasco Ibáñez eligiera finalmente un entorno donde incluso el nombre, tan sonoro como el de Malvarrosa, le resultaba familiar. En su nuevo jardín incorporó loa árboles que encontró en la villa, entre los que destacan un ficus (F.macrophylla) y una araucaria (A. heterophylla) que han alcanzado ahora un tamaño considerable. Y le anexionó dos pequeños edificios, en uno instaló un acuario del que sólo quedan los mosáicos con motivos marinos, y en el otro su biblioteca y una sala de proyecciones. Me comentan que las guirnaldas de cinco rosas que se repiten una y otra vez, igual que las estrellas de cinco puntas, son parte de la simbología masónica de la logia de la Santa Cruz a la que pertenecía.
Los trabajos de restauración, encaminados más a la conservación que a sustituir elementos, están respetando todos estos detalles que son la huella del escritor valenciano. Porque recurriendo de nuevo a las palabras de Pla: "Era un hombre que llevaba consigo el paisaje personal, que arrastraba un paisaje, que creaba su propio paisaje en virtud de su mera existencia".
¿Por qué las ortigas y las mariquitas son tan útiles en el jardín?
En el mes de junio, las plantas, rebosantes de savia nueva y todavía tiernas, atraen a muchos visitantes indeseables, pulgones, cochinillas, ácaros, que se instalan con barra libre en tallos y hojas. El capítulo de plagas y enfermedades sigue siendo un dilema para miles de jardineros. ¿Química o ecología? Aunque ya nadie discute que los productos químicos son una pésima solución, se siguen utilizando a pesar de los problemas que generan. Son tóxicos, contaminantes y difíciles de eliminar. Anulan las defensas naturales de las plantas que se vuelven más susceptibles a nuevos ataques, y provocan mayor resistencia en los insectos. Un círculo vicioso que altera el equilibrio natural de cualquier ecosistema y a la larga lo destruye. ¿Tiene sentido matar pulgones a cañonazos?
Afortunadamente, la alternativa biológica ha dejado de ser una utopía y cuenta cada vez con más adeptos. Su objetivo no es sólo eliminar la plaga sino prevenirla, utilizando entre todos los métodos posibles, el más inocuo. Se trata de tomar un camino distinto, poner a prueba la eficacia de remedios menos agresivos que uno tiene al alcance de la mano, y acudir al herbolario más que a la droguería.
Repelentes y predadores naturales. Igual que el dulzor de la savia atrae a los insectos, el aroma amargo o acidulado de ciertas plantas como el ajenjo, la ruda, el saúco, la albahaca, las capuchinas, caléndulas, tagetes, los ahuyenta. La biodiversidad, además, evita que las plagas prosperen porque atrae a toda una serie de predadores: mariquitas, crisopas, arañas, mariposas, lagartijas..., que se ocupan de mantener un asombroso equilibrio natural en el pequeño ecosistema del jardín.
Algunos remedios caseros (y eficaces). El pulgón, sea del color que sea, y los hay de casi todos, desaparece rociando las hojas y tallos infectados con agua y jabón potásico, un producto biodegradable a la venta en cualquier supermercado, y muy eficaz también para combatir la negrilla, el hongo que forma sobre las hojas el néctar que ellos mismos segregan. Dicen que el agua de cocer patatas es otra buena alternativa, pero no conozco a nadie que la haya probado.
Los principios activos de algunas plantas aromáticas como salvia o lavanda, son también excelentes insecticidas/fungicidas, con la ventaja añadida de que en lugar de debilitar el sistema inmunológico de los cultivos, lo fortalecen. Se obtienen por decocción. La proporción recomendada es un kilo de hojas frescas (200 gramos, si están secas) por cada diez litros de agua. Se lleva a ebullición a fuego lento; se tapa, se deja hervir durante media hora, y enfriar si destaparlo para que el vapor quede concentrado; luego se filtra. También se puede hacer con dientes de ajo, a razón de 100 gramos por litro.
Es importante usar agua lo más pura posible y, sobre todo, sin cal. El tratamiento debe aplicarse a última hora de la tarde, después de haber regado. Y de forma espaciada, cada diez o quince días.
Purín de ortiga, una pócima infalible. La ortiga, rica en minerales como hierro, fósforo, magnesio y silicio, más que una mala hierba irritante y molesta, es la gran aliada del cultivo orgánico. En vez de eliminarla habría que hacerle un hueco en el jardín. El purín de ortiga es un recurso clásico de la agricultura biológica. Se utiliza como fertilizante, para corregir la clorosis, activar el proceso del compostaje, y también como insecticida y fungicida. Se elabora haciendo fermentar las hojas en agua (un kilo por cada diez litros), al aire libre, durante quince o veinte días, según la temperatura y la humedad ambiental. Huele horrible, pero una vez filtrado, se puede conservar en garrafas en un lugar fresco y oscuro, una buena temporada. A falta de ortigas frescas se puede hacer con un preparado en polvo que se vende en los herbolarios.
En el pelo, en el ojal, en el cañón de los fusiles y ¿por qué no? en un centro de flores. Reservamos las rosas para las grandes ocasiones y apenas nos fijamos en los claveles, quizá porque son baratos y los hay siempre y en todas partes, hasta en los puestos de flores más modestos.
Asequibles y sin pretensiones, puede que excesivamente cotidianos, los claveles son junto con las margaritas, la flor cortada más duradera; si se han comprado frescos, se mantienen en buena forma hasta quince días. ¿Ramplones? No para un florista holándés: "La vulgaridad no está en las flores sino en la forma demasiado convencional en que las utilizamos" comenta Patrick Fransen. Y la clave suele estar en la sencillez. Para demostrarlo, propone dos maneras diferentes y nada complicadas de usar los claveles. Solos o en compañía, porque el juego consiste en descubrir el lado veleidoso de unas flores que parecían haberlo dicho ya todo.
Mezclados con ramas de falso pimentero (Schinus molle) y distribuidos en pequeños vasos, de diferente tamaño, colocados sobre una bandeja.
En una maceta de barro, mejor usada, con un vaso dentro. En este caso sólo hay que cortar los tallos y colocar el número de flores necesario para que el centro quede lo más compacto posible.
Y para que duren:
Usar agua a tempertarura ambiente, ni caliente ni muy fría, y renovarla a dirario.
Añadirle una cucharadita de azúcar y unas gotas de limón.
Colocar el centro alejado de cualquier fuente de calor y donde no le dé el sol.