Coccothrinax argentea. Taschen, Köln/Universitäts und Landesbibliothek Bonn.
No quería acabar el verano sin hablar de las palmeras, pero tampoco terminaba de encontrar imágenes que me gustaran. Hay fotos espectaculares, sin duda, pero la mayoría parecen sacadas de un cartel publicitario. Por suerte, gracias a Lola Huete Machado que me ha pasado enlace, acabo de descubrir un libro estupendo, Historia natural de las palmeras de Carl Friedrich Philipp von Martius (1794-1868), editado por Taschen, que me viene como anillo al dedo.
La obra de Von Martius, que fue director del Jardín Botánico y profesor de la Universidad de Munich, publicada entre 1823 y 1853, reúne todos los conocimientos que se tenían entonces sobre las arecáceas tomando como punto de partida el trabajo de campo de la expedición que el propio Martius y el zoólogo Johann Baptist von Spix habían realizado años antes a través de la cuenca del Amazonas, la región del mundo más rica en palmeras.
Livistona inermis. Tascheb, Köln/Universitäts und Landesbibliothek Bonn.
¿Quién diría que tras la tópica estampa de la playa desierta salpicada de cocoteros hay una familia botánica con ochenta millones de años? Una familia primitiva y a la vez compleja, con dos mil quinientas especies repartidas por los cinco continentes, que crecen en los desiertos pero también en los húmedos bosques tropicales y sobre los acantilados rocosos.
A pesar de su aspecto arborescente las palmeras no son árboles. En la nomenclatura botánica forman un grupo aparte, más próximo a las hierbas que a las plantas leñosas. Tampoco tienen tronco, sino un tallo medular o fibroso denominado estípite que en algunos casos puede alcanzar cuarenta metros de altura y hasta un metro de diámetro. De ellas se obtienen frutos, fibras, azúcar, miel, harina, alcohol, medicamentos y una peculiar materia prima llamada tagua o marfil vegetal.
Livistona inermis. Taschen, Köln/Universitäts und Landesbibliothek Bonn.
Aunque la mayoría de crecen en los trópicos, la historia del mundo mediterráneo está ligada a dos especies: el palmito (Chamaerops humilis) y la palmera datilera a la que los griegos dieron el sugerente nombre de Fénix (Phoenix datylifera). Compañera inseparable de las tribus del desierto, cultivada en Mesopotamia, sacralizada en Grecia, propagada por los fenicios, nos proporciona sombra, materias primas y un alimento excepcionalmente energético: el dátil. Quizá por ello pronto rebasó su interés utilitario para convertirse en símbolo. Emblema de Troya y de la isla de Delos, la evocadora silueta de la palmera se ha filtrado en el paisaje urbano, en la arquitectura, la pintura, las artes decorativas, el diseño industrial, la publicidad. Está presente en las tumbas egipcias, en los relatos de Homero, en la iconografía cristiana, ha dado nombre a ciudades y permance grabada en nuestro inconsciente como uno de los más hermosos iconos del paraíso.
Mural de la tumba de Nébamon, Tebas, hacia 1400 a.C. British Museum, Londres.
Alfombra de principios del siglo XVIII, Pakistán. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Casa del té en el parque del palacio de Sanssouci, Postdam, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1990.
Interior de la iglesia de San Nicolás en Leipzig, remodelado por el arquitecto Johann Carl Friedrich Dauthe en 1794.
John Nash, Brighton Royal Pavilion (1823), Gran Bretaña.
Antoni Gaudí, reja con hojas de palmito. Parque Güell, Barcelona.
Joan Miró, La casa de la palmera, 1918. Museo Reina Sofía, Madrid.
Mesa del diseñador Serge Roche, 1934.
Broche clip Palmera, Cartier, 1957.
Rafael Moneo, jardín tropical de la estación de Atocha, Madrid.
Archipiélago artificial Palm Islands de Jan de Nul y Van Oord, en Dubái, Emiratos Árabes.
Howard Hodgkin, Night Palm, 1990 (grabado). Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Iván Juárez, Tejido de luz, celosía vegetal de hojas de palmera. Itaparica, Brasil.
Letrero fluorescente.
Y otro.