Distintas épocas, distintos lugares, distintos estilos, culturas diferentes. Nunca nos cansaremos de descubrir nuevos jardines.
Majorelle, el paraíso azul de Yves Saint-Laurent
En los años setenta, cuando Yves Saint-Laurent y Pierre Bergé alquilan Majorelle, esta singular villa del barrio europeo de Marrakech se encontraba en plena decadencia, amenazada además por una ambiciosa operación inmobiliaria. Por eso, una vez instalados en ella ponen en marcha toda su influencia hasta conseguir que sea declarada monumento histórico. Y en 1980 deciden comprarla.
Bou Saf-Saf había pertenecido al pintor Jacques Majorelle (1886-1962) que, deslumbrado como Gauguin por los paisajes del sur, se estableció en Marruecos en tiempos del Protectorado. Con su tradicional riad salpicado de fuentes, zócalos de mosaico, cancelas de filigrana y albercas, la villa nunca perdió su encanto ni los atrevidos colores de su estilo orientalista. Verde en todos sus matices, rojo coral, vigorosos toques de amarillo y un fondo azul importado de alguna isla del Egeo.
El jardín con su exuberante surtido de plantas mediterráneas y subtropicales: palmeras, hibiscos, adelfas, jazmines, higueras, cipreses, naranjos, buganvillas, plataneras, ágaves, yucas y una colección de cactus recién puesta a punto por Madison Cox, está abierto al público igual que el estudio de Majorelle convertido ahora en un pequeño museo de arte islámico: cerámica, joyas, tapices, telas, armas, adquiridas por Saint-Laurent y Bergé en los anticuarios de Marruecos, las subastas de Nueva York y en sus viajes a Irán y Túnez.
Alfabia, al pie de la Tramontana
La sierra de Tramontana con sus bancales de almendros, es toda ella un jardín, lo era, al menos, antes del incendio que ha sufrido el mes pasado. En su ladera sur se encuentra la finca de Alfabia –tinaja, en árabe–, una típica possessió mallorquina, antigua residencia de la dinastía Bennassar que gobernaba la isla en el siglo XIV.
A la primitiva huella islámica se han ido sumando con el tiempo elementos renacentistas, barrocos y románticos que constituyen hoy un conjunto monumental en el que destaca el patio, clastra en mallorquín, y la pérgola que lleva al huerto de los naranjos, sostenida por setenta y dos columnas y veinticuatro hidrias de piedra de donde surgen inesperados chorros o burlas de agua, a la moda del siglo XVI, y que forman una tupida bóveda que empapa al caminante desprevenido.
Vaux-le-Vicomte, precursor de Versalles
Hay fiestas que hacen historia. Por ejemplo, la que Nicolas Fouquet, ministro de Hacienda de Luis XIV, organizó el 17 de agosto de 1661 para mostrar al rey su flamante castillo de Vaux-le-Vicomte. Parece ser que el impresionante conjunto arquitectónico que forman el palacio y sus jardines dejó tan anonadado al rey Sol que al cabo de tres semanas ordenó arrestar a Fouquet. Poco después inició las obras de Versalles con el mismo equipo que había trabajado para su ministro: el arquitecto Louis Le Vau, el pintor Charles Le Brun y el jardinero André Le Nôtre.
Calculado con precisión matemática, aplicando al trazado los fundamentos cartesianos sobre óptica, Vaux-le-Vicomte es el modelo más perfecto y equilibrado de jardín francés. Este año en que se conmemora el cuarto centenario de Le Nôtre, vale la pena dedicar una mañana a pasear entre sus impecables broderies, enmarcadas por boulingrins y espejos de agua, y admirar cómo las sucesivas terrazas se articulan en la perspectiva abierta de sus ejes creando una ilusión de depurada horizontaliad.
Escultura en el Jardín Botánico de Leicester
Hay 1 Comentarios
Los jardines son preciosos. Más bonitos incluso que en las fotos. Único comentario, que una de las flores que había era tóxica para nuestros gatos, así que tuvimos que tener al gato apartado todo el tiempo de las flores. No es imprescindible, pero es información.
Publicado por: comprar flores barcelona | 03/12/2018 12:57:56