“Sé de un lindero donde crece el tomillo silvestre, donde se mecen las violetas y las prímulas, tapizado por olorosas madreselvas, por fragantes rosas de almizcle y bellos escaramujos. Allí duerme Titania una parte de la noche, reclinada al arrullo de esas flores…”. W. Shakespeare: Sueño de una noche de verano.
Sobre la autora
Pilar Gómez-Centurión.
Cuando estudiaba periodismo nunca imaginé que terminaría metiéndome en un jardín. Pero como decía Robert Walser, era pobre y necesitaba una ocupación hermosa. Creo que todos los jardines, incluso los privados, forman parte del bien común. Y que una simple maceta en el alféizar de la ventana es tan admirable como el más espléndido vergel.
Que no termine mayo sin rendir un pequeño homenaje a la rosa española más conocida en el mundo: ‘Madame Grégoire Staechelin’, del rosarista catalán Pedro Dot. Una variedad trepadora que, como suelen hacer todos los obtentores, está dedicada a una de sus clientes, aunque en Norteamérica, para no complicarse la vida, la rebautizaran inmediatamente como ‘Spanish Beauty’.
Dot presentó este rosal en el concurso internacional de Bagatelle de 1927, donde obtuvo la medalla de oro. Desde entonces ‘Madame Grégoire Staechelin’ no ha dejado de cultivarse y está presente en los mejores catálogos internacionales como una de las variedades modernas más admiradas.
“A truly magnificent climber –escribe David Austin– with a delicious sweet pea scent”. “Il ne fleurit qu’au printemps, –dice Marie-Térèse Haudebourg– mais quel spectacle! Aunque ninguna descripción resulta tan sugerente como la de Compagnia del Giardinaggio, quizá porque lo hace en italiano: “I petali hanno una delicata sfumatura chiara sui bordi, che sono tra l'altro morbidamente ondulati, mentre la pagina esterna è più scura, il che conferisce al fiore una grande morbidezza e mutevolezza cromatica”.
Dot obtuvo este excepcional cultivar mediante el cruce entre un híbrido perpetuo blanco, 'Frau Karl Druschki' (Lambert, 1901), y la versión trepadora de 'Château de Clos Vougeot' (Morse, 1920), con flores aterciopeladas rojo oscuro, que es menos vigoroso que el anterior, pero que aporta, en cambio, un delicado perfume.
‘Madame Grégoire Staechelin’ es el rosal que yo elegiría si tuviera que cubrir una fachada. Un híbrido de té con ramas densas de un verde brillante que alcanzan fácilmente los seis metros; además se puede plantar a media sombra.
Como hoy se celebra el Día Internacional de los Museos, os invito a pasear por un rincón de Madrid que nadie debería perderse en primavera, la casa de Joaquín Sorolla. Aquí, junto a algunas de sus mejores obras, está su estudio y el entorno doméstico y familiar en el que transcurrieron sus últimos años: muebles, cerámica, fotografías, bocetos, cuadros sin terminar…, como si quisieran huir de la frialdad de los museos dándose calor unos a otros. Y está, sobre todo, el jardín, palpitante de vida, “a merced de la labor creadora, y siempre misteriosa, del tiempo” en palabras de Lucia Serredi, la paisajista que entre 1987 y 1990, dirigió su restauración.
Sorolla inició la construcción de esta casa, entonces en las afueras de Madrid, en 1910, a su vuelta de Nueva York. Él mismo se encargó de diseñar el jardín que más tarde recrearía una y otra vez en sus cuadros igual que Claude Monet hacía en Giverny. Porque aunque los jardines son muy diferentes, también tienen puntos en común. Resultado del éxito profesional de sus autores y de su interés por la naturaleza o, más concretamente, por la horticultura, ambos fueron modelo e inspiración constante de sus últimos cuadros. Los dos han logrado sobrevivir, Giverny atravesado por una carretera; oscurecido el Sorolla por los altos edificios que lo rodean. Y desde que en los ochenta fueran restaurados, los dos han resurgido como espléndidos testigos de otra época.
“El jardín es la superposición de diferentes períodos creativos, todos en marcha y ninguno terminado. Debe estar abierto tanto a las miradas sensibles como a las superficiales –comenta Serredi mientras supervisa con mirada perfeccionista cada detalle– no puede convertirse en un museo. Su transformación en espacio público tampoco tiene que significar una degradación de sus valores estéticos ni espirituales”.
Por eso, Consuelo Luca de Tena, actual directora del museo, estira cada año su escaso presupuesto para que no falten las flores. Rosas, lirios, alhelíes, rododendros, geranios, adelfas florecen de nuevo junto a los árboles y arrayanes plantados por el pintor, cautivado ya por el naciente estilo neoregionalista de Forestier.
“Restaurar significa revitalizar una idea más que acondicionar un monumento –prosigue Lucia Serredi–. Pasar por encima de esta realidad, como si el jardín fuera sólo un documento histórico, es una actitud puritana que destruye irremediablemente la sensualidad del lugar. Se trata más bien de trabajar con humildad al servicio de unos resquicios históricos, buscando lo auténtico en lugar de lo novedoso”.
Nacida en Toscana, Lucia Serredi vive en España desde 1965 y admira la riqueza de nuestro patrimonio: “Abarca todas las épocas y estilos, desde el jardín hispanoárabe al modernista, a través de un renacimiento originalísimo, un barroco brillante, un neoclasicismo muy peculiar y un romanticismo desbordante”. Aunque los que más le gustan son esos jardines sin jardinero que acumulan vivencias y recuerdos. Creo que debemos felicitarnos de que éste, tan especial y tan frágil, evolucione bajo la supervisión sutil y rigurosa de una gran profesional. “Como decía Goya, el tiempo también pinta”.
De todas las flores comestibles, hoy tan de moda, mi favorita es la borraja. Me gusta su sabor especiado, profundo y enigmático, que combina igual de bien con platos dulces como salados; y su color aguamarina que, por cierto, se vuelve rosado al aliñarlas con vinagre o limón. También las hojas y los tallos son comestibles; se toman mucho en Navarra y Aragón donde saben prepararla de mil formas diferentes.
La borraja (Borago officinalis) es una de esas plantas que dan mucho juego y muy poco trabajo. Aunque tiene aspecto arbustivo, se trata de una herbácea de ciclo anual, de unos 60 centímetros de altura, que desarrolla una raíz principal gruesa y profunda, por eso no es fácil de trasplantar. Crece en suelos pobres y secos, al sol o a media sombra, y se resiembra sola, de ahí que si uno no quiere que se extienda más de la cuenta, lo mejor es cultivarla en maceta.
Originaria de Oriente Medio, concretamente de Siria de donde, al parecer, le viene el nombre: Abu rach, se encuentra naturalizada por toda la cuenca mediterránea donde florece de abril a noviembre. En el jardín, se siembra, como casi todas las anuales, a lo largo de la primavera o en otoño.
Además del uso culinario, a la borraja se le atribuyen muchas otras virtudes. Valorada tradicionalmente como un eficaz antidepresivo, –“contra la melancolía” dicen los tratados antiguos–, las hojas frescas, particularmente ricas en mucílago y calcio, se siguen utilizando en medicina y cosmética. Tiene también fama de ser un eficaz fungicida, de hecho, en los huertos, se suele colocar junto a las fresas. Es una lástima no haber encontrado ninguna imagen, porque la combinación de azul y rojo resulta de lo más fotogénica.
Con las flores se pueden preparar licores y aromatizar bebidas. Una buena forma para conservarlas frescas es congelarlas en los cubitos de hielo. Otra posibilidad es caramelizarlas, o incluso secarlas, porque duran mucho y no pierden el color.
Y lo mejor de todo: es una estupenda planta melífera.
Ahora que el huerto se ha colado en la ciudad, también quiere entrar en casa. Poco le importa tener que encogerse hasta ocupar lo que una caja de zapatos, colgarse de las paredes como un tapiz vegetal o hacerse portatil, casi de bolsillo, para ir y venir. Y es que las hortalizas, plantas domésticas donde las haya, lo que más les gusta es que las cuiden.
Junto a los recipientes clásicos a base de macetas, cestos, o envases reciclados, están apareciendo propuestas nuevas encaminadas a que todos podamos cultivar alguna exquisitez. Entre ellas, hay una llamada Seed Box, que me gusta especialmente porque es como un juguete y ni siquiera necesita terraza ni balcón porque se puede tener dentro de casa. Es una caja con lo esencial para iniciarse en el cultivo de pequeñas hortalizas y hierbas aromáticas –dos sobres de semillas, fibra de coco, humus de lombriz y hasta las etiquetas para identificar las plantas– que una vez abierta se convierte en una pequeña mesa de cultivo. El kit perfecto para descubrir la cara más amable y placentera del huerto en este 2014 que la FAO ha declarado Año Internacional de la Agricultura familiar.
La idea es de Ecohortum y la caja, realizada con un producto orgánico, prolipropileno celular, está pensada para que nada se desperdicie. Una ranura en la parte inferior permite recuperar el sobrante de agua de riego y los nutrientes que arrastra, y utilizarla de nuevo. El envoltorio con las instrucciones es de papel piedra, y las cajas las prepara el grupo TEB Cooperatiu de Barcelona.
De momento hay cinco opciones para elegir o coleccionar según el espacio y los gustos de cada cual:
Aromáticas intensas: con albahaca gigante genovesa y menta Piperita.
Aromáticas mediterráneas: perejil de hoja lisa y cilantro.
Mezclum de ensalada: canónigo más espinaca Butterfly (una variedad para consumir en enlasadas).
Este fin de semana se celebra en el Jardín Botánico de Iturrarán una fiesta jardinera que ninguno deberíamos perdernos: la duodécima Feria de Plantas de Colección. Hoy es José Almandoz, jardinero mayor del Botánico, quien nos convoca a un encuentro que merece la pena descubrir:
Cada último fin de semana de abril, los "locos por las plantas" tienen bien marcado en su calendario que es tiempo de subir a Iturraran. En pleno Parque Natural de Pagoeta, en Aia (Gipuzkoa), en el Jardín Botánico de Iturraran tiene lugar un evento muy particular, la Feria de Plantas de Colección, que cumple este año su décimo segunda edición.
La feria de Iturraran no es una feria de plantas al uso. Allí se prima la calidad y la variedad de las plantas expuestas: correctamente etiquetadas, se nos presenta un asombroso abanico de compras posibles que abarca desde la plantita de un tomate muy especial al bonsai más impresionante, pasando por plantas carnívoras para perder el sentido, bromelias de otro mundo, bulbos de flor llegados desde la lontana Italia, cítricos de colección, palmeras, camelias, vivaces y plantas de clima mediterráneo, frutos de bosque y mucho, mucho más. No podemos dejar de mencionar a la librería Hontza de Donosti, que se esfuerza por presentar en su estand una selección de los libros más interesantes sobre plantas y jardinería, incluyendo las novedades.
Los viveristas participantes se jactan de ser ante todo, "viveristas coleccionistas" con una pasión por la conservación de variedades antiguas o en desuso, o en la selección de lo mejorcito de cada género para deleite de los aficionados que, fieles a esta cita verde, acuden a Iturrarán en busca de su tesoro particular.
Este año la Feria tiene lugar el sábado 25 y el domingo 26 de abril. El horario es de 10:00h a 18:00h, y el precio de la entrada es de 4 euros, niños menores de 12 años, gratis. Desde las zonas de aparcamiento de Aia y Ubegun hay un servicio de autobuses gratuito que deja a los visitantes a las puertas del jardín. Para las compras de plantas que no puedan llevarse consigo, hay un servicio de consigna que lleva las plantas, también de forma gratuita, desde el punto de recogida en el Jardín Botánico hasta el punto de entrega en el aparcamiento que se haya utilizado. Para más información visitad la página web.
La Feria de Plantas de Colección del Jardín Botánico de Itrurraran no es sólo ver y comprar plantas "con pedigrí", es saludar a viejos amigos, charlar con los viveristas de año en año, manteniento esa importante relación entre aficionado y productor. No pocos intercambios se realizan, y siempre es una alegría compartir una sidra y un talo con txistorra sobre la hierba. Una experiencia a atesorar… y a repetir.
Un libro es como un jardín que llevamos en el bolsillo, dice un provebio árabe. Y no quisiera dejar pasar este día sin recomendaros uno que considero imprescindible para cualquier jardinero que se precie. Porque no hay nada tan reconfortante como reirse de uno mismo.
No se trata de una novedad editorial, así que imagino que muchos lo conocéreis, pero si no, buscadlo porque está en las librerías. Se llama El año del jardinero y se publicó en 1929 (la edición española es mucho más reciente). Su autor es Karel Capel (1890-1938), un escritor checo que debió ser además un excelente jardinero porque sabe muy bien de lo que habla. Pero no esperéis el típico texto lleno de consejos sobre esto o aquello, este es un libro lleno de humor y envidiable ironía, aunque a mí, que me he visto fielmente retratada en tantas contradicciones cómicas, me ha resultado mucho más útil que cualquier manual práctico.
Como muestra os dejo esta plegaria:
"Dios mío, haz que llueva todos los días, más o menos desde media noche hasta las tres de la madrugada, pero que sea una lluvia lenta y tibia, a fin de que la tierra pueda empaparse bien de ella; que no llueva sobre la lavanda y todas las demás plantas que Tú sabes, en tu infinita bondad, que son plantas amigas de la sequedad; si quieres, te escribiré la lista en un papel; y que el sol brille durante todo el día, pero no en todas partes (por ejemplo, no sobre los rododendros) y que no sea demasiado ardiente; que haya mucho rocío y poco viento, una cantidad razonable de lombrices, pero no pulgones, ni babosas, ni moho; y que una vez por semana, llueva jugo de estiércol aguado y excremento de paloma. Amén".
La traducción es de Esteve Serra, y los dibujos, tan divertidos como el texto, son de Josef Capek que murió en 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen y era hermano del autor.
Busco sinónimos de baldío y el diccionario me sugiere una retahíla de términos peyorativos: estéril, yermo, improductivo, infecundo, árido, vano, inútil, ineficaz. Ninguno encaja con la idea que el paisajista francés Gilles Clément plantea en su Manifiesto del Tercer Paisaje. Porque esas parcelas abandonadas, en la ciudad o en el campo, en las cunetas o junto a las vías del tren, espacios degradados que apenas miramos, son también inesperadas reservas de biodiversidad.
Hace unos días Gilles Clément estuvo en Madrid y antes de su conferencia en el Instituto francés tuve la oportunidad de charlar con él un rato. Han pasado más de veinte años desde la publicación deEl jardín en movimiento, donde exponía por primera vez esta idea, y yo seguía teniendo un montón de preguntas sobre este modelo de jardín, más próximo a la ecología que a la arquitectura, y que en su día originó bastante polémica, al menos en Francia. La primera era saber si el tiempo le ha hecho cambiar en algo su planteamiento.
G.C.: Lo único que ha cambiado es que ahora comprendo que la relación que se establece entre la plantas que comparten un mismo territorio es mucho más compleja de lo que entonces podía imaginar. Hay cosas muy básicas que los jardineros han sabido siempre, por ejemplo que al puerro le gusta la fresa, pero se trata de un conocimiento primario, puramente empírico. Ahora el INRA (Institut National de la Recherche Agronomique) está empezando a investigar cómo se establece esa comunicación y si es de carácter físico, químico, electromagnético...
El modelo genuino es La Vallée, cerca de Limoges, donde Clément vive y experimenta desde 1977. Un baldío abandonado que se ha convertido en un arquetipo de jardín del siglo XXI. Un paisaje en constante transformación, movimiento, donde un manzano caído sigue dando frutos y donde los caminos surgen o se pierden según la época del año. ¿A Gilles Clément le sigue sorprendiendo su jardín?
G.C.: Me sorprende siempre, cada día descubro cosas nuevas. Ahora tengo el reto de mantener el equilibrio entre el sol y la sombra, porque en nuestro clima hay muchas más especies que crecen al sol y parece que a la sombra la diversidad se esfuma. Pero he aprendido que es sólo una ilusión, en realidad las plantas han dejado en el suelo sus semillas y en cuanto llueve y les llega un poco de sol vuelven a brotar. La filosofía es siempre la misma.
La vida es oportunista, desde luego, por eso me pregunto si no existe el riesgo de que sean las más tozudas, las que llamamos invasoras, las que al final se apoderan del suelo.
G.C.: Cuando la tierra está cubierta ese peligro no existe, el equilibrio se rompe cuando el suelo se trabaja demasiado y se abren heridas y alteraciones químicas que pueden atraer a las oportunistas. Los científicos lo explican como la respuesta del medio que crea un ecosistema emergente.
¿Se practica este tipo de jardinería en Francia?
G.C.: Sí, claro, sobre todo en espacios públicos, en Nantes, en Grenoble, en Rennes, la Escuela Superior de Lyon; lo llaman mantenimiento diferenciado y supone una gran economía, no hay que invertir en máquinas ni en productos químicos y ese dinero se puede dedicar a otras cosas. Y cambia también el paisaje urbano.
Es curioso, cuando apareció el libro me pareció interesante pero demasiado complicado de poner en práctica, ahora en cambio lo que me parece aburrido es el jardín convencional.
G.C.: Sí, hemos cambiado mucho en estos años, ahora nos resulta más fácil comprender cosas que antes no era posible. Recuerdo que poco después de aparecer el libro, en el 92, se inauguró en París el parque André Citroën donde dejé una pequeña zona, como una hectárea, en baldío; la gente no lo entendía y fue muy criticado; para mí era muy sencillo porque era lo que hacía en mi jardín, sin embargo hay quien lo ve como una pérdida de poder. Y no es así, por mucha tecnología que tengamos, dependemos de la biodiversidad.
Hanami significa mirar las flores y es una palabra que se escucha mucho estos días en que Japón celebra la floración de sus cerezos.
La flor del cerezo es todo un símbolo de la cultura nipona. Frágil y efímera, representa los valores estéticos del período Heian (794-1185) frente a los de fortaleza y heroicidad de la época Nara que encarnaba entonces la flor del ciruelo.
En botánica, los cerezos japoneses, descendientes de la especie silvestre (Prunus serrulata spontanea), forman el complejo grupo Sato-Zakura. Más apreciados por sus flores, casi siempre rosa pálido, que por los frutos, son pequeños árboles ornamentales de hoja caduca, que añaden a la eclosión de primavera un atractivo colorido otoñal.
Aunque la floración se inicia ya en febrero en la isla de Okinawa, y desde el sur remonta hasta Sapporo donde aparece a principios de mayo, el apogeo de los cerezos –mankai, en japonés– tiene lugar estos días por todo el centro del país.
Tal como ocurre en Japón, millón y medio de cerezos florecen en el Jerte de forma escalonada, desde los rincones más cálidos del valle a los más fríos. Y lo hacen, según se presente la primavera, entre mediados de marzo y finales de abril.
A diferencia de los sakura, las flores de los cerezos extremeños (Prunus avium y P. cerasus) son mayoritariamente blancas. Su fugacidad tampoco invita a la melancolía, es más bien la promesa de deliciosas toneladas de picotas que no tardarán mucho en llegar a los mercados.
Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero no creo que exista en el mundo un jardín más hermoso que la Alhambra. Quienes levantaron la fortaleza roja añoraban el agua y estoy segura de que conocían muy bien su valor, por eso le concedieron el papel estelar.
Aunque lo hayamos olvidado, fue precisamente la escasez de agua, la nostalgia del oasis y de su admirable equilibrio entre sombra, vegetación y humedad, lo que hizo surgir, al borde mismo del desierto, los primeros jardines mesopotámicos.
Y de la necesidad de aprovechar hasta la última gota van apareciendo los elementos que caracterizan todavía el modelo de jardín mediterráneo: muros, emparrados, albercas, fuentes, pavimentos, macetas.
Me gustaría averiguar algo más sobre Franziska von Hügel, condesa Von Hardenberg, la mujer que da nombre al género Hardenbergia, porque lo único que mencionan las reseñas es que era hermana de Carl von Hügel, un oficial de húsares nacido en Baviera, que tras las guerras napoleónicas se instaló en Hietzing –el distrito aristocrático de Viena– donde creó un famoso jardín.