Los diarios de referencia no son aquellos que nunca cometen errores, un espécimen inexistente. Son aquellos que los reconocen y corrigen con prontitud. Por respeto a la veracidad y por respeto a los lectores, depositarios del derecho a la información. Y no hay errores despreciables, porque incluso el menos relevante puede introducir en el lector la sospecha de que si el diario se equivoca en lo nimio y simple… qué sucederá con el manejo de datos importantes y complejos. Este diario, desde su fundación, ha aplicado este principio. Es un compromiso de la empresa, de la dirección y de todos sus profesionales. La creación de la figura del Defensor del Lector, pionera en España, en 1985 obedece a este propósito. Desde entonces, distintos y muy admirados periodistas me han precedido en esta función. Espero no desmerecer su legado.
La tarea del Defensor del Lector está amparada por su propio estatuto, que le garantiza “plena independencia en su desempeño”. Y el encargo que debe satisfacer va más allá del rastreo de una equivocación. Debe garantizar los derechos de los lectores, atender sus quejas, vigilar que el tratamiento de las informaciones sea acorde con las normas éticas y profesionales del periodismo y, también, atender sus sugerencias sobre los contenidos del periódico. Esta necesaria atención al lector no es un descubrimiento reciente. Rafael Mainar, en El arte del periodista, escrito en 1906 para defender la necesidad de los diarios profesionales frente a las gacetillas de partido, escribía ya entonces que “el periódico independiente es hijo legítimo de la industria de periódicos; el periódico independiente —y todo, hasta la independencia es relativo— no ha podido existir hasta que la hoja impresa no ha tenido que ser pensada más que para el público y con el público”. De hecho, la fidelidad y el apoyo crítico del lector a una propuesta informativa rigurosa son el mejor baluarte para defenderla ante cualquier tentación de renunciar a ella, de deslizarse hacia lo fácil o, peor todavía, la mentira.
Indudablemente, los diarios han ido transformándose. El ejemplo más notorio son las ediciones digitales. Pero también su lector, atendido como ciudadano, nunca como una audiencia, disfruta de otro entorno.
El periodista ha perdido el monopolio de la intermediación entre un hecho y su publicación como noticia. Y ello es saludable. La Red ha propiciado el llamado periodismo ciudadano, dando acceso a herramientas enormemente ligeras y manejables para la producción de noticias o la diseminación de opiniones. Un llamado periodismo ciudadano, necesario para la higiene democrática, pero que debe someterse con la misma severidad al escrutinio moral.
Por otra parte, la capacidad del lector para dialogar con los medios ha crecido. Antes, estaba sometido a la benevolencia de quien administraba las cartas al director, un espacio siempre insuficiente para cobijar todas las que merecen ser publicadas.
Ahora, una noticia puede ser comentada, discutida, desde Internet. Las redes sociales también son utilizadas para proyectar el debate por parte de los lectores. El periodista no puede ignorar estos recursos y necesita fomentar la conversación con los lectores.
Esta tribuna y el blog quieren ser un instrumento para un diálogo que permita mantener viva la reflexión sobre la práctica periodística. Es necesario, como escribió el profesor Carlos Maciá Barber, rebajar el posible desconocimiento mutuo que exista entre los medios y sus lectores, haciendo más transparentes la tarea cotidiana de sus redactores y los valores que deben presidirla. Además de atender las legítimas reclamaciones de los lectores, a través del correo, desde este espacio o desde el blog de la edición digital, el Defensor del Lector quiere estar al servicio de esta conversación profesional.
Entre los deberes de los medios está el indagar sobre las conductas de instituciones, Gobiernos y personajes públicos. No tendría sentido, pues, que quisieran tener el inaceptable privilegio de estar exentos de la crítica. Y cuando esta sea pertinente, deben ser los primeros vehículos de la misma, sin resentimiento ni pereza. Pero también ayuda a mejorar el trabajo cotidiano de la profesión el apoyo de este mismo lector crítico al ejercicio modélico. También de ahí pueden sacarse lecciones.
En cualquier caso, el esfuerzo de construir un periodismo mejor no es solamente una exigencia que llega del pundonor profesional. Es una necesidad social. Una democracia auténtica pide un ciudadano bien informado. Una información que no sea una mera acumulación de datos. Ha de generar conocimiento. Y en esta tarea, difícil, el periodista ha de estar acompañado del lector, del ciudadano.
En Francia denominan “mediador” al defensor del lector, con lo que se pretende subrayar su papel en la citada conversación entre los periodistas y sus lectores, que ha de ser, por ambas partes, tan educada como exigente. El periodista Patrick Pépin, antiguo mediador de Radio France, exponía en una reflexión sobre la función del defensor del lector que este no es ni un profesor de deontología, ni un censor, ni un juez de instrucción. Los defensores, proseguía, instalan su función, la hacen vivir, creando un espacio público de análisis e intentando, en el mismo, encontrar las claves para servir de manera útil a la ciudadanía y a la profesión periodística ayudando a establecer y mantener vivo un pacto moral entre ambos colectivos. Y ello desde el esfuerzo cotidiano de los profesionales del periódico para mejorar cada día la oferta informativa.
La exposición de las prácticas profesionales, de los procesos de elaboración de una noticia, ha de servir para explicar, como admitía humildemente Carl Bernstein, uno de los reporteros que desvelaron el caso Watergate, la manera de dar “la mejor versión de la verdad que se pueda obtener”. Y también cuando se fracasa en ello.
La antigua metáfora del periodista como notario de la realidad destaca su obligación de no manejar con frivolidad los datos y rehuir el adoctrinamiento. El periodista, sin embargo, no levanta un acta de esa realidad… ha de construir un relato para explicarla. Pero, como recordaba Milagros Pérez Oliva en su artículo de despedida, la interpretación no puede ser una coartada para la deformación, hay que partir de los hechos.
Es fundamental que el periodista haga un esfuerzo para ser claro y comprensible, ha de entender lo que cuenta y no ampararse en códigos gremiales que sumergen el texto en un esoterismo terminológico que dificulta la comprensión del mensaje y que quienes lo practican defienden por una supuesta precisión que, creo, puede mantenerse sin necesidad de resultar ilegibles.
En cualquier caso, la existencia del Defensor del Lector demuestra la voluntad del medio, de sus profesionales, de ser fieles a una promesa editorial básica: ser honestos en la narración de lo que sucede, no eludir la responsabilidad social que supone la tarea de informar. Y en este empeño, el papel de los lectores es imprescindible.
En el fondo, quienes hacemos el diario y quienes lo leen pertenecemos a una misma, heterogénea y dinámica comunidad en la que la confianza debe renovarse cada día. Hay que dar respuesta a los reproches fundados, pero no hay que aguardar a que se produzcan para abrir las puertas de la Redacción y contar el trabajo cotidiano. Espero poder ser útil, con la ayuda de todos, en esta tarea.